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Un precursor del boom latinoamericano: Alfredo Pareja Diez-Canseco

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Comencemos por admitir que nuestro conocimiento de la literatura ecuatoriana es bastante primario. Decía Jorge Enrique Adoum que una de las características de este país es que casi nadie sabe nada de él. Sólo recientemente lo oímos nombrar gracias a las crisis que como todo país ubicado en este lado del hemisferio trata de sobrellevar, esperemos que con mucha entereza y bastante fortuna.

Entonces qué decir del ambiente literario, propiamente dicho. Todos sabemos el grado de incomunicación cultural que viven nuestros países; salvando raras excepciones la regla es desconocer por dónde andan los vecinos en materia cultural en general y literaria en particular. Aun así el lector curioso puede, haciendo un gran esfuerzo de memoria, citar el nombre de un par de poetas ecuatorianos; yo por lo menos puedo citar tres: al mencionado Jorge Enrique Adoum, autor de una excelente novela llamada Entre Marx y una mujer desnuda y de varios hermosos poemas nacidos en las búsquedas propias de las vanguardias del medio siglo, a Rubén Astudillo, autor de un impactante poemario titulado La larga noche de los lobos, y a César Dávila Andrade, poeta y místico autor de un texto alucinante llamado Catedral salvaje y que vivió en Venezuela durante algún tiempo hasta que tomó la trágica decisión de quitarse la vida a finales de los sesenta.

Sin embargo, quisiera compartir un pequeño descubrimiento que hice hace un par de años. Se trata de Alfredo Pareja Diez-Canseco, quizás uno de los novelistas más vigorosos del siglo XX ecuatoriano, pero también uno de los más desconocidos fuera de su país. Quisiera hablar de él como un homenaje ya que el próximo 12 de octubre cumpliría cien años, e imagino que ante la inminencia de esta conmemoración sería bueno dedicarle al menos un recuerdo.

Alfredo Pareja perteneció a esa generación de narradores que comienzan a publicar a partir de 1930. El libro bandera de aquel grupo fue Los que se van, colección de relatos escritos entre Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara y Demetrio Aguilera Malta. Lo innovador de estos cuentos es que por primera vez en la literatura ecuatoriana la realidad es descrita sin artificios y con una honda conciencia social. Cada uno de los autores escoge a los sectores de la población que nunca habían tenido presencia en la narrativa, a menos que fuera como algo referencial, un poco de color local en historias que antes de esa fecha pecaban de un romanticismo trasnochado como Cumandá, de Juan León Mera, que es una mera imitación de Atala, de Chateaubriand. Ahora el indio, el cholo, el negro, el mestizo, son mostrados dentro de la crudeza de sus vidas, luchando por conquistar algo de dignidad en una sociedad que simplemente se comporta como si no existieran.

A los autores de Los que se van hay que agregar los nombres de Pablo Palacio, recientemente rescatado por la Biblioteca Ayacucho y El Perro y la Rana, autor de Un hombre muerto a puntapiés y de La vida del ahorcado —relatos sorprendentes que ubican a Palacio junto a Felisberto Hernández y nuestro Julio Garmendia entre los iniciadores de la vanguardia narrativa latinoamericana—, y de Alfredo Pareja Diez-Canseco.

De Pareja escribe el poeta Adoum en el prólogo a Narradores ecuatorianos del 30 (Biblioteca Ayacucho, Nº 85): “Es el único que puede decir de sí mismo ‘Profesión: novelista’. El único que jamás pasó por la supuesta sala de espera del cuento y el único que puede contar hasta diez novelas (en realidad hasta trece)”. Sacando las tres primeras novelas que el autor terminó por desechar, sus otros títulos serían El muelle, La Beldaca, Baldomero, Don Balón de Baba, Hombres sin tiempo, Las tres ratas y el ciclo novelístico Los años nuevos, compuesto de cuatro textos que abarcan desde la llamada Revolución de 1925 hasta los años sesenta, dando una visión global de la evolución política y social de Ecuador, a través de un sin fin de personajes y situaciones descritos con las más variadas técnicas y puntos de vista.

“El muelle” de Alfredo Pareja Diez-CansecoEn El muelle, publicada en 1933, conseguimos que dos historias evolucionan paralelamente, una en Nueva York, donde el protagonista Juan Hidrovo, emigrante ecuatoriano, lucha por conseguir mejorar su condición de vida. Martirizado por la honda crisis económica que vive su país, Hidrovo persigue el sueño de un futuro mejor fuera de su tierra, a la que añora y en la que se encuentran sus seres queridos. En los capítulos alternos encontramos a María del Socorro, esposa de Hidrovo, que aún se encuentra en Guayaquil sobreviviendo a las penurias más inclementes y a la espera del reencuentro con su esposo. Como lo hizo posteriormente el puertorriqueño René Marqués en su obra La carreta y Fernando Alegría en su novela Caballo de copas, Pareja hace que su personaje viaje a Estados Unidos buscando una quimera que nunca termina de definirse. Al final ambos relatos se unen en uno sólo con un virtuosismo magistral, sin caer en el melodrama asumiendo la realidad de sus personajes con todas sus contradicciones. Aquí quisiera hacer una acotación importante, que justifica el título de este trabajo: creo ver en El muelle el antecedente más directo del estilo de narrar que caracteriza al Vargas Llosa que escribe novelas como La tía Julia y el escribidor, La fiesta del chivo y El Paraíso en la otra esquina. Es decir, en cada texto conseguimos dos fábulas que son independientes pero complementarias y que corren paralelamente a lo largo del relato, para luego fundirse en una sola historia de manera inevitable. Creo que esta técnica no tiene antecedentes antes de Pareja, que publicó El muelle como dijimos a principio de los treinta.

Otro texto interesante de Pareja es la novela Hombres sin tiempo de 1941. Aquí encontramos a Nicolás Ramírez, maestro de escuela detenido por violar a una muchacha de quince años y asesinar al padre de ésta. Esta vez se trata de un relato en primera persona, Nicolás va escribiendo para sí y para nosotros su visión del círculo dantesco donde se encuentra. En la penitenciaria, rodeados de otros delincuentes comunes Nicolás es testigo de la desintegración del alma humana en medio de un ambiente hostil y degradante, donde en vez de redimirse el hombre se hunde cada vez más en un sistema que depende de la crueldad del director del penal.

El contexto de esta novela nace de la experiencia que tuvo el propio Pareja como preso político al enfrentarse a la férrea dictadura que sometía a Ecuador por esos años, sin embargo el crítico Ángel Rojas comenta: “Llama la atención que, no obstante ser concebida en la prisión y en plena tormenta, busque desarrollarse en un terreno tan alejado de ella”. El comentario viene porque Pareja, en vez de escoger el territorio político como eje narrativo, lo hizo desde el punto de vista del preso común, lo cual no deja de tener un profundo sentido social. Lo que no tenía por qué saber Rojas cuando publicó su ensayo La novela ecuatoriana, en 1948, es que el venezolano Antonio Arráiz, huésped en las cárceles de Juan Vicente Gómez por sus actividades políticas, ubicó su novela Puros hombres, de 1938, en el ambiente de los presos comunes. Luego, en 1969, el mexicano José Revueltas, detenido por su participación en el movimiento estudiantil de 1968, también desarrolla su relato El apando entre detenidos por actos delictivos sin aparente trasfondo político.

Lo que habría que destacar en la obra de Arráiz, Pareja y Revueltas es que aunque no hablen de su experiencia política personal en sus relatos carcelarios, no es menos cierto que éstos poseen un trasfondo de denuncia social que a pesar de los años aún se mantiene vigente; si no lean la prensa y observen la situación de nuestras cárceles, que no creo sea muy diferente de otros países hermanos.

Hasta aquí una breve lectura de este precursor de la narrativa de Latinoamérica, hoy injustamente olvidado. Para los interesados les advierto que en el mencionado libro Narradores ecuatorianos del 30 se encuentra la novela Hombres sin tiempo, mientras el volumen 169 de la misma Biblioteca Ayacucho recoge otras dos novelas: Baldomera y Las pequeñas estaturas. En estos textos su manejo de los ambientes, de los diálogos, de los puntos de vista, de las estructuras, anteceden a muchos de los experimentos que años después aplicaron los novelistas del boom, sin que ninguno, que yo sepa, le diera el crédito que merecía. Quizás por eso da un poco de tristeza leer comentarios como este que le escribe Pareja a su amigo Demetrio Aguilera Malta, en una carta el 16 de octubre de 1966:

“Mientras tanto, y recogiendo lo que me dices, la mafia internacional que siga con su fama prendida a los fondillos. Quizás a ti y a mí nos lean después de muertos. Quizá no nos lean nunca. ¿Y qué carajo nos importa?”.