Letras
El concertista

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En sus exitosas presentaciones en los más renombrados y prestigiosos escenarios del mundo el célebre pianista hablaba más que tocaba. En cuanto comparecía ante el nutrido y enfervorizado público que a todas partes lo seguía incondicionalmente, daba riendas sueltas a su exuberante y caudalosa elocuencia: hablaba y hablaba y hablaba sin cesar: lo hacía mientras avanzaba hacia el imponente piano de cola, durante el tiempo que dedicaba a realizar los necesarios ajustes en el pequeño taburete, una vez se había sentado en éste, ya al momento mismo de iniciar la pieza (el cual postergaba de tal modo que parecía que nunca iba a llegar...) y de forma profusa cuando la había finalizado...

El reconocido compositor e intérprete explicaba a fondo, prolijamente, sus maravillosas y originales producciones: qué había querido expresar al crearlas, la razón de ser de sus complejas e innovadoras estructuras armónico-melódicas y rítmicas; los arriscados y tortuosos escollos técnicos que el arriesgado intérprete debía sortear para salir airoso en la ejecución de las mismas, el porqué de cada uno de sus sugerentes y llamativos títulos.

Tal fue el gusto que el virtuoso concertista llegó a tomarle a sus improvisadas disertaciones, que en una histórica gala en el vetusto y venerable edificio del Royal Albert Hall de Londres, de la forma más inesperada e intempestiva (todos los allí presentes quedaron pasmados ante el insólito hecho) prescindió del piano de cola y su brillante y rica gama de matices y expresó su complejo mundo interior con sólo su voz, el verbo y la palabra. Y ya desde aquel instante dedicóse en cuerpo y alma a recorrer el mundo en calidad de orador, que ya no de concertista, ofreciendo charlas y conferencias magistrales a un público cada vez más entregado, variado y expectante...

Pronto fue universalmente reconocido como “Orador de Oradores”, y todo parecía indicar que el otrora inquieto compositor e intérprete había descubierto por fin su auténtica forma de expresión y que, por tanto, era un ser humano completamente feliz y realizado...

Pero un día en que pronunciaba una de sus esperadas conferencias en el auditorio de la facultad de Letras de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santander Cantabria, España), volvió a su incongruente actitud de antaño, sólo que ahora el proceso obró de forma inversa a como lo hiciera en el pasado, y si antes el brillante pianista explicaba la música con palabras ahora el no menos brillante orador explicaba las palabras con la música que sus largos, fuertes y ágiles dedos extraían del numeroso teclado bicolor del piano.

Las expresivas notas musicales (redondas, blancas, negras, corcheas, semicorcheas, fusas, semifusas) volaban ya lentas, ya vertiginosas por el vasto salón de conferencias, explicando (o intentando explicar) al ávido, curioso y reverente público la rigurosa y cohesionada estructura lógico-semántica del lúcido, rico y novedoso discurso, la tortuosa e intrincada sintaxis en la que la parataxis se imponía de forma rotundamente abrumadora sobre la hipotaxis, el sutil entramado de las oraciones simples y compuestas (abrumadoramente mayoritarias asimismo estas últimas), las ideas centrales y secundarias de cada uno de los coherentes y significativos párrafos, el sentido semántico, tanto el literal como el figurado, de cada uno de los vocablos o lexias y sus más recónditas raíces etimológicas.

Largos años vivió el “Orador Musicalizante” o el “Músico Orador” entregado por completo a este ímprobo esfuerzo exegético explicativo. Hasta que una luminosa mañana de abril de 1975, justo a mitad de la conferencia magistral que dictaba en la prestigiosa Bussines School of Harvard University (Cambridge, Massachussets, USA), cayó en la cuenta de que lo que de verdad lo expresaba en su auténtico ser de hombre era el silencio, y ya jamás lo alteró ni con música ni con palabras...