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Laurent Gaudé (arriba, a la izquierda), Philippe Delerm, Philippe Claudel y Anna Gavalda (abajo, a la derecha)Literatura humanista francesa

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De un tiempo a esta parte he podido observar, con gran alegría, cómo un grupo de jóvenes autores franceses han resucitado la denominada “literatura humanista”, aquella que exalta al hombre, en todas sus facetas, por encima de cualquier otra circunstancia.

Me refiero a escritores como Philippe Delerm, Anna Gavalda, Laurent Gaudé o Philippe Claudel.

No en vano todos ellos son discípulos de Émile Zola, creador de la corriente naturalista, que buscaba describir la realidad tan exactamente como fuera posible.

Era muy necesaria esta savia nueva, pues lo que describen los autores a los que me he referido son problemas normales, de gente normal, con sus envidias y sus miedos, sus amores y desamores, sus lastres que todo ser humano llega a arrastrar a partir —sobre todo— de una cierta edad. Historias de antihéroes. Todo muy al estilo, por cierto, del cine francés.

Los autores que nombraré ahora son todos excepcionales, pero...

A Auster le sobra esnobismo. A Roth, dureza. A Barnes, surrealismo. A los autores anglo indios (Roy, Seth, Naipaul) les sobran básicamente páginas. Los autores japoneses como Murakami o Yoshimoto son maravillosos pero, en el fondo, lejanos. Debo dejar aparte a McEwan, con su Sábado y su Chesil beach, auténticas joyas de la corona británica.

Sin embargo, es esta generación de cuarentones franceses la que ha dado en el clavo: lo que más necesitamos es vernos reflejados en los personajes y las historias de los libros, y para eso es necesario hablar de las cosas que nos suceden o nos pueden suceder a todos, de una forma cotidiana. Eso es el humanismo.

Como este artículo no pretende ser una tesis, sólo hablaré de cuatro libros que considero fundamentales.

El sol de los Scorta, de Gaudé (premio Goncourt), es la historia de varias generaciones de una familia del sur de Italia. Las más bajas pasiones se entremezclan, magistralmente, con las más grandes virtudes. Una historia para llorar de emoción, de aquellas que —al acabar el libro— siente uno haberlo terminado porque ya nunca más habrá una primera lectura. El mismo autor también borda su obra en El Dorado, con trama más actual (la inmigración) a base de una historia cruzada con final imprevisto.

Philippe Delerm nos habla en El primer sorbo de cerveza de aquellos placeres cotidianos que muchas veces son imperceptibles, pero que son la verdadera sal de la vida. En otro libro suyo, que lleva por título Llovió todo el domingo, pone en práctica esos placeres de forma excepcional. A veces nos quejamos de lo perra que es la vida, sin saber disfrutar de los momentos, que pasan de largo sin enterarnos y que, en muchos de ellos, podríamos hallar la verdadera felicidad, como en el primer sorbo de cerveza cuando se tiene sed...

Philippe Claudel, recogiendo el legado de Simenon, nos retrata personajes funestos (como en Almas grises) o maravillosos (como en La nieta del Señor Linh) pero siempre muy normales, muy encontrables en la vida real. No me gusta el adjetivo pero Almas grises es, desde el principio, subyugante...

Por último, Anna Gavaldá ya se ha convertido en un fenómeno de masas en el país galo, a base de historias que nos hablan de la soledad, el amor, la pérdida, en las que es muy fácil pasar de la risa al llanto, para nada sensibloide. Inteligencia y arte para enfocar los problemas del corazón de personas corrientes pero elaboradas. Prueba de ello son sus libros La amaba, Juntos, nada más o El consuelo.

Así, en tiempos de crisis, y aunque no podamos sacar el dinero del banco, siempre nos quedará un sofá orejero y un buen libro que nos hable de París...