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Rafael José MuñozUn tal Rafael José Muñoz

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Pareciera que Rafael José Muñoz pasó la vida creando, sin poder concluirlo, su propio infierno, cual corresponde a un poeta como él; quiso la fórmula para soñar, eternamente, y si la consiguió, esos sueños jamás pisaron los límites del espanto, quizás el amor fue el nudo mágico que hizo posible los nombres de personas y lugares, dioses y demonios, que atesoró en su poesía. Eso sí, los puntos cardinales, sus puntos cardinales, son, en cierto modo, UNO, la bestia memorística que hace posible la atmósfera para que el poeta, respire, camine.

Anterior a Muñoz, Salustio González Rincones también se arrinconó a sí mismo en ludopatía semejante a la del hombre de El Círculo de los Tres Soles (Fondo Editorial del Caribe, 2005), paisaje y hombre, amor y muerte. En Muñoz esos planos son más claros y precisos, el fárrago provinciano no le pesa tanto como a González Rincones, los símbolos de la ruralidad de la época son, en su poesía, retrato de un país que comienza a reconocerse como tal. Muñoz juega con dardos y con ellos sostiene los estandartes que como árboles deja caer con el estruendo que todo dolor se dimensiona a sí mismo, en la huida, cuando comienza a despegar las hojas del calendario de las rendijas de su alfabeto. Es extraño, pero percibo todo ese juego de Muñoz como una ventana de alas batientes. Cuyo sonido obliga a todos a atender los movimientos que con el viento estremecen los cimientos del poema, la voz de Muñoz, la vida de Muñoz, aun así puede distinguirse un poeta que no recala en esquinas ajenas, que no hiere el viento con banderas que no le pertenezcan.

El espacio sagrado de El Círculo de los Tres Soles es la huella de un gigante que no se borrará, en ella resbalarán quienes lo intenten, si no dan el tranco posible para alcanzar a mirar Las Siete Cabrillas, el Pájaro Siete Colores y los Siete Pecados Capitales:

El viento llega otra vez y se pone como un peón
en su cabestro de anchulina que apuramos
cuando tomábamos agua sin dolor.

El viento llega, me trae sonidos del mar,
batallones de cangrejos, fulgores de algas
y los espejismos de las altas soledades nocturnas.

Solapado yo lo veo junto a sus aves azules
cuando envuelve como un miche de madrugada
y hace que se esfumen los alcanfores en cruz.

Es el viento que trae sus maletas,
es él, mira so voladura,
mira cómo voltea mi camioneta Austin 1958.

Su horizonte tiene que ver con el cielo,
con las siete cabrillas, con el pájaro siete colores,
con el arco iris también, y con los siete pecados capitales.

El viento, si lo pasamos, muere Krist.
Si lo dejamos en su círculo es que nació Ogor.
Es que ya vino, ojalá que haya traído
Sus treinta y siete cocuyos.

Muñoz, Rafael José, está en el círculo de los poetas, donde el lector puede probar la llama de una poesía donde “el énfasis es estrangulado” y disfrutar la extraña manera de anunciar la muerte de sus amigos, quizás con la intención de manifestar su lejanía, cosas de poetas, señores del mundo.