Letras
La falsa hipótesis

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El hombre de la hipótesis indestructible se calzó su par de argumentos, los ató firmes con referencias y salió a tirar la basura simbólica que había acumulado en el fin de semana.

Como era de esperarse, cual hombre de extremo orden, separó su desperdicio y recicló los símbolos viejos, sabía que éstos volverían a él. Los orgánicos, los referentes al cuerpo que son renovables y perfectos para hacer composta, los depositó con cuidado en la bolsa del fondo. Siempre sería más fácil hacerse de una simbólica fenomenológica.

Subió con calma a su departamento, un poco más libre, un poco más triste, pero con la certeza de que los símbolos habían sido puestos en su lugar.

Se desayunó un par de artículos y junto a su café, la nota roja de la legislatura como postre. Era sano mantener el morbo y ver algunos cadáveres.

Ahora sí una vez que lavó sus dientes e hizo gárgaras de Foucault, era hora de ir a trabajar. A mostrarle al mundo lo indestructible de su hipótesis.

Se hallaba perfectamente articulado esperando en su eje espacio temporal, la línea histórica del metro. Meros desplazamientos horizontales. ¡Qué bien me sienta mi saco de académico! Se dijo, mientras bebía un sorbo de su narciso enlatado.

Anduvo aquí y allá con su hipótesis, burlándose de esos hermeneutas que flotan en el espacio en torno a la modernidad reflexiva con esos trajes plateados, buscando un punto de anclaje en la gravedad cero. “Equivocistas”, los llamaba con desprecio, mientras susurraba el a priori kantiano como una antigua jaculatoria; al mismo tiempo arroja al pasar unas citas textuales al sombrero del tragafuegos que escupe logos a mitad del semáforo.

Es un hombre piadoso, nunca le niega una cita a quien le tiende la mano.

Su devenir sígnico ocurre en horas de trabajo, pero nadie sabe que al caer la noche y volver a su casa, se desnuda de su hipótesis, se descalza sus argumentos y se pone secretamente su pijama de metáforas, prende su móvil alegórico y se bebe un poema en las rocas, se toma sus promesas para dormir, y se acurruca junto a un peluche de Freud. Se persigna frente a la imagen de Lacan, que lo libra de todo mal.

Se entrega al sueño, sin saber que mientras anochece... es de día en otras realidades.

Ay, el hombre de la hipótesis es tan vulnerable cuando deja de verbalizar a los otros y se enfrenta con el coco de la ipse, siempre circular y amenazante, que lo acecha desde el fondo del ropero.