Sala de ensayo
Oscar MarcanoEl hastío en su fase terminal
Una lectura de Sólo quiero que amanezca de Oscar Marcano

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Resulta ahora impresionante, por lo casi imposible, encontrar un poco de sensibilidad, o al menos humanidad, en los sujetos representados por la literatura actual. Pareciera que luego de corrientes como el romanticismo, realismo, expresionismo, existencialismo y demás ismos hemos entrado en una etapa en la que, por omisión, a partir de la contemplación, como en los inicios de la historia de la humanidad, reevaluamos el mundo y nuestras actitudes, eso sí, desde una perspectiva sobria y despiadadamente objetiva. Esta posición, a diferencia de los primeros que teorizaron sobre el origen y el porqué de las cosas, no nos sitúa ante el mundo, ante Dios, ni mucho menos ante la naturaleza, sino ante nosotros mismos, no como seres humanos sensibles y conscientes de su hado, que sería en cierto modo una perspectiva positiva del futuro, sino como seres sumergidos, sin razón o voluntad alguna, dentro de un entorno guiado por el azar, pues es éste la brújula que, luego de todas las derrotas idealistas y utópicas de la humanidad y de las bases que sustentan su acción dentro de una sociedad (la familia) traza y guía la línea histórica del individuo y de la masa como especie.

La muerte de los paraísos socialistas del bienestar durante el siglo XX propició la aparición de un sujeto desinteresado, pequeñín aburguesado conformista, incrédulo en ideales o metas a lograr, más que nihilista, indiferente ante un juicio moral, sin otro futuro que el inmediato: el día que precede al vivido. Con un desconocimiento del pasado histórico, resignado, indulgente ante el que lo somete, la mayoría de las veces inmutable frente al dolor del más cercano, abatido por la rutina del día a día, sin arraigo ni fe, sin inquietud estudiosa y sin pasión estética, perezoso y temperamental. Estas características enumeradas van a definir al sujeto representado por la literatura actual, el sujeto posmoderno, resultado de un movimiento que aborrece el racionalismo, cultiva la forma, el individualismo y la falta de compromiso social.

No obstante la falta de compromiso, el sujeto representado por la literatura, sea utilizando su propio discurso, narrando mediante la actitud plástica de su ojo, sea por mediode un narrador ajeno a todo; no deja de ser un testimonio de un momento histórico, de una realidad social que, por su relativo carácter reciente, puede resultar trivial.

No siendo esto así, pues es la intrascendencia, el absurdo no deliberado, sin formación teórica y la cotidianidad lo que se quiere destacar en esta nueva tendencia literaria, podemos decir que el soñador dual que conjugaba dentro de sí lo apolíneo y dionisíaco, descrito por Nietzsche, no hace ahora referencia ni siquiera a su nombre. Su identidad enajenada ha sido olvidada. Se ha perdido entre la confusa multitud y no exactamente para apartarse y observar desde afuera el bullicio de la procesión narcotizada de personas que ahora no festejan exclusivamente al dios en su día, sino que han hecho del disfraz de sátiro su propia carne; y en cuyas realidades, la consciencia ha sido alterada por los estupefacientes necesarios para sobrevivir el día a día.

Así pues, estos sujetos se sostienen sobre la línea de nailon que pretende separar la vida de la muerte, y, sumidos en su Yo por el hastío en su fase final, sólo quieren que amanezca.

La esperanza no es un concepto entre estas personas, y mucho menos entre los que colman los relatos de Oscar Marcano reunidos en el libro Sólo quiero que amanezca, publicado en el 2006. En éste, quince de los veintiún cuentos que conforman el libro dividido en dos partes: Mester de clerecía y Mester de Goliardía, son narrados desde una perspectiva autodiegética, es decir, desde una primera persona, anónima, de género masculino que, por diferentes razones, quiéralo o no, se encuentra ligado a una mujer que, a diferencia de su antípoda, sí tiene nombre. La presencia de la mujer es inmanente en las historias. El destino (reacciones y acciones) del narrador masculino representado se define en base a la influencia emanada por ésta y en lo impredecible de su comportamiento. Prueba de ello son las siguientes frases, citas de los relatos señalados a continuación: En “Goldfish”, el narrador acaba de tener una conversación con Paola, cuelga luego de saber que ella pasará el fin de semana fuera de la ciudad con otro hombre, y se expresa de esta manera: “En momentos como aquellos necesitaba confiar en ella. Ésa era mi caída. Mi mal” (2006: 21), posteriormente añade: “Colgó. Colgué. Era difícil poner algo en orden. Ella estaría fuera con un amigo y yo tenía por delante todo el fin de semana. El reloj sería mi enemigo” (2006: 22); en “Los pollos”, el narrador visita a un músico caído, amigo suyo, para darle malas noticias. Éste último, en una situación paupérrima en la que, según el narrador, pobre, desempleado y abandonado por su mujer, “Estaba bebiendo más de la cuenta y se irritaba por lo más mínimo”. Sobre Pedro, el narrador expresa: “Cuando por fin apareció Pedro lo noté abatido. (...) Pedro no podía ocultar su ansiedad. Estaba viviendo con sus padres pero necesitaba a Marta para explotar” (2006: 27); en “Lo que François Villon no dijo cuando bebía”, el narrador sale de su casa tras tener una pelea con su mujer, esta vez sin haber hecho él escenas y experimentando, a cada paso, sensaciones, entre ellas, el suicidio: “Había acariciado la idea de lanzarme contra una baranda de la Libertador, pero me dio miedo” (2006: 31), luego la ansiedad: “Mi pulso ameritaba un trago. La realidad pesaba otra vez y uno iba bajando la guardia” (2006: 33), más tarde la ebriedad: “Me incorporé como pude y advertí que estaba ebrio. Otra vez estaba ebrio. No podía coordinar mi cuerpo” (2006: 38), la falta de cariño e imposibilidad para darlo: “Mi mujer dormía entre los niños. Tenía los ojos hinchados. Tuve ganas de abrazarlos y de pedirles perdón. Esa era mi guerra” (2006: 39), y por último, la cobardía: “Ninguna bomba me había matado y estaba de regreso en mi trinchera. Había que pasar la página. Mañana sería otro día. Me estallaría la cabeza, pero sería otro día” (2006: 39); en el caso de “Un día sube y lo escuchamos”,el narrador masculino de nombre también desconocido, tiene completo conocimiento de la infidelidad de su mujer y la tolera al igual que la drogadicción de su único hijo. Su preocupación resulta del abuso físico que ejerce el novio de su mujer contra ésta. De dicha coyuntura surge el enfrentamiento entre ambos rivales, que termina con la amenaza del narrador y la llegada de Isaura al carro; en este momento, el diálogo entre los hombres culmina al escucharse, a lo lejos, los tacones de la mujer. Expresa el marido: “Escuché unos tacones acercarse. Por la sobredosis de perfume supuse que era Isaura. Rápidamente me guardé el arma en el bolsillo del pantalón. —Ahora disimula —le dije—. Aquí no ha pasado nada” (2006: 51).

La intimidación de estos narradores por la figura de la mujer se mantiene en otros cuentos más, entre ellos: “Los pericos”, “El minotauro”, en el que se sacraliza la figura femenina: “me arrodillé de nuevo para contemplarla de cerca. Por su delicadeza y no por lo que hace con el macho la sentí una mantis religiosa” (2006: 86); así como en los correspondientes a la segunda parte del libro: “Tamagotchi”, “Una noche en Kierkegaard”, “Sir Galahad”, “Mester de clerecía”, “A los que nunca terminaron nada”, “Una cajita feliz” y “Bolsas de agua”.

De la misma manera, en aquellos relatos narrados bajo la perspectiva de un narrador homodiegético, es decir, en tercera persona, la inmanencia de la mujer es manifiesta. Tal es el caso de los que llevan los títulos: “Be Bop a Lula”, “Una mujer sentada en una caja”(caso contrario a los otros relatos, ya que es una mujer quien aparece padeciendo la ruptura de un divorcio aceptado sólo a través del suicidio), “¿Viste el ratón que entró por la ventana?”, “Un buen restaurante italiano”, “Sólo quiero que amanezca”, y, en menor intensidad, “Con las luces altas”.

El discurso de estas mujeres, en muchos de los casos, como en “Un buen restaurante italiano”,logra una sincronización perfecta con el discurso masculino, estableciéndose una polifonía de dos individuos: hablando sobre temas totalmente distintos, no se escuchan el uno al otro, y sin embargo, mantienen su respectiva coherencia.

“Sólo quiero que amanezca”, de Oscar MarcanoVale destacar, además de esta situación hombre-mujer, el carácter de cada uno de los representantes de estos géneros, compatibles todos con las características presentadas por el sujeto posmoderno, en un principio mencionado. Estos hombres y mujeres sumidos en el alcohol y drogas intensas, fumadores empedernidos, habitantes de bares, mediocres, solitarios en su mayoría, sin un pasado diferente al inmediato, profanos, contradictorios y violentos; se manejan en espacios urbanos, preferentemente de madrugada, pues es Caracas, como decía Salvador Garmendia, “el aspecto más propicio para la invención”. (1997: 3-10), lugar en el que “Los personajes se vuelven anónimos, apócrifos, sin historia, o bien su historia es un mundo confuso, una laguna estancada. Lo afectivo ya no domina su vida interior, si es que la hay, se excluye todo trabajo de ahondamiento en la memoria afectiva” (2001: 7b), sobre todo con la ayuda de drogas tranquilizantes. Para la muestra tenemos el siguiente fragmento de “Una mujer sentada sobre una caja”:“Tenía el cabello recogido pero igual transpiraba. Había llorado y estornudado y las aguas de los ojos se le habían confundido con las de la nariz. Aún no le hacía efecto el Lexotanil” (2006: 57).

Aparte de la caracterización de las diferencias y similitudes de estos seres híbridos1 que sobrepasan la edad de oro de la juventud bellamente irresponsable, esta obra cuenta con una rica cantidad de marcas paratextuales que anuncian al lector lo que va a ser narrado y debe intuir a partir del título del relato. Otro punto por destacar es la pluralidad de intertextos y referencias tanto literarias como musicales, sobre artistas o canciones, en especial medida sobre el jazz.

En definitiva, podemos decir que si el héroe había muerto con Cervantes, en la narrativa actual se ha catapultado el cadáver a los confines del más allá de la literatura, superando la travesía que hiciese Satán hasta la nada. Siendo esto así, no extrañaría que surgiese un Milton que lo reivindique y lo traiga de regreso al paraíso terrestre. Hasta entonces, habrá que reírse como en “Sir Galahad” y pensar, tal como pensó Salvador Garmendia, que “en las novelas ya no hay héroes positivos, ni aventuras exteriores, Gallegos ha pasado a ser parte de la historia” (2001: 7b). Aquel lector que disfrute de épicas mitológicas tendrá que conformarse con ver a su héroe librando una escaramuza, en medio de un bar de mala muerte, botella a medio partir en mano, borracho y en posición lista para marcar una gloriosa P de perdedor.

Ya para concluir, y sólo por curiosidad, se nos hace imposible dejar de acotar la presencia del bostezo en tres de los relatos de Sólo quiero que amanezca. Éste aparece como una reacción involuntaria, contagiosa, que sirve para comunicar el estado de ánimo que sólo puede argüirse del hastío en su más exagerada representación. En “Goldfish”,tenemos una analogía entre los peces y el hombre. Ambos observan y contemplan a Paola, contra cuyo ímpetu, ninguno, ni el narrador masculino ni el pez enfermo osa revelarse, ni siquiera usando como excusa la muerte:

Cerré el volumen. Los goldfish bostezaban indiferentes en la pecera. Mañana les cambiaré el agua. Tomé la botella y el ramo de brisas y me metí vestido en la cama. Me arropé con los zapatos puestos y dejé los brazos fuera. Accioné el control remoto y miré las flores. Aún me sentía ridículo con el ramo en la mano. Oí la voz gangosa de Bogart. “Palabras”. Pero Bogart no tenía la culpa. Boggie. Un borracho con estilo (2006: 23).

En “Los pollos”,tenemos la siguiente conversación de bostezos entre el narrador y los demás personajes:

Todo había quedado en un letargo cuando el papá de Pedro abrió los ojos, se incorporó, se me quedó mirando y bostezó. Ése fue el saludo. Se volvió a ver al niño y luego a Pedro y bostezó un par de veces más. Pedro me miró y yo a él. Pedro abrió la boca para decir algo, pero lo que fuera que iba a decir se deshizo en una modulación bostezada y de ojos aguados que murió en una sonrisa.

La reacción fue irreversible. Mi primer bostezo fue discreto, con los músculos contraídos, cerrando la boca. El segundo fue más que impune, alevoso. A boca de jarro (2006: 30).

Y, finalmente en “Con las luces altas”,es la tarde quien personifica la acción: “La tarde acantonada parecía un bostezo. Uno de esos bostezos que se ejecutan con los oídos tapados. Plomiza. Con dos o tres brochazos espliego” (2006: 159). Esta reiteración de la palabra bostezo más los diferentes contextos en los que se realiza y humaniza la acción no debe ser mera coincidencia. En la literatura nada es coincidente. Habría que revisar, en vista de lo antes expuesto, si dicha particularidad tiene alguna incidencia en la obra de Oscar Marcano, para ello es menester la revisión de sus demás obras narrativas. Viéndonos imposibilitados de emitir un juicio rotundo sobre el bostezo como marca de la posmodernidad, dejamos este dato curioso a merced de sus propias interpretaciones.

 

Bibliografía

  • Baudrillard, J. (1998). La ilusión y la desilusión estéticas. Venezuela. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
  • Eagleton, T. (2005). Después de la teoría. Barcelona, España. Ed. Debate.
  • Hernández G., A. M. (1997). “Cuando la ciudad es la inspiración literaria”. El Universal. Cultura, 3-10. Caracas, Venezuela.
  • Garmendia, S. (2001). Una aproximación a la literatura venezolana actual. Redacción y recopilación: Elda Mora. Frontera. Literatura, 7b. Mérida, Venezuela.
  • Marcano, O. (2006). Sólo quiero que amanezca. Caracas, Venezuela. Ed. Planeta.
  • Plata Ramírez, E. (2005). “La relación centro-periferia en los discursos latinoamericanos de finales del siglo XX. El ejercicio del poder y la soberanía”. Instituto de Investigaciones Literarias. Mérida, Venezuela.

 

Referencia de Internet:

 

Nota

  1. Hibridez en el sentido establecido por Leslie Bary, quien define el término según la lectura hecha por Enrique Plata, “como un espacio ideológico en dos ámbitos bien diferenciados: crítica transnacional y latinoamericanista” (2005, p.7).