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Dos textos

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Milagro

Cuando él anunció que en el espectáculo del día siguiente, haría un milagro. Todos se burlaron, aunque nadie permaneció indiferente a lo que dijo. Una ira sorda, soterrada, sacudió a cada uno. Deseaban castigarlo por prometer milagros en una época distinta, en un lugar en que los milagros no se conocían. Sin embargo, entendían que todos necesitaban un milagro cualquiera, aunque fuera pequeñito, para empezar a creer de un modo distinto. Por eso, antes de la función anunciada, se reunieron para esperarlo, para castigarlo por mentir, para impedir que cumpliera. Se dispersaron rápidamente. Ninguno vio cuando él comenzó a volar.

 

“¡Allende vive!”
Reflexiones del asombro
(1952-1973)

Con el estupor de trece años, supe que tu nombre resonaba,
Como campanada por el aire en la certidumbre campesina.
Lo coreaba el cristal del arroyo, el vuelo veloz de la torcaza,
Las leves hojas de los álamos, en el medio rural de la leyenda.

Y aunque esa primera audacia, no subió a nivel de la creencia,
No había tristeza en los rostros. Percibíamos que se inauguraba,
Luego de tanto afán, una senda, acordada con el fuego de todos,
Donde se renovaba la esperanza y se originaba el crecimiento.

De este modo fuiste, compañero, bandera fulgurando en la patria,
Un lugar para agruparnos todos, un puerto al que sabíamos venir
Con el alma herida de injusticias, con la sed libertaria de la tierra,
Buscando el consuelo de tu meta, hallando el nombre de tu sueño.

Crecimos con tu ejemplo estoico, nos nutrimos con pan de victoria,
Aclaramos los ranchos dolientes, hablamos al hombre de su tierra,
Dijimos que el cobre era su paga, y nacerían niños para ser felices.

Brotamos en la imagen y el trueno de tu voz profética, en albergues
Que ofrecías al anhelo de los seres, con ese pañuelo blanco ondeando
Del norte de arenas al sur frondoso, de la nieve libre al mar combativo.
Pocos hombres fueron tan auténticos, en este vasto territorio del alba,
Tan insobornables, veraces y leales. Nadie unió tanto fulgor repartido,
Sólo tú, Salvador, al encargar al pueblo el destino de la nación afligida.

Nos erguimos todos en las ansias, con miles de demandas y de dolores.
Viajamos a tu paso tras de la bandera y logramos multiplicar la semilla.
Reunir una mano empuñada con otra. Congregar oraciones y milagros,
Hermanar el juicio de las manos, cesando la idea del enemigo inmune.

Y así estalló septiembre del 70, con sus voces volcánicas verticales,
Su canción de trigo y cúspides, en el oratorio de pueblos hundidos,
Y en el albor de los ranchos ardidos, habitamos contigo, compañero,
Entre risas y sollozos de adultos. Después de ensalzar altas banderas,
Intuimos que aquel sueño amanecía y obligaba a rasgar la primavera,
Avenir la fuente con la aurora, el orgullo aborigen y la débil justicia,
Coronar la alegría al ceder la tierra, trocar en poseedor al desposeído,
E izar la dignidad de los humillados y ofendidos que batían el silencio.

Se abrió el corazón de la historia, insólito y hondo, con sangre llameante,
Cada cual en su puesto, como tú, Compañero Presidente, oyendo la tierra,
Despertando al dormido, duplicando su honor entre los puntos cardinales.

Pero enemigos ocultos y visibles, vinieron con aviones, tanques y dólares,
A romper el cristal que habitaba el corazón potente y colectivo de la patria.
Vinieron, entonces, a exterminar la aurora, a impedir su ejemplo al mundo.

¡Jamás extinguieron tu fulgor, compañero!, a pesar del horror que desataron
Con sangre de aquellos que no se postraron, estás en la confianza infatigable
De los que combaten, diariamente, con el fervor de que la unidad nos libere.

Habitas, ahora, la memoria del mundo. Y así como hubo un tiempo de crecer,
Y un lapso letal de dolor, tortura, exilio, Habrá otro en el que torne tu palabra.