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Poemas

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Del tigre y tu memoria

Al primer fogonazo de la fiebre
El tigre te saltaba del fondo de los párpados.
La asfixia de sus zarpas
en la noche sin ángel, sin miradas.

Era la sombra que acechaba
tras el día turquesa,
el rostro atravesado de gestos oblicuos,
la risa tarántula de las visitas.
Nadie salvaba tus ojos reventados
detrás de las hendijas del postigo
cuando pasaba lento,
el cortejo del mundo ya sin máscaras.

Sin embargo es ahora,
para siempre es ahora cuando no acude nadie,
y el tigre del vacío es tan real.

 

Treno por los muchachos muertos

Para Javier Ángel y Diego Alexander Estrada, en memoria

Su silencio es herida mortal, oscuro labio
que condena la luz de una ciudad que, como pájaros,
los vio pasar y caer sobre sus calles
una noche, una tarde, una mañana cualquiera...
¿Dónde están hoy sus rostros de estrella medular,
sus ojos de inquietud, su fuego, su deseo insaciable?
...Sus gritos, ¿a qué fondo, a qué altura,
a qué extrema frontera se lanzaron?
La noche los acogió bajo su ala de cuervo,
y entre estallidos cósmicos sus voces
melodías eléctricas modulan
con la mecánica estelar.
Pero sólo el asfalto aquí abajo,
piedra de sacrificio,
sólo el perfil danzante de la nube
en lo alto de la casa, ese rincón donde alguien
que los amó los recuerda,
sólo el libro, la flor que nuevamente se abre
en el pequeño jardín, la música y las fotografías
en el álbum guardadas, son vestigios
de su paso apurado por la tierra,
ángeles adolescentes súbitamente desaparecidos.
En otras bocas, otros ojos, volverá a moldearse
acaso su milagro. Pero ¿quién nos dirá
qué verdad, qué grandeza, qué mundo irrepetible
se ha perdido, se ha ofrendado al abismo?

 

Café Turkestán, 3 pm

Ocho mesas de hierro
todavía resisten el peso de las tardes.
Los que alguna vez tomaron el tranvía
de días más amables,
ahora se recuestan calladamente al fondo.
Nimias complicidades los acercan,
pobres asuntos que recuerdan
o remedan la vida
mientras ruedan las bolas del billar.
Hay una luz exigua que persiste
a pesar de las muecas ajadas,
la pared desteñida del pequeño urinario:
restos del sol de 1950 que secreto
se encierra aún en sus pupilas.

 

Lunes a media sangre

Homenaje a Fernando Pessoa

Sales al parque en la mañana
—haces cuenta de que hay un parque y una mañana—
y que algo debe hacerse todavía en ese cuerpo de 48
sostenido por la inercia,
(muchachas floreciendo en aceras rápidas, el día creciendo, envejeciendo, el aliento subiendo y temblando, el deseo prendido como antorcha en pleno día)
—qué más sino la boca cálida y húmeda,
la dulzura de la luz que se queda en los poros
—qué sino el avance sonámbulo de las horas
como una humilde película del montón y tú en ella actorcillo más entre multitud de extras, en un guión desconocido
pero contento de estar en el reparto
gracias después de todo al azar o a quien pluguiere.

Días mortales pero bellos
que a nadie excepto a ti mismo importan y duelen.
Días últimos
y sin embargo más tuyos a medida que te pierden,
preciosos y urgentes pero sin propósito definido.
Cada hora un paso, un salto sobre el abismo y la verdad
ácida de no ser nadie o ser una sucesión de gestos
intercambiables y suficientes para estar
en cualquier parte sin mayores pretensiones.
Días de nada pero días tan bellos como los de ningún otro
porque te van tirando, te van dejando sin peso
como de aire del trasmundo; porque se van entre un sorbo
de café y una siesta, porque se desalientan,
se diluyen entre el vaho de la lluvia
a las cuatro de las tardes de espejos sombríos,
de interiores fungosos, de comedores oscuros,
tardes sin adonde ir excepto el mismo rincón donde repites
los mismos bostezos de hace veinte, treinta años,
treinta milenios...

 

Ante el ángel terrible

Memoria de R. M. Rilke

Todo esto sabíamos.
Pero preciso fue mantener despiertos los ojos
al insoportable resplandor del día.

Reconocer-nos demasiado sucios
ante lo abierto. Brumosos, casi ciegos
en la frontera de la vida que olfatea
la plenitud, la nada sagrada.

Todo esto sabíamos y fue preciso
asir con fuerza el destello acerado
del verbo frente a tu rostro de fuego
si queríamos permanecer un poco
antes de volver a lo oscuro.

Todo esto sabemos antes de ofrecerte
—quizá despedazadas, no destruidas,
las pruebas finales
del sueño que fuimos.