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Las mujeres de Pedro Almodóvar

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Volver

Doña Paquita espera la llamada habitual de Pedro para ponerse al día de sus respectivas actividades. Pedro le cuenta que tiene un amigo que cada vez que viene un actor o director a Madrid, les organiza una visita al Prado, otra al museo Thyssen y una cena con él, “vamos, que parece que estoy incluido en la ruta turística”. Doña Paquita se esponja y le pregunta por su salud preocupada por la vida tan agitada que lleva, hoy ha hecho de almuerzo gachas, como a él tanto le gustan, le recomienda que se abrigue bien, porque el invierno este año no parece dar tregua a la bronquitis. La conversación se interrumpe porque Sole, la vecina, está tocando la ventana para saber cómo amaneció. Las nostalgias se suspenden y quedan atrapadas en el sistema digital que las comunica.

Volver es un homenaje a la memoria de su madre y a las mujeres de su generación. En la España de la posguerra dividida entre vencedores, vencidos y una gran masa que sólo se deja hacer, las mujeres se tuvieron que amoldar a los convencionalismos de la época, callar, bajar la cabeza y seguir por el camino ya establecido. Sin conciencia de género ni apenas derechos, van creando su propio mundo donde mitigan el malestar que les produce la exclusión. Dan a luz los hijos que Dios les manda, entre suspiros y rezos dejan a un lado sus aspiraciones y sueños personales, aprenden que la vida no les va a dar más oportunidades que las establecidas como normas de vida para ellas. Las frustraciones se cocinan a fuego lento mientras aguardan mejores tiempos. Algunas se proyectan en sus hijos, los animan y apoyan para que estudien y consigan puestos de trabajo bien remunerados, porque deducen que en la independencia económica va incluida la libertad de ser y actuar. Surgen los enfrentamientos generacionales, se abren las brechas que hacen cuestionar y avanzar. Otras aceptan la vida con la mansedumbre del trigo zarandeado por los vientos y las lluvias, pero que resiste, para al final dar el fruto maduro.

La sexualidad se niega para convertirse en obligación y rutina, y cuando se asume, produce el malestar y la culpa de lo prohibido, porque el cuerpo es el templo de Dios, ajeno al propio deseo y al goce de los sentidos. Se desconoce la carne como fuente de placer, el misterio encarna en ellas como antes había encarnado en la figura de la Virgen. La madre sustituye al ser, a la mujer, a la hembra. Placer y dolor, deseo y culpa se encadenan en lazos sagrados.

La iglesia se adjudica todos los derechos de juzgar lo que es el bien y el mal en los temas referentes a la sexualidad humana y en especial, lo que atañe a la mujer. Curas y monjas, cuya sexualidad ha sido proscrita y desterrada de sus propios cuerpos y de su psiquis, son los encargados de poner normas morales y juzgar la conducta de los otros. Sólo la figura de la Madre Dolorosa es valorada. La maternidad se trenza con el dolor y la redención. La madre tiene que sufrir la incomodidad del embarazo, los dolores del parto, las dificultades de la crianza y la soledad del abandono. Porque durante siglos no se habla del placer del encuentro en el que se engendra, la alegría de participar en el crecimiento y la formación de los hijos, la satisfacción de la tarea cumplida. Así la maternidad y la mujer por extensión queda relegada del goce de su cuerpo, de la visión ontológica de éste como ser merecedor de prestigio por sí misma. Semilla que germina auspiciada por unos y la aceptación mansa de otros.

A Pedro le encantan las historias que cuenta su madre de fantasmas y cementerios, porque se parecen a las películas en blanco y negro que ve encaramado desde la tapia de la casa de su tía Jacinta. Luego se las cuenta a su hermano Agustín y a los otros muchachos que se maravillan ante tanta descripción. También le gusta oír la historia de su nacimiento, aquello del parto difícil porque “eran más de 5 Kg”.

La sombra del patio interior donde se junta el universo femenino para coser, pelar patatas o simplemente contar historias de mujeres, le sirve al director para crear un mundo de imágenes que luego, en el transcurso de su filmografía, va desenmarañando de su memoria y metabolizando con el sabor agridulce que deja la infancia.

Una y otra vez Almodóvar se alimenta de sí mismo, como una planta autótrofa, recurriendo a su mundo interior, a sus vivencias; a las conversaciones del taller de costura de sus hermanas donde se reúne esta generación de mujeres que callan y se hacen las tontas para no contradecir la voluntad masculina, pero que al final son ellas las que deciden los asuntos domésticos y familiares. Porque Volver es también la historia de tres generaciones de mujeres: abuela, madre e hija, que han ido aprendiendo unas de otras a vivir solas buscándose la vida con uñas y dientes, a recurrir a cualquier medio con tal de que la vida no las saque del camino. A través del personaje de Raimunda (Penélope Cruz) se expone la filosofía de andar por casa de la mujer vital por excelencia, que necesita del reto y el desafío para no caer en el sinsentido de los días que se suceden sin más novedad que la llegada de la nueva estación.

Volver es adentrarse en las entrañas de la España profunda, en La Mancha del Quijote, evocada por las aspas eólicas que se baten contra vientos que transportan de unas tierras a otras la locura del progreso; una mirada continua al pasado, a sus afectos, a los personajes que pueblan su memoria; a madres, hijas y vecinas, hermanadas por lo cotidiano y la proximidad. Mujeres que comparten más lo que ocultan que lo contado, porque Almodóvar sólo quiere mostrar ese lado dulce e ingenuo de sus recuerdos. Por eso el personaje de Agustina acompaña, quiere y calla, como hacen algunas mujeres solitarias, que se cogen los problemas ajenos como propios, no porque ellas no los tengan, si no porque en su soledad cobra fuerza el samaritanismo de la palabra sagrada, que las hace volver la mirada hacia los demás y olvidarse de sí mismas, buscando en el reconocimiento de los otros su propia aceptación y prestigio.

La muerte es otro de los puntales de Volver, la cual se asume como una consecuencia más de la vida, y no como un hecho transgresor y enemigo. Por eso las mujeres, en las primeras escenas, limpian y cuidan sus propias tumbas, mientras conversan unas con otras con la misma rutina que limpiar la sala de la casa, porque también la muerte es del género femenino y entiende de ausencias y afectos.

Almodóvar cuenta que su infancia en el pueblo estuvo siempre acompañada por el fantasma de su abuelo, “él murió cuando mi madre era muy pequeña, de un accidente. Por eso dejó muchas cosas sin resolver. Luego se le apareció a un cuñado suyo, que se puso enfermo por las apariciones. Hasta que un día las mujeres le dijeron que no tuviera miedo, que le preguntara al fantasma que qué quería. La cosa es tan increíble que un día el pueblo entero acompañó al cuñado de mi abuelo y al espíritu de mi abuelo hasta el cementerio para despedirlo. A mí esa imagen de una comitiva acompañando a un fantasma al cementerio me parece genial”.1

Las mujeres de Volver viven su presente con la vehemencia del que sabe que después no habrá otra oportunidad. Pero están encadenadas a un pasado: Raimunda esconde el cuerpo de su marido muerto a manos de su hija, que lo mató porque trató de violarla, Soledad esconde a su madre, con la que tiene cuentas pendientes, y Agustina guarda en su memoria los secretos de sus vecinas, unidas por lazos de soledad compartida.

La figura del hombre es cuestionada, son fieles representantes del patriarcado autoritario porque en la mayoría de los casos están ausentes y ajenos a las problemáticas que se plantean. Otros ejercen un papel meramente decorativo, de relleno o de contrapeso; pareciera que los recuerdos de la infancia del director, sólo se tejen alrededor de la mujer, de su compañía, del apoyo y la comprensión de éstas.

El viento que azota los cuerpos y las mentes de estas mujeres está tan presente como la evocación a la tierra a la que se pertenece, como el gran vientre materno que proporciona y reclama vida. Elementos vitales que asemejan en su constitución la fortaleza y el espíritu indomable de la mujer que admira Almodóvar.

Volver como Amarcord son películas basadas en los recuerdos de la infancia de sus creadores. Ambas satirizan y cuestionan recorriendo todos los registros de las emociones humanas. Fellini caricaturiza sus personajes hasta hacerlos bufones de cortes infantiles, Almodóvar recurre al arquetipo para mostrarlo en sus contrastantes aristas.

Fellini define a sus personajes por medio de la imagen, en la que se regodea y no escatima, llevándoles de lo poético a lo burlesco, de lo erótico a lo sacro para dar la visión en conjunto de una época. Almodóvar lo contextualiza en análisis psicológicos haciendo que el espectador lo interiorice para llegar a sus propias conclusiones.

Ambos utilizan el cine como expresión de un pasado hacia el encuentro de sí mismo en el presente.

 

Hable con ella

En el 2002 Almodóvar da un giro significativo en su filmografía con esta película. Si bien sigue interesado en hablar de lo que normalmente no se habla, esta vez sus protagonistas son hombres, y las mujeres son las que tienen un papel secundario. De nuevo aborda temas orilleros, sacados de las páginas amarillas de periódicos, de informativos en la televisión; son noticias de hechos que conmueven y producen sentimientos encontrados; Hable con ella es una historia que aborda la comunicación entre los seres, la soledad, la muerte, la incomunicación entre parejas, el amor y el desamor. Pero sobre todo es una película que habla de los sentimientos masculinos y su complicada manifestación. Por siglos se ha considerado que es la mujer la que puede y debe expresar sus emociones individual y socialmente, mientras que para el hombre esta expresión tiene que estar avalada por la expresión de otros hombres para que sea socialmente aceptada. Se considera que el hombre no debe mostrar flancos desprotegidos, debilidades o afectos y, sobre todo, la expresión de éstos, ya que socialmente se le asignaron roles en los que debía demostrar su fortaleza física y su rol de proveedor del núcleo familiar. Desde el momento en que la mujer se integró a la sociedad por medio de su incorporación laboral, ha habido un auténtico replanteamiento social de los valores y conceptos de lo femenino y lo masculino. Almodóvar da un espacio y una voz para que sean ellos los que cuenten esta historia a su manera, Benigno desde su elocuencia demuestra el gran amor que siente por el prójimo y especialmente por Alicia, y como contrapartida, es la cortedad de palabras de Marcos herido por la soledad en que queda después de la muerte de su esposa. Ambos se encuentran en la misma situación, ambos la enfrentan cada uno a su manera dándose apoyo mutuo y creando una sólida amistad basada en la comunicación de afectos y emociones, algo inusual en el universo masculino.

Lydia y Alicia, ambas en estado de coma por distintas circunstancias, son las receptoras de esos amores. Ambas se expresan con la desnudez de sus cuerpos, con sus formas sinuosas de redondeces y cavidades misteriosas, haciendo que afloren los sentimientos masculinos. Benigno y Marcos observan el mundo femenino con deleite y asombro, Benigno comenta: “El cerebro de las mujeres es un misterio, y en este estado más”.

Lydia es la mujer torero, de apariencia andrógina, su aspecto físico y sus modos demuestran fortaleza y decisión, enfrenta al toro y al mundo masculino del toreo con la misma voluntad de lucha que enfrenta todo en su vida. Pero detrás de esa fortaleza que emana de sus movimientos y de su carácter, se oculta su fragilidad cuando se trata del amor por un hombre, al cual se entrega con la misma ciega locura que al toro. Y es ahí donde siente que pierde todas las batallas y le produce una sensación de soledad a la vez que la desestabiliza emocionalmente; porque es de esas mujeres que el amor lo significa todo, es la entrega total del cuerpo y el alma, mientras que para él Lydia representa un valor más dentro de sus posesiones. Ella espera reivindicarse como ser y lograr su transcendencia por medio del amor y del toreo, pero al final es el amor el que gana la partida. Su forma de amar es parecida a la que siente Benigno por Alicia: incondicional y arrebatada. Lydia desea colmarlo, hacerlo suyo, pero ante la resistencia de él, la vida pierde sentido y su coraje se vuelve desesperanza y locura. En una corrida de tarde soleada, Lydia se arrodilla ante la puerta del toril y espera que sea el toro el que ponga fin a su vida.

Alicia es la única hija de un reconocido psiquiatra. Ama la vida que se le ofrece a través del arte, en especial la música y la danza. Está en coma por un accidente automovilístico, internada en una clínica privada, con todos los cuidados posibles que el padre puede costear. Tiene un cuerpo menudo y hermoso, Almodóvar se recrea en unos primeros planos y deja que sea éste el que hable por ella. El enfermero Benigno la cuida casi en exclusividad. Siente un amor apasionado por ella, cuidándola con esmero y dedicación. Tiene la teoría de que le oye, por lo que le habla y le comenta todos los pormenores de la vida que transcurre sin ella. La siente desvalida por el hecho de no tener más familia que a su padre, la madre murió hace años y como una bella durmiente parece esperar el beso de la vida para despertar. En el transcurso de una noche Benigno la posee, toma su cuerpo en un acto que los demás juzgan de violación, pero para él ha sido el encuentro de dos soledades. Alicia queda en estado, y aunque el niño muere en el parto, ella despierta del coma. Benigno es acusado de violación y va a la cárcel. Almodóvar utiliza el hecho del embarazo para expresar su admiración una vez más por la maternidad, el mágico don con que las mujeres fueron bendecidas y de cómo el amor, sea de quien sea, puede vencer a la muerte.

 

Todo sobre mi madre

Vivir generalmente implica riesgos, sacrificios, pérdidas y, sobre todo si la vida se asume desde las orillas, desde los peligrosos bordes que la circundan. Tarea difícil para unos e imposible para otros. Se reconoce el valor del pionero, del que abre caminos, porque este acto conlleva asido firmemente a la soledad por compañía, a la incomprensión de unos, la intolerancia de otros y la admiración de quienes se identifican desde la trinchera en que se puede contemplar la vida. Porque transgredir supone un constante pulso con la vida, con los valores sociales, con lo políticamente correcto que no suele dejar a nadie indiferente.

Almodóvar sale de Calzada de Calatrava para ir al colegio de los salesianos y franciscanos en Cáceres, tiene 8 años y el mundo femenino que le ha servido de nido, se transforma en sobrevivencia en los cerrados espacios de estas instituciones. Terminado el bachillerato llega a Madrid dispuesto a estudiar cine en la Escuela Oficial de Cinematografía, pero está cerrada por Franco. No tiene dinero y conoce a poca gente. Consigue un empleo de auxiliar administrativo en la Telefónica. En esta empresa pasa 12 años, donde se empieza a interesar por el cine y el teatro de vanguardia, mientras va conociendo a una clase media capitalina con la que no se identifica y que luego caricaturizará en su filmografía con su habitual sentido crítico.

En los comienzos de los 80, Madrid es un hervidero de movimientos y corrientes artísticas. Poco a poco el oscurantismo de la época franquista se va superando y se abren espacios a las nuevas voces de la gente joven que se incorpora al mundo sociocultural del que antes estaban excluidos. Surgen nuevos movimientos culturales en todas las disciplinas artísticas, entre ellos, la Movida Madrileña es la que cobra mayor fuerza por su innovación y ganas de transgredir el antiguo orden. Almodóvar forma parte activa de ella. Sus ojos escudriñan la nueva sociedad de la que no se quiere excluir, porque él también busca su espacio en ella, pero desde la periferia, desde la autoexclusión consciente. Arropado por la incondicionalidad afectiva de doña Paquita, explora, conoce, transgrede. Escribe guiones para cine, una novela corta y en revistas contraculturales. Años más tarde y con apenas presupuesto dirige su primera película, Pepi, Luci, Bon y otras chicas del montón. En 1985 funda junto a con su hermano Agustín la productora independiente El Deseo, que a pesar de las dificultades económicas por las que atraviesa, empieza a llamar la atención de un público ávido de nuevos proyectos.

Va perfilando sus personajes con la visceralidad que lo caracteriza, mostrando el lado oscuro de la sociedad, de las grandes ciudades; el componente humano que habita los extrarradios, los excluidos, los olvidados que llamaba Buñuel de quien heredó la insolencia y el conocimiento de lo genuinamente español. Personajes que al igual que los seres humanos que representan, provocan todo tipo de controversias afectivas y críticas, porque habla de lo que nadie quiere oír, de lo que se esconde o se omite ya que de alguna manera a todos nos confronta con la indiferencia o el cabreo que sentimos ante todo aquel que es distinto a lo que nos han enseñado como correcto, bueno, o contradice nuestro concepto de belleza. De este modo nos enfrenta al mundo de las drogas, de la prostitución, del sida, de la donación de órganos, de la homosexualidad, del travestismo, del laberíntico mundo de la mujer: del que vive al borde de sí mismo.

Y lo hace con la naturalidad que él lo ve, porque nos mete en sus zapatos y nos pasea por las calles de los barrios chinos, donde Manuela se introduce sin miedo a buscar al padre de su hijo, tratándolos de quien a quien, como a iguales, sacándonos el recelo a lo desconocido, que en definitiva, es lo que distancia y asusta. Nos conecta con nuestro lado femenino, el de los sentimientos y las emociones que, sobre todo en los hombres, permanece subterráneo e inhibido.

 

Manuela

Manuela es la madre en su acepción más idealizada. Solidaria, abnegada, dadora de vida y bienestar. Generosa hasta la imprudencia, en ella como en ningún otro personaje priva el sentido de dar amparo y protección; no discrimina, lo mismo ayuda a una estirada burguesa como la madre de Rosa, que a la prostituta Agrado. El hecho de haber perdido a su único hijo, la sitúa más allá del bien y el mal, donde van a parar todos aquellos que estando mutilados viven por la inercia de recuperar algún día lo perdido, porque la vida ya no le dará más sorpresas por el hecho de haber trascendido el dolor. El hijo es la razón de su vida, sentido y proyecto; la realización de su instinto más primario de proteger y dar cobijo. Su vida se transforma, como dice Fernando Rízquez citando una obra de Frobenius, en la que se recoge el caso de una noble abisinia:

Un hombre es lo mismo desde el tiempo de su circuncisión hasta el tiempo de su sequedad. El hombre es el mismo después de su primer amor a como era antes; la mujer es otra cosa desde el día de su primer amor y así continua para toda la vida. El hombre pasa una noche con una mujer y se va luego; su vida y su cuerpo siguen siempre iguales. La mujer concibe. Como madre es otra persona distinta a la mujer sin hijos; ella carga el fruto de la noche en su cuerpo por nueve largos meses; algo crece, algo crece dentro de su vida y nunca la abandonará. Ahora es madre, es y será madre aunque el hijo muera, aunque todos sus hijos mueran porque en un momento dado cargó al hijo bajo su corazón y no se irá de su corazón nunca más, ni siquiera cuando esté muerto.

De todo esto el hombre no sabe, el hombre no sabe nada; el hombre no conoce la diferencia antes del amor y después del amor, antes de la maternidad y después de la maternidad. El hombre no puede saber nada. Solamente una mujer puede saberlo y hablar de esto”.2

 

Rosa

La hermana Rosa, mujer-niña, mujer-madre que busca amparo y da amparo mientras late en ella el instinto de la maternidad. Se niega a crecer, quizás para no verse reflejada en la imagen de sus padres, en especial de su madre, una mujer atada por los convencionalismos de su clase. Fría y seca, ha construido su mundo sobre los quehaceres en que se apoyan las mujeres de su clase social y educación. Sensible y con la frustración a flor de piel, se refugia en la producción de arte, copiando las pinturas de Chagall con paciencia y virtuosismo, mientras lleva con resignación aprendida del colegio religioso, a su esposo enfermo que, desde hace años se ha instalado en el mundo del olvido. Madre e hija, como polos opuestos, se repelen y se necesitan, a cada una le espanta el mundo de la otra, sólo se reconocen en el afecto común hacia el padre y en los lazos rotos de la infancia.

Rosa trabaja para una ONG que atiende prostitutas, alcohólicos, enfermos de sida. Posee una generosidad y una inocencia suicida. Se pierde en las profundidades del alma humana, como su madre se pierde en lo superficial: por instinto y sin conciencia. Rosa busca afecto desesperadamente y la manera de conseguirlo es regalar éste sin discriminar, sin mirar a los lados, sin esperar nada a cambio. Para la madre, la vida se volvió un lugar inhóspito, plagado de seres extraños que le producen asco y malestar. Rosa ve en ellos la oportunidad de un sentido de vida. Aunque es portadora del virus del HIV y está embarazada, acepta su destino con la misma mansedumbre que ha aceptado todo en la vida, pareciendo que busca con la muerte la redención con la que el místico espera hacerse merecedor de la dicha eterna.

Manuela la atendió durante el reposo del embarazo, prometiéndole que cuidará de su hijo en un acto de solidaridad entre mujeres que recuerda el de Fortunata y Jacinta, en la novela de Pérez Galdós.

 

Agrado

Carismática y entrañable, la Agrado representa por encima de cualquier convencionalismo la autenticidad de sus convicciones, vive de acuerdo a lo que es y piensa, se deja llevar por su instinto, carencias y anhelos. Su psiquis está encerrada en el cuerpo de un hombre que tiene formas, piel y vellos que lo delatan. Vive al borde de sí misma, en los bordes de una sociedad que no sabe cómo clasificarla, y de la que ella se defiende con la única arma que los demás carecen: la autenticidad.

Hace honor a su nombre que lleva como bandera, con ella se abre los espacios que quizás permanecerían cerrados dada su condición. Reivindica el derecho a disfrutar del cuerpo que posee, que para bien o para mal es el suyo, el único que tiene, del único que puede extraer el placer y la dicha que la vida le ofrece. Se solidariza con causas que, más que perdidas, son innombrables para la mayoría, causando complicidad, risas, angustias.

En una escena memorable, cuenta la historia de su vida para salvar a unas compañeras en un momento de apuro.

Monólogo de la Agrado:

Me llaman la Agrado, porque toda mi vida sólo he pretendido hacer la vida agradable a los demás. Además de agradable soy muy auténtica. Miren qué cuerpo. Todo hecho a medida. Rasgado de ojos 80.000, nariz 200, tiradas a la basura porque un año después me la pusieron así de otro palizón. Ya sé que da mucha personalidad, pero si llego a saberlo no me la toco. Continúo. Tetas. Dos. Porque no soy ningún monstruo, 70 cada una. Pero éstas las tengo yo súper amortizadas. Silicona. Labios, frente, pómulos, cadera y culo. El litro cuesta unas 100.000, así que echad las cuentas porque yo ya las he perdido. Depilación definitiva láser, porque la mujer también viene del mono, tanto o más que el hombre, 60.000 por sesión, depende de lo barbuda que uno sea, lo normal es de dos a cuatro sesiones. Pero si eres folclórica, necesitas más, claro. Bueno lo que estaba diciendo, que cuesta mucho ser auténtica, señoras, y en estas cosas no hay que ser rácana. Porque una es mas auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma.3

 

Notas

  1. “La muerte en La Mancha está llena de vida y de gracia”, entrevista a Pedro Almodóvar por Elsa Fernández-Santos en El País.
  2. Rízquez, Fernando (1997). Aproximación a la feminidad. Editorial Monte Ávila. Página 54.
  3. Página de Pedro Almodóvar en Club Cultura.