“La obsesión por la muerte recorre toda mi obra y creo que casi todo lo que tengo hecho tiene que ver con ella”, afirma el dibujante Francesc Capdevila (Barcelona, 1956), quien firma sus dibujos como Max y es el creador de personajes como Peter Punk, Gustavo y Bardín, quien ha visitado Nueva York con motivo del certamen Graphic Novels from Europe: New Literature from Europe 2008, dedicado al cómic europeo.
“Pero no es una obsesión vital, no es que esté todo el día temiendo morirme, es una obsesión intelectual, como para comprender qué es ese lio: una vida, una muerte, y nada más después seguramente”, amplía el artista a quien correspondió en 2007 el primer Premio Nacional del Cómic, otorgado por el Ministerio de Cultura de España, por su trabajo Hechos, dichos, ocurrencias y andanzas de Bardín el Superrealista.
En cuanto a Bardín —el personaje cuya existencia hizo que el jurado dedicara al arte del catalán piropos como el de “gráficamente deslumbrante” y no se ahorrara establecer “un antes y un después en la historieta española” a partir de aquel libro—, asegura que surgió de casualidad, casi sin querer, sin tener nada que ver con ningún personaje anterior.
“Buscaba un personaje a quien no le pasara lo que les pasa siempre a los personajes de cómic; es que siempre son iguales a sí mismos, se repiten en todo y llega a ser muy monótono, ¿no?”, comenta.
Max quería un personaje que le fuera útil tanto para una historia de humor absurdo, como para una historia poética, una historia de acción o una historia de cualquier cosa. “En ese sentido, el personaje es muy neutro y reacciona ante las cosas que le suceden”, añade.
Y vaya si le suceden cosas a ese personaje que soporta una enorme cabeza y viste permanentemente de azul. “Si en el primer libro me ha dado por que sean temas de apariciones, de entes metafísicos, sueños y pesadillas, en el próximo libro serán otras cosas. Tengo el guión prácticamente acabado”, refiere.
El autor nunca le ha hecho ascos a los temas políticos, allí está Gustavo, anarquista y partidario de la acción directa, para dar testimonio de ello, y antes, en 1976, ya había adaptado al cómic El Capital, pero el abordaje de los temas políticos se ha tornado menos explícito y ha ganado en sutileza con los años.
“No paso de ellos, están insertados de un modo que no es explicito, pero están ahí”, precisa y relata que las veces que ha intentado hacer algo muy directo en ese sentido luego se ha arrepentido, tras ver que lo que salía no era arte, era un panfleto. “Entonces no: soy un artista, no un creador de panfletos, pero es evidente que me preocupa la realidad social que me envuelve y creo que se trasluce en mis historias”, agrega.
“Bien, muy bien, me parece muy justo”, dice respecto a la versión 2008 del premio que ha correspondido esta vez a su colega Paco Roca (Valencia, 1970) por el álbum Arrugas, en el que ilustra la vejez y el mal de Alzhéimer.
“Es un tema sensible y precisamente Paco ha conseguido hacer un cómic nada sentimental, sin asomo de compasión ni nada, sino un cómic incluso con sentido del humor. Vaya que ha tratado muy bien el tema”, comenta.
Un largo recorrido
Max inició sus andanzas por los caminos de la historieta allá por 1973, en el fanzine El Rrollo Enmascarado, y a tres décadas y media de emprendido ese recorrido creativo se refiere a aquella fase —que se extendió aproximadamente hasta 1985— como “digamos, underground y muy gamberra”.
Ese período comprende su participación como fundador en la revista El Víbora, el apogeo del social y políticamente comprometido Gustavo, y la aparición de Peter Punk.
Luego pasó por un momento de mayor exploración del medio, del cómic, de ir probando muchas cosas, que se extendería hasta finales de los años ‘90.
Si en sus inicios el trabajo de Max había sentido la influencia del estadounidense Robert Crumb, con el paso del tiempo su creación gráfica le aproximaría a las huellas sucesivas de artistas como Yves Chaland y Ever Meulen. En el aspecto temático comienza a adentrarse en los terrenos de la mitología y lo fantástico.
“Hay una tercera etapa, que es la actual, en que sigo explorando y creo que ya he encontrado, de una manera bastante clara, el tipo de caminos que me interesa seguir. He estado muchos años probando muchas cosas distintas; ahora creo que ya sé en qué parámetros moverme”, señala.
El artista catalán cuenta que el proceso de elaboración de una historieta arranca cuando se forma un principio en su cabeza, una idea. “Luego anoto cosas y voy pensando en cómo darle un hilo argumental; a partir de ahí empiezo a contar la historia con dibujos, pero con bocetos muy rápidos”, apunta.
Esa tarea continúa hasta que el dibujante tiene todo “muy clarito”. Llegado a ese punto “empiezo a dibujar en serio, diríamos, pero primero lo tengo todo muy previsto, muy claro”.
Max utiliza mucho el ordenador sobre todo en lo que se refiere al color, el diseño y trucos varios. “Básicamente el dibujo lo hago a mano, en blanco y negro, pero luego lo escaneo y hago modificaciones, y cambios”, acota.
Las creaciones de Max ofrecen algunas veces guiños al cine y la literatura. Él se define más lector que cinemero y si se pretende hallar alguna huella del cine de Ingmar Bergman en sus historietas esclarece que la obra del director sueco nunca le ha gustado mucho. “Creo que por el tono en que trata los temas; de todos modos hace años que no reviso sus películas, igual ahora me entrarían mejor”, acota.
El dibujante e ilustrador también se declara un gran lector de cómic y sigue con atención el desarrollo de ese arte en Europa, Estados Unidos y América Latina. “Me gusta mucho el trabajo de (José) Muñoz (historietista argentino, creador de Sudor Sudaca y Sophie), me parece un maestro, pero no me ha influido porque mi estilo de dibujo es muy distinto”, afirma.
El manga, la historieta japonesa, no entusiasma mucho a Max, aunque de vez en cuando halla algo que sí le gusta. “Pero igual pasa con el cómic europeo o americano: el 80 por ciento es basura comercial, pero hay un 20% que vale la pena leérselo”, asegura.
En relación a las diferencias entre el cómic que se hace en los Estados Unidos y el que se cultiva en Europa, el creador de Bardín observa que en la actualidad sólo radican en el aspecto temático. “En el nivel formal, artístico, visual, no hay diferencia ya hoy, pues los cruces de influencias ya llevan tantos años dándose que no se puede decir que haya estilos más americanos o mas europeos”, puntualiza.