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La Biblioteca Nacional de Santiago de Chile se reencontró con la ciencia ficción
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“La ciencia ficción y la fantasía viven hace más de un siglo en nuestras costas. La inmensa mayoría ni siquiera ha ojeado estas sorprendentes novelas chilenas. Por ello, rescatamos del olvido infame, un puñado de hombres y mujeres que enviaron informes desde universos paralelos, donde un mañana posible de enmendar aún guarda nuestra lectura sorprendida.

”Llamar ciencia ficción a este tipo de literatura fantástica es una denominación algo añeja, pero efectiva. Y aunque la mayoría trate de los peligros del futuro o suceda en parajes extraterrestres, estas ficciones especulativas no son, forzosamente, simples divertimentos para adolescentes, sino decentes gritos de alerta para nuestro presente indecoroso.

”Lo fantástico se cuela en lo mejor de nuestra narrativa; pero los críticos de toda época, con su pobre ideología sensata, nos han hecho creer lo contrario. Piensen en ciertos autores canónicos: Prado, Bombal, Emar, Droguett, Donoso, Bolaño y sus obras más potentes: Alsino, La última niebla, Umbral, Patas de Perro, El obsceno pájaro de la noche, 2666, ¿no son obras fantásticas acaso? ¿Por qué seguir negando esta realidad?”.

Esta extensa, pero contundente cita, pertenece al folleto que presentaba las “Expocharlas” sobre ciencia ficción chilena que desde el 8 de octubre al 21 de noviembre se presentó en la Biblioteca Nacional y que buscó demostrar una realidad que para algunos de nosotros es una verdad indesmentible, pero que para el grueso público lector no es ni siquiera una sospecha: la ciencia ficción chilena y las obras de corte fantástico, en general, han estado permanentemente presentes en nuestro quehacer literario, aunque la crítica oficial, las reseñas de periódicos y la “opinión pública”, crean o argumenten lo contrario.

En efecto, la muestra que la Biblioteca Nacional acogió durante casi un mes y medio, fue una potente demostración de que nuestra ciencia ficción en particular y el género fantástico, de manera más general, no sólo tienen en Chile a notables representantes a nivel internacional como Hugo Correa o Jorge Baradit, sino que siempre ha gozado de buena salud y extraordinarios representantes.

Chile FantásticoLa muestra, que en gran parte recogió la historia de nuestra CF, no habría sido posible sin sus organizadores, que son los actuales locos máximos de la promoción de nuestras letras fantásticas: Roberto Pliscoff y Marcelo Novoa. El primero, serio ingeniero vinculado al sector telecomunicaciones, pero que posee la mayor biblioteca personal de ciencia ficción y género fantástico en Chile, con ejemplares únicos, algunos de los cuales ni siquiera están en la Biblioteca Nacional, y es, tal vez, el mayor erudito del tema, especialmente en la llamada paliociencia ficción que abarca hasta finales del siglo XIX y de la que siempre nos ilustra en sus amenos artículos. El segundo, por su parte, impenitente literato de verbo múltiple, que ha posado su interés en este género para honrar y rescatar del olvido a tanto escritor notable y ninguneado por los cánones literarios tradicionales. Autor de la primera historia de la CF en Chile, la que incluye una muestra antológica y es además director-editor de la mejor revista digital que sobre el género se publica actualmente en nuestra república: Puerto de Escape.

De tan augusto maridaje intelectual sólo puede derivar un hijo notable y estas “Expocharlas” por cierto que lo fueron. Por otra parte, no menor es el hecho de que nuestro principal edificio literario-cultural como es la Biblioteca Nacional haya acogido esta muestra, porque aportó el marco digno y el contexto histórico-literario que tantas veces se ha escamoteado al género en Chile.

En lo particular, tuve el honor de participar del homenaje a Hugo Correa, el extraordinario creador de obras como Los Altísimos, Alguien mora en el viento y otra buena cantidad de obras que recorrieron el mundo acumulando traducciones y ediciones que en Chile no fueron conocidas. Una vez, este escritor que se codeó con los grandes del género, como Bradbury, fue consultado respecto de cómo trató la crítica a su novela Los Altísimos; la respuesta sorprendente desnuda toda la realidad de la ceguera de los críticos: “La crítica me trató bien, porque no hubo ninguna crítica...”.

Tiempo después, cuando ya gozaba de reputación su obra, al menos a nivel iberoamericano, presentó sus libros al Ministerio de Educación chileno para que se incorporaran a las lecturas obligatorias de los escolares. La respuesta oficial, que leyó y guardó con la dignidad de los grandes, es oprobiosa, ya que se le indicó que no había nada en sus obras que pudiera ser útil a fines pedagógicos, como si la innovación científica y tecnológica que tanto hace falta por este lado del mundo, no requirieran, como paso ineludible, desatar la creatividad de los niños haciéndolos pensar en proyecciones y desarrollos futuros. La estupidez humana no tiene límites y muchas más veces de las que quisiéramos viene con sellos oficiales. Ojalá que alguna vez se publique esta carta para demostrar hasta qué punto se ha negado en Chile el reconocimiento a un género que en la tradición literaria angloparlante tiene gran desarrollo y reputación.

Sin lugar a dudas, para quienes amamos y respetamos la ciencia ficción, creación literaria portentosa y profunda, esta exposición y sus charlas satélites fue una fiesta y, como tal, queremos y esperamos que siga repitiéndose en el futuro, no sólo en Santiago, sino en cada rincón del país, a través de una muestra itinerante.

Porque la literatura no posee caminos unívocos y porque el talento narrativo chileno es mucho más amplio que lo que el canon ha sido capaz de reconocer, esta muestra fue, en todo sentido, verdaderamente fantástica.