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Lo que se dice una ruina

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Mi calle es normal, las aceras están rotas y no hay árboles, pero hay tiendas.

Primero está la mercería. Quedan pocas en la ciudad, pero en estos barrios siempre hay alguna porque la gente todavía cose y habla de ello. Entre nosotras nos gusta comentar: voy a hacerle esto a mi sobrina o me tengo que cambiar estos botones. Debo desde hace meses varios metros de blonda, unos visillos, media docena de carretes de hilo, así que procuro pasar poco por allí, pero tampoco puedo dejar de pasar del todo porque entonces empezarán a pensar que no voy a pagarles. La cuenta de la frutería, que está cerca, suelo saldarla a los tres o cuatro días, con regularidad, pero a costa de ir acumulando pequeños préstamos en otros sitios.

Al principio todo parecía sencillo. Me parecía que compraba lo normal, así que no me preocupaba por llevar la cuenta. Tenía que ser lo normal porque era lo que le oía decir a la gente que compraba. Claro que yo no notaba que lo que hacía era sumar lo de todos y pensar que todo eso me hacía falta. Ahora sí lo noto, pero es igual.

Empecé a ver que el gasto mensual subía y cuando llegó el primer colmo, yo lo llamo así, o sea, cuando por primera vez me vi muy empeñada porque había tirado a todas horas de tarjeta, entonces el disgusto fue gordo y rompí todas las tarjetas. Los bancos me las habían ido dando y a mí me hacía gracia porque me parecía la mejor manera de comprar. El caso es que después del primer desbordamiento, las rompí, pero enseguida pedí otras. Una, poco a poco, o no tan poco a poco, aprende cosas, los créditos rápidos, por ejemplo, y la unificación de deuda, y aunque no sepa matemáticas, se hace una idea bastante clara de lo que son las tasas, el interés compuesto, las progresiones geométricas y todo lo que no acerté a aprender en la escuela. Son las cosas de la vida. El sueldo de limpiadora no da para mucho aunque ahora nos llaman empleadas de servicio. Pero es un sueldo embargable, como cualquier otro. El juez te deja lo justo y el resto te lo quitan. Y así no puedo pedir más créditos.

El piso es alquilado: si llega a ser mío, se lo queda el banco; pero el que era medio mío ya se lo quedó mi marido durante el divorcio, no sé cómo lo hizo, y luego lo vendió y compró otro a nombre de su nueva mujer, y luego, cuando tuvo piso y mujer, se atrajo a los críos, por su bien, dijo, y porque al fin y al cabo él pagaba los estudios, ¿no?, y es verdad que su barrio es mejor que este para unos chavales, y así son las cosas: pienso en todo, todo llega y se va, nada se queda y a partir de ese momento sólo queda una sensación muy fuerte de algo que no sé cómo se llama. Si tuviera más palabras, sabría el nombre y a lo mejor entonces podía quitármelo de encima. Eso también me pasa a menudo, que no sé el nombre de algo que me pasa y hasta que no lo aprendo y lo entiendo no sé lo que me pasa.

Me parece que empezó cuando lo hacíamos, mi marido y yo, en la cama quiero decir, y me da vergüenza, pero yo estaba debajo y pensaba en comprar cosas, y cuando él acababa tenía la misma sensación que tengo ahora cuando compro algo y me doy cuenta de que ya no lo quiero porque lo que yo quería era comprarlo. Pero me parece que desde muy pequeña tengo la idea de que la mejor compañía es el dinero. Ya sé: a veces no sé lo que digo, pero sé lo que quiero decir.

Hay trucos para seguir comprando después del embargo. Por ejemplo, una deja caer en el trabajo: necesito cien euros hasta el lunes, porque eso es lo que valen los zapatos que he visto esta mañana y no me hacen ninguna falta, y seguro que ni siquiera son cómodos, ya ni siquiera me engaño sobre las cosas que quiero, pero sé que no voy a parar hasta comprarlos, lo que pasa es que eso, claro, no lo explico, pongo cara de que me ha surgido un imprevisto, lo dejo caer sin explicarlo para que parezca más grave y las primeras veces siempre hay alguien que te los presta y en cuanto te los da le dices que mejor que el lunes, si no le importa, será el viernes, o sea, dentro de una semana, pero tardas dos en devolvérselos: más no puedes, porque el trabajo es el trabajo. Hay un par de nuevas que también se enrollan en el vestuario y va a colar, pero eso no puede hacerse muchas veces porque la gente se da cuenta de que las has pasado putas para devolvérselo y seguro que en algún momento piensa que no va a volver a ver los billetes y seguro que se habla de ti a tus espaldas y se pasan la bola, tiene un embargo, dicen, seguro, porque los de personal hablan mucho.

Y dicen: siempre está tirando y empeñándose y parece que el marido la dejó por eso. Eso sí que me da rabia, porque no es verdad. Es sólo que una se vuelve fea: tres hijos, trabajo, y además es verdad que nunca fui guapa, pero ya me dijo el médico que no podía echarme yo la culpa de que mi marido se fuera. Me dijo eso y me dio unas pastillas y de vez en cuando vuelvo y me las vuelve a dar, no es que sirvan de mucho, pero algo hacen, y es verdad que hace tiempo que no me dice que nada es culpa mía y me mira como si pensara que alguna culpa tengo. Una vez se lo pregunté: ¿a usted no le parece que soy un desastre que vengo aquí porque no sé lo que me pasa y sólo sé que me encuentro mal y usted nunca me encuentra nada? Y el médico que dijo que no me preocupara, que es muy habitual cuando nos hacemos mayores y que la vida tiene esas cosas y que lo mejor es no preocuparse, preocuparse por preocuparse no tiene sentido, dijo, y entonces estuve una temporada más tranquila, pero fue muy corta.

Y seguro que dicen: lo peor es que lo gasta en chorradas, ya sabes, culo veo culo quiero, porque lo que tiene es mucha tontería y mucho creerse una señora que tiene que tener más que las demás, y la de las gafas gruesas con la mala lengua que tiene seguro que dice: esa lo que necesita es un macho, y entonces la otra me va a poner bien porque esa sí que me tuvo que pedir los cien euros tres semanas después y me tiene ganas. Así que cada vez lo tengo más difícil, pero con las compañeras suelo cumplir bien y lo que se llama artículos de primera necesitad siempre los cubro aunque no paro de hacer apuntes en las tiendas.

Culo veo culo quiero, es verdad, es verdad, sin mirar lo que vale, y cuando lo tengo ya no quiero eso, quiero el otro, el primero que pase más caro, cueste lo que cueste. Se tiene un culo, o lo que sea, es que de algo tengo que reírme, recién conseguido y ya se siente una mal porque lo ha conseguido y le ha costado mucho y ahora no va a poder dejar de pensar cómo pagarlo, así que ya no lo quiere, lo odia, incluso lo esconde, si puede, porque el sofá de cuero que no me hacía ninguna falta no hay quien lo esconda, ahí está, y ya está viejo, y fue la primera vez que pedí uno de esos créditos rápidos por teléfono.

Pero yo aprendo muy deprisa a no mirar las cosas que no puedo esconder o a no notar más que una punzada pequeñita mientras las veo o a comer chocolate si la punzada es muy grande, por eso estoy cada vez más gorda, no sé si me hace falta un macho, como dice la cerda esa, pero de todas maneras no voy a conseguirlo, sería mucho buscar y no sería el que me guste.

El mundo está lleno de tiendas y de gente que dice he comprado esto y lo otro y aquello y en la tele dicen compra, compra y tienen razón, hay que comprar, qué se puede hacer si no es comprar algo, dicen hay que comprar, la única manera de vivir es comprando. Eso es una verdad como un templo y no entiendo a los que dicen se puede vivir sin comprar tanto, se puede vivir con menos cosas, paso de comprar esto o lo otro, no los entiendo porque la única manera de tener algo es comprándolo y nadie da importancia a los que no tienen cosas, o sea, yo sé que hacen bien, pero no los entiendo, porque no sé cómo hacen para ver a alguien que tiene algo y no pensar que ellos también tendrían que tener eso, no sé cómo hacer para no querer todas las cosas que quiero. Un día oí al del kiosco decir que es muy difícil saber lo que se quiere, pero yo sé que lo quiero todo y no me acuerdo de cuando pasaba días enteros sin comprar nada y sin pensar en comprar nada.

Sé que hubo un tiempo así, pero eso debió de ser de muy niña, y crecí muy deprisa y me eché novio para que me llevara a la verbena y me comprara cosas o las ganara a la tómbola y al tiro, peluches, muñecas, cadenas de latón, manzanas envueltas con caramelo rojo como el de los pirulís, máscaras de cartulina de esas que se atan con una goma y son inservibles, nunca coinciden los ojos y además hacen daño, y empecé a trabajar para poder comprar más, claro, con el sueldo de él no bastaba, entonces teníamos coche, habíamos comprado el piso que se quedó él, lo normal: a mí me parece que todo eso era normal, pero algo me pasa, porque a los demás, a casi nadie le embargan la nómina, casi nadie anda trampeando, por eso la gente se fija en ellos y habla de ellos, y eso que a ellos no les importa, si son como yo, porque siempre voy corriendo a los sitios y no tengo tiempo para fijarme en nada más porque siempre me parece que tengo que ir con prisa a comprar algo, a pagar algo para tener una deuda menos y poder tener otra en otro sitio, eso es hacer equilibrios, quitar el peso de un lado, ponerlo en otro, y por eso siempre parece que estoy en otra parte, me refiero a cuando alguien te está diciendo algo y tú estás pensando en otra cosa o en cómo contestar algo que no tenga nada que ver con lo que te han dicho pero que sirva para que te dejen seguir pensando en lo tuyo.

Siempre he sido un poco así, de manera que mientras me dicen llena el caldero estoy imaginando con mucha fuerza, como si fuera de verdad, de manera que respiro fuerte y se me suben los colores, que en cuanto cobre este mes me voy a comprar el reloj de colgar del cuello con la esfera granate y luego buscaré algo a juego, un conjunto para el otoño, un bolso a juego, y ya me veo con todo aunque ahora que me he quedado sola con el cubo vacío me está pareciendo que no me va a bastar para todo porque me he olvidado del cristal que rompí cuando me pudo la rabia, que también hay que pagarlo, pero ya buscaré la manera y que sea lo que tenga que ser, o sea, una ruina, lo que se dice una ruina, pero que sea lo que tenga que ser.