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El fantasma del bar

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Tuve un día duro, largo y monótono. Tenía un nudo en la garganta. Necesitaba distraerme. Pasé frente a un bar, entré y pedí una bebida. Había buen ambiente, lindas luces y buena música. La gente charlaba, reía, fumaba y bebía. Era otro mundo y la mezcla de los olores me invadía más y más hasta que mi cuerpo y alma se entregó al ambiente festivo y relajado.

A mi lado se sentó un joven. Estaba tan cansado como yo, tan angustiado como yo y necesitaba distraerse como yo. Su cara irradiaba tristeza, sus ojos estaban caídos y apagados. Lo invité a beber y charlar. Al principio no hablamos mucho. El alcohol, el ruido y el humo se encargaron de que nuestra conversación cambiara y fuera amena. Me contó toda su vida, con lujo y detalles. No tuve tiempo de contarle la mía, porque su historia era conmovedora y quise escucharla hasta el final. Su esposa e hija habían muerto en un grave accidente el año anterior. Su vida se había apagado para siempre. Tuvo una depresión tan grande que perdió el trabajo, sus amigos y su casa. Estaba muy solo y para aliviar sus penas venía al bar y contaba su historia a los amigos de la noche. A medida que avanzaba el tiempo me di cuenta de que no se movía de su asiento, hablaba intacto, sin expresión, sin gestos y con la mirada fija hacia una luz del bar. Sin embargo, todo lo que salía de su boca me producía escalofríos. En ningún momento me miró a los ojos, sólo hablaba y hablaba. El barman nos servía cuando nuestras copas estaban vacías. Era un gesto mecánico para él. Conversamos hasta la madrugada, no sentí ni el tiempo ni la cantidad de alcohol en mi cuerpo. Ya no había un alma en el bar. Mis ojos apenas podían estar abiertos; el cansancio me impedía escuchar bien, pero la historia era entretenida y no pude dejarlo solo. El barman nos pidió salir para cerrar el local; el joven me dio su mano para despedirse. Estaba fría, “seguramente el cansancio y el ambiente del lugar”, pensé. Nos despedimos como si nos conociéramos de toda la vida. Quedamos de encontrarnos más adelante, “un día de estos”, me dijo. Cuando salí por la puerta trasera del bar, mi amigo ya no estaba, sólo sentía su olor inexplicable.

La semana siguiente fue tan agitada y dura como la anterior. Decidí pasar al bar para encontrar a mi amigo. Entré, me senté y esperé largamente. La gente entraba y salía; las horas pasaban. Al ver que mi amigo no venía le pregunté al barman si lo había visto. Me miró sorprendido y me dijo: “Señor, ese joven no vino ni ayer, ni hoy y no vendrá mañana. Murió en un accidente el año pasado. Sólo su señora e hija sobrevivieron. Fue una historia muy triste, porque la señora quedó sin hogar y no encuentra trabajo. Viven en la pieza de un hotel”. No supe qué decir, estaba desconcertado. Me sentía seguro de haber discutido durante horas con el joven y le pregunté si no recordaba que había hablado toda la noche con alguien “No, no, usted estaba tan cansado que sólo tuvo el gesto de tomar y tomar hasta que le pedí que se fuera”. El barman quiso consolarme y dijo: “No se preocupe, señor, usted no es el primero que me pregunta por él”.