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Poemas

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Chepa

De qué manera hablar contigo, hermana,
Qué podría decir así que no haya dicho,
El viento, el lago, el bosque, la montaña,
Los humedales de sangre entre la nieve,
El fuego del volcán buscando iluminarte.
Qué podría decir con el intenso asombro
De saber que te mueres como un rugido,
Y que te multiplicas en la ira de millones,
Con esa ternura que repartes por la tierra.

Dulce pedernal, hermana, yesca renovada,
Todos nos asilamos en este sueño rebelde,
Igual que si acatáramos el vigor de la tierra
Sobreviviendo con una conmovedora pena,
Con un murmullo de roca que no concluye,
Que se extiende rebelde por las corrientes,
Que asoma entre hojas en vuelos de aves,
Que espera la noche con el sigilo del puma.

No hay lugar de tierra sin saber tu nombre,
No hay aurora que nazca sin tener tu sonrisa,
No habrá un solo combate, hoy, sin tu fuerza,
Ninguna estrella, con tu valor, será vencida.

Fortaleza del sueño libertario, horizonte claro,
Estaremos contigo demandando que existas,
Que residas con nosotros en diversos idiomas
Y que alumbres nuestra lucha con tu tránsito.

(de El clamor de Patricia).

 

Todos los ríos

(Para la Chepa)

Todos los ríos, todas las palabras,
Vendrán a decirte en el silencio
Que no calles, no desaparezcas,
No nos dejes los vacíos lunares
O que la noche se torne fugitiva,
Que vuelva tu sonrisa por el valle,
Que asome tu sangre en el copihue
Con el sagrado clamor de la raza
Y en cada lanza pidiendo la justicia,
Robada, como la tierra, tantos años,
Esté el gesto de vida que nos haces.

Vendrán cada vez y en cada minuto,
Con la bandera de tus ojos invencibles,
Y con esa luz que trazaste en el camino.

(de El clamor de Patricia).

 

Entro al sur

Voy al sur para encontrarte
En cada eclosión de la naturaleza,
En todas sus manifestaciones terrestres,
En la fuente termal, en el lago de nieve,
En el volcán hirviente, en su cerco brumoso,
En la luz diamantina sobre las cúspides verdes
Y estás ahí, Chepa, hermana mía, insobornable,
En dominios del viento que ya saben tu historia
Y la reparten por las hojas, las flores y los frutos,
Como savia ardorosa, como el légamo nutriente,
Que nos traerá a la vida y encontrará la victoria.

(de El clamor de Patricia).

 

El mar de las algas

Hay verídicos y reales
Bosques subterráneos
En este fondo de rocas.

Móviles gaviotas de agua
Que no encuentran lugar.
Que duermen acunadas
Por el hálito de sal verde
Y coronando regiamente
Estas esquinas plateadas.
Con sus totales regocijos,
Sus blandas contexturas,
Se multiplican en las luces
Que provienen del agua.
Prendiendo sus rincones
Y sus ventanas de trapos,
Formando casi una cama
De narraciones antiguas.
Originando así a la vida
Entre esta muerte marina.

(de Canción del mar).

 

Escalera de piedra

¿A dónde, a qué destino nos encamina ahora
Esta escalinata de piedra, de modo solemne,
Enclavada, tan justamente, al filo de las olas?

¿Qué espejismo, ensueño, prodigio o milagro
Se elevaba aquí, en esta orilla clara, desnudo,
Floreciendo su voceo en la bruma originaria?

¿En el límite de qué grito, cercano a la locura,
Con difusiones y sigilos salados o marmóreos,
Se escudriñan estallidos verdes de su nombre,
Cubierto con escamas brillantes y geométricas
De claros peces y pequeños volcanes azules?
¿Cómo puedo, con tesón, reincidir nuevamente,
En reivindicar sonrisas de exuberante clemencia,
Que un día sin indicación ni signo abandonamos
En las profundas y áridas espumas desoladas?

(de Canción del mar).

 

Ascensor en el cerro

El ascensor emerge ciclópeo y rechinante,
A partir de la profundidad más insondable,
Del abismo terrestre compuesto de ladrillos.

Sube desde las raíces más hondas y vitales,
Desde sus rincones más salobres y terríficos.
Viene hasta el centro del viento transparente,
Hasta su norte cardinal oscuro y epopéyico
Y a sus piedras más mordidas por el tiempo.
Comenzando el madrigal de una ola anónima.
Se encumbra por hierbas lineales, admiradas.
Remonta la techumbre de antiguas calaminas,
Por relucientes ventanas con duendes astutos.
Cabalga espejismos de inexorables escaleras,
Hasta estar azul, tal como el cielo transparente.
Hasta tornar verde, igual que habitante marino.
Hasta hallar el aire, con nombres que callamos.

(de Canción del mar).

 

Arquitectura

Hemos creado, sin duda, una arquitectura de soledad que solamente nosotros podemos entender. Te lo dije, ¿no? Sí, lo intenté múltiples veces, pero cada vez que lo hice, tú mirabas otra cosa: el atardecer, el vuelo de un ave, la cara de un niño o el viento golpeando suavemente a las hojas de aquel árbol.

Así la fuimos construyendo, de silencio en silencio, de demora en demora, como en un cuento, una breve narración donde tú y yo éramos el comienzo, pero sin que hubiera un final y sin que supiéramos entonces quién fue el primero que comenzó a olvidar.

(de La fantasía en 100 palabras).

 

Halos

Percibí halos, sobre la mantilla negra que cubría tu cabeza y te convertía en una madona mágica, en el amanecer iluminado por la nieve que caía silenciosamente, mientras me alejaba en el autobús en dirección a una meta no conocida. En ese momento eras la claridad y a la vez el dolor que me causaba verte desaparecer, poco a poco, en una extraña inmovilidad, mientras te reconstruía en mi memoria y mi nombre, que hasta hace un instante te rodeaba, comenzaba a desaparecer como un copo de nieve en tierra congelada.

Te lo repito, así quedaste, como una imagen grabada.

(de La fantasía en 100 palabras).

 

Nieve

Nevaba en pequeños copos. Igual que si fueran plumas de cisnes, caían dando vueltas, tan heridas, a modo de aves desplomándose en giros milagrosos, desde un punto imaginario hasta nosotros. ¿Te acuerdas? Éramos, entonces, forasteros del día, tú tenías la facultad de iluminar la mañana con tu risa, mientras yo me aferraba a tus manos tibias, para que no desaparecieras o no te diluyeras en el aire y trataba de alcanzarte con todas mis palabras y no fuera preciso decirlas en voz alta.

Nevaba en la ciudad. La tuya, la mía, acumulándose su capa en las calles y en nosotros.

(de La fantasía en 100 palabras).