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José SaramagoEl viaje de Saramago

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A propósito del nuevo libro de José Saramago, El viaje del elefante, y convencido de que la vida es un viaje, se me ocurre pensar que el del escritor portugués ha sido un viaje cargado de pistas que bien vale la pena descifrar (o vivir en ese intento).

En cada novela de Saramago, dentro de su poderosa fábula, hay uno o muchos espejos que nos muestran una realidad simultánea a la ficción. El evangelio según Jesucristo (1992) le valió, además del Nobel de Literatura, la admiración de muchos lectores que vimos en uno de los espejos de esa obra el valor de la trascendencia espiritual más allá de cualquier dogma religioso. Otras claves, siempre humanas, siempre existenciales, habitan en novelas como Ensayo sobre la ceguera (1995); Todos los nombres (1997); La caverna (1997); El hombre duplicado (2003) o Las intermitencias de la muerte (2005).

José Saramago es uno de los más grandes fabuladores de la literatura mundial; el crítico Harold Bloom asegura que es “el novelista vivo más talentoso del planeta”. La obra de Saramago se ha ganado un espacio único en las letras; pocos como él pueden crear una novela poderosa tanto en la ficción como en la filosofía. En sus novelas el narrador cuenta y reflexiona sin perder el hilo (con su tono y su ritmo) de la historia. Pero en este tránsito Saramago también nos invita a pensar sus opiniones; y nos dice (y pensamos) que “cuando se ridiculiza la bondad la única conclusión es que se justifica la delincuencia”. Y con esa bondad aguda (y sonrisa observadora, triste) asegura que “vivimos tiempos que se caracterizan por la irracionalidad de comportamientos generales, y poner un poco de sentido común, decir que hay que proteger la vida, que la prioridad absoluta es el ser humano, esté donde esté, es casi una aberración... Y no se observan cambios, esto no es una tendencia, es una brutal realidad: la intolerancia ha ganado, no soportamos al otro”.

“El viaje del elefante”, de José SaramagoEn su recorrido, el escritor superó la enfermedad con la ilusión de un niño. Antes de la hospitalización escribió cuarenta páginas de su nueva novela; luego, al salir, construyó el resto de la experiencia en clave de fábula. El viaje del elefante trata del particular tránsito de un paquidermo que la Corte lusa le envía de obsequio a su homóloga austríaca. Pero habrá que buscar entre sus líneas (o dentro de sus espejos) la mirada de un hombre que vio la muerte de cerca. Y no le tuvo miedo.

Vamos andando (intentando ver lo que no ven nuestros ojos) y atendiendo las pistas que nos dejan otros en el camino. En algún momento de su viaje (que también es un poco el nuestro) José Saramago (el crítico, el que se declara cada vez más rebelde) sostiene que “la sociedad actual necesita filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión. Nos falta pensar, ideas, y sin ideas no vamos a ningún sitio”.

Qué importante es, como Saramago, asumir los años (y el viaje) con la rebeldía de un joven inconforme.