Sala de ensayo
Álvaro MutisUn bel morir, de Álvaro Mutis

Comparte este contenido con tus amigos

¿en dónde está el secreto de esta lucha estéril
que nos agota y lleva mansamente a la tumba?
Álvaro Mutis. Trilogía

El mástil de navío, en la simbología, es un símbolo axial vertical tal como la montaña, la pirámide, el hacha de doble filo, el tridente, el obelisco etc.; todos ellos representan el “eje del mundo” o tienen una relación analógica con él; se consideran así tales representaciones en el mundo de la mitología y del arte. Es así que se entiende que el eje es el punto de enfrentamiento de los contrarios. La palabra “gavia” (del latín cavĕa, cavidad, jaula), entre las diversas acepciones que contempla la vigésima segunda edición del Diccionario RAE, es definida como “2. f. Mar. Vela que se coloca en el mastelero mayor de las naves, la cual da nombre a éste, a su verga, etc.”. Finalizando este sucinto abordaje etimológico no puedo pasar por alto un término significativo para nuestra expedita exposición: “gaviero”, conforme a la definición dada por el Diccionario Marítimo Español de Martín Fernández de Navarrete (publicado en 1831, pág. 294, c. f. Brit. mus. Catalogue), es un “marinero escogido que entre los de la dotación del buque se destina para dirigir en las cofas y en lo alto de los palos las maniobras que allí se ofrecen...”.

Estas definiciones nos remiten al carácter y recorrido de vida de Maqroll, el Gaviero, personaje protagonista del libro Un bel morir, que a continuación intentaremos explorar y de la saga que el poeta y escritor Álvaro Mutis nos ha dado a conocer como referente imprescindible de su poética y narrativa; es un personaje en donde confluye una serie de aspectos de lo que se ha denominado como los rasgos del ser contemporáneo; entre los que están comprendidos como tales se destacan la desesperanza, la angustia, la temporalidad, la incertidumbre y la muerte con sus derivados expresados en la soledad, la incomunicación o inasibilidad, el escepticismo, la destrucción del tiempo: memoria-desmemoria, recuerdos, nostalgia del paraíso perdido cuando sus ensoñaciones le llevan a rememorar el ambiente de trópico de su infancia:

“...Al borde del sendero corría una acequia. Sus aguas tranquilas y transparentes dieron al caminante una anticipada noticia del paisaje que le esperaba, que había sido el paisaje de su infancia... al terminar la cuesta, el camino penetró de lleno en los cafetales... el recuerdo de sus años mozos volvió de repente, con un torrente de aromas, imágenes, rostros, ríos y dichas instantáneas... el verde dombo de los cafetos estaba protegido por carboneros y cámbulos cuya gran flor, de color naranja intenso, tenía ese prestigio de lo inalcanzable... Rodeado por cafetales dispuestos en un orden casi versallesco, Maqroll sintió la invasión de una felicidad sin sombras y sin límites; la misma que había predominado en su niñez. Iba caminando lentamente, para disfrutar con mayor plenitud de ese regreso, intacto y certero, de lo que había sido su única e irrebatible dicha sobre la tierra” (UBM, 1994, 29-30).

Lo onírico (como anuncio de fatalidades y/o respuesta al deterioro), la presencia constante de la lluvia como elemento catalizador o como marco referente de las situaciones y eventos en que participó o participa el de la gavia, el exilio como extrañamiento de lugares y personas: es todo lo anterior que el Gaviero parece asimilar en este último trecho de su recorrido de vida con una lucidez desprovista de amargura o autocompasión, en expectativa a veces, con un dejo de mínima esperanza o de calma fatalista:

“Una vieja amargura, familiar para él desde hacía muchos años, comenzaba a pesarle en el ánimo en tal forma, que cada paso de la frenética subida se le hacía más penoso. Pero, al mismo tiempo —y éste era uno de los rasgos más personales y característicos— a medida que se internaba a lo más abrupto de la cordillera y percibía el aroma de la vegetación siempre húmeda, la explosión de colores de una riqueza desbordante, y escuchaba el estruendo de las aguas, allá al fondo de los barrancos, cantaban su caudaloso descenso entre espumas y crestas burbujeantes, una paz antigua y bienhechora desaloja el cansancio del camino y de la brega con las mulas” (UBM, 43).

Sólo en fugaces momentos se deja invadir por esta última impresión respecto a su vida, a lo que ha conseguido obtener de permanente para sí y para quienes han compartido sus proyectos, afectos y trabajos, todos ellos truncados pese a su intención de conseguir la permanencia de éstos en el tiempo y espacio.

En estos aspectos la figura de Maqroll refleja como un prisma viviente ese enfrentamiento de contrarios que el mástil de navío representa: hombre de mar que añora intermitentemente la tierra cálida y firme pero en la cual se muestra temerario y torpe para desarrollar algún plan, empresas, o un ideal con el cual poner un punto de inflexión a su trashumante existencia, cuyos resultados sólo reforzaban su tendencia natural a la suspicacia y al escepticismo:

“el Gaviero sabía por adelantado, allá en un rincón de su inconsciente, que el pago de su trabajo estaría sujeto a las más inesperadas alternativas. Pero vino a caer en esa inclinación, tan propia de su carácter, de aceptar y embarcarse siempre en empresas que descansaban en el aire, justificadas con palabras zalameras una veces, altaneras otras. Empresas en las cuales acaba pagando, sin remedio, los platos rotos” (UBM, 26-27).

“Un bel morir”, de Álvaro MutisEs capaz de asumir desafíos, dirigir iniciativas para otros maniobrando con habilidad antes la tornadiza naturaleza humana, se somete a “la ley de la manada” pero sin falsas imposturas en una actitud fatalista pero digna, ¿soberbia, quizás? con escéptica obediencia; es un “avizor de horizontes” (el poema “Una fértil miseria”, 324) pero pierde su orientación ante el miedo o la culpa que siente cuando los límites entre el bien y el mal, su concepción personal de ellos, han sido traspasados, en circunstancias aciagas tales como la violencia de los otros, el engaño de aquéllos o de la naturaleza hostil, desértica que los contiene (el páramo asfixiante, la ley de tierra arrasada, las incursiones de la violencia organizada personificada en el Ejército o la de los contrabandistas) ante una “una tierra condenada” (Sucre, 326) que se evidencia en el deterioro y/o degradación de personas y paisajes; la impotencia ante la adversidad recurrente que toca a las mujeres que ha amado que no aminora la necesidad de trasegar los tragos embriagantes del afecto y sensualidad femeninas como remedio al paso del tiempo del cual se hace más consciente:

“Maqroll caminó hacia La Plata con esa sensación en el diafragma de mariposas desencadenadas que solía anunciarle el comienzo de una amistad femenina en la que se daba por entero. Había pensado que a su edad, aquello no iría a ocurrir de nuevo. El constar que no era así, lo rescató de la pesadumbre de los años” (UBM, 34).

Maqroll es una suerte de “caballero flotante” cuya consigna podría haber sido el aprender en las derrotas asumiendo (eligiendo) una serie de acontecimientos que se suceden en su andariega vida que culminan en la derrota, en la muerte o en exilio; errancia permanente del que sigue un camino que se borra apenas es trazado, como en el mar, sin dejar huellas, “camino del mar pronto se olvidan estas cosas” (“Una palabra”, 29, Antología personal); la desesperanza como hilo conductor, atravesando las vivencias y afectos de Maqroll, se mantiene latente como llaga sin cauterizar en Un bel morir en la plena conciencia de estar cerrando cuentas a la vida:

“Desalentado por la ausencia de la menor noticia sobre sus antiguos compañeros y con un amargo sabor en el alma al ver cómo se agotaban las únicas fuentes que nutrían esa nostalgia que lo había traído desde tan lejos, concluyó que le daba igual quedarse allí, en el humilde caserío, o seguir remontando la corriente, ya sin motivo alguno que lo moviera a hacerlo” (UBM, 9).

Por ello son recurrentes las comparaciones con el Quijote, caballero fallido, con quien se le hermana en el afán de aventurarse sin suerte y en su permanente nostalgia del amor perdido con la subsecuente idealización de la mujer ausente:

“...Era Ilona, su amiga triestina. Sólo ella, la simpar, la única, le decía así. Y ése era su particular acento inconfundible. Su voz, sus pasos elásticos y firmes. Su cuerpo gustoso y blanco, convertido en cenizas en una absurda explosión de gas en Panamá. Volvió para mirarla y se encontró una mujer de tipo español, con un aire aristocrático y montuno... ¡Ilona!, le dijo, sin advertir lo necio de su equívoco, con los ojos bañados en lágrimas...” (UBM, 51).

La mujer, el placer, lo erótico, son las boyas afectivas y sensoriales que llevan, mantienen al Gaviero a flote en las aguas azarosas de su travesía existencial, Amparo María representará en este ultimo tránsito un hito que le hubiese podido sujetar hasta el final en la tierra, en una vida estable dentro de un contexto de permanencia geográfica y emocional; su final infausto como el de todas las anteriores mujeres que amó Maqroll le confirman el pathos que rodea los afectos por él elegidos.

“A Maqroll le invadía, poco a poco, una como penosa conciencia del peso de los años, del intrincado ovillo de sus andanzas y desventuras, dichas y descalabros, y el único alivio que hallaba para esa pesadumbre era el sentir a su lado esa ternura cálida, felina y joven que le acompañaba como una parca que hubiese preferido el camino de la indulgente ternura” (UBM, 40).

El erotismo y el placer hallados en esta nueva compañera de aventuras, tiene un dejo de añoranza, presentida felicidad que no deja de buscar “el cuerpo tibio y recio de la muchacha, ceñido al suyo con una intensidad nueva y renovadora, le trasmitió una serenidad y un bienestar que prolongaban la acción bienhechora de la tierra del café y de la caña donde recuperaba, intactas las ganas de vivir y los dones del mundo” (UBM, 60), como una Gaia juvenil, humanizada, que lo recibe y festeja con sus mejores dones y frutos, pero él está consciente de lo efímero que podía ser lo que vivía y sentía con ella, agradecido por ese tiempo de revancha con el destino, llenos de incertidumbre compartida:

“El azar le entregaba a Amparo María, él la hubiera querido unos veinte años antes para guardarla en una escondida quinta de Catania. La tenía aquí, cansado y en medio de una tierra de horror y desamparo. Seguía siendo un regalo de los dioses” (UBM, 67).

La alusión a la parca en referencia al personaje femenino principal de Un bel morir nos trae resonancias de los mitos y arquetipos que encarnan o identifican a la mujer, a la femineidad en todos sus matices: Ilona, Flor Estévez y Amparo María representan para el Gaviero, en mi modesta percepción, una tríade similar a las Moiras menos siniestras, indulgentes, benefactoras, que van llevando de la mano a Maqroll, a través del hilo de su existencia, a este final ineludible que ya avizora:

“Comenzaba a mascar el sordo presentimiento de que jamás iba a ver de nuevo a Amparo María. Desde su último encuentro con ella, durante los días en que quedó a acompañarlo en La Plata, la muchacha había entrado a formar parte, junto con Ilona y Flor Estévez, una suerte de trío bienhechor, cómplice y leal, necesario y gratificante, que llenaba sus días de sentido y exorcizaba la ronda de tedio cuyos embates temía como a la muerte. Cada una a su manera y por uno de esos esquinazos de la suerte, tan frecuentes en la vida del Gaviero, le había sido arrebatada con la repentina violencia con que las fieras pierden su pareja” (UBM, 120).

En Amparo María se cierra el círculo de amores plenos, contrariados, efímeros pero inolvidables de Maqroll:

“En un recodo del camino, antes de comenzar la cuesta que subía hasta la hacienda, le esperaba Amparo María. Llevaba un delantal blanco que le daba un aire de sacerdotisa, al que contribuían, al que contribuían las tijeras de podar que tenía en las manos...” (UBM, 70).

Es la lucidez plena, en consideración a todo lo antes expuesto, lo que en mi parecer va llevando al Gaviero por una senda o punto de retorno en donde comienza éste a “cerrar su cuenta”, reivindicando lo que Cioran denominó como “la finitud del Dasein” (Yo y el mundo, 27). Por ello el recurso del Olvido será, ante la lucidez desencarnada, un mecanismo de defensa contra el miedo y la rabia, acudiendo a los recuerdos vividos; lo onírico es otro mecanismo con el cual logra conectarse con el pasado inmediato y/o remoto; por ejemplo, el sueño con Ilona, cuya ausencia irreversible es un “ya no ser-ahí” que él siente como consecuencia de sus actos.

Maqroll intuye la cercanía de la muerte, ante la cual a veces se siente preparado, en otras, no se siente seguro de lo que encontrará en “la otra orilla”, se preocupa de dejar en orden sus cosas y asuntos con doña Empera, especie de Sibila o pitonisa que cuida de él con vigilante y diligente afecto aunque más adelante descubramos la razón íntima que le une a la persona del Gaviero.

Para finalizar, quedando muchas cosas por decir y considerar; Maqroll es sin duda “el hombre intentando ser” (Ser filosófico y ser poético..., 235) cortaziano, un Prometeo encadenado a su desarraigo, valga la paradoja y los personajes de esta historia trágica pero llena de hermosura, “hombres y mujeres que intentan ser antes que no ser Nada” (Mantilla, 234).

“Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.

Amén”.

(“La Oración de Maqroll”).

 

Bibliografía

  • Mutis, Álvaro (1996). Un bel morir. Santafé de Bogotá: Editorial Norma S.A.

 

Trabajos citados

  • Mantilla Chaparro, Gabriel (2004). Ser filosófico y ser poético en la obra de Álvaro Mutis. Mérida: CDCHT-ULA.