Mujer de todos los días
No, tú no eres un ángel, y qué bueno.
Me estorbarían tus alas para volar por tu cama
persiguiendo tu aliento.
Es estrecho mi armario para guardar
una aureola.
Te prefiero mujer,
con senos, con sexo, gemidos y caricias;
mujer
de carne estremecida hasta mis huesos,
de huesos flotando por mi piel
con su deseo
sin ropa de rubores,
sin nubes de por medio,
Te quiero sudando mis sentidos
sobre el alero de tus párpados;
sorbiéndonos las ganas hasta el tuétano,
temblando en tus adentros
sobre el arco triunfante de tu espalda
de excursión por el cielo;
trotando tú, concretamente asible,
mientras te toco y veo.
Te quiero así, terrestre, terrenal,
celeste fruto de la tierra,
eternamente temporal,
mujer terrena
de polvo y de jaquecas.
...
Mujer de todos los días,
mujer de uno solo:
en tus alas carnales,
elévame;
en la diadema de tu pelo,
enrédame;
en la transparencia de tu vientre,
revíveme;
con el lenguaje de tu pubis,
enciéndeme;
con las aureolas de tu pecho,
coróname;
en el paraíso de tus muslos,
sálvame
de mí.
A tu lado
A tu lado me tiendo
como una sorda nota en busca del sonido;
tu pentagrama azul es el milagro
cuando el silencio amaga
con su estruendo nocturno.
A tu lado me extiendo
y soy la hiedra amante y victoriosa,
una dispersa nube que se va compactando
para vaciar su sed
en tus estrechos lagos.
A tu lado me atiendo
como en feudales campos,
y tomo de los frutos vibrantes de tu pecho,
del vino de tu boca,
del cereal de tu cuerpo,
de la leche que mana de tus cantos;
y me unto en tus manos,
y me grito tu nombre con los labios cerrados,
y te doy mi semilla
como mínimo pago.
A tu lado me entiendo...
No sé si queda claro.
Súplica
Apiádate de mí
como si fuese un verso roto
cojeando por el aire;
un libro enmohecido,
medio litro de sol perdido en el desastre,
un árbol desahuciado, una caricia
interrumpida
por la furia de la tarde.
Como si fuese un viejo parque abandonado
por las aves
y los niños,
una alma atropellada a media calle
aullando para todos y por nadie...
Apiádate de mí
como una esposa sorprendida por su amante
en el engaño
inevitable.
Mira mi corazón, mira la tarde en que se hunde
y que renace
sólo para decir:
Apiádate;
apiádate
de mí como mis manos
solitarias
que van tocando puertas sin estreno,
buscando tactos nuevos
que su dolor acalle.
Como nunca lo hiciste
cuando te suplicaba una caricia,
entre mis miedos nocturnales,
apiádate de mí:
no vuelvas a buscarme.
Y sin embargo, te espero
cuando la eternidad termine
respondiste segura
y te alejaste
de prisa
no me diste tiempo
de preguntar si tu regreso será
por la mañana
o por la tarde
de cualquier forma
te aguardaré con rosas en la puerta
y la alcoba conservará tu fragancia
amanecerá otra vez
Impaciencia
(Ésta es la última vez que yo te quiero.
En serio te lo digo).
Jaime Sabines
ya me cansé
de creer en ti
y en la reencarnación
que me amarías
dijiste
en la otra vida
lo mismo fue
la primera
se acabó mi paciencia
por sexta vida te digo
es la última vida
que te doy
Cuando el amor se canse de nosotros
A veces,
frente a la tarde,
me gusta imaginar
que somos como el agua
circular
reciclable
en las entrañas de la fuente
abrazándose siempre.
Y pienso
que somos piedra y agua
encontrándonos los labios
encima de montañas,
o quizá bajo el puente.
Y me gusta creer
que cuando el amor se canse de nosotros
no estaremos tú y yo
para saberlo.