Letras
Tiempos de guerra
Extractos

Comparte este contenido con tus amigos

Gran capitán de la esperanza

A mi profesor Eduardo Pastrana Rodríguez
porque me descubrió el verdadero mensaje
                                                   del Libertador y me enseñó a quererlo.

Bolívar tiene mucho que hacer en América
dijo Martí y así lo sienten hoy los ríos y los valles
la cordillera y las llanuras
y el sur moreno de todas las ciudades.

Bolívar tiene mucho que hacer
en estas tierras flageladas
mientras exista un aborigen perseguido
una madre sin pan
un niño descalzo
y un campesino desplazado por la guerra.

Bolívar es presente siempre presente
mientras haya naciones que lloren
su tragedia
y un Imperio voraz y prepotente
que le arrebata sus riquezas
y un grito de paz y libertad
efervesciendo en el corazón de los humildes.

El viento de los Andes riega hoy
las luces de Bolívar
sobre todo el continente
y su pensamiento es agua buena
que hace reverdecer su proclama de unidad
mestizo-americana
y es voz airada de protesta
contra los mezquinos que dividieron
y se repartieron la Gran Patria
y se la entregaron al enemigo de sus sueños.

Una ráfaga de ese viento ha llegado
hasta mi rostro y me dice
que ya es hora de levantar la voz
y de rescatar el huerto
con todas sus semillas
y de instalar la verdad en los caminos
para recobrar el rumbo libertario.

Y mis ojos ven a Bolívar
al valiente general grancolombiano
cabalgando su Palomo
y llamando a la batalla por la dignidad
latinoamericana
y ordenando expulsar a los mantuanos
que sepultaron las ilusiones
de todos estos pueblos.

Y lo ven hojeando sus frases lapidarias
advirtiéndole a los halcones imperiales
que se les agotó el tiempo,
que no podrán plagar más a nuestra América
de dolor y de miseria
ni de marionetas asesinas.
Que la libertad es sinónimo
de paz, de techo y miel
y que se descubre en las palabras del maestro
que nos libera de las sombras
y en las manos que curan.

Y lo ven mis ojos con visión de patria
a Bolívar... al Libertador de cinco cielos,
al gran capitán de la esperanza
escuchando las voces que le dicen
desde el Río Grande hasta la Patagonia
¡Suba, mi General, al caballo alado del futuro!
¡Convoque a su alrededor a todas las banderas!
¡Desenvaine la espada de sus triunfos aplazados!
¡Ordene disparar todas sus ideas!
¡Que ya suenan los clarines de la nueva independencia!

 

David de América

A Fidel Castro Ruz

Certera tu honda atina el rostro del gigante
y le arrebatas los frutos y los tallos que se lleva.
Él se enfurece, te increpa
con su voz de trueno
y te ordena que te amoldes, que lo dejes quieto
en su soberbia, fiera herida.
Pero tú eres un rebelde y le quitas más y más árboles y frutos
y se los regalas a tu pueblo.

Luego siembras semillas para recuperar
los tallos y las hojas perdidas,
sueñas,
sueñas
y el gigante inunda tu suelo de bacterias y relámpagos
y mata a tus sembradores
y llena todo tu aire de mentiras
y de malezas tu huerto.
Pero tú eres un rebelde y educas a más y más
sembradores
y siembras más y más espigas
que te dan más y más semillas
y le llenas el espacio de canciones
de cañas y de flores.

El gigante insiste, no se da por vencido,
está decidido a arrebatarte tu cosecha
y rodea tu parcela de murallas
con enredaderas venenosas
—gigante ruin—
para que no la puedas mostrar con orgullo
a tus amigos.
Pero tú eres un rebelde y alzas tu voz
y tu voz encuentra eco en las rozas vecinas
y el gigante tiene que retirar sus muros
y gruñir por sus fracasos
y encender la hoguera en otra parte.

Finalmente, cuando los ríos de la vida
empiezan a surcar tu rostro
y tus sueños son sueños retoñados,
el gigante intenta apagar tu voz
con el escándalo de su odio,
anticipa tu muerte,
dice que ya es hora de recuperar
sus cañas y sus rones,
decide asaltar tu cosecha
con insectos ponzoñosos
y animales corpulentos
que destruyan
tus sueños que empiezan a tocar
el cielo.

Entonces se da cuenta
—¡ah torpeza del gigante!—
que tus flamboyanes no se inclinan,
que tus palmeras airean orgullosas,
que tus cañaverales no se quiebran
y que al lado de tu voz
resuena una gran voz, una gran coral
de ángeles furiosos
—suma de todas las voces
de la tierra— que le dicen ¡basta!
y no le queda más que recoger la piedra
y maldecir tu honda.

 

La hoja que cae

La vi caer suavemente sobre el césped
                 de la alameda de los últimos días,
mientras observábamos la soledad del mar
en esa playa del pasado
que fue sol, amor y alegría

Yo leía los versos dolorosos del adiós
que le decían al mundo que la vida
tendría una segunda oportunidad
                                        en otra parte
y la vi caer segura de su suerte

Tú estabas a mi lado ¿lo recuerdas?
te dije entonces que una hoja sin sol
era la muerte,
como una mujer sin amor,
o una cometa sin brisa,
y tú me preguntaste
por las razones escondidas de la guerra
y por la desaparición de las mañanas
y yo te contesté que la noche se acercaba
para vestir de negro los colores
y almacenar las ilusiones de los hombres,
que la vida podía reverdecer
en otras hojas,
en otros tiempos,
y que había que grabar en la retina,
para no olvidar su brillo y su mensaje,
la luz de la última estrella.

 

La palabra perdida

Al lado de la escalera, los cadáveres
y la ruina de enfrente penetrando por la ventana
como una pesadilla.

La ciudad ha muerto y con ella
las luces, la algarabía y la esperanza.
Entre los escombros un quejido
y más allá del silencio unos ojos
tristes que no ven...

Todo ha sido consumido,
la noche sin tu olor y tu rocío,
tus canciones, que me faltan,
los sueños, las risas y los árboles
y este pensamiento que me duele
y que me enfrenta a la realidad diseminada.

Ahora estoy solo frente al mar
recordando las primeras algas,
la primera hoguera,
la primera rueda,
la primera siembra
y el olor a leche y pan de las mañanas
y vuelvo otra vez sobre los pasos
del Hombre,
buscando explicar lo inexplicable,
buscando la palabra perdida
que nos condujo a este laberinto
de piedras y vigas solitarias.

 

Clase de dibujo

El presidente dibuja en su pizarra salamandras,
ratas, serpientes y tarántulas.
El ministro de la guerra pinta en el tablero
balas escondidas, tropas enemigas abatidas,
bombas justicieras, aviones raudos y certeros.
El general de charreteras, con gesto adusto,
sombrea en su drawing book
cruces, calaveras  y sepulcros.
El profesor aprueba: ¡Very good! —con gusto.
La tierra sangra y llora.

 

Este mar

Este mar que contemplo
no es el mar de los poetas.
En él no hay caracoles,
ni peces de colores,
no hay playas con mujeres hermosas
ni veleros ni gaviotas.

Este mar de ahora es diferente.
En él, además de mercantes,
de cruceros fantásticos
y de cables con fibras submarinas,
hay olas negras,
aguas muertas,
balleneras asesinas
y acorazados que siembran
el dolor en otras tierras.

En este mar sin poesía
la ira de los hielos
sumerge las orillas,
los vertederos acaban
con los peces y el plancton,
muere la vida sin remedio,
como si pintáramos de blanco
las células
del océano primigenio,
como si nosotros nada
tuviéramos que ver con ellas.

 

Usted

Usted:
Señor de libras excedidas,
de billetera frondosa
de condición dudosa
y de ambiciones desmedidas.

Usted:
Señor de votos suficientes,
con voz y veto en las alturas
y gobernantes complacientes.
¡Qué ricura!

Usted:
Señor que persigue y que asesina
que peca, reza, empata
—¡Dios, qué rata!
y no pierde una misa matutina.

Usted:
Señor de porte señorial
que pavonea en las ceremonias
—¡cuánta zampoña!—
su imaginada condición Real.

Usted:
Señor que se cree
incuestionable,
inamovible,
indestructible
y genéticamente perdurable...
Tiene los días contados.

 

Los cadáveres del rio

Yo vi pasar muchos cadáveres por el río.
Los vi como ver pasar las tarullas
o los grandes buques río arriba
que viajaban con su música de orquestas
y sus señoras encopetadas.
Eran parte de un paisaje siniestro
que restregaba día a día, en mis pupilas de niño,
la crueldad de la vida.
Yo iba al río a bañarme o a recoger el agua
para llenar la tinaja de mi madre.
Y ella le echaba alumbre al agua
para quitarle los colores de la muerte.
Y me decía que los cadáveres del río
habían tenido vida en otra parte
y que sus deudos no habían tenido dinero
para comprar la sepultura.
Pero yo escuché muchas veces al gamonal
—en las parrandas de Abel Antonio—
decir que así tenía que ser,
que había que defender al presidente,
y que, además, el paso del hedor
por frente a la albarrada
era cosa de pocos metros y minutos.
Después crecí. Y no volví a ver ese río.
Ni muertos viajando por sus aguas.
Ahora los veo en las páginas y en las calles.
Y escucho a los voceros decir
que se trata de un error
o de un falso positivo
o de un ajuste de cuentas
o de un terrorista abatido.
El río que ahora contemplo
ya no es de agua sino de sangre.
Un río sin cauce que surca
toda la epidermis de la patria.
Y no sé qué clase de alumbre echarle
para quitarle ese color a muerte
que mi madre me ocultaba.

 

A mis hijos

Estoy iniciando el camino de los últimos días
y pienso que todavía estoy a tiempo
de decirles estas cosas.
Decirles que, a pesar de mis errores como padre,
cargo que desempeñé sin experiencia, los amo
profundamente y que pensé siempre en dejarles
el fruto de mi trabajo honesto y un sendero,
el mejor de los senderos posible.
Que aplacé varias veces la cita con la muerte
para no perderme de las sonrisas de mis nietos.
Que he sido feliz con vuestra madre,
que ha sido como un ángel.
Que me siento realizado con mis escritos y poemas
y por haber regado, al menos, inquietudes a mi paso.
Y porque ustedes tres son lo que yo hubiera
querido ser: músico, científico o periodista.
Que también me hubiera gustado ser bailarín,
cantante, pelotero de los Dodgers, filósofo
o locutor de Radio Nederland.
Que no he sido ambicioso, que me he conformado
con tener lo necesario para vivir modestamente.
Que durante mis primeros años anidó en mi alma
la tristeza.
Que para mí es más importante una flor
que una pistola.
Que miré, sin que lo supieran, los programas de
televisión que a ustedes les gustaban
para saber qué había en sus corazones.
Que alguna vez intenté tomarme el cielo por asalto,
que fracasé y que terminé de escritor de fantasías.
Que jamás me he gastado un peso ajeno.
Que soy un enamorado de la vida y que detesto
y temo a los heraldos de la muerte.
Que lloro con las escenas que exaltan las virtudes
que definen al hombre.
Que me sacan de casillas las injusticias y las mentiras
del poder.
Que no me gustan las colas de las oficinas
así en ellas haya colas como la de Jennifer López.
Que desconfío de los candidatos con asesor de imagen.
Que prefiero un desfile de gaviotas
a una marcha triunfal de fusileros.
Que me gusta la policía... de las películas.
Que no cambio el rumor de las olas del mar por otra cosa.
Que he sido un hombre bueno en la medida de lo posible
Que me gustan el porro, el cha-cha-chá y el bolero.
Que le tengo pavor a las obligaciones bancarias.
Que soy un soñador empedernido, alguien que cree
en un futuro mejor a pesar de todo lo peor ya conocido.
Que me aterra la violencia de que ha sido y es capaz
la sinrazón humana.
Que me revuelven el estómago el entreguismo,
el clientelismo, el terrorismo, el dogmatismo
y el autoritarismo
Que me avergüenza la virgen de los sicarios.
Que no creo en la resurrección de la carne.
Y que siento que más allá de las galaxias
que me inspiran o en una isla de estrellas
de mi alcoba, hay un ser inescrutable que me ama.

 

¿Por qué?

Que alguien, por favor,
me explique:
Si Dios es el alma del mundo
y su lenguaje vibrátil llena el universo
y nos llega a todos por igual.
Si los buenos abrumamos el espacio
con tantos ruegos y oraciones
al Dios-Amor que nos agrada.
Y si los buenos somos más.
¿por qué los egoístas triunfan?
¿por qué los ambiciosos se imponen?
¿por qué los intolerantes mandan?
¿por qué el odio vence?
¿por qué los malos tienen la sartén
por el mango?
¿por qué?