Artículos y reportajes
Ramón OrdazAlbacea

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Miguel Honduras, en la presentación de Albacea, libro de poemas de Ramón Ordaz, manifiesta, dice, que los poetas son lectores del mundo que viven como parias en él; yo difiero del maestro Honduras. No es un paria el poeta, no son parias los poetas, no. Son en todo caso, iluminados, en la oscuridad del mundo que viven. Son arquitectos de los sentidos, dadores de sueños; fundan dolores y cantan, eso sí, como si el próximo día fuese el último; descifran códigos de vida que sólo a través de la poesía es posible conocer, por eso el poeta es un inventor, un dador de vida y mundos. Así pude entender aquella frase certera que hace muchos años le escuché decir a Manuelito Malaver en una fiesta bonita para Ignacio “Indio” Figueredo, en San Fernando de Apure: La poesía es la verdadera literatura, y cómo no serlo, poeta.

Ramón Ordaz es de esos poetas que de tanto andar goza la libertad de las formas del tiempo y como su albacea, elevado en los campos del sueño donde lo obvio es la muerte, lo demás no es otra cosa que “...un lugar que no es más que nombre / el polvo que pasa y no regresa...”, pero más allá el discurso del poeta se ensancha con el sentido político que significa la palabra “patria” y en cantos bien logrados, lejos de la vulgaridad y pobreza panfletaria, tan común en el tratamiento de asuntos nacionales, patrios, Ordaz logra erigirse en una voz que multiplica su acento, sin que sus versos se debiliten ante la indignación que le produce la presencia extranjera, dicho de mejor forma, la presencia imperial: “...un día de Ira, un día, United Status / una hoja más en el Apocalipsis / que escribes con tus armas / un día, / signa todos los días / tu historia en occidente...”. De manera que Ramón Ordaz al momento de nombrar elementos tan comunes lo hace con tal elegancia, con tal dulzura que toda esa mezcla de horrores que significa, por los menos, el siglo XX, se hace inolvidable, con la poesía como albacea testamentaria de toda su historia, cantada de tan buen modo y tono, desde el lugar deseado, desde la palabra deseada, por Ordaz. Pero los días del mundo parecieran tener, todos, esa sombra, así ha ido tras de sí mismo el hombre, como el tango de Gardel: por una cabeza, por un poco de oro.

Albacea (Fondo Editorial del Caribe, 2003), tiene asiento y llama:

Mi destino era otro,
pero el viaje, en fin,
era el mismo:
alcanzar la orilla
donde se pierden los caminos

O en aquella Esa patria, tu vientre cuyo último terceto transcribo a continuación:

Vuelvo a la huella, verso tu vientre;
las albas claras de quien espera
vivir tus sueños, vivir tu patria, tus hemisferios.

Ordaz (1948), autor de numerosos libros de poesía y algunos de ensayos, es también animador y fundador de revistas literarias y factor importantísimo en la vida de la Casa Ramos Sucre, allá, en la muy recordada ciudad de Cumaná, en el extremo más oriental de Venezuela, donde, por cierto, su poesía goza de simpatía legítima como si fuera un solo aplauso, en el momento en que más se necesita.