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Ochenta años de Carlos Fuentes

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Jean SebergEn cada una de estas fotografías se adivina la belleza de Jean Seberg. Afirma su condición de actriz hollywoodense, bella, tal y como Carlos Fuentes la describió. Sin embargo, sólo eso reflejan, su estatus de símbolo sexual. En ningún momento detallan su vida, sus inicios en el cine, sus tropiezos amorosos ni la razón de que el FBI intentara neutralizarla.

Nació en Iowa y falleció en París, fue encontrada en un automóvil tras once días de muerta. Se suicidó tras una vida turbulenta de fama y desprestigio provocado por el FBI debido a su apoyo a las Panteras Negras. Años después el FBI reconoció esa campaña de desprestigio y el mito de Seberg quedó sepultado.

En 1994 su historia cobró un nuevo giro inesperado pues el escritor Carlos Fuentes, en base a una relación amorosa que algunos ponen en duda, publicó Diana o la cazadora solitaria. Quizás uno de sus libros más personales y de gran contenido biográfico. El libro presenta una relación amorosa entre el escritor y la actriz, años después de su muerte en París.

La trama inicia en los últimos días de 1969. El protagonista, el cual se adivina que es el propio escritor, sale a festejar el Año Nuevo con su esposa Luisa Santiaga; Rita Macedo, primera esposa de Fuentes. A diferencia de otras obras, Fuentes examina su vida. Habla del amor, del sexo, a través de un conducto, Jean Seberg, o Diana Soren en la novela. Narra con objetividad sus propios errores, sus temores, sus defectos.

Quiero ser franco en este relato y no guardarme nada. Puedo herirme a mí mismo cuanto me guste. No tengo, en cambio, derecho de herir a nadie que no sea yo, a menos, en todo caso, de que primero me entierre yo mismo el puñal, que amorosamente, acabo compartiendo con otra. Señalo, de arranque, los temores que me asaltan. Trato de justiciar sexo con literatura y literatura con sexo. Pero el escritor —amante o autor— al cabo desaparece.

Su relación con Luisa Santiaga —Rita Macedo— es clara. Mientras no están juntos, él está con otras mujeres. Tras decepcionarse de su novia en turno regresa con su esposa, mi victoria inapelable sobre los amores pasajeros.

“Diana o la cazadora solitaria”, de Carlos FuentesCon Rita Macedo había conocido el éxito de sus primeros libros. Era una de varias parejas del boom latinoamericano que se reunían en fiestas, junto con García Márquez y Mercedes Barcha, Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa. Por su condición de actriz de cine era la más glamorosa.

Sin embargo, desde el principio de la novela surge la incógnita. ¿Qué es verdad, que es ficción? Por supuesto, la experiencia personal del escritor se plasma en su texto. Pero en un caso como el de Fuentes, con un estilo y temas tan extensos, ¿cómo saberlo? No es un escritor que escriba de sus experiencias, en muy pocas ocasiones escribe en primera persona.

Todo esto se soluciona con Diana Soren. Su entrada en esa historia de un escritor deprimido, cansado de un año de libertinaje. Conocer a Diana provoca una nueva ruptura con Luisa.

La miré. Me miró. Luisa nos miró mirándonos. Mi esposa se acercó y me dijo a boca de jarro:

—Creo que debemos irnos.

—Pero si la fiesta aún no empieza —protesté.

—Para mí ya terminó.

—¿Por la explosión? No me pasó nada. Mira.

Le mostré mis manos tranquilas.

—Me prometiste esta noche.

—No seas egoísta. Mira quien acaba de entrar. La admiramos mucho.

—No pluralices, por favor.

—Quisiera hablar con ella un rato.

—No regreses demasiado tarde —arqueó la ceja, reflejo casi inevitable, pavloviano, genético, en una actriz mexicana.

No regresé más. Sentado al lado de Diana Soren, hablando de cine, de la vida en París, descubriendo amigos mutuos, me sentí traidor y como siempre, me dijo que si no traicionaba a la literatura, ¡no me traicionaba a mí mismo!

Así empieza la historia de amor, o enamoramiento, que sube y baja por una espiral de confesiones, gestos, sonrisas y sexo. Corre el año de 1970 y por momentos Carlos se detiene a pensar en lo que ha sucedido en esa época; cada una de las turbulencias de los años sesenta, cada uno sus eventos, cada uno de sus mártires y villanos.

Ernesto Guevara, muerto, tendido como el Cristo de Mantegna, era el cadáver más bello de la época que nos tocó. Che Guevara era el Santo Tomás Moro del Segundo (o Enésimo) Descubrimiento Europeo del Nuevo Mundo. Desde el siglo XVI, somos la Utopía donde Europa puede lavarse de sus pecados de sangre, avaricia y muerte.

Para lo del 68 enarbola una crítica contra los intelectuales, contra él mismo. Acusa ceguera y complicidad. Señala divisiones.

José Revueltas fue a la cárcel por su participación en el movimiento renovador; Martín Luis Guzmán alabó en una comida del Día de la Libertad de Prensa al presidente Gustavo Díaz Ordaz, responsable de la matanza. Octavio Paz renunció a la embajada en la India; Salvador Novo entonó una aria de agradecimiento a Díaz Ordaz y las instituciones.

Sobre él escribe con pena y rabia:

El que cedí fui yo, el traidor fui yo. No pude darle el valor que debí a la lealtad y a la paciencia de mi mujer. Regresé a México y quise compensar mi mezcla de horror político y sequedad literaria con la novedad de los amores, renunciando —quizás para siempre— a adentrarme en el amor de Luisa, volverlo exclusivo, profundizar en la mujer que en esos momentos me hubiera permitido profundizar también en la política y la literatura.

Mientras la novela avanza las disertaciones sobre política y literatura se atenúan; y la pasión y los encuentros con Diana aumentan.

Le pedí felación cuando intuí que ella quería mamar verga, que agarrarla de la nuca y acercarla a mi pene levantado como una esclava dócil era el placer que queríamos los dos. Pero también entendí cuando lo que quería ella era el cunilingüe lento y asombrado con el que mi lengua fue descubriendo el sexo invisible de Diana, avergonzándome de la obstrucción brutal de mi propia forma masculina, güevona, evidente como una manguera abandonada en un jardín de pasto rubio; en ella, en Diana, el sexo era un lujo escondido, detrás del vello, entre los repliegues que mi lengua exploraba hasta llegar al palpito mínimo, nervioso, azogado y azorado de su clítoris de mercurio puro.

En ese tono y estilo prosigue la historia, pero con Diana Soren como única protagonista, la historia de su relación, su personalidad. Una disección y homenaje a esa mujer y cada hecho que marcó su vida. Eso es el libro: una forma de resarcir a esa actriz hollywoodense, caída y destruida por su tiempo: Jean Seberg. Es un complejo altar literario al amor, a la literatura, a una época que ya pasó.