Artículos y reportajes
Ilustración: Jonathan EvansPavores consentidos

Comparte este contenido con tus amigos

Angustias

Rozando lo despreciable, más allá, están ubicadas las cavernas del terror, con unos contornos tétricos, pavorosos, con una evidente amenaza de exterminio. Los humanos, puestos en esas tesituras, se derriten en el consumo de sus débiles energías. Aun así, y aunque resulte incomprensible, no se profundiza lo suficiente en la investigación de esas penurias. No sólo eso, progresa la maldad sibilina y se consolidan nuevas estructuras generadoras de flagrantes situaciones terroríficas, como si no tuviéramos bastante. El pavor representa la saturación del sufrimiento en sus múltiples acepciones, repercute en los resortes extremos y agota las reservas orgánicas. ¿En qué medida colaboramos en su permanencia?

 

Perspicacia artística

El interruptor para el desarrollo de situaciones pavorosas es de fácil manejo; debido a ello, a partir de intereses preconcebidos, o con impulsos imprevistos, su accionamiento prolifera. ¿Dónde se registran sus condicionantes? En una primera aproximación, les sugiero la contemplación del cuadro El gran pavor, de Walter Gramatté. No se entendería el tratamiento de este sentimiento con una pintura de tonos alegres; la sombría pátina del fondo negro resulta primordial para su expresividad. Su único personaje es explícito por sí mismo; refleja lo indelegable de la percepción, es la imagen del pavor. Aunque muchos padezcan ese miedo, cada cual lo sufre con sus maneras peculiares. Otra circunstancia plasmada en la pintura, radica en la escasa información, apenas lo visto por una rendija; es un añadido con carácter de agravante. No cabe la búsqueda de apoyos o argumentos defensivos, uno está solo y bloqueado por el aturdimiento. La mirada fija y el enrojecimiento de las conjuntivas, es un indicador de la tensión orgánica originada. La víctima se muestra desasistida, no se vislumbra ninguna posibilidad de socorro, ni de escapatoria. Las virutas entreabren una oquedad por la que resalta la angustia del momento, la pavorosa realidad de ese instante.

Alcanzados esos momentos críticos de gran tensión, los grandes acontecimientos quedan relegados, los menos rimbombantes desaparecieron de la escena mucho antes; aquel grado superlativo del terror lo ocupa todo, engendra una nueva totalidad. Gramatté lo refleja muy certeramente en su pintura. En este punto de emoción, las leyes físicas perdieron su influencia, ni la gravedad, ni vectores, ni ondas energéticas, ejercen como tales potencias; domina el fuerte impacto de la amenaza. Si acaso existieran leyes físicas del espíritu, no se atisban; tampoco sirven las componendas espirituales. El pavor lo invade todo, se adueña del momento, de las vivencias. Ya no se plantea una valoración moral, se sobrepasaron las discusiones, controversias o comentarios. Hablamos de una realidad independiente, ajena a las convenciones. Su presencia potente elimina los intentos competitivos de otras áreas de la biología. El disparate adquirió dimensiones enormes, sobrepasó cauces e invadió los restos personales.

 

Víctimas

Cuando de pavor tratemos, ya se habrán sobrepasado las fases y clasificaciones; la alarma, el apuro y las apreturas, fueron una especie de primeros pasos dados en el territorio del miedo. Sin embargo, el pavor es otra entidad, sus características tienen otro empaque. Desaparecen los pasos intermedios, con una relativa brusquedad que no avisa ni pide permiso, se ve uno sometido a los ramalazos portadores de terribles angustias, del terror desbocado con toda fiereza. Se impone la sensación de bloqueo, la angustia es de tal calibre que ocupa las principales funciones del sujeto sufriente. Los diferentes matices de la reacción se vislumbran muy apocados por el atoramiento referido, como una especie de catatonia. Aun cuando exista, esa respuesta adolece de defectos organizativos, tal fue su premura en plena amenaza. A lo sumo se dispararon los resortes automáticos, sean eficaces o no para la superación del conflicto.

Lengua seca y sin voz,
Desasimiento atroz.
Sin horas de reloj,
Por agresión feroz,
No da ni se oye tos.

Con las vías de escape obturadas y sin restos de capacidad reactiva, es una de las situaciones singulares por excelencia; mejor diríamos por inclemencia. No se comprende el pavor si dispusiéramos de numerosos puntos de apoyo. Desaparece el tiempo, no son perceptibles tampoco los socorros, se trata de una soledad cruel. En ella, quien la padece no puede ni aportar su carácter individual, ni eso. Constituye la prueba selectiva, no de razones ni criterios, ya no; será la medida extrema de la cruda resistencia orgánica. Se fundió la estructura personal.

 

Victimarios y verdugos

Propiciadores y ejecutores. Si coloreamos de negro el nombre de los verdugos, no sé del color adecuado para los propiciadores, quizá el fango pringoso y maloliente fuera lo más oportuno. Entrambos se originan las garras terroríficas. Unos, cercanos a la vista del público, los verdugos manifiestos, al final más francos. Otros, con su carácter melifluo y apariencias sibilinas de cruel alcance, franqueando las puertas para facilitar el paso al pavor. Si aborrecibles unos, asquerosos los otros; escojan a su gusto los calificativos adecuados.

Para alcanzar los graves niveles de estas consideraciones, se requieren cursos intensivos encaminados al olvido de las principales características de las otras personas, para el desdén hacia todo lo ajeno. Despechados y olvidadizos respecto a la realidad del otro; este le queda como mero instrumento para sus maquinaciones. En estos momentos críticos, y en el ancho mundo muy pocos no lo han sido; bastará un ligero examen de los entornos, y la labor enumerativa se nos estira sin remisión a base de maldades. Por sectores, política, bancos, patrias y vayan ustedes rebuscando. Por personas, propiciadores y ejecutores proliferan, terroristas y cómplices ladinos, medradores, soñadores imperiales, ladrones virtuales, entre claridades y sombras, entre cavernas y sombras chinescas.

Nos vendría bien un cuadro del deshonor, para la fijación ejemplarizante de estos figurones tan inhumanos. ¡Qué digo honor o deshonor! Habremos de reconsiderar el catálogo de cualidades, no parecen pertinentes con estos tiempos, no constituyen la preocupación primordial. Impera el libre albedrío, eso sí, el del más fuerte; no son menester demasiadas explicaciones.

 

Desdibujamiento social

Con una reiteración rayana en la tontería, se insiste en un error común, la igualdad de todos los seres humanos, ¿En qué? No gozamos igual, ni sufrimos con la misma afectación, ni alegramos a los demás, ni les hacemos padecer de idéntica manera. Algo habrá de común, pero poco o muy escondido, ¿no les parece? Por lo tanto, no extrañarán ni un ápice esas situaciones extremas de miedo, terror y... pavor. Las sensaciones fuertes son insustituibles; cada quien, llegados esos momentos, sufre las suyas propias. No se trata de una vivencia delegable. Si admitimos ese carácter heterogéneo, no habrá dos situaciones pavorosas idénticas. No va a resultar fácil, quizá no sea posible, una descripción centrada y ecuánime de esos sentimientos. Que si hambre, enfermedad, dolores, negocios hundidos, desprecios públicos, amenazas, torturas y asesinatos; la detección de estos ejemplos no requiere grandes esfuerzos por parte del observador.

En esta marejada un tanto caótica, cada uno circula por su propia red personal; se generan unos campos propicios para el cultivo de situaciones pavorosas, de cuño y maneras antiguos, de comportamientos la mar de novedosos, según convenga a los poderosos en activo. Debido a este galimatías, no es posible la presencia de dos personas con idénticas formas de asimilación. Cuando las semejanzas no se encuentran, por pura cuestión de lógica, serán más dificultosos los acuerdos. Se pierden los puntos de apoyo. Las desventuras se tornan en padecimientos descarnados; ante ellos, cada uno se las deberá arreglar solo. Esa fría soledad constituirá uno de los ambientes peores para afrontar los apuros; con ese decorado, el pavor se impondrá sin cortapisas. Es decir, abandonados a la mala ventura por una desintegración social.

 

Gritos

No son pocas las ocasiones en que la emoción terrible nos bloquea la mente y el cuerpo, se tensan los músculos, quedan inmóviles; se fija la mirada, sin restos de saliva en la boca abierta e incapaces para la reacción. Anulados por completo, al albur de la situación originada. También es frecuente un recurso para esos tramos finales, un grito estentóreo con todo el resto de potencia conservada. El grito se lanza a través de muchas variantes expresivas, en cuanto a tonalidad, duración e intensidad, entre otras. Si tratamos de citar una de estas formas en el caso del terror pavoroso; elegiría como más representativo, alguno de los “Gritos” descarnados del genial Oswaldo Guayasamín. Muestran una mayor dosis de desesperación y padecimiento, desfiguran el rostro humano normal. Reflejan bien uno de los últimos grados expresivos.

 

Deseos

Atascados en la rueda de estos comportamientos insolidarios no vamos a ninguna parte, no progresamos hacia mejores horizontes. Aunque visto lo acontecido históricamente, no se presentan esperanzas concretas para una reconversión de la orientación. Lo de víctimas y victimarios es constitutivo de la especie.

Cuando todo clama por el diálogo,
Destaca el escaso intercambio de ideas.
En su vez, practicamos el desahogo,
Sin consideración de otras personas.
Cuando llegamos a generar hervor,
Se nos van lenguas y manos al pavor,
Con el triste olvido de un mínimo amor.