Artículos y reportajes
La fruta en el laberinto

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El poeta Carrizales se ha esforzado risueñamente en vivir ese estrecho margen —entre la magia y la cotidianidad— que deja la poesía: vive en China, dibuja como un niño, investiga en la academia, cumple labores diplomáticas, es un excelente fotógrafo y regresa a la poesía jugando con el lenguaje, como si tal cosa. Ahora nos presenta a un colega suyo, el poeta Menglong, nacido en 1574, quien se ocupó de recopilar la literatura popular durante la dinastía Ming, justamente cuando los valores estéticos imperiales estaban en su apogeo. Además, el poeta Menglong colocó a la mujer en el centro del universo del amor, justamente cuando la mujer era verdaderamente un objeto; tal vez por ese motivo descubrir la diversidad de emociones y conflictos internos en la mujer era, para el hombre de aquella época, muy desconcertante... ¡Y aún lo es!

Reconocer diversidades extremas en el aroma de una rosa requiere interés, paciencia y, tal vez, un poco de práctica. Esas suaves capas que se esconden y se asoman sugieren un tibio laberinto penetrable y frágil. Un aroma que se inicia delicado y tenue, prometiendo más allá, entre sus pétalos, un olor más consistente y acentuado. Tal vez por esos motivos, en occidente la rosa está asociada al amor, tal vez por eso, la portada del libro asoma insinuante una rosa roja entreabierta, como una vulva.

El poeta Feng Menglong recorre con delicadeza las diversidades extremas del amor: sus aromas avinagrados por los celos, sus ternuras dulzonas o el amargo recuerdo del amante ausente, todo se mezcla con sencillez y suavidad, sin concesiones románticas. La infidelidad, la prostitución, una paliza a la esposa o el dolor de una viuda, no son temas aislados, forman parte del tejido de las relaciones que conforman el amor, tal como se entendía en la China feudal.

 

El amor ha sido sacralizado y prostituido, casi siempre al mismo tiempo. Entre los vaivenes del cristianismo y el consumismo están las investigaciones científicas, las feromonas y las discusiones sobre las emociones asociadas a la soledad y la pareja. Pero lo que predomina hoy es la venta de objetos de consumo a través de la sexualidad o más bien, de la genitalidad.

No estamos lejos de la dinastía Ming: desbaratamos la rosa tratando de llegar al orgasmo prometido. Junto con el automóvil o el viaje a las cinco estrellas del hotel de lujo, no están contemplados el aburrimiento, el vacío existencial, el engaño o la presencia verdadera de otro ser humano. En la flor, lo esencial es la belleza y el perfume.

En China, las metáforas relacionadas con el amor no están dibujadas en el texto, forman parte de la trama como piezas para armar, la belleza está asociada integralmente al texto en su conjunto, como en “Flor de jazmín”: “Cuando llega el tiempo sofocante, voy al jardín a buscar flores para ponérmelas en el pelo... La flor escogida llega a mi mano... Su corazón aún no se ha abierto. Temprano sé que tú no tienes corazón, flor”.

No es responsabilidad de Menglong, ni del traductor, ni de los editores, si esta fruta, diversa y única, cosechada en el laberinto sinuoso de la flor, asoma a los impacientes lectores al abismo cotidiano del amor.