Sala de ensayo
Rojo y azul: en la línea de fuego
(Algunas reflexiones sobre la violencia en la narrativa del Tolima)

“Masacre en Colombia”, de Fernando Botero

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El tratamiento de la violencia en la narrativa regional del departamento de Tolima (Colombia) ha experimentado un proceso de mediación ascendente orientado desde el reflejo externo del fenómeno (mundo abierto), hacia la reflexión interna de los héroes (mundo subjetivo), generado a partir de las mismas lógicas sociopolíticas del conflicto. Este proceso de mediación ha permitido ilustrar, a través de particularidades en las focalizaciones de las obras, una imagen global de la violencia en todas sus esferas, estableciéndose con ello focos de expresión literaria e ideológica conservadores, liberales y revolucionarios.

Teniendo en cuenta lo anterior, desarrollaré en este texto aspectos referidos al proceso de mediación ascendente externa e interna de la violencia, así como las respectivas focalizaciones que generan la globalidad en el tratamiento del tema. Lo anterior, a través de un ejercicio crítico-intertextual entre las obras: Julia, de Juan Esteban Caicedo; Sin tierra para morir, de Eduardo Santa; “El festín”, de Policarpo Varón; “Bomba de tiempo”, de Eutiquio Leal; El jardín de las Hartmann, de Jorge Eliécer Pardo, y “Todos los días la muerte”, de Hugo Ruiz.

 

La línea de fuego: liberales vs. conservadores

Si bien es cierto que el fenómeno sociopolítico partidista de la violencia ha sido enmarcado como una época histórica de Colombia generada entre 1947 y 1965 (Escobar, 1996), puedo plantear que los conflictos entre los partidos no sólo se desarrollaron en esta época particular sino que anteceden, desde el mismo siglo XIX, tiempo en el que se originaron los partidos políticos tradicionales, liberal: 1848 y conservador: 1849, al año de iniciación de esta etapa, prueba de ello son las diferentes guerras civiles que desde 1851 produjeron enfrentamientos entre conservadores y liberales en el país.

Ante este panorama bélico, que propició aun más la crisis sociopolítica y económica del país, la literatura, y en especial la narrativa, inicia un proceso de inserción de estructuras significativas políticas que ilustran visiones particulares de la violencia bipartidista. Este proceso de valoración de la realidad no fue ajeno a las creaciones literarias de la época en el Tolima, y es así como la novela Julia, de Juan Esteban Caicedo (1998), ilustra algunos elementos de la guerra civil ocurrida durante la administración de Aquileo Parra, en especial los de la batalla de Garrapata del 20 al 22 de noviembre de 1876, aspectos históricos que logran niveles de verosimilitud: “Había llegado el año de 1876. Las chispas infernales de la revolución se extendían por todas partes en todo Colombia... los hombres de ideas conservadoras se alzaron contra el gobierno... la guerra civil amenazaba con su formidable cortejo de horrores” (Caicedo, 1998).

Aunque el conflicto central de esta novela no es la guerra bipartidista, debido a que se orienta más hacia una mímesis tardía romántica y de costumbres de la región (Mariquita), el episodio bélico sí determina la resolución trágica de la historia. Néstor, protagonista de la obra, fiel al deber político de sus imaginarios conservadores opta por tomar parte activa en la guerra, “debe uno formar en las filas cuya bandera es Dios, Patria, Libertad y Orden” (Caicedo, 1998). En esta medida, el autor inserta al héroe central en el fenómeno privilegiando la postura conservadora, que aunque derrotada en la lucha, es la exaltada en el relato:

“Baste saber que el ejército conservador, triunfante en toda la línea por la pericia, valentía y arrojo del gran general Manuel Casablanca, tuvo que darse por vencido… En aquel combate se había distinguido un Coronel que había... peleado como un león en todos los encuentros… Néstor” (Caicedo, 1998).

Teniendo en cuenta lo anterior, puedo plantear que es en esta novela en donde se establece el primer proceso de inserción de estructuras significativas sociopolíticas bipartidistas en la narrativa del Tolima; aunque se hace necesario aclarar que no se dan descripciones minuciosas de los aspectos violentos del conflicto, debido a que ésta no es la intención: “No pueden ser descritos, ni es en esta narración donde pueden ser apreciados los horrores de ese combate formidable” (Caicedo, 1998). Por tanto, en Julia se inicia el proceso de mediación ascendente desde una visión primaria del mundo externo de la violencia, que posee como característica espacial lo rural.

Por su parte, la novela Sin tierra para morir de Eduardo Santa (1951) refleja de una manera más amplia, en comparación con la obra de Caicedo, el conflicto bipartidista colombiano; articulando la acción, la descripción y la digresión, elementos estructurantes del relato, Santa ilustra en forma cruda las atrocidades de la violencia posterior al 9 de abril de 1948. Al respecto, Augusto Escobar Mesa (1996) plantea que “durante veinte años de violencia se instaura el imperio del terror en los campos y poblados, se despoja al campesino de la tierra y de sus bienes... Se asesina selectivamente o de una manera masiva; la sevicia o la tortura contra las víctimas no tiene límite”. Aspectos que son descritos en la narrativa de Santa.

En esta medida, la obra ilustra una serie de cuadros de tortura inexorables que referencian la tanatomanía particular de la época: “Las indefensas gentes despertaban entre las llamas, maullando como gatos... Las mujeres con los niños de pecho o con sus cunitas abrazadas, se lanzaban sobre las... llamas, pero, si acaso vencían el tenebroso obstáculo, eran rematadas por las cerradas descargas de los fusiles”, “desnudaban a las mujeres y, después de saciar en ellas los más viles apetitos, las arrojaban con sus hijos a las grandes pailas de miel hirviente”, “amarraban a los hombres a las patas traseras de los animales... para que perecieran descuartizados cuando las bestias se desbocaran con las detonaciones de sus armas de fuego” (Santa, 2003). De ahí que la novela posea un proceso de mediación ascendente del mundo externo mucho más abarcador del fenómeno.

En este contexto, autores como Germán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, entre otros, describen algunas de las torturas más recurrentes en la tanatomanía colombiana, señalando que “en el proceso de la violencia la forma de crimen marca una parábola progresiva hacia la atrocidad y el sadismo” (Guzmán, Fals Borda y Umaña, 2005). De esta manera, los llamados cortes: franela, corbata, mica, francés, oreja, así como el descuartizamiento, la antropofagia, el empalamiento, la piromanía y los crímenes sexuales, son, entre otros, las tanato-estrategias más recurrentes en la violencia regional y nacional.

La introducción de estas referencias contribuye a la posición política del narrador, y por ende, la del autor frente al conflicto. Es por ello que este ejercicio de valoración axiológica se dinamiza a partir de una estructura discursiva e ideológica comprometida con los imaginarios liberales, de ahí que el narrador asuma características negativas para los conservadores, autores directos de todas las atrocidades, y valoraciones positivas para los liberales, víctimas de la violencia bipartidista, visión un tanto maniquea del conflicto.

Es por tal motivo que expreso mi desacuerdo con lo propuesto por Jaime Mejía Duque cuando plantea que “En ningún párrafo Eduardo Santa echa sermones personales o se apunta a un color determinado. Esta es otra de sus ventajas técnicas sobre sus antecesores en el tema... Sagazmente conserva la serenidad como autor, dejando siempre a los personajes que sigan sus destinos propios...” (Mejía, 1954), porque sin duda alguna la obra establece una orientación marcada hacia el foco expresivo liberal, de ahí el tratamiento especial en la configuración polarizada del sistema de heroicidades, las referencias a la corrupción institucional y a la tenencia de tierras, aspecto último que genera la violencia, debido a que ésta en la obra no se produce por una lucha de ideologías y convicciones políticas, sino por el sentido pragmático dominante de la acumulación de terrenos (Londoño, 2007).

Desde esta perspectiva, puedo plantear que la obra de Eduardo Santa refleja ese mundo externo que ilustra con detalles y crudeza la barbarie cometida por el pueblo conservador al liberal, mediante una focalización solidaria. Reflexionando sobre este fenómeno de mundo abierto o externo, Augusto Escobar Mesa plantea que “en una primera etapa, la literatura sigue paso a paso los hechos históricos. Toma el rumbo de la violencia y se pierde en el laberinto de muertos y de escenas de horror. Se nutre y depende absolutamente de la historia” (Escobar, 1996), y es por tal motivo que obras como Sin tierra para morir, se adhieren a la realidad histórica, aunque con sesgos políticos, reflejando lo acontecido en la época.

Referenciando el cuento de Policarpo Varón “El festín” de 1966, puedo plantear que esta obra conserva también la mediación ascendente del mundo externo porque ilustra de forma cruda y abierta la barbarie de la violencia: “Durante toda la noche los oí gritar a los que estaban muriendo. Me partía el alma con toda la gente que estaba regada en la plaza”. No obstante, la narración en primera persona y el narrador personaje hacen del fenómeno una reflexión interna, puesto que el cuento presenta lo que experimentaba el héroe al momento de presenciar las muertes. Es allí en donde ese mundo externo se va interiorizando lentamente.

El cuento también presenta una orientación hacia uno de los focos políticos expresivos, debido a la valoración negativa constante que hace el narrador de la policía: “policía... es decir, quien les mortificará la vida” (Varón, 1973); así, son estos individuos los encargados de cometer las atrocidades contra los habitantes del pueblo: “Yo los vi caer. Las mujeres corrieron como pudieron y los niños también y los policías avanzaban agachados sin dejar de disparar y la plaza se iba llenando de muertos” (Varón, 1973). En esta medida, aunque no se hace referencia explícita a los partidos políticos tradicionales en la obra, especificando los bandos, y aunque presente una aparente neutralidad, puedo plantear que la obra establece una marcada orientación hacia el foco expresivo opuesto al de los policías, es decir, presenta una marcada adhesión contraria al de los representantes estatales de la época, debido a la filiación institucional de la policía.

Por su parte, el cuento de Eutiquio Leal “Bomba de tiempo” (1974), presenta elementos del mundo externo de la violencia “por qué madrugarán tantísimo esos demonstres, los pilotos se vendrán en ayunas a jodernos la vida, deberían pensar que necesitamos conseguir bastimento, pero no nos dejan tiempo ni de cagar” (Leal, 1974), dichos elementos están orientados hacia el foco expresivo revolucionario. Por tanto, la voz del guerrillero también se hace presente como núcleo de enunciación en el conflicto de la violencia.

Las anteriores obras desarrollan la mediación del mundo externo de la violencia, caracterizada por reflejar las lógicas bélicas sociopolíticas bipartidistas, y por establecer marcadas referencias hacia los focos expresivos conservador, liberal y revolucionario. Sin embargo, no todas las obras de la tradición colombiana siguen desarrollando esta mediación abierta, que privilegia la acción y la descripción sobre la reflexión, aunque lo anterior no quiere decir que no se den procesos de digresión. Al respecto, Augusto Escobar Mesa (1996) plantea que “poco a poco, a medida que la violencia adquiere una coloración distinta al azul y al rojo de los bandos iniciales en pugna, los escritores van comprendiendo que el objetivo no son los muertos, sino los vivos; que no son las muchas formas de generar la muerte (tanatomanía), sino el pánico que consume a las próximas víctimas”.

Y es a partir de este fundamento que la mediación externa del fenómeno de la violencia evoluciona y asciende una mediación interna que no se propone retratar la tanatomanía, sino que profundiza en el ser interior del héroe, que reflexiona sobre su existencia inserta en el núcleo mismo del conflicto. En esta línea de mediación se encuentran obras como El jardín de las Hartmann (1977), de Jorge Eliécer Pardo, y el cuento “Todos los días la muerte”, de Hugo Ruiz.

La obra de Pardo, que se dinamiza a partir del deseo de venganza, presenta una mediación interna del fenómeno de la violencia debido a que refleja de una manera más reflexiva e interior el mundo de los sujetos insertos en el conflicto; de la misma forma, establece una orientación marcada hacia el foco expresivo de la izquierda, porque los procesos digresivos se solidarizan con la ideología revolucionaria. Por tanto, aunque el fenómeno de la violencia haya ascendido de mediación se conservan los focos expresivos de los bandos.

De igual manera, la obra de Ruiz refleja una mediación intersubjetiva mucho más profunda, debido a que realiza un ejercicio más introspectivo en el héroe del cuento, un personaje fracasado y pasivo que es acechado por la muerte en forma constante, siendo el azar quien lo lleva a vivir las lógicas de la violencia. La incomunicabilidad del héroe hace que primen los monólogos, y esto a su vez genera mayores niveles de introspección y digresión. Este sentido de mediación se apoya además en la no referencia a escenas escabrosas, característica típica de las literaturas de mediación externa.

En conclusión, puedo plantear que en la narrativa del Tolima, desde la aparición de la novela de Juan Esteban Caicedo hasta las obras de Pardo y Ruiz, se ha establecido una serie de procesos de inserción de estructuras significativas sociopolíticas que ilustran visiones particulares de la violencia bipartidista. Este proceso de inserción se ha establecido a partir de una serie de mediaciones ascendentes orientadas desde el reflejo externo y crudo del fenómeno, hacia la reflexión interna de los héroes, producto del mismo estado de violencia. Estos procesos de mediación han ilustrado, a partir de los focos de expresión, visiones solidarias con determinados partidos políticos y grupos insurgentes: liberales, conservadores y revolucionarios, lo que deja connotar una visión holística del fenómeno de la violencia.

De la misma forma, considero importante el desarrollo de estudios críticos que faciliten la comprensión de las manifestaciones literarias regionales, sobre todo, porque se establece un reconocimiento a todas las expresiones que por ser construidas en las periferias poseen una regulación y circulación nacional especiales, más restringida. Es por ello que resulta fundamental el análisis y la crítica de las manifestaciones literarias de nuestras culturas locales.

 

Bibliografía de referencia

  • Caicedo Q., Juan Esteban (1998). Julia. Ediciones Literarias Luchima.
  • Escobar Mesa, Augusto (1996). “Literatura y violencia en la línea de fuego”. En: Literatura y cultura. Narrativa colombiana del siglo XX.
  • Guzmán Campos, Germán; Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna (2005). La violencia en Colombia. Tomo I. Editorial Taurus Historia. Bogotá.
  • Londoño Zapata, Oscar Iván (2007). “El fenómeno de la violencia en la narrativa del Tolima” (I y II). En: Facetas. El Nuevo Día. Ibagué.
  • Ruiz, Hugo. “Todos los días la muerte”.
  • Pardo, Jorge Eliécer (1982). El jardín de las Hartmann. Ediciones Pijao. Colombia.
  • Santa, Eduardo (2003). Sin tierra para morir. Editorial Códice. Bogotá.
  • Varón, Policarpo (1973). “El festín”. Editorial Oveja Negra.