Letras
Nocturne in E Flat major, Opus 9 Nº 2

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Presencia

Cuando pasó no lo creí, pero fue así y por eso lo maté. La mujer lucía una sotana de seda blanca que arropaba su figura y con sus manos pulcras tanteaba las zonas delgadas del niño que yacía tendido sobre la cama. Era como si la madre implorase que ningún aliento se marchara de aquél deslucido cuerpecito y que ahora la observaba con ojos redondos, brillantes, despidiendo con mirada de mamita no me abandones, mamita. Por ello cuando pasó, no lo creí, pero fue así. El ángel que esperaba en el marco de la puerta con brazos cruzados, un albor brillante que escapaba de las alas como si fuera un manto de luz divina, se limitaba a esperar. Yo vi el ángel. Vi la muerte también del otro lado como un perro nauseabundo de colmillos afilados que de vez en cuando se acercaba a la madre y al hijo y moqueaba del hocico un poco de baba. La muerte y el ángel estaban allí esperando el cuándo dentro del dónde. Cuando pasó no lo creí, y de pronto la madre dijo, No, y abrazó a su muchacho destripando el sentimiento, luego sentenció, jamás te abandonaré mi Jeremías, y con las manos mojadas lo acarició besando hasta las esquinas más remotas de aquel ser de carne y hueso, pero era tarde, la muerte y el cielo esperaban y fue en ese preciso instante cuando vi salir una luz potente del cuerpo de ella filtrándose dentro de los orificios del tendido que cayó desplomada sobre el suelo como roca desfallecida. Aquella noche triste de lluvia y llanto el niño abrió los ojos monumentales lleno de vida como descubriendo todo por primera vez y con el índice insignificante señalaba a la mujer blanca dormida sobre el suelo y agachando el cuerpo de infante, justo de rodillas murmuró casi en secreto su mamita tengo hambre, pero ella no respondió. Y pasó, y no supe qué hacer. El corazón se me partió y repitiendo las profundas y misericordiosas palabras de su madre abracé su cuellito con estas manos y apretando fuerte presencié cómo sus ojos, al respiro, se iban lentamente cerrando, y cerrando.