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Qué bien suena este llanto, de Margarita Belandria

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La novela de la escritora y poetisa Margarita Belandria (Canaguá, 1953) dibuja a grandes trazos los contornos pintorescos de un apretado fresco del páramo andino merideño. Teñida de drama y de humor irónico, la narración articula las historias de los personajes en matices contrastantes que incisivamente atrapan la tragedia del desencuentro como “esencia” de las existencias: entre el matrimonio y el amor (María Antonia Solano, cuyo amante muere suicidándose al contraer ella matrimonio con el hombre elegido por su padre; Margarita Palma, cegada por el espejismo del amor al escapar con quien se convertirá en su marido y trágicamente enamorada de un imposible, sin que en ningún momento hubiese siquiera supuesto la posibilidad del divorcio); entre la infancia y la inocencia (las hijas de doña Toña, quien es un arquetipo del alter ego del machismo; Magdalena Marquina, la amiga de la infancia de Margarita Palma, cuyo infantil espíritu despierto contrasta con el temor a la escuela de los hijos de campesinos reticentes, los desamparados de la orfandad intelectual y moral); entre la virilidad y la hombría (“Macho Amargo”, el vulgar y vanidoso marido de Margarita Palma y Mariano Cedeño, el “hombre astral”, su amante poeta); entre el amor filial y el amor matrimonial (el distanciamiento entre Margarita Palma y su padre, don Ramón, consecuencia de la ajena relación entre éste y María Antonia, su madre); entre lo personal y lo social (Pilar Moronta, quien está dispuesta a entregar su fortuna al movimiento revolucionario y termina siendo expropiada); entre el intelecto y la pasión (el profesor Serfatti, quien se esconde tras un mundo libresco por la cobardía ante los riesgos de las pasiones del mundo real). La multiplicidad de historias simula una red donde queda atrapado cada personaje: ninguno escapa. El entrecruzamiento se muestra como una telaraña, a la manera de una “cárcel del alma” en un laberinto inextricable. Hay también como un voluntario desajuste, una incompatibilidad manifiesta entre las historias personales y el escenario político: Pilar Moronta no llega a articularse con la “causa”, que aparece sólo como telón de fondo. Pero además, la narración muestra toda “causa” (matrimonio, amor, relaciones filiales) como causa perdida. Cedeño y Serfatti representan la impotencia de las “dos alas” del alma, la pasión y el intelecto, al batir cada una por sí sola.

El trazo más enérgico de esta pintura, dibujada con claroscuros y opacidades, son las relaciones antinómicas entre las míseras realidades y los amores fantasiosos (o fantasmales): la alternativa entre el amor-plenitud y la carencial realidad de lo cotidiano. El amor habita en el mundo de lo cuasi-realizable y las miserias humanas colman el mundo de lo real-no-maravilloso, mundo de una realidad obscena, en el sentido sartreano. Tanto la relación amable y desbordada en la pasión compartida entre Margarita Palma y Mariano Cedeño, como el oscuro y secreto sentimiento incestuoso de Marco Vinicio, quedan recogidos en el ámbito de lo irrealizable, asociado a sus desmesuras. Se apela a la imposibilidad de consumación de una hybris del eros que remite a lo trágico y a lo absurdo; a la muerte accidental, pero trágica, de Cedeño, y a la otra muerte, absurda hasta el ridículo, de Marco Vinicio, atragantado con un hueso.

A través del simbolismo de la naturaleza, junto a los personajes y como escenario inseparable de sus acciones y pensamientos, aparece otra dimensión de las esencias del desencuentro: el contraste entre diferentes regiones geográficas, la montaña y la mar, parece sugerir la revelación posible de enigmas en apelación a una ley universal, cósmica, como razón última del sufrimiento humano. En una narrativa escrita en el más castizo lenguaje regional y apelando a las sintaxis y al léxico del habla característica de la gente del páramo merideño, entre los relatos y la superposición de frecuentes monólogos se articulan historias personales cuyo sentido inmediato puede ser hallado en una crónica del fracaso. La autora nos conduce a través de la trama con la experticia de quien conoce cada accidente del terreno —sobre todo del humano, recorrido en vasta extensión, pues el geográfico se muestra esporádicamente, en pinceladas y simbolismos— y nos acompaña en la recreación de vivencias en las que la intensidad desmesurada de las fibras humanas produce el estremecimiento de una profunda tristeza y el sentimiento de lo irremediable. La narración entreteje redes de transiciones imposibles, de mundos incompatibles que desembocan en la incomprensibilidad última del alma humana, lo que resume esta filosofía del desencuentro y del absurdo de toda elección, conducente a una interrogante siempre suspendida en la narración: ¿habrá fracasos reparables, destinos reparables? Desafiando la sensibilidad del lector, apenas éste logra mantenerse en este recorrido en la actitud de una imposible ataraxia, en la que la capacidad reflexiva terminaría anulándose al cerrarse los accesos del sentimiento a estos ínferos.

Esta novela, no obstante, no es exclusivamente una crónica del fracaso personal y social. La crónica, como género literario, puede encontrarse lo mismo en el relato histórico que en el mitológico; en el lenguaje tanto de los hechos reales como en el de los ficticios, y puede también servir de vínculo entre ambos. Como vehículo hacia el mundo de lo posible (que no es ni lo real, ni lo ficticio, sino lo poiético), la crónica del fracaso en los relatos de esta novela actúa en el tránsito de la narración hacia el atrapamiento de una dicotomía ancestral, transhistórica y atemporal: la de la relación entre el orden y el caos, insoluble alternativa que abarca los destinos de aquellos personajes trágicamente sujetos a la imposibilidad de su integración. Curiosamente, hay un único personaje del que la autora dice que es una “persona alegre”, Pastora Santos. Pastora es el único personaje de origen desconocido, situación a la que la narración alude enfáticamente: aparece en la historia al llegar a la puerta del convento como huérfana, en un canasto. En contraste con Pastora, la persona sin origen, las historias de otros personajes se presentan en los contextos de respectivas historias familiares, de las cuales no pueden desatarse. Es por eso que Pastora simboliza la manera ingenua de una articulación posible entre el orden y el caos, entre el origen desconocido y un destino feliz en su ingenuidad; la conciencia y la identidad de sí asociadas al conocimiento del origen no representan en Pastora, en consecuencia, una elección dramática. Pastora asume ingenuamente el pathos de su destino sin origen, sin preguntarse y sin arriesgarse, en una tranquila inconsciencia sobre su propia identidad.

Toda la narración tiene como centro al personaje principal, Margarita Palma, cuya historia no es mera repetición, pero tampoco quintaesencia, de lo dramático o de lo absurdo de los destinos de otros personajes. Más bien la historia de Margarita Palma es un desbordamiento de todas las antítesis; ella las concentra todas y al mismo tiempo representa el anuncio de la conciliación paradójica, mas no imposible, de aquellas tendencias habitualmente enfrentadas en la existencia humana: la pasión vital y el intelecto; la razón y el sentimiento; el orden y el caos. Esta condición es revelada en la carta póstuma del profesor Serfatti: “Tú amas los libros, y vives, sin embargo. No eres esclava. Esclava ni de tus libros ni de tus debilidades”.

Margarita Palma es el personaje-clave de toda la narración: lo femenino-originario es el lugar simbólico donde se generan y reconcilian las antítesis, pues el origen es el lugar de la paradoja, único origen verdadero que trasciende los límites empíricos de los nacimientos y de todo linaje familiar o histórico (temporal), conocido o no. La paradoja encarnada en la historia de Margarita Palma a través de la relación entre la pasión-amor-poesía-imposible y lo cotidiano-real-predecible-conocido traduce a su dimensión humana la otra paradoja cósmica, universal: la de la relación entre el orden y el caos. Pues será en el alma humana, y no en la ley de la naturaleza, donde es posible alcanzar, al menos de forma fugaz, aquella posible integración, que asimilando el fracaso y aun sucumbiendo a éste —Margarita Palma es víctima del caos producido por las fuerzas de la naturaleza— recoge en el recuerdo de los seres queridos y del amado toda la riqueza de un destino que ha remontado las leyes del cosmos a través de la memoria-actualización de sus amores. El recuerdo, la reminiscencia, es la presencia de lo eterno: Margaviota es el símbolo del remontarse y del trascender los desencuentros, hacia el mundo poético de los posibles encuentros. Pero éstos son otros puntos cardinales...

Publicado en la IV Antología Escritoras venezolanas ante la crítica (Asociación de Escritores de Mérida, 2007).