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Giuseppe Tomasi di LampedusaMás vidas que El gatopardo

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El gatopardo bien podría no haber visto nunca la luz. Sin embargo, la célebre novela del príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa cumple este mes cincuenta años. Es una de las obras póstumas más famosas de la literatura universal. Porque, además, nació a la vida sin padre: su autor había muerto de un tumor al pulmón en julio de 1957 y no tuvo la fortuna de ver cómo su novela se convertiría de inmediato en uno de los mayores best-sellers de la literatura italiana del siglo XX (52 ediciones en los primeros cuatro meses y más de tres millones de copias vendidas). Traducida a casi todas las lenguas, es el equivalente a lo que fue Cien años de soledad en la década siguiente.

De seguro, en Italia habrá festejos para celebrar la plena madurez de este hijo póstumo con tan buen destino. En los Estados Unidos ha aparecido una edición conmemorativa, publicada por Pantheon Books, (en España la ha publicado Edhasa) que incluye un prólogo escrito por Gioacchino Lanza Tomasi, en donde aclara algunas controversias en torno a la gestación y publicación de la célebre novela. Lanza no sólo es un notable musicólogo —ex director artístico del Teatro de la Ópera de Roma y del Masimmo de Palermo, así como ex director del Instituto de Cultura Italiano en Nueva Cork— sino, fundamentalmente, el hijo adoptivo del escritor.

 

Una gran humillación

Pese a sus privilegios de aristócrata, no le resultó fácil a Giuseppe Tomasi conseguir un editor para su novela. Quizás ese mismo hecho le jugaba en contra, en la Italia post Segunda Guerra Mundial, con un escenario cultural dominado por la izquierda después de largos y duros años de fascismo. La aristocracia terrateniente siciliana había sido finalmente abatida por la reforma agraria, y El gatopardo hablaba precisamente de la decadencia y caída de la familia siciliana de don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina. Si alguien era el menos adecuado para leerla y “recomendarla” a la Editorial Mondadori, ese era precisamente el escritor Elio Vittorini, autor de Conversación en Sicilia, una novela neorrealista sobre las agonías del pueblo siciliano durante el fascismo. En su interés por descubrir los secretos en torno a la publicación de la obra de su padre adoptivo, Lanza señala en su prólogo que Vittorini le habría escrito una carta al autor de El gatopardo, diciéndole: “No está muy mal para una evaluación, pero no hay nada acerca de su publicación”. Aun así, Vittorini le habría sugerido a Mondadori que mantuvieran puesto el ojo en Tomasi di Lampedusa. En rigor, el rol de Vittorini en Mondadori era traducir obras inglesas y norteamericanas al italiano. Algo parecido sucedió luego con Einaudi Editore, quien le envió una carta de rechazo a Tomasi unos pocos días antes de su muerte.

Apremiado por las circunstancias ya casi fatales, y convencido de los méritos de su obra, dos meses antes de que el tumor lo venciera Giuseppe Tomasi escribió un par de cartas que recién fueron encontradas el año 2000 por un sobrino del escritor, al interior de un libro en su biblioteca. Tanto el príncipe como su mujer tenían el hábito de utilizar libros como escondite para papeles privados. En una de las cartas, dirigida a Lanza, el escritor le suplica en un tono casi desesperado: “Quiero que se den todos los pasos para publicar El gatopardo, no es necesario decirlo, aunque eso no signifique que se publique a costa de mis herederos; consideraría eso una gran humillación”.

La historia demuestra que no fue necesario llegar a la denigrante etapa de la autopublicación. Finalmente, Giorgio Basani, el autor que aún no había escrito El jardín de los Finzi-Contini (1962), revisó y editó el texto para Feltrinelli, un editor recién aparecido en el mercado italiano, pero con el mejor ojo del mundo. El año anterior había publicado la edición oficial de Doctor Zhivago, del ruso Boris Pasternak, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1958, un mes antes de que El gatopardo comenzara su vida.

 

Cuestión de leones o chacales

Fue, indudablemente, otro aristócrata italiano quien colaboró, a su medida, al gran éxito de El gatopardo. Luchino Visconti y la película que filmó cinco años después. Pese a las cercanías sociales, Visconti militaba en el Partido Comunista, lo que hizo que, en alguna medida, la izquierda comenzara a ver la obra de Giuseppe Tomasi como algo más que un romántico testimonio de un tiempo muerto. Con la misma agudeza crítica y estética con que enfrentaría el neorrealismo (Obsesión y Rocco y sus hermanos) o el nazismo (Los malditos), Visconti logró conferirle a sus glamorosas imágenes, la inteligencia y sensibilidad que constituyen la base de El gatopardo. La concepción de un tiempo histórico, cercano a Stendhal o Balzac, a quienes Tomasi había leído profusamente, y a la vez, el tiempo psicológico de Proust. Es otro italiano, Claudio Magris, quien parece dilucidar la fascinación de El gatopardo para nuestro tiempo: “Quizás la razón principal de su éxito”, escribe, “consiste en la creación de un mundo que, en el acto mismo en que es creado poéticamente y evocado con nostalgia, es mostrado como un moribundo; es más, es algo que ya está muerto y que, acaso desde siempre, ha estado anquilosado en una ficción de existencia”.

La novela se inicia hacia 1860, en la etapa final de la unificación italiana, cuando toda la península será por primera vez un único Estado. Giuseppe Tomasi estuvo toda su vida preparándose para escribir su ópera prima y obra maestra. En rigor, fue su única novela. Había nacido en Palermo en 1896 y vivió con su mujer, una aristócrata báltica, entre Londres, París y su palacio de Palermo. No hizo otra cosa que leer y estudiar la literatura francesa, y durante veinticinco años meditó acerca de la novela que finalmente escribiría, y cuya figura central, el Príncipe de Salina, estaría inspirado en la imagen de su bisabuelo, de acuerdo a las cartas finalmente encontradas.

Sin descendencia, sería recién en 1956, un año antes de su muerte, cuando el escritor adoptaría a Gioacchino Lanza, quien era un sobrino muy cercano a él y un joven amigo, quizás consciente que sólo en esas condiciones su obra tendría posibilidades de vida. Tal como lo explica don Fabricio en páginas de la novela: “La Iglesia nos ha otorgado una explícita promesa de inmortalidad; nosotros, como clase social, no la tenemos. Cualquier paliativo que nos pueda dar otros cien años de vida es como una eternidad para nosotros...”. “El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos, y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, pero todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra”.

Tal como lo dijo Lanza en la Universidad de Nueva York hace algunos meses, el milagro que Lampedusa provoca con su novela es que “cada cual cree que él es el príncipe”.

No lo sabremos nosotros, los chilenos, quienes alguna vez nos creímos los jaguares de Latinoamérica.