Sala de ensayo
Carlos FuentesCarlos Fuentes y el pan nuestro de cada día: infelicidad, infidelidad e infamia en Todas las familias felices

Comparte este contenido con tus amigos

A los ochenta años, Carlos Fuentes (1928 - ) continúa activo en su carrera de escritor. Acaso sea uno de los más prolíficos del siglo XX y, dada su larga vida, ya deja profunda huella en el XXI al salir publicadas sus últimas dos novelas, Instinto de Inez (Alfaguara, 2001) y Todas las familias felices (Alfaguara, 2006). La primera trata de los amores complejos de un músico famoso (Gabriel Atlan-Ferrara) y la que se convertirá en la reconocida diva Inez Prada; la segunda se bandea entre sinsabores familiares y adversidades callejeras. Se trata de un potpurrí de miserias terribles contadas sin tapujos ni miramientos; es literatura que denuncia las injusticias que en los libros de historia podrían resultar pesadas o, incluso, manipuladas aun más que si fuera mera ficción.

Si hay algo muy del presente siglo que se viene arrastrando de los anteriores y que resume el estado actual de nuestra sociedad es “la violencia, la violencia”, palabras con las que termina la segunda novela y a las cuales, vale aclarar, el autor deja sin punto final, como si de profecía se tratase: nunca mermará, siempre habrá violencia y todo lo que ésta conlleva por los siglos de los siglos... Como bien señala José Miguel Oviedo, las novelas de Fuentes son “obras abiertas a lo plural e infinito” (El Comercio de Perú, Número Especial Homenaje a Carlos Fuentes, 16 de junio de 2008). La sentencia de esas palabras finales —“la violencia, la violencia”— sirve de contrapunto irónico a la cita de Leon Tolstoi escogida por el autor como epígrafe: “Todas las familias felices se asemejan, cada familia infeliz lo es a su manera” (Anna Karenina). El ser humano no se salva de los azotes que producen infelicidad, infidelidad, infamia, situaciones que arrastran violencia y rigen nuestro diario vivir bien sea de forma directa e individual o bien de manera vicaria gracias a las noticias, “peores que el peor sueño personal” (Todas las familias felices, 341), que nos llegan por los medios de comunicación. Sería risible creerse el mito de que hay familias felices, mucho menos todas. Por eso, y partiendo de “lo que fue es, lo que es siempre será”, regalo del Eclesiastés, no hay por qué asombrarse de la existencia de familias infelices, común desde que el mundo es mundo. “No hay nada nuevo bajo el sol”, continúa la Sagrada Escritura. Nada más recordar el modelo de la familia bíblica Adán y Eva, quienes, expulsados del Edén, tienen que enfrentar la peor tragedia que pueda padecer cualquier madre o padre: la muerte de un hijo. En el caso de esta primigenia pareja, el colmo de los colmos es saber que el asesinato fue cometido nada menos que ¡por el otro hijo! Así, pues, a lo largo de los libros, capítulos y versículos de La Biblia —y al lado de toda la sabiduría y espiritualidad que ésta sin duda contiene— la infelicidad, la tragedia, la miseria y la violencia resultan ser el pan de cada día. De ahí que Carlos Fuentes, pendiente de este fenómeno tan inherente a la naturaleza humana, exponga en su novela la hipocresía en la que viven tantas familias infelices a la vez que presenta una imagen global de la política, la sociedad y la cultura mexicanas. Al hacerlo mezcla pasado y presente, vida y muerte, historia y ficción. Mejor aun, trasciende las fronteras de su país hasta tocar al resto del mundo.

“Todas las familias felices”, de Carlos FuentesEn Todas las familias felices hay una marcada pugna entre los diferentes niveles sociales en un México tan contemporáneo como pretérito a la vez que va en pos del futuro. Estructuralmente, la novela se compone de dieciséis capítulos titulados, pero sin numeración, que además están intercalados por composiciones más cortas denominadas coros. Sea el coro de las tragedias griegas o el que “significa multitud de gente que canta y se regocija” (Covarrubias, 1611) —en cuyo caso aumentaría aun más la ironía antes mencionada— cada una de estas composiciones es una crítica punzante que a la par da coherencia al caos y las barbaridades que denuncian, en su mayoría, los de abajo; denuncias desgarradoras que erizan la piel. Entre las más estremecedoras se encuentran las jovencitas “entre doce y quince años” que en la calle dan a luz a hijitos que nacen odiándose a sí mismos porque son “menos que un vómito de perro” y sus “uñas [son] negras hasta la raíz”; tienen “ojos pegados por las lagañas”, “los labios descascarados” y “baba negra en [la] lengua”. Son chiquillos que no tienen “más alimento quel alcohol madre marihuana / madre / Thinner madre resistol madre cemento madre cocaína / madre / Gasolina madre” (Coro de las madrecitas callejeras). La repetición de “madre” choca y hiere; estos chicos claman sin que a la madre —¿y por qué no, la sociedad entera?— parezca importarle. En éste como en otros coros, Fuentes les otorga el privilegio de la voz a los silenciados de México que no son diferentes a los del resto del planeta; si no fuera por él, estos pobres no hablarían ni nadie los escucharía. No es posible leer esta novela sin detenerse a pensar y recapacitar en las injusticias que en muchas ocasiones, y hasta sin percatarnos de ello, reciben nuestro apoyo. Las voces narrativas de cada cuento y coro relatan las pasiones, frustraciones, contradicciones, inseguridades, envidias, malentendidos, infidelidades y demás, hasta los recovecos más profundos de la vileza humana, que son parte del diario vivir de los personajes que, salvo algunos, llevan nombre y apellido. Por ejemplo: José Nicasio —el asesino de Alessandra Ferrer— y la señora Vanina —la madre enlutada— que intercambian cartas en las que tratan de explicar y entender las razones del asesinato (“Madre dolorosa”); la bella Mayalde se desquita de los abusos del cura Benito Mazón empujándolo por el mismo precipicio por el que éste había empujado a Félix Camberos cuando se dio cuenta de que los jóvenes llevaban amoríos (“La sierva del padre”).

De otro lado, tanto en cuentos como en coros salen a relucir las relaciones conyugales y filiales desviadas, enfermas y truncas, tema presente también en Instinto de Inez, donde hay una compleja, extraña e incierta relación fraternal entre el director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara y el supuesto hermano que, en una foto, aparece y desaparece inexplicablemente del lado del famoso músico. Ese misterioso hombre es el que tanto le atrae a Inés/Inez aunque lo ve sólo metido y atrapado en un marco. La situación de los hermanos Reyes y Luis Albarrán de Todas las familias felices es diferente. Se reúnen después de muchos años y el que a primera vista tiene aire de loco e irresponsable termina siendo el cuerdo y honesto de los dos. Entre ellos los lazos rotos no se arreglan; imperan el odio y la incomprensión. El menor y próspero don Luis ha llegado a la cima a costa de ser “lambiscón” y por deshacerse de las personas como si fueran basura. La discordia entre ambos hermanos es irreconciliable; queda el rico en su riqueza y el pobre vuelve a su pobreza. Al fin y a la postre, para los que tienen dinero, “todo en ese reino es posible. Todo lo que deseamos está al alcance de la mano. El sexo. El dinero. El poder. La mesa y el vino” (“El hermano incómodo”, 340).

Es cierto que la literatura no puede tomar el lugar de la historia, pero tampoco cabe duda de que la creatividad literaria esclarece y hace pasable la verdad de las cosas que de otra manera podría resultar demasiado fuerte. Se sabe que a Fuentes le obsesiona la historia aunque no por eso se le pueda tildar de historiador, algo que él mismo se ha visto obligado a aclarar. De hecho, el año pasado, en un encuentro literario en la Brown University (Providence, Rhode Island, EEUU), Agustín Prado y Alonso Rabí do Carmo le preguntaron sobre el papel de la novela histórica; la respuesta que dio sirve para ilustrar su propio compromiso con estas dos facetas del arte de escribir: lo real y lo ficticio. Por sí sola, asegura el octogenario, la novela histórica se queda vacía. Ésta, dice, ha de “ser una obra basada en la historia pero capaz de trascenderla” (El Comercio de Perú, Número Especial Homenaje a Carlos Fuentes, 16 de junio de 2008). Y eso es precisamente lo que ofrece Carlos Fuentes en Todas las familias felices: la posibilidad de crear conciencia ante las crueldades de la realidad cotidiana que trascienden lo temporal y lo espacial.