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De madrugada

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Era la hora negra de la madrugada, borrachos, peleas, autos estrellados, la muerte lenta de la noche. Parejas besándose en las esquinas, despidiéndose en la puerta o simulando despedirse o simulando discutir esperando una invitación, un gesto, que les permita pasar juntos el resto de la noche.

Natalia Hetfield.

a Yudy, al dr. E.

No hay tal despreocupación por la forma pues la escena es bastante cinematográfica. Un hombre y una mujer están parados en el andén. Ella estira el brazo. Un taxi se detiene.

“¿Me lleva por cinco mil hasta Floridablanca?”, dijo. Mejor dicho me dijo. Estaba vestida con una falda escocesa, botas y un saco de lana, tal vez prestado porque no hacía juego. Había llovido casi toda la noche y tenía el cabello mojado. La carrera hasta Floridablanca costaba diez mil por lo menos. El tipo que la acompañaba no se acercó hasta el carro ni se despidió de ella. Seguimos por la Carrera 33 hacia el sur. En el primer semáforo en rojo miré el reloj en el tablero. Cuatro de la mañana. Hace tiempo leí en un mal libro (uno de los que hacen daño) algo sobre las cuatro de la mañana. La miré por el retrovisor, ella se limpiaba los ojos y la nariz con la manga del saco.

“¿Está llorando?”, pregunté.

“No, estoy con gripa”.

Que gripa, ni que nada. Obviamente yo estaba llorando. Yo no lloro casi nunca. Es más, creo que no había llorado por nadie antes y eso me molestaba más. Sebitas y yo nunca habíamos discutido de esa manera. Es más, no habíamos discutido casi nunca hasta que hace unos días empezó a aparecer ese nombre recurrente “Natalia, Natalia”. Luego supe que la había conocido en la fiesta del 25 de diciembre, a la que no fui porque a las 12 ya estaba borracha con mis primos.

 

3:55 A.M.

“¿Quién es Natalia?”.

“Una amiga que conocí”.

“Pero debe ser buena amiga porque la nombras cada rato”.

“Una amiga como todas. Como Manuela o como Mary”.

“¿Cómo H., o como el tal Rodríguez?”.

“Sí, como H., o como Rodríguez antes de que se volviera cristiano. Pero tú nunca conociste a Rodríguez”.

 

6:17 A.M.

Sebastián y H. ya han terminado su caldo. H. pide la cuenta. Mientras la traen retoman la conversación. Sebastián acaba de decir que está aburrido, que quiere que pase algo así sea algo malo.

“Lo que pasa es que usted está viejo. Ya se cansó”.

“No, H., necesito es un cambio”.

“Ya está como Rodríguez”.

“Qué va, tampoco me voy a volver cristiano”.

“Mire, ¿sabe que eso es lo que me da miedo?, que él días antes de la crisis estaba diciendo lo mismo. Que estaba cansado, que siempre lo mismo”.

“Me lo encontré qué días. Ahora canta rap cristiano”.

“Pobre man”.

“Pero se ve feliz”.

“No, pobrecito, quién sabe cuál fue el video. El tipo estuvo en el siquiátrico San Camilo y de ahí salió derechito con los cristianos”.

“Era preferible eso”.

“No, no era preferible. Quién sabe qué le pasaba por la cabeza cuando los cristianos lo convencieron”.

 

Rodríguez:

No se puede decir qué es lo que le pasa por la cabeza a uno en un momento de esos, porque uno sabe o más o menos sabe qué fue lo que le pasó pero ya explicarlo es otra cosa. De esos días tengo lagunas. Lagunas grandísimas. Mares de lagunas. Sé que tenía en mis manos una hierbita que me la habían dado diciendo que era de la tulueña recargada, una vaina de la que yo sólo había escuchado decir que era hierba de Corinto untada con el jugo de una mata que comen los indios. El porro lo armé normal y lo prendí solo en Las Palmas y sé que ahí la pasé bien, muy bien pero no podría decir cómo porque sólo me acuerdo de eso sin ningún detalle. Como si un día uno se levantara rojo como un camarón y con la postal de una ciudad costera y uno supiera que estuvo en la playa pero no pudiera acordarse de nada. Pero luego estuve mal muy mal y sé que duré como dos días de caminado todo ido por las calles y que no podía pasar la carrera 27 porque eran de esos días en que no dejaban de pasar buses de todos los colores. Fue en la tarde del tercer o cuarto día cuando me di cuenta de que todavía tenía unas monedas en los bolsillos y llamé a mi casa. Hasta que mi mamá llegó veía todo verde. Morirse es como estar en un desierto, en El desierto, y estar loco es como ver todo verde. Ya lo otro que recuerdo es despertarme en San Camilo y escuchar los gritos de los locos y escuchar a un tipo con un trapo rojo amarrado al cuello hablando y al loquito Ramón el de las rastas y a una niña muy linda diciendo que había visto luces en el cielo. Eso es lo peor escuchar tanta gente hablando de cosas diferentes. Eso es lo más horrible de San Camilo.

 

“Mucho hijo de puta el que lo dejó solo”.

“¿A quién”.

“A Rodríguez, Sebas, estábamos hablando de Rodríguez, Alguien me dijo que le había dado una hierba mezclada con no sé qué y lo había dejado solo y esa fue la noche que le dio la crisis”.

“No creo”.

“Eso me dijeron”.

“Marica, no crea todo lo que le dicen. Por los putos chismes fue el problema con Mile. Si no fuera por los chismes, de dónde Mile iba a empezar a preguntarme por Natalia y a decir que la nombraba demasiado”.

 

3:57 A.M.

“No creo que como Rodríguez. No creo que con Natalia hagas las mismas cosas que con H. o con Rodríguez”.

“Ni siquiera las mismas. Con H. me la paso más. Con Natalia casi no hablamos”.

“¿No se llaman?”.

“Casi nunca. Me hablo más con H.”.

“¿Y nunca salen por ahí?”.

“Una vez nos tomamos par de tintos en Cuarta Etapa. Estaba triste, me habló de un novio de ella que se había muerto”.

“Tan lindo el consejero sentimental”.

“No te pongas así. Natalia apenas medio ha pasado por mi casa”.

 

Pura mierda, ya sabía que se había quedado con él. Camilo me había contado un día en el messenger.

 

TomWaits dice: Y ya se arreglaron con R?

WildStrawberry dice: ?

TomWaits dice: no estaban peleados?

WildStrawberry dice: No.

TomWaits dice: A, pensé porque como que días Natalia se quedó en la casa de él.

WildStrawberry dice: ¿quién es Natalia?

TomWaits dice: ups, ¿la embarré?

WildStrawberry dice: marica, dime quién es?

 

Además estaban los papelitos, los maricas papelitos. No decían nada, es cierto, pero tampoco había papelitos de nadie más. “Papelitos nada más” había dicho y yo le había dicho “¿Y entonces por qué los guardas?”. Eso un par de horas atrás, luego salimos y nos tomamos un martini en Barricada. “Aquí preparan un buen martini” dijo. A la salida del bar yo estaba tranquila, la madre que yo estaba tranquila, que ya me había olvidado de todo y entonces, mientras estábamos parados en la esquina, volvió a nombrarla. El hijueputa volvió a nombrarla y me desbaraté de una. Me dijo que no fuera absurda y, por primera vez en la vida, le di una cachetada.

 

No dijo nada. Yo hubiera querido tumbarlo al piso. Pero no dijo nada.

 

No, no dije nada, escuché un pitico, un silbido como de misil y nada más.

 

Y estiré la mano al primer taxi que pasaba.

 

“¿Me lleva por cinco mil hasta Floridablanca?”, le dije al taxista y Sebitas se quedó en la calle. Luego sabré que esa noche Sebas se encontró con H., un amigo, se puso a tomar y en un tropel de bar le reventaron una ceja. Bien hecho, por marica. Por ahora voy en el taxi. El taxista va despacio y me mira por el retrovisor.

 

“Señor, ¿no puede ir más rápido?”.

“Ese tipo no la quiere. Si yo estuviera saliendo con una niña como usted no lo hubiera dejado irse sola”.

 

Y el taxi avanza despacio y despacio toma el puente de La Flora.

 

6:14 A.M.

“¿Todavía le duele?”.

“Qué va, no fue tanto. Me duele más la cachetada de Mile”.

“Pero le reventaron la ceja”.

“Qué va, marica, lo que me emputa es que yo podría estar amaneciendo con Mile y estoy aquí desayunando con usted y con una ceja toteada”.

“¿Y por qué se pelearon?”.

“Por Natalia Hetfield, marica, puede creer?”.

“Claro”.

“¿Claro qué?”.

“Usted sale con ella ¿no?”.

“¡No!”.

“¿No?”.

“Qué va. La nena aguanta, pero no”.

“Ay, marica, diga la verdad”.

“No, yo no salgo con la Hetfield. Y fue que alguien (para mis adentros: fue Camilo, la madre que fue Camilo) le dijo algo porqué ella de dónde iba a sacar”.

“Usted con lo disimulado”.

“Le juro que nada, si cuando estábamos discutiendo allá en la esquina de la 33 yo lo que pensaba era ‘esto es una locura, esto es una locura’ y ya me iba a dar el ataque verde”.

“¿Cuál ataque?”.

“La locura, hay gente que dice que cuando a uno le da un ataque de locura ve todo verde”.

“Qué va”.

 

Los dos se quedaron callados. Sebastián comía caldo de costilla, H. caldo con huevo. El único sitio abierto era el Tony, frente a la Plaza Guarín. Después de un par de cucharadas, Sebastián volvió a hablar.

 

“Marica, me duele la ceja, ¿qué hora es?”.

“Las 6 y 15”.

“Un minuto hace que empezamos a hablar”.

“No, más de un minuto”.

“No, el letrerito decía 6:14 A.M. Ella estará ahora durmiendo. Toda vuelta mierda”.

“Yo no vi el letrerito”.

“A veces pasan unos letreritos que dicen la hora”.

“Marica, se le va a correr la teja como a Rodríguez y luego cualquier güevón lo coge de cristiano”.

“No joda con eso”.

“Pero usted parece que estuviera feliz con Rodríguez yendo a la iglesia, para mí es como si estuviera muerto. “Sí, Sebas, ya el Rodríguez que conocimos murió. El man que le dio la hierba lo medio mató, y los cristianos acabaron lo que quedaba”.

“Que mierda, H., qué mierda la trasnochadera, qué mierda la fiesta. Esas cosas pasan por tanto darle al cuero”.

“¿Qué cosas?”.

 

4:08 A.M.

Era linda, de verdad que era linda y el tipo la había mandado sola y llorando para la casa. Haberle visto la cara para después sacarle la madre. Pero, no, no lo vi. No alcanzaba a verlo.

“¿Cómo se llama?”.

“¿Quién?”.

“Usted”.

“Indira (no le iba a decir ‘Me llamo Milena ¿y tú cómo te llamas?’. No me gustaba que no dejara de mirarme y que manejara despacio. Siendo las 4 de la mañana podía ir a doscientos por la autopista y ya me habría dejado en Floridablanca)”.

“Ah, bonito nombre ¿no?”.

Milena no contestó, hizo una mueca de fastidio. Pretendía imponer distancia.

“Yo me llamo Hugo”.

“Ah, bacano”.

 

El tipo se volteó para largarme la mano, le dije que mirara para el frente, que si quería que nos estrelláramos o qué. Aunque a esa velocidad ni siquiera era posible estrellarnos.

“Pues, perdone”.

“No estoy de genio. Lléveme a mi casa y ya”.

Era bonita. La madre que sí. Aceleré a fondo hasta el puente de Provenza.

“Tampoco es para que nos matemos. Velocidad media si puede”.

 

Ninguno de los dos dijo nada, pero no dejaron de mirarse a través del espejo. Fue Hugo el que rompió el silencio llegando casi a Villa Firenze.

 

“En todo caso su novio no debió dejarla ir sola. ¿No le da miedo?”.

“Siempre me voy tarde y sola y no me pasa nada”.

“¿Siempre?”.

“Él vive en La Aurora, un taxi ida y vuelta hasta Floridablanca le sale costando un montón de plata”.

“¿Y usted siempre sale con esa ropa?”.

“¿Qué pasa con mi ropa?”.

“Usted se ve muy bonita. No debería andar sola…”.

(La madre, va a terminar con “hay mucha gente mala por ahí”).

“…no es que en Bucaramanga haya mucha gente mala…”.

(bueno, eso está mejor, ya no tengo que pensar cómo me boto de este carro).

“...pero sí, la hay, la hay. Mucha gente mala y mucho loco” dijo Hugo.

 

Rodríguez:

Uno estando en la calle no piensa que haya tanto loco en Bucaramanga y dicen que uno no se cura, que uno tiene buenos periodos pero recae. Que si a uno se le desconecta algo por ahí adentro ya no queda sirviendo bien del todo. Yo duré un mes. Un mes exacto antes de conocer al hermano Pedro. Vestía muy elegante y tenía un anillo muy grande que seguramente terminaría sacándole joroba. Lo acompañaban dos señoras.

“Buenas tardes, hermano, me llamo Pedro, ella son dos hermanas, Alcira y Fania”.

Alcira era una señora elegante, y me miraba como a un hijo. Fania era tal vez su empleada y miraba para todos lados.

“¿Cómo te llamas?’”.

Le dije cómo me llamaba, nombre y apellido, y que me decían Rodríguez. Él me preguntó qué me había pasado y le conté lo que me acordaba, la hierba tulueña potenciada y mi vagabundeo por las calles y los buses que pasaban interminablemente por la carrera 27. Me dijo que la persona que me había dado esa hierba y luego me había dejado solo no podía ser mi amigo, que los amigos no hacían eso y que Dios algún día equilibraría las cosas.

“¿Yo le voy a hacer daño a él?”, pregunté.

“No”, dijo el hermano Pedro. “Tú le vas a hacer un bien, lo vas a salvar a él o a alguien que quiera”.

 

No entendí del todo pero el hermano Pedro me cayó bien. El día que salí de San Camilo estaba esperándome en la puerta con mi mamá. El domingo siguiente me recibieron en la comunidad y fueron amables, más que mis supuestos “amigos”. Doña Alcira fue mi mentora. Ella me volvió a decir que un amigo lo quiere a uno y si lo quiere no lo deja en la calle cargado de hierba tulueña potenciada. Pero ya cero rencores, ojalá algún día Dios me permita devolverle a mi mal amigo bien por mal.

 

6:16 A.M.

“Todo. Todo es por la farreadera”.

“¿Todo qué?”.

“Todo, Rodríguez, la pelea con Mile, el golpe que me gané. Todo es por pasárnosla haciendo la fiesta”.

“Pero, marica, aprovechar ahora que estamos trabajando, ¿no?”.

“Sí, pero no, marica. Mire la fiesta del 25 fue un puto desorden, metí perico que yo nunca meto, me gasté medio sueldo en trago para todo el que llegaba y terminé con Natalia”.

“Ah, pero…”.

“Pero nada, nada, nos dormimos”.

“Claro, marica, usted tiene la nariz llena de coca y llega una niña divina y se queda con usted y usted se duerme”.

(La cosa es como sigue, si tú le cuentas a un amigo que estuviste con una mujer (y es cierto) él te va a decir “Qué va, ¿usted?, ¿Con esa nena? Qué va” pero si al mismo amigo le cuentas que no estuviste con ella (y es cierto) también te va a decir “Qué va, ¿usted?, ¿iba a dejar pasar esa oportunidad? Qué va”. De manera análoga, si tu novia te acusa de algo que no pasó y lo niegas NUNCA te lo va a creer. Si quieres ser honesto con ella y le cuentas algo que sí pasó, tampoco te va creer. Todo esto me llevó a que por muchos años yo creyera que la gente me odiaba porque sí, cuando en realidad la gente me odiaba por un problema de credibilidad. Así de sencillo y así de complicado. Así de traumático hasta que me di cuenta que a todo el mundo le pasa lo mismo. No soy celoso. Tal vez Mile me ha engañado pero nunca lo he sabido y prefiero no saberlo. La única vez que le hice un reclamo porque un tipo de Bogotá la llamaba todo el tiempo y ella se había quedado en su casa, resultó que el tipo era gay y en la casa también vivía una francesa que es amiga de Mile hace tiempo).

 

“Eso pasó exactamente”, dijo Sebas. “Yo ya estaba muy ido cuando Natalia llegó. Ya me había hasta quitado la camisa para irme a dormir”.

“…”.

“No me mire así, mire que me hice dar en la jeta por usted”.

 

4:00 A.M.

Sebas está parado mirando el taxi y todavía escucha el silbido (un chillido agudo, como el pito de una olla exprés) que le dejó la cachetada de Milena. Para ser honestos no sabe qué hacer y piensa en que, de todas maneras, debió haber anotado la placa del taxi. Por si acaso. Uno no sabe. Sólo que era tanta la rabia que pensó que no le importaría no volver a ver a Milena hasta que se la encontrara en un café dentro de 20 años.

 

“Hola”.

“Ha sido un tiempo largo, ¿no?”.

“Largo. Pensé que me ibas a volver a llamar”.

“No, después de ese golpe te volvía a llamar y me matabas”.

Los dos se ríen con toda honestidad. La cafetería, el café más bien, es idéntico al de estos tiempos. Parado en la esquina, Sebastián piensa que hay momentos en los que uno en un instante visualiza un futuro en el que nunca había pensado, en el que nunca habría pensado hasta dos segundos antes. Después del golpe, Sebastián se imaginó amante de Natalia Hetfield (era cruel, nada le dolería tanto a Milena) y se imaginó el reencuentro en la cafetería. Fue entonces cuando apareció H. Venía borracho. Sebastián estaba tomado pero no borracho. H. traía medio litro de Smirnoff en la mano. Le preguntó qué había pasado y Sebastián le contó lo de la discusión con Milena sin muchos detalles. A las 4:08 cada uno se tomó a fondo blanco un vaso de vodka. A las 4:10 aparecieron en la esquina.

 

“Mirá, Sebas, son los de la pelea”.

“¿Qué pelea?”.

“Por una pelada con la que salí. El ex novio me tiene la mala”.

“Obvio, no lo va a querer”.

“No, muy la mala, qué días nos empujamos y todo”.

“Pues, vamos a ver qué”.

“No, marica, para qué”.

“No, vamos a ver qué”.

 

Sebastián caminó hasta el trío que salía de la licorera. Les preguntó en tono de advertencia qué problemas tenían con H. Sebastián nunca había peleado en la vida y tampoco lo hizo esa noche porque llamar “pelea” a ese mínimo manoteo sería demasiado. Sebastián recibió un golpe en la ceja izquierda y un par de minutos después los dos estaban entrando al Tony para buscar algo de comer y ya Sebastián llevaba una bolsa de hielo en la cara.

 

“Ve, me hice cascar por usted”, dice luego de terminar de comer.

“Bueno, le creo, no pasó nada con la Hetfield”.

“Nada”.

“¿Ni con nadie?”.

“Nada grave”.

“¿Y entonces de qué se arrepiente?”.

“Es la idea, uno bebe, gasta y no pasa nada, ya no pasa nada. O pasa lo mismo de siempre”.

“¿Y qué quiere?”.

“Que pase algo así sea malo”.

 

El tipo disminuyó todavía más la velocidad, se orilló y detuvo el taxi. Aún estábamos cerca de la autopista pero si la gente puede ver cómo te acuchillan en una calle repleta y nadie va a hacer nada, menos alguien se va a detener para ver por qué un taxi está parado en la entrada a Floridablanca. “Si abro la puerta y corro...”, pensé, pero no estaba convencida. El conductor apagó el motor y las luces y se volteó.

 

“¿Usted cómo se llama?”.

“Indira, ya le dije”.

Yo sabía que ese no era su nombre. Había dudado antes de contestar. Estaba asustada y miraba para todos lados. Los ojos le brillaban del susto como ojos de delfín. Dicen que a los delfines les brillan los ojos cuando se asustan.

“No le creo, pero no importa, le voy a decir así, Indira”.

“¿Qué quiere?”.

“Tranquila, Indira, no se asuste que no nos demoramos y luego yo la llevo hasta la puerta de su casa si quiere”.

 

6:40 A.M.

El mesero trae la cuenta, afuera pasan los primeros buses llenos de gente que, domingo y todo, tiene que trabajar temprano. Sebastián saca la billetera y H. le dice que él paga. Un par de minutos antes, Milena estaba en un taxi estacionado junto a la autopista. Un par de horas después Rodríguez estará en su culto dominical. Sebastián no piensa en lo primero porque cree que Milena está por fin dormida en su cuarto después de llorar un par de horas por la discusión, lo cual sólo es cierto a medias porque ella todavía está llorando y hace muy poco llegó a casa. En cambio, piensa en lo segundo y mientras salen del restaurante y comienzan a caminar es de Rodríguez de quien habla.

 

“Fui yo”, dice Sebastián.

“Fui yo qué”.

“Fui yo el que me cagué a Rodríguez”.

H. no entiende. El día comenzó hace rato.

“Yo fui el que me lo cagué”, dice Sebastián “El día que se fumó la hierba tulueña, Rodríguez estuvo en mi casa. La hierba era mía. Se la cambié por dos acetatos de rock viejo. Desde que se fumó el primer porro supe que se la iba a fumar toda”.

 

6:35 A.M.

El taxi se detiene frente a una casa en Floridablanca. Milena baja llorando, el conductor no le cobra. Milena sigue sosteniendo un arrugado billete de cinco mil en su mano izquierda.

“Todo es por la puta rumbeadera”, piensa.

 

Sebastián no puede dormir. En parte por el trago, en parte por el caldo del Tony, en parte por el dolor en la ceja. El reloj marca casi las nueve y Sebastián no ha podido quedarse dormido. Hugo Rodríguez, mientras tanto, espera en la puerta de la iglesia que Milena aparezca de un momento a otro. Aunque todavía tiene los ojos hinchados y odia saber que nunca ha llorado tanto en una sola noche, Milena ya está bien despierta y no sabe si va a esperar la llamada de Sebastián o le hará caso al taxista cristiano que esa madrugada junto a la entrada de Floridablanca le habló durante media hora tratando de convencerla.

 

A las nueve en punto Sebastián López marca el número de Milena Orozco. No se le ocurre que ya todo ha sido jugado y ni él con su ceja rota, ni Milena, que baja despacio las escaleras de su casa y no sabe si contestar el teléfono o salir para la iglesia de una buena vez, saben que todo ha sido jugado. Si lo supieran pensarían que el mundo es pequeño y que Bucaramanga está dentro del mundo y es todavía más pequeña.