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“Única mirando al mar”, de Fernando Contreras CastroVisión medioambiental, desde la perspectiva ecocrítica, de la novela Única mirando al mar, de Fernando Contreras Castro

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El presente trabajo consiste en examinar cómo se ha asumido la problemática medioambiental en el ámbito literario de Latinoamérica, mediante el análisis de la novela Única mirando al mar, del escritor costarricense Fernando Contreras Castro. Dicha obra, concebida por su autor en 1994, presenta un asunto que da lugar al surgimiento de varios temas tales como la ecología, la contaminación del ambiente, la marginalidad de un grupo de costarricenses, la tercera edad, la carencia de voluntad política para resolver problemas de diversa índole. Surge, además, el tema de la idiosincrasia del costarricense y cierta violencia latente que estalla en su oportunidad.

La novela de Fernando Contreras describe las relaciones humanas experimentadas por personas que han sido excluidas del modelo de vida impulsado por la dinámica de mercado. Todos los protagonistas son individuos que por una u otra razón han dejado de ser funcionales, competitivos o productivos de acuerdo con las exigencias del ordenamiento social vigente. Encontramos, por ejemplo, una maestra pensionada, que debido a una mísera retribución termina exiliada en el basurero buscando qué comer. Un bebé abandonado que un día cualquiera aparece en medio del basurero y es adoptado por la maestra. Un ex celador de una biblioteca pública de sesenta y seis años, quien fue despedido y que, al fracasar en todos sus intentos de encontrar trabajo, decide suicidarse de una manera muy especial: lanzándose a un camión de basura. Y por último, un biorreciclador que un día cualquiera encuentra en medio del “mar muerto” una sotana y una Biblia, e interpreta eso como señal de misión, ejerciendo desde entonces el acompañamiento espiritual a la comunidad de buzos.

El basurero es para ellos su medio ambiente, en éste se desarrolla su cotidianidad y, en consecuencia, la reproducción de su vida. En tanto basura que convive entre la basura, los personajes hacen su vida llevadera e incluso a veces satisfactoria. Pero no está exenta de sufrimiento: la etiqueta de la exclusión desborda sus subjetividades, mientras miran al mundo del mercado como un anhelo frustrado.

Para los buzos no hay otra forma de subsistir si no es a través de la ruptura con el mundo convencional, el cual es percibido ajeno e inexpugnable para los habitantes del basurero. Esta escisión total con el “mundo normal” hace exclamar a Momboñombo: “—¡Volver!... ¿y para qué diablos voy yo a volver?, como si necesitara algo de allá” (Contreras, 1994: 89). Los inquilinos del botadero han llevado a cabo una renuncia contundente a la satisfacción de las necesidades básicas, arrastrando consigo la pérdida correspondiente de la dignidad humana, pero también se han visto forzados a renunciar, simultáneamente, a la satisfacción de las necesidades creadas por la lógica de consumo.

En el “país de los buzos” —que se refiere al basurero de Río Azul— surge un espacio donde el autor nos recrea un clima intolerable a través de las descripciones que nos ofrece:

La escuela del pueblo colindaba también con la malla, que no la protegía del hedor fétido del botadero, el cual era la atmósfera pegajosa que respiraba el pueblo entero y que respiraría para siempre aun después de clausurado el basurero, porque la sopa de los caldos añejos de toneladas de basura venía derramándose por el subsuelo desde el día de su inauguración, igual que una marea negra desbordada entre las grietas del cuerpo ulcerado de la tierra (Contreras, 1994: 20).

En la representación que nos crea Fernando Contreras del basurero es notable la fauna que incluye en su registro: son las larvas, los zopilotes, las cucarachas, las moscas, los lepidópteros; en su totalidad insectos que coexisten en la podredumbre y la descomposición de las materias. En este contexto los elementos del medio ambiente que aún no han sido contaminados se manifiestan renuentes a sucumbir: “Lo verde se alejaba cada día, como el bosque que camina, como si hasta los árboles se estuvieran yendo por sus propios pies de aquel osario de los derechos humanos” (Contreras, 1994: 48). Es como si la naturaleza adivinara los riesgos mortales que corría de permanecer en las precarias condiciones de aquel sitio.

Contrario al bello panorama que resulta la historia del idilio entre Única y Momboñombo, surge ante nosotros un paisaje totalmente degradado por la acción indiscriminada e inconsciente del hombre. La temática ecológica, entonces, cobra colosal fuerza ante la actitud —para nada pasiva— del creador de esta novela. Nos encontramos en un sitio donde la atmósfera se torna irrespirable debido a la podredumbre y la fetidez que despedía la indigestión eterna de la tierra atragantada de basura (Contreras, 1994: 23). Basura que, podría atreverme a decir, ocupa un lugar protagónico en la diégesis en cuanto es principio de toda contaminación. Desde que la Revolución Industrial abrió nuevos horizontes para el progreso y el capitalismo moderno, trajo consigo la simiente de la cizaña de la basura. Sobre esto es muy clara la sentencia de Momboñombo: “Siempre ha habido basura, la basura nace con el hombre...” (Contreras, 1994: 42). Y es que la materia inorgánica existe desde el mismo surgimiento de la raza humana. Su presencia denota una interferencia en el canal de comunicación entre hombre y medio ambiente.

En ocasiones, el proceso económico y el avance tecnológico en la industria acarrean serias transformaciones en nuestro entorno. A este cambio negativo a que es sometida la naturaleza se refiere el escritor cuando pone en boca de uno de sus personajes semejante denuncia: “...teníamos como más espacio y más aire puro. En las mañanas se podía levantar uno y respirar hasta reventarse [...]. Pero como te digo, la tierra se fue poniendo como arcillosa; esta tierra no era así...” (Contreras 1994: 59).A este tipo de alteración climática se expone el hombre cuando no toma en cuenta las medidas pertinentes en aras de mitigar el deterioro ambiental.

En el basurero, sus habitantes presentan algunos padecimientos debido a las condiciones insanas que allí hay. Por ejemplo, El Bacán tiene constantemente una tos fuerte, debido al debilitamiento de sus pulmones; mientras que Momboñombo, desde que se mudó para el botadero, padece de los bronquios y le salen salpullidos por todas partes. Eso se debe al aire contaminado y malsano que se inhala en aquel lugar. Por otra parte, “los vecinos ya no pueden aguantar más, se les enferman los chiquitos, todo se les ensucia y se les contamina, y eso que ellos no viven aquí directamente, ahora imagínate cómo debemos andar nosotros por dentro... ¡te imaginás si nos sacaran una radiografía..!, seguro saldrían puros zopilotes todos encandilados con los rayos x” (Contreras, 1994: 129-130).

Y si a todo esto le sumamos la irresponsabilidad de las acciones humanas, no habrá cómo detener una futura catástrofe. “Lo que pasa es que ahora a la gente le ha crecido la capacidad de producir desperdicios [...] no es posible que se boten las cantidades de basura que bota este país tan pobre [...] ¡ochocientas toneladas diarias!” (Contreras 1994: 42). Esta escandalosa cifra es motivo de asombro, tal como lo plantea uno de los personajes. No podemos culpar solamente a la nueva era tecnológica con sus grandes adelantos, el hombre con su actuar desmedido e inconsciente también tiene su cuota de culpabilidad. A estos hábitos negativos hace alusión en su obra Contreras Castro, donde se nos narra detalladamente el estado deplorable de sus principales redes hidrográficas, ríos y quebradas, pues “todo tipo de desechos iban a parar a ellos sin reparo alguno: llantas de autos, la mierda de todos, las mieles del café de las industrias cafetaleras que significan el sesenta por ciento de la contaminación fluvial, los desechos químicos...” (Contreras, 1994: 115).

Uno de los personajes principales de la diégesis se queda asombrado de la cantidad de basura que llega diariamente al botadero y del contenido de la misma: “Yo me pongo a ver qué es lo que bota la gente. [...], todo eso que brilla como limadura de sol [...], todo eso es puro aluminio, el de las latas de cervezas nacionales y extranjeras, los paquetes de sopa, los paquetes de cigarro, todo viene en aluminio ahora, y en paquetes en inglés, y todo se bota en bolsas plásticas que no se pueden deshacer...” (Contreras, 1994: 43). Todos estos residuos son los que componen la atmósfera fétida y degradante del botadero. De ahí que ante un posible cambio de ciudad, las futuras candidatas rechacen firmemente tal proposición. Nadie quiere tener en sus periferias un espacio para la contaminación que atente contra la calidad de vida de sus ciudadanos, es por ello que muchos opinan de esta forma: “...¿A cuenta de qué tenemos los esparzanos que tragarnos la basura de San José y Cartago?, si ya tenemos suficiente con el mar, que lo tienen hecho un basurero al pobre...” (Contreras 1994: 110).

El desarrollo industrial es algo inherente a la evolución humana y múltiples son las ganancias que nos ha legado este proceso. Pero al mismo tiempo se nos muestra su cara negativa. Simplemente observando en nuestro entorno podemos detectar cambios profundos en el medio que nos rodea. De igual forma acontece en la novela, debido a la actitud inconsecuente de aquellos que tenían la responsabilidad de elegir el terreno que se convertiría en el nuevo botadero. Ignoraron una serie de factores de orden ambiental y su selección fue sellada fríamente con la redacción de un informe. Cuyo informe nada decía sobre los futuros agravamientos que traería como consecuencia la negligencia de algunos: “Así como tampoco decía nada de la virtual contaminación del estero Mero y la consecuente pérdida de UN MILLÓN DE METROS CUADRADOS DE BOSQUE DE MANGLAR [...]. Ni mencionaba tampoco nada de la naturaleza permeable del suelo, ni del pequeño detalle de que cavando un metro, comenzara ya a sentirse la presencia de las aguas subterráneas, ni que el suelo mismo era agrietado, como preludiando ya la úlcera que significaría un relleno en él” (Contreras 1994: 147).

Es por ello que se torna imprescindible el surgimiento de una nueva conciencia, de tipo ambiental, donde el hombre sea capaz de reconocer las nefastas consecuencias de su proceder y dirija sus acciones a fomentar el cuidado y la preservación de los elementos naturales. Ello implica conciencia, sensibilidad, responsabilidad, cambios de actitudes y políticas ciudadanas, aspectos éticos, culturales y religiosos, así como patrones de consumo y estilos de vida diferentes. Requiere, además, darle una concepción diferente al medio ambiente. Ya no se trata de una naturaleza estática, sino del entorno del hombre, donde la sociedad tiene el papel fundamental, porque el individuo debe potenciar la explotación de los recursos de manera racional, por el propio bien de la existencia humana. Este es el mensaje que nos quiere trasmitir Fernando Contreras con su obra que no es más que un llamado a la reflexión en pos de atenuar el impacto negativo sobre el medio de algunas actividades humanas.

El ambiente reflejado en Única mirando al mar, del escritor costarricense Fernando Contreras Castro, responde a una realidad donde la existencia del individuo se ve amenazada por la contaminación latente en el medio en que convive. No se trata de un paisaje extraído de la imaginación de un escritor, sino de un entorno degradado por la acción desmedida del hombre; el cual, influenciado por las relaciones de producción establecidas y las condiciones infrahumanas de su hábitat, propician la marginación de un sector de la sociedad. Las características degradantes del entorno son empleadas por el autor para criticar la actuación irreflexiva del hombre para con la naturaleza, que pone en peligro su propia existencia. Tengamos siempre presente que la preservación del entorno depende de nuestras acciones colectivas y el medio ambiente de mañana de nuestras acciones de hoy.

 

Citas bibliográficas

  • Baquero, Mariano (1963). Proceso de la novela actual. Ediciones Rialp, S.A., Madrid.
  • Contreras Castro, Fernando (1994). Única mirando al mar. Ediciones Farben, San José.