Sala de ensayo
Mario Vargas LlosaLa visión vargasllosiana

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Como el itinerario de un latinoamericano que hizo su aprendizaje intelectual sorprendido por los vaivenes dialécticos de Sartre y que terminó abrazando el reformismo libertario de Camus, así describe su vida Mario Vargas Llosa en un viejo artículo que publicó a comienzos de los años ochenta, justamente aquella década en la que decidió hacer su incursión en política (1987-1990) y donde descubrió, tal como hizo a final de la década del cincuenta, que su terreno estaba lejos de todo eso, que estaba en la literatura.

Aunque durante su juventud estuvo más apegado hacia la izquierda, sorprendió años después —siendo ya un escritor de renombre— cuando se reveló como un liberal, como un derechista que tal vez causaba algo de temor en un país que, en los ochentas, tenía un fuerte sector izquierdista y una democracia que aún estaba debilitada. Como lo era el Perú. Desde que estuvo implicado en política, por esos años turbulentos, siempre se definió como un opositor de todo autoritarismo, de toda rebeldía militaresca, de las actitudes dictatoriales, de cualquier politicastro y de todo gobierno que no sea democrático. Su primer paso político fue dado cuando, un poco después del discurso presidencial de julio de 1987, declaró que estaba en contra de la estatización de la banca de la cual había hablado el presidente Alan García. Vargas Llosa pareció ser, para gran cantidad de peruanos, un candidato pro-oligarca, otro ciudadano de clase alta que no acabaría con la pobreza del país.

Su derrota finalmente ocurrió, tal vez, por eso: porque no tuvo el apoyo suficiente de las masas, por la oposición del Apra y de la Izquierda Unida, por una mala estrategia publicitaria, por la guerra sucia, entre otras cosas. Como cuenta en El pez en el agua, supo que iba a perder la segunda vuelta apenas conoció los resultados de la primera.

No obstante, sus medidas económicas, con el tiempo, demostraron ser competentes y necesarias para solucionar los problemas del país, y su postura derechista y liberal, que durante esa época aún estaba en cuestión, parece ser, con el paso del tiempo, la más adecuada para un país como éste, y parece ser que el tiempo ha demostrado que tenía razón, o que al menos él y su Frente Democrático estaban caminando por el lado correcto.

A Vargas Llosa se le conoce más, claro está, por su majestuosa carrera de escritor, que es mucho más extensa y exitosa que su efímera vida de político. Su niñez fue algo inestable —nació en Arequipa, vivió en Bolivia, luego en Piura, luego en Lima, conoció a su padre a la edad de diez años— y en su juventud atendió, en tercero y cuarto de media, al colegio Leoncio Prado, en Lima, donde ya escribía “cartas de amor y novelitas pornográficas”. En el verano antes de entrar a quinto de media, se inició en el periodismo en un diario piurano, La Industria, y luego, tras graduarse del colegio, trabajó desde muy joven en Radio Panamericana, como director de informaciones, mientras también estudiaba en la Universidad de San Marcos, lugar donde concluyó la carrera de Letras. Él narra cómo su viaje a Europa, a finales de la década de los cincuentas, marcó su vida tal como hizo el viaje que realizó a Francia en 1990, unos días tras ser derrotado en las elecciones presidenciales; en ambos casos, iba hacia lugares donde la literatura sería lo esencial en su vida.

Marcaron su vida posterior como político (y también como ensayista y novelista), sin duda, los siguientes acontecimientos: sus dos años bajo la opresión militar como estudiante en el Leoncio Prado, la dictadura de Manuel Odría, la revolución cubana, y también sus amistades o encuentros, en la juventud, con intelectuales como Luis Loayza, Raúl Porras Barrenechea, Fernando de Szyszlo, etc.

En los ochentas, Vargas Llosa ya reconocía más afinidad con el reformismo libertario de Camus; ya no creía tanto en la izquierda como en su juventud (entre otras cosas, dicen que esa fue la razón de su pelea con Gabriel García Márquez, que era/es muy pro-Fidel) y era liberal, tal vez muy liberal para el Perú. Creía, también, que Belaúnde hubiera tenido mucho éxito con sus reformas de los años sesenta si no fuera por los problemas que le causaron la coalición entre el Apra y el UNO (Unión Nacional Odriísta), que finalmente desencadenaron los problemas, y la consiguiente revolución militar de Velasco —si en contra de algo está Vargas Llosa, es en contra de medidas como los golpes militares; en lugar de eso, pensaba que se podía reformar el país sin la necesidad de revolución, tal y como lo intentaba hacer Fernando Belaúnde.

En 1983, el terrorismo ya marcaba la vida política de un país que había vuelto a la democracia después de más de una década, y entonces ocurrió el asesinato de ocho periodistas en Uchuraccay, una aldea de Huanta, en Ayacucho. El presidente Belaúnde, que probablemente fue endeble respecto a las acciones terroristas, calificándolos inicialmente de escaramuzas (dicho sea de paso, uno de los primeros actos terroristas fue la quema de urnas durante las elecciones de 1980, sufragios ganados por Belaúnde), anotó a Vargas Llosa, ya un escritor afamado, al Decano del Colegio de Periodistas, Mario Castro Arenas, y al notable jurista Abraham Guzmán Figueroa, como miembros de una comisión que, junto a un equipo de antropólogos, psicoanalistas, lingüistas, etc., debía investigar la muerte de los ocho periodistas en Uchuraccay —fue llamada la Comisión Vargas Llosa, cuyo objetivo era simple: investigar y traer explicaciones.

Vargas Llosa lamenta haber aceptado ser parte de esa comisión, porque fue muy criticado por su desempeño y pasó muy malos momentos. Años después, cuando estaba ad portas de entrar en política, su esposa Patricia le recordaba lo mal que le había ido por el caso Uchuraccay y usaba ese ejemplo para describir lo complicada y sucia que es la política.

La comisión viajó rápidamente a Ayacucho para interrogar testigos, autoridades, campesinos, y redactó un informe que fue presentado poco después, el 4 de marzo, en el que se exculpaba a las Fuerzas Armadas de toda responsabilidad o intervención y se concluía que los campesinos habían asesinado a los ocho periodistas, confundiéndolos con terroristas.

Después se supo, sin embargo, que los periodistas habían tenido la oportunidad de hablar con los campesinos, poniendo en duda la teoría de la confusión. El periodismo y los familiares de las víctimas proponían que los militares habían tenido algo de culpa, y muchos desestimaron la eficacia del informe y culparon a Vargas Llosa de favorecer a los militares, que, al parecer, sí habían tenido que ver en el suceso. Aunque los campesinos eran los verdaderos autores del asesinato, los militares tenían cierta responsabilidad, al haber prevenido a los campesinos en contra de cualquiera que viniese a Uchuraccay; les habían dicho claramente que los aliados vendrían por aire, y los enemigos por tierra. También había una patrulla de la marina en Uchuraccay cuando se cometió el crimen y se destruyeron algunas pruebas, se abrieron algunas tumbas y se asesinaron testigos. Es innegable que los militares tuvieron algo de responsabilidad, lo cual se negó categóricamente en el informe.

Vargas Llosa pasó de testigo u observador a acusado. Su error principal fue, primero, formar parte de aquella comisión investigadora y, segundo, haber cometido esos errores, haber quitado toda responsabilidad de los militares. Después, cuando tuvo que confrontar al juez Huayhua en un juicio oral que se abrió en 1984, Vargas Llosa dijo que lo había hecho por preservar la democracia del país. De cualquier forma, haber colaborado con el gobierno belaundista en este hecho infausto fue un error del cual Vargas Llosa se arrepiente, como posteriormente escribe en sus memorias.

Antes de su ingreso oficial a la política, como uno de los protagonistas de un movimiento que se oponía a la nacionalización de la banca, el escritor cuenta, en un artículo dedicado a Fernando Belaúnde Terry en el libro Diccionario del amante de América Latina, cómo se reunían durante su segundo gobierno y cómo el presidente estaba empeñado en que Vargas Llosa hiciera política, y cómo sus predicciones acerca del “turbulento futuro del Perú” se cumplieron verbatim et literatim.

En cuanto a sus pensamientos, Vargas Llosa identifica claramente la diversidad de culturas en el Perú y la reconoce, en parte, como uno de las dificultades principales del país, y así lo explica en la siguiente frase:

“Por lo menos uno de los problemas básicos (del Perú) se mantiene intacto. Dos culturas, una occidental y moderna, otra aborigen y arcaica, coexisten ásperamente, separadas una de otra por la explotación y la discriminación que la primera ejerce sobre la segunda. (...) Uno de nuestros peores defectos es creer que hemos importado todas nuestras penas y miserias del extranjero, que otros son siempre responsables de nuestros problemas. (...) Sólo se puede hablar de sociedades integradas en aquellos países en los que la población nativa es escasa o inexistente, o donde los aborígenes fueron prácticamente exterminados. En los demás, un discreto, a veces inconsciente, pero muy efectivo apartheid prevalece. En ellos, la integración es sumamente lenta (...)”.

Vargas Llosa concluye que en el Perú no hay integración por la coexistencia de varias culturas, fundamentalmente una occidental y una primitiva, y que ese es uno de los principales problemas, y no puede ser solucionado (ya que en el Perú no se exterminó a la mayoría de la población aborigen, como sí lo hicieron, por ejemplo, Chile y Argentina) a menos que el nativo renuncie a su cultura, a su idioma, a sus tradiciones, a su cosmovisión. Difícil.

Para entender un poco más el pensamiento de Vargas Llosa, en este afán por comprender mejor su participación en la política peruana, habría que saber qué considera él como patria. Para él, el patriotismo es “una forma benevolente de nacionalismo” fabricado sólo para tener a alguien a quien obedecer. Él, por supuesto, valora tres ingredientes básicos de la modernidad, que fueron incluidos en su doctrina política: la individualidad, la racionalidad y la libertad; dice, además, que “detrás del patriotismo y nacionalismo flamea siempre la maligna ficción colectivista de la identidad”. Asimismo, explica que ese aglutinamiento de población (que agrupa a gente en “peruanos”, “franceses”, “chinos”) lo que hace únicamente es retroceder a la civilización a “tiempos bárbaros antes de la creación de la individualidad”. En un país tercermundista como el Perú, donde hay tanto patriotismo —o patrioterismo, lo cual es peor—, Vargas Llosa, pienso, no cayó muy bien.

Sus primeros deseos de involucrarse seriamente en política surgieron en Punta Sal, al norte del Perú, cuando vacacionaba junto a su familia y oyó el discurso de Alan García, en el que se planteaba la estatización de la banca. Eso generó que escribiera y publicara, en cuestión de días, un artículo titulado “Hacia el Perú totalitario” en el diario El Comercio, en el que argumentaba por qué se oponía a la medida. Finalmente se desencadenó, junto a sus amigos Luis Miró Quesada, Frederick Cooper Llosa, Fernando de Szyszlo, Luis Bustamante Belaúnde y Miguel Cruchaga, lo que fue un mitin en la plaza San Martin, llamado Encuentro por la Libertad, que sería el inicio de lo que sería posteriormente llamado Movimiento Libertad, un partido de independientes que luego se uniría al PPC, de Luis Bedoya, y a Acción Popular, de Fernando Belaúnde, para formar el Frente Democrático, que participó en las elecciones presidenciales de 1990. Su candidato fue, naturalmente, Vargas Llosa. Era básicamente una alianza entre partidos democráticos para enfrentar al Apra y a la Izquierda Unida, pero que tenía un elaborado programa de reformas muy radicales, que planteaba el shock económico que Fujimori tomó después y puso en práctica.

El escritor cuenta, no obstante, que el Frente Democrático nunca llegó a formar una fuerza coherente, nunca fue una alianza donde los objetivos comunes fueran más poderosos que los intereses de los partidos que los formaban —el Fredemo (nombre que le pusieron los periodistas), el PPC y AP— y que solamente se unieron cuando estuvieron bajo la presión de la segunda vuelta.

Aunque Vargas Llosa llevaba una cómoda ventaja, había un candidato cuya popularidad crecía vertiginosamente, un “chinito” que se mostraba en televisión con un tractor y usando un poncho. Para algunos, Fujimori, que logró intempestivamente llegar a la segunda vuelta y ahí ganó con 57% de los votos, fue una creación del Apra.

El Movimiento Libertad, que originalmente planeaba ser un partido de independientes a favor de la libertad, de emprendedores, que intentaba tener el apoyo de los comerciantes informales y que, como Acción Popular en sus mejores momentos, tuviera apoyo de las masas, tal vez fue etiquetado injustamente de pro-oligárquico y de extrema derecha.

Como ya se ha dicho, el modelo económico liberal que Vargas Llosa planteaba parece haberle funcionado a su adversario, Fujimori, y ahora, en el 2008, parece estar funcionándole a Alan García.

La guerra sucia también tuvo mucho que ver. El Apra, partido oficialista, hizo propaganda anti-Fredemo, como por ejemplo cuando catalogó a Vargas Llosa, por medio de publicidades en el canal del Estado, de ateo y drogadicto. “Según Freud, el doctor Vargas Llosa debería estar curándose la mente” y “¿Quieres un ateo en la presidencia?” son dos ejemplos de la campaña que se hizo en contra de él. Otro factor que jugó a favor de Fujimori fue la publicidad excesiva que usaron los candidatos a senadores y diputados de la lista del Frente Democrático, que llegó a hastiar a los televidentes peruanos.

A los pocos días de perder la contienda, Vargas Llosa viajó a Francia (un viaje que, dice, ya tenía planeado aunque ganase, porque tenía un compromiso) y su carrera como político terminó: volvería a ocuparse de la literatura. Algunos dijeron que se fue molesto, que estaba “picón” por haber perdido y que luego se dedicó a criticar el gobierno desde afuera.

¿Se perdió un escritor o se ganó un político? Creo que durante esos tres años, donde Vargas Llosa se dedicó enteramente a la política, el Perú vio el nacimiento de un posible líder y desaprovechó la oportunidad. El escritor se perdió (y se hubiera perdido por mucho más tiempo en caso de ganar las elecciones), pero luego renació cuando volvió a Europa y continuó con sus publicaciones y a dedicarse por completo a la literatura. Así que el Perú ganó un político solamente durante esos tres años, pero lo más importante es que pudo beneficiarse a posteriori de algunos aspectos de su programa, como, por ejemplo, el shock económico que Fujimori aplicó, pero que inicialmente era idea del partido de Vargas Llosa y al que tanta gente temía. Se salió de la crisis económica, en el gobierno de Cambio 90, con medidas que iban a ser aplicadas por el gobierno del Fredemo. En cuanto al problema del terrorismo, nunca se sabrá bien lo que hubiera ocurrido en el caso de que Vargas Llosa fuera presidente, aunque pienso que hubiera finalizado en lo mismo, con la captura, tarde o temprano, de Abimael Guzmán. Lo que no hubiera ocurrido nunca es el golpe de Estado de 1992. La Constitución de 1979 seguiría vigente o se hubiera reformado. Tampoco hubiéramos visto, los peruanos, el escandaloso problema de corrupción que se develó al final del gobierno de Fujimori. Aparte de eso, ahora, dieciocho años después de la campaña del Fredemo, podemos ver que la columna vertebral de su ideología política es justamente la adecuada para que progrese un país como éste.

 

Bibliografía