El pasado mes de diciembre el escritor Wilson Armas cumplió 90 años. También en ese mes presentó su octavo libro, De amor no se muere nadie. Una curiosa novela que discurre entre el tinte melodramático de una pieza tanguera, a una comedia donde los personajes son caricaturizados por el autor que los usa para reírse de sí mismo.
El 22 de diciembre pasado, el mismo día en que cumplía 90 años, la Junta Departamental de Soriano lo homenajeó reconociendo su trayectoria literaria y cultura. Wilson Armas Castro, escritor, actor y director de teatro, nació en Mercedes en 1918 y a lo largo de su trayectoria ha escrito varios libros de cuentos, poesías y novelas. Como actor participó de la fundación del Teatro del Pueblo (ver Letralia Nº 150, 9/10/2006), en el inicio del teatro independiente en Uruguay, origen de lo que es actualmente el Teatro El Galpón y otras compañías teatrales.
“La experiencia da un fruto, porque esa experiencia significa la maduración conceptual del individuo. El hombre cuanto más viejo es —decía un amigo mío— es más pellejo; y yo creo que soy más pellejo que más viejo”, ironizó Armas al agradecer el homenaje tributado por la Junta Departamental. “Me siento emocionado, y me siento útil a la sociedad”, agregó. “El hombre no se repite a sí mismo”, explicando alguna de sus motivaciones al escribir sus obras: “En mis novelas generalmente yo trato, en lo posible, de fotografiar o de identificar al hombre mercedario”. Explicando que en una de sus novelas, Historia viva, “traté de pintar a mis queridos familiares y a mis queridos vecinos del Cerro” mercedario donde vivió su infancia, y “a un personaje muy particular” como fue el Dios Verde.
“El Dios Verde fue una persona que llegó al Cerro de Mercedes en el año 1927; y en 1966, caminando por Montevideo, en la calle Agraciada y Galicia, encontré a este hombre caminando descalzo, pisando el pavimento hirviente, sin tener la menor mueca de dolor. Esos son también gestos de una persona que realmente siembra ejemplo”. Concluyendo: “Creo que es una obligación de cualquier persona, de dar lo poquito que sabe. Dárselo a otras personas que saben menos, y que tienen interés en progresar culturalmente”. Ya que en su opinión “la formación cultural de un individuo está en relación directa al interés que se tiene de formarse, de modificar su vida interior, su intelecto y sus sentimientos”.
El desamor y la ironía
En su última obra (De amor no se muere nadie), Armas plantea dos historias que parecen correr en paralelo y que terminar cruzándose. El doctor Carrasco —una suerte de alter ego del autor— siente morirse de amor, o mejor dicho de desamor, ya que las circunstancias de su profesión hacen que se cruce con la historia de una mujer que ha intentado suicidarse, golpeada también por el desamor. Pero lejos de lo que podría suponerse, la obra de Armas no está cargada con el dramatismo que supondría afrontar historias tan circunspectas como el desamor, un intento de autoeliminación, la soledad, el alcoholismo, y hasta cierta resignación a no poder doblegar estos infortunios. Por el contrario la obra está atravesada por la ironía, escrita a medio camino entre la solemnidad y el desparpajo, casi como un tango de la guardia vieja. Pero también es una atractiva excusa utilizada por Armas para meternos en la trama de una historia que podría ser contada con el dramatismo y la solemnidad que implica hablar de semejantes temas. Dos historias que se mezclan y distancian, que caminan por la cornisa del dramatismo, pero a la vez recorren un camino, si se quiere, melodramático, que las convierte en una parodia tanguera. Quizá porque Wilson Armas sabe bien que las cosas más dramáticas siempre contienen un costado jocoso, y hasta grotesco; y a eso apuesta, para meternos en una trama curiosa y por momentos desenfadada. Algo que, por otra parte, constituye un sello del autor.