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“Lluvia sobre el puente Atake”, de Utagawa HiroshigeLluvia sobre el puente Atake

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Lo que voy a decir se acerca mucho a una suposición (¡a un sentimiento!), pero aun así quiero expresar mi opinión en el sentido de que acaso (acaso) haya una relación íntimamente definida, sutil, entre el título del cuadro del Roy Lichtenstein (“I... I’m sorry”) y una de las pinturas de Utagawa Hiroshige, “Lluvia sobre el puente Atake”, xilografía correspondiente a la serie de Cien paisajes famosos de Edo.

Sostengo mi suposición en lo siguiente: la pintura es la manifestación practica, material, de una forma de sentir. Es, pues, por extensión, una expresión espiritual de su autor. Pues bien, al margen de cualquier forzada similitud o simultaneidad, Hiroshige expresa, en forma pictórica, el sentido del texto-título de Lichtenstein. Pero he de decir más: establezco esta relación deliberadamente para que dé entrada a lo que, en una buena medida esencial, es la expresión de su contenido de la pintura japonesa tradicional.

Hablaba en una ocasión José Bergamín, concretamente en el texto introductorio al catálogo de una exposición de pintura de Ramón Valle Inclán, del “ojo que escucha” y del “oído que ve”. Reparemos: en relación a la pintura. Ver y oír cruzadamente, interrelacionándose los procesos de valoración de cada uno de estos actos. Y de ahí al vinculo, al sentir participativo a través de los infinitos espejos en que se divide la pasión del observador.

Descendamos ahora al ejemplo.

En el cuadro “Lluvia sobre el puente Atake”, de Hiroshige, participamos de un primer reclamo conmovedor, cual es la proporción de las personas que cruzan dicho puente y que, a pesar de su pequeñez (una pequeñez “agrandada” por los espacios vacios del cuadro) cada personaje encierra un gesto muy definido y propio, y en él una receptividad vinculadora para el que ve, quien, en alguna manera, inicia por simpatía un gesto similar para identificarse con el cuerpo físico que anda bajo el peso físico y casi espiritual de la lluvia.

Unos van y otros vienen: la dialéctica es definitoria y vital. Resaltada aun, si cabe, por ese hombre solitario que, un poco alejado del puente, de cuclillas sobre un sobrio soporte de troncos al que conduce valiéndose de una pala, traza su camino en el agua hacia el puerto. Gracias a esos dos planos de los personajes, resalta (resaltando ambos referentes entre sí) esa muda soledad que acompaña a cada una de las personas bajo la lluvia. Incluso se diría que el grupo que se cobija bajo el paraguas anda y busca un mismo destino, en silencio, siendo uno y sin diferir, a pesar de su rasgo distintivo del conjunto, de la percepción individual que resalta.

El cuadro está lleno de silencio (“el ojo que escucha”) salvo, si acaso, la lluvia que se percibe (“el oído que ve”) exhibida en el primer plano cuando sirve para acomodar cada persona a su gesto, y exhibida (intuida) de un modo vivo y latente en el denso bosque del fondo.

El caso es que lo que se exhibe tiene un contenido real y estable muy definido (todo ese anclaje de madera que se hinca en el fondo del agua y le da sostén al puente) pero, aun siendo así, el agua, símbolo de la movilidad, elabora la forma de sentir del que ve gracias a su presencia, casi sustentadora de la parte más físico-proporcional del cuadro.

“I... I’m sorry”, ha pensado Lichtenstein para exponer un concepto-sentimiento suyo a través de un cuadro. “I... I’m sorry”, sostiene con su delicado mensaje íntimo Hiroshige al ofrecernos el sentir, a través de los ojos y de los oídos, de su xilografía.

Y en ello sólo hay un pintor que nos ha ayudado a entrar en el ser del otro. Nada más. Una casualidad.