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“R.U.Y.”, de César Reynel AguileraR.U.Y.: una crónica de La Habana

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César Reynel Aguilera, médico y habanero de pura cepa, reside actualmente en Canadá. “Estuve varios años haciendo experimentos de biología molecular y un día decidí rectificar treinta años de vida planificada de antemano y empecé a escribir, que es lo que siempre quise hacer”, refiere. Muy sabia decisión, que ha dado a la literatura cubana una de las mejores crónicas habaneras que he leído últimamente: R.U.Y. (Alexandria Library, 2008). Pero no se trata de “La Habana posible”, como llaman sus personajes a una maqueta de la ciudad que confeccionan en intento infructuoso por atrapar la urbe que se les desmorona día a día. No, La Habana que describe Aguilera es real, tan real que no le faltan ni olores, entre los cuales se destacan dos: el del mar y el de la vulva de una mujer.

“Contar historias es mi fuerte”, le advierte Ruy, narrador y protagonista, a su medio hermano, “soy eso que ustedes llaman un storyteller, así que siéntate, relaja y déjame empezar”. Y la historia se va enredando, anudándose ante los ojos, ya definitivamente cosidos al libro, del lector. Aquí vale aclarar que si hay algo que el autor tiene en común con su personaje es, precisamente, ser un storyteller. Porque esta novela, con sus casi quinientas páginas, se lee como se come un flan cubano: sin sentirlo, casi sin darse cuenta de ello. Atrapa de tal forma que al llegar a la página cuatrocientos treinta y siete todavía se queda el curioso lector pidiendo más.

Pero ésta es la única similitud que guarda Aguilera con su protagonista. “Ruy es un personaje bien negativo”, dice el autor, “es un personaje que, para serte sincero, detesto. Escribirlo me costó mucho trabajo; sin embargo, el resultado parece tan real que la gente se apunta a la hipótesis de que algo tiene que ver conmigo”. Mi opinión es que Ruy está tan bien trazado que podría ser no sólo Aguilera, sino cualquier muchacho que haya mataperreado por Doce y Primera, que se haya zambullido en la Playita de Dieciséis y vivido en un campamento agrícola.

César Reynel AguileraEn este sentido la novela constituye un viaje al pasado colectivo de los habaneros que vimos la luz en los años sesenta. Un viaje que hace escala en las aventuras del canal seis y en la “escuela de planes especiales” –dedicadas a formar a los hijos de dirigentes— mientras se aspira el exótico aroma del champú extranjero, tan diferente del cubano Fiesta. Pero eso no significa que lectores de otras tierras y distintas generaciones no puedan disfrutarla, pues el mayor valor de la obra radica en su universalidad. En última instancia, su tema es el hombre en lucha contra la sociedad y contra sí mismo. Muchas veces contra sus mejores instintos, embotados por el ambiente en que le ha tocado, un poco por casualidad, nacer. Por otro lado, no todo es localismo. Un quinqué que se apaga remite a la leyenda de Hero y Leandro. Y las aventuras internacionalistas de Cuba en África se enlazan trágicamente con la vida (y la muerte) de uno de los protagonistas.

Como R.U.Y. es una crónica de la ciudad, aquí no faltan sitios habaneros de variado color y pelaje, algunos de los cuales han cambiado de nombre unas cuantas veces, según los revolcones políticos del país. Un ejemplo es el Miramar Yatch Club, que se convierte primero en el Círculo Social Obrero Patricio Lumumba y que termina siendo la Casa Central de las FAR —Central Yatch Patricio, lo llama con gracejo criollo el narrador.

Los personajes son inolvidables. Está la negra Nieves, “lenta como una hija de dioses lejanos” (178). Y Bettina la bella, la estudiante de medicina echada de la escuela por inasistencia —y por celos de la manada estudiantil. El Mao que muere en África, el Humbertico que renuncia a la medicina... Y entre todos, resaltando por su pelo inusual y su facilidad para hacerse de dinero en cualquier circunstancia, el pelirrojo Ruy, experto en sabiduría callejera y en relojes marca Rolex. Hay otros que cruzan brevemente las páginas de la obra pero que están tan bien trazados como los protagónicos. Entre ellos se destacan la Marxista, maestra que sale de la historia con la elegancia de una gata, y “una suramericana repatriada, su familia fue gobierno antes de un golpe de estado, todavía le quedan los hábitos señoriales del criado disfrazado de grandeza” (401). Cuántas marxistas y suramericanas me han traído a la memoria estos dos retratos...

“Por aquí entré a la libertad y aquí me quedé”, dice el autor refiriéndose a Montreal. No sé si su próxima novela tendrá lugar entre la nieve canadiense o volverá a ocurrir en La Habana de sus recuerdos. Pero mientras esperamos por ella, recomiendo la lectura de R.U.Y. a todos los interesados en degustar el sabor agridulce de la isla. Aguilera, storyteller nato, no los defraudará.