Otro gris
Vivías en los grises
desayunando gris, grisado hasta los huesos.
No estabas muerto, no, pero morías
inentendible, desalado, turbio.
¿Qué protocolo indica que la vida
no es más, que sólo queda la materia
descerebradamente empecinada
en ser, soplo de frío insuficiente?
¿Loco? No, no lo sé, sí desgajado
en ese yo desértico, viscoso,
masticando silencios y clausuras
yéndote siempre gris
tras tus miserias.
Me hablas desde el sótano del tiempo
y yo
en otro tiempo escalo celosías.
Ha muerto
Ha muerto y hace frío.
Hay un silencio verde,
cosa extraña.
Un eco que se expande,
es un cilicio
para el oído alerta, temeroso.
Es noche y ella ha muerto.
¿Por qué se habrán secado los jazmines?
Su rostro acartonado y melancólico
reposa impunemente.
Resbala en las paredes
la luz protocolar de lo infinito.
Ha muerto sin querer,
sin proponérselo
—bebía a diario su ración de vida—
giró entre sombras, se volvió distancia
quebrándose de luna.
Ha muerto sin querer,
sin agendarlo.
Y el viento no lo sabe...
Barre despacio la quietud del día.
Istmo lunar
En un istmo lunar, impredecible,
al sur del continente de esta vida
y al norte de la otra,
la otra vida,
te veo como entonces
naciendo desde el fondo de los años
dramática, lustral, irremediable.
Con tu rostro de raso y agua clara
(el mío es de metal)
sonríes, y por verte te sonrío,
y nos miramos larga, largamente,
con la complicidad de las mujeres.
Olvido tu epitafio
(la noche te entrampó con sus deberes).
¿Qué música no fuimos?
¿Qué manchas y colores se nos fueron?
¿Qué juegos no jugamos
con esa, la complicidad de las mujeres?
Qué lánguido ha de ser ese palacio
que habitas
en tu espacio de claveles.
Ya viene la marea
ya te lleva.
Y otra vez te enamoras de la muerte.
Ancestral
Voraz y pernicioso, me miras desde el tiempo.
Me miras, y no sé cómo mirarte.
No pudimos sabernos, abrazarnos,
concelebrar la vida y sus misterios.
¿Qué hubo entre nosotros?
De a ratos un océano, de a ratos
la escalera ancestral hacia el encono.
No pudimos sabernos, sopesarnos.
¿Eras tabaco, vino viejo y roble?
Yo era talco, jazmín y vino nuevo.
Nos fue vedado penetrar el muro
que abre la calle del resentimiento.
Me pregunto... (no sé si no es locura
indagar en la entraña del silencio)
Me pregunto si acaso preguntaste
por mí, por mis heridas, por mi SUEÑO.
Yo anduve a los tropiezos por la vida
buscando, buscándote en el viento.
Te hubiera regalado en ese entonces
sin guardar el secreto,
el desorden que alienta mis mañanas
la cintura de todos mis infiernos.
Me dejaste de herencia la aventura
de tus días en Austria, prisionero,
engrilladas tus manos y tu alma,
con los grillos de sal y de cemento.
Y ese instante de lúcida demencia
—cien lunas, cien lunas reventando contra el cielo—
que cruzara un fusil con tu destino
plantándote en el borde del Averno.
Y el trueno de tu voz, que en el oído
me canta aluvional Torna a Sorrento.
Pirata y agorero me miras desde el tiempo.
No habré de perdonarte
haber vivido provocando al cielo.
Cuánta hondura ¡por Dios! cuánto detrito
tiene la pena de no conocernos.