Letras
Poemas

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Historia

Un trino, eso me queda, la fragancia
de un vuelo seminal sobre mis huesos,
un túmulo de sangre, algunos besos
desde el hangar sinuoso de la infancia.

La migración del goce en esa instancia
puntual de la verdad, cuando confesos
de amor nos suspendíamos en esos
cadáveres de luz y exuberancia.

Eso me queda, es poco y demasiado
de ti, censor del íntimo alarido
perdido en los caireles del pasado.

En las pestañas llevo tu memoria
y sé que en tu curriculum vestido
de vanidad mi nombre te da gloria.

Ya fue. Todo pasó. Todo es historia.

 

Diluvio

El atlas de la furia lleva dagas
que marcan tus islotes, las corrientes
que alivian el rencor, omnipresentes
en el predio quemante de mis llagas.

¿Con qué frutos de acero te empalagas
doblado en tu egoísmo, qué afluentes
clausuras porque sequen las vertientes
que riegan el instinto? ¿Cómo enjuagas

la escoria de tus tantas soledades,
si cada noche cierras a la lluvia
las puertas de tu pecho? En dos mitades

se ha dividido el todo que fue nuestro.
Yo tengo el atlas, tú tienes el estro
que asume sequedad. En mí diluvia.

 

Intangible

Te atrapa lo intangible y en lo intangible trazas
las formas del deseo, rapsoda estrafalario
pariendo tu erotismo con un vocabulario
de curvas nocturnales. Le quitas las mordazas

al replegado instinto, que como un monje ciego
ha dormitado al fondo de tus indecisiones
y grita ahora —ronco y oscuro— sus pregones
de versos saturnales. En lo intangible fuego.

Giras sobre ti mismo, te sientes liberado
pero no libre, preso de untuosas fantasías
en que desatas todo aquello que has atado.

Tus letras —claraboyas del yo— le dan respiro
al otro, al navegante de tu galimatías.
Tú atracas en la rada de un pálido suspiro.

 

Noche

Noche de ánimas, tan fiera
que hasta la muerte no quiere
salir de su madriguera.

Cómo morir de pie y en esta noche
de algodonosas brasas, si no hay sepultureros
que caven en el mar ni juegan a los dados
con tus dientes de rosas, las palabras.

Cómo morir en paz si en pie de guerra
están todas las voces que corren por las calles
secretas de tu vientre, si medran los relámpagos
que en tus papeles quiebran agonías.

Llevas la vida atada a tus corceles,
deshecha por los versos que pares, oloroso
de oscuras inflexiones mordidas por la muerte
que te persigue pero no te alcanza.

Te vas muriendo sin morir y vives
prendido de un poema alucinado.

 

Plomo para el plomo

Lleva tu boca un río de silencios
en esta hora helada, un intervalo
para el rearme fiero de tus voces
que han de escandir los ayes de la infamia.

Cargan tus venas todas las miserias
por las que purgas vida y agonía
y hasta la muerte ruda ensancha al viento
para escapar después de tus umbrales.

Nada traspasa el cuero de las furias
con que te vistes. Plomo para el plomo,
eres escudo y bala, arena y fuego,
juez de tu inmensidad, preso infinito.

¿Quién segará los brazos del tribuno
que ha sostenido el sol con su cabeza?