Los libros de historia mencionan a un tal Claus von Staufenberg, coronel alemán, quien en los tenebrosos años de la segunda guerra atenta en varias ocasiones contra la vida de su funesto líder, sin tener nunca éxito.
A mis manos ha llegado, de manera casual, un pequeño libro en mal estado, sus hojas maltrechas narran la vida de un oficial alemán, de ascendencia aristocrática y fugaz ascenso en la milicia de su país.
Fue un arduo trabajo el conseguir a alguien quien leyera el idioma, y tradujera sin preguntas aquel interesante documento.
Al principio la lectura del diario resulta bastante monótona; sí, a los pocos minutos de trabajar la traductora sobre las amarillas páginas, aquello resultó ser un diario; llevado tan religiosamente, que en la sucesión cronológica de los días no había ninguna. Eran simples anotaciones de la rutina diaria de un tal Gottfried Staufenberg, sin embargo en algunas páginas se lee el traumático suceso de la muerte de sus padres bajo un bombardeo en Polonia; él describe el suceso como un trágico accidente; explayándose en elogios hacia Herr Goering, y mostrando gran pesar por la imprudencia mostrada por sus padres al coincidir ingenuamente en Varsovia durante el ataque de los aviones de la Luftwaffe.
No podría yo asegurar que este Staufenberg, del diario, sea el mismo del que hablan los libros de historia, sólo creo que si alguna de sus empresas hubiera llegado a feliz término, llámese Gottfried o llámese Claus, la historia hubiera resultado diferente.
Del diario, página 168
El ataque fue nocturno y calcinó la ciudad.
De los grandes monumentos y edificios públicos poco queda, sólo un montón de hierros retorcidos y escombros, toneladas de escombros, columnas de humo se extienden hasta el cielo, y el alboroto de las sirenas, y los gritos de mis hombres junto con aquella maldita melodía que taladra mis oídos y suda mis manos; aquella música había estado flotando en el ambiente durante toda la noche; quizás los aviones llevaran consigo grandes artefactos y fueran ellos quienes difundían la música, el efecto sobre nosotros era aterrador, parecía un réquiem, cuando en realidad era una virtuosa interpretación del piano, pero en aquellas circunstancias, aquella belleza parecía burlarse de nosotros. Todo, todo aquello me transporta inexorable a aquel invierno, cuando mi padre me obsequia aquel primer fusil, el viejo Mauser, y con él y en aquellos bosques nevados me convertí en lo que soy.
Y la guerra, en la cual podría alcanzar en méritos a mi padre y a mi abuelo, donde podría obtener grandes triunfos y forjar mi nombre, y colocar mis medallas en la sala junto a las suyas y hablarle a mis hijos de las grandes batallas, había sido sólo un fraude, un engaño.
Fueron tantos; aún puedo verlos caer en la distancia, e imaginar sus lamentos inútiles y el rezumar sofocante de sus heridas, y el sonido sordo e infalible de mi arma. Soy capaz, y Dios es testigo, de atinarle a un hombre o a cualquier cosa en movimiento a gran distancia; y sin embargo a él, al artífice de toda esta desgracia, lo he tenido a mi merced tantas veces, en muchas ocasiones estuve a cargo de su seguridad y lo escolté muchas otras a su casa de verano, sólo una bala hubiese bastado, sólo un disparo limpio y franco y todo el horror hubiese terminado.
La masacre lleva cuatro años y no creo que termine pronto, sin embargo para nosotros ya todo ha terminado; somos un pequeño reducto en el ejército. Es casi hilarante, pero hay entre nosotros dos guías de ascendencia gitana, y un feliz cabo, el cual es el marido de una mujer judía. Por supuesto que todo lo anterior está oculto a los demás, ante todo somos la unidad al mando del coronel, tan sólo nos defendemos como hombres, tan sólo sobrevivimos.
Del diario, página 169
He subido hasta aquí sin pensar. La sangre del centinela ha manchado mi abrigo, era sólo un niño y sus ojos suplicaban conocer el amor y volver a casa, era un obstáculo en mi camino.
El día transcurre según lo planeado. Los recolectores de escombros hacen su labor y benefician la mía. Llego hasta la cúspide del campanario y me instalo junto al vitral. El ruido de los camiones me permite romper el vidrio sin ser detectado. Mi arma está a punto, la he aceitado y mantenido resguardada del frío toda la noche.
Desde aquí puedo ver a mis hombres, no sé a qué hora ni en que momento fueron prendidos, me alejé por escasos cuarenta minutos en busca de municiones y algo de morfina, el cabo había resultado herido durante el bombardeo y necesitaba la medicina con urgencia. Y al regresar a la pequeña habitación en el sótano de lo que fue alguna vez un hotel, ésta había sido reducida a escombros, la morfina ya no haría falta, ya todo había salido a la luz, su mujer se encontraba camino a Treblinka, y él yacía en medio de la habitación, entre escombros y trozos de vidrio, flotando en su propia sangre. Como ya dije desde aquí puedo ver a mis hombres, los tienen alineados contra el muro de la iglesia, sólo quedan cinco de un grupo de diez, el oficial SS les lee algo, otra vez puedo oír esa tonada, es la misma melodía que escuché durante el bombardeo, es Chopin, ahora lo recuerdo, de niño lo tocaba en el Bechstein de mi padre, sí, es Chopin, pero, ¿de dónde proviene la música?
El oficial da la orden y se escuchan las descargas, los cuerpos caen pesadamente sobre las lozas de atrio, la música es suave y de excelente interpretación, aviones surcan el cielo, el estrépito de los motores desprende otro vidrio en el vitral, las exclamaciones y los vivas de los soldados me informan que el momento ha llegado, mi blanco esta aquí.
Me asomo lentamente al hueco en el vitral y lo veo saludando a la multitud desde el auto, ya no es el mismo, ha envejecido, pero aún mantiene la esvástica en su lugar, es seguro que pronunciará su discurso desde el balcón.
Ha sobrevivido a todos los atentados en su contra, ha filmado y sonorizado las ejecuciones de los conspiradores y las de sus familias, ha instaurado el odio y estigmatizado a nuestro pueblo, pero morirá hoy, él no saldrá vivo del edificio, así como yo jamás saldré vivo de esta iglesia.