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Ilustración: StockbyteLo cuántico

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Quién podría negar que lleva consigo, en su discurrir por la vida, el enigma de lo que no sucedió, que también forma parte de su existencia, paralelamente a lo sí ocurrido.

En invierno de 1987, el destacado semiólogo Yuri Lotman y Umberto Eco conversaron al respecto, diciendo éste ultimo que si la persona que inventó el molino de viento no hubiera nacido, otra persona lo habría inventado. Si Einstein no hubiese nacido, alguien habría inventado una fórmula de la relatividad muy parecida a la suya.

Lotman sugería observar los fenómenos que han ocurrido, considerando una gran cantidad de posibilidades que podían darse, pero que, en realidad, no se han dado. La historia —decía— es historia de lo que ha ocurrido en el ámbito de un espectro de posibilidades que podían acontecer, que se hallaban incluso a punto de acontecer, pero que no se han dado.

Decidir es descartar y este hecho suele resultar doloroso, porque supone dejar de disfrutar o descubrir lo que contenía un camino alternativo. ¿Qué aventura nos hemos perdido?, ¿qué habría pasado si en lugar de esto hubiera hecho lo otro?

Fernando Trías de Bes explicaba, en un trabajo publicado en la revista El País Semanal, que el ser humano suele experimentar el acto de descartar como una pérdida; así, aquel joven que debe escoger la carrera universitaria a cursar. Es una de las decisiones más determinantes de la vida, y debe tomarse a tierna edad. Antes de formalizar la matrícula correspondiente, esa persona tiene delante un enorme abanico de profesiones. Mientras no tome la decisión, es todas esas profesiones porque puede escogerlas. ¡Qué inmenso poder!

Pero cuando se decida —agrega Trías de Bes— se reducirá la posibilidad a una, y un haz de senderos que se abrían en la encrucijada se borrará en un instante. Cuando pasen los años, y esa persona cumpla 30 o 40, se preguntará: “¿Qué habría pasado si hubiera escogido medicina en lugar de biología?”, ¿qué habría sido de mi vida?”.

¿Te has preguntado lo que habría sucedido si en lugar de quedarte a residir en esa ciudad, hubieses aceptado aquella oferta de empleo en aquella población lejana; si en lugar de casarte con esa pareja, hubiera sido con otra?; una incógnita lleva a otra: ¿y entonces, tendrías esos mismos hijos?, ¿dónde estarías —o estarías— si tus padres no se hubieran conocido?; ¿qué soy entonces?, ¿un azar?

Varias obras con relación a este tema se han creado; así El Día de la Marmota, donde para el meteorólogo Phil (Bill Murray) cada mañana es 2 de febrero, repitiéndose los acontecimientos, y distinto su actuar respecto a ellos. O Corre, Lola, corre, película alemana dirigida por Tom Tykwer, en la cual la misma historia se relata en tres ocasiones, pero con consecuencias diferentes en función del tiempo. Un juego causa-efecto en el que un solo segundo de retraso puede provocar situaciones completamente diferentes y determinar el desarrollo argumental de la película... de la vida.

¿Y si hubieran ganado los países del eje la Segunda Guerra Mundial, López Obrador fuera presidente, López Orduña gobernador y John McCain presidente de los Estados Unidos?

¿Si no hubieran matado a John F. Kennedy o a Colosio?, ¿si Benito Juárez hubiese escogido ser arqueólogo?, ¿si Octavio Paz, Saramago y Cortázar no hubieran nacido?, ¿si no se hubiera inventado la bomba atómica o la plancha?

Podemos entrever, hasta aquí, que estamos haciendo referencia a la teoría de los universos múltiples, consistente en que existen varios universos, paralelos, en cada segundo. Estos universos pueden ser infinitos; lo que permitiría que viviésemos nuestras vidas con todas las ramificaciones posibles, en función de lo que en cada segundo estemos decidiendo.

Los universos paralelos conforman uno de los enigmas que más controversias han suscitado. Es un tema que ha sido tratado por la ciencia ficción y que ha impulsado a sabios, filósofos y hombres de ciencia, a indagar sobre las más diversas teorías e hipótesis al respecto.

Así vivimos los humanos, atados a los sucesos, paradójicamente inexistentes, que no nos atrevimos a experimentar. Quizá por ello, en algunas ocasiones, al igual que el protagonista de Estado Crepuscular, de Javier Negrete, digamos: “en aquel momento de indecisión cuántica, el universo se desdobló, y como siempre, me quedé en el lado en que no debía. (...). Me queda el consuelo de que en algún universo alternativo, (mi) otro —yo— hizo lo que tenía que hacer”.

Vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser, decía Ortega y Gasset, y ello es dramático, pues por experiencia se sabe que unas elecciones impiden otras posteriores u, obligan a otras nuevas. Esto en lugar de aminorar, aumenta la responsabilidad porque en cada momento, por decirlo así, se decide lo que se es y lo que se va a ser. En cualquier caso, ésa es la grandeza y también la miseria de la libertad de elección, como rasgo inherente a la condición humana.

Sea como sea, el hecho de que exista en alguna dimensión cuántica un universo paralelo en el que tú seas lo que en el fondo quisiste ser, no deja de ser un buen motivo para aderezar, aunque en la posibilidad, la certeza de que nuestro tiempo —y más radicalmente, este momento— es el centro dinámico del universo.