Letras
Shao

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Shao desde hace miles de años es la miel. La conocí en La Avenida, pero no viene al caso. Lo que verdaderamente importa es la certidumbre de gargantas cuando ella aparece.

—¿Dónde vamos? —le suplico.

—No lo sé.

Yo creo que cuando inspira toma aire, y cuando expira, llegan limones al mundo extraño que somos ella y yo. Trece limones por minuto, trece veces una pequeña primavera, una tras otra. Además, intuyo que así será siempre. Ya no he vuelto a verla, pero si ella volviera, otra vez las abejas, otra vez el ruido de las piedras pequeñas en un río.

—Vamos al coche —le sugiero.

—Apárcalo en un lugar oscuro. No es necesario vernos. Lámeme, tócame, huéleme.

Yo imagino cosas, Shao. En mi cabeza se agolpan ranas con barro en sus ojos, barbas mojadas en té, libros que expulsan las chimeneas, una orquesta de cadáveres, títeres, flautas, molinos (molineras sin bragas, escaleras). Pero no alcanzo a encontrar las palabras que den fe de tus caderas en mis muslos, de tu perfil brotando de mi pecho, de tu cabello que cae sobre mi cara como si sólo fuera agua, nada más que agua que mancha mi cara, agua con el olor remoto de tu tierra, agua que a veces me das por tu boca, pero que siempre deseo que me inunde desde tus cabellos.

—Te oleré, sobre todo —le prevengo.

—Cuando me hueles la piel me arde.

Intuyes mi intención de encender la radio, pero eres más atenta que yo en casi todo, y por eso detienes mi mano, para impedir el sacrilegio hiriente de otras músicas. Esa es tu manera de enseñarme a guardar las fronteras. Una labor que siempre acaba con un pequeño baile de tus brazos extendidos. Igual que cuando te acercas y quedas quieta, y me alumbras con el silencio de tus ojos de luna. Esos estrépitos de calderos antiguos, Shao, tu sombra que también está hecha de sangre.

—Levántame la falda.

—Mójame, mátame.

(Molineras sin bragas, escaleras, los dioses del falo, la rueca de los cuentos, los patios lluviosos, los ahorcados). Lejos, el agua se riza en valles inesperados. Es turbia, naufragan los rayos.

—No dejes de moverte —me dice, y me saliva.

—Yo destrozo las puertas, como un río roto.

En inciertas regiones los orfebres enlazan la niebla. Lo sé por ti, en la mirada que llevas como un sol triste. Shao, la miel, el cáliz, el veneno. Fuera de este encuentro nuestro, los demás se mueren.