Noticias
El Cantar del Mío Cid pudo ser escrito por un poeta árabe
Comparte este contenido con tus amigos

En El Cantar del Mío Cid: génesis y autoría árabe, la filóloga y arabista española Dolores Oliver asegura que el mítico cantar fue escrito por el jurista y poeta árabe Abu al-Waqqashi y que el mismo Cid fue “un guerrero bastante arabizado”.

Oliver, quien comenzó a trabajar en la posible autoría árabe del texto en 1984, ha basado su estudio en los documentos de los tiempos del Cid (entre 1043 y 1099), que retratan una época donde los señores feudales se rodeaban de poetas árabes que, como modernos asesores, montaban los discursos de propaganda política.

“Ese es el género de este poema épico escrito hacia 1095”, afirma Oliver, contradiciendo la teoría defendida por Colin Smith y Ramón Menéndez Pidal según la cual el autor fue un juglar que estudió en Francia o Italia y que lo compuso hacia finales del siglo XII y comienzos del XIII.

La profesora nacida en San Sebastián afirma que “existen documentos” que avalan su teoría y que al-Waqqashi, uno de los poetas más cultos de Toledo en la época del Cid, tuvo que marcharse a Valencia por razones religiosas.

“Fue él quien redactó las cláusulas de rendición de la ciudad” cuando Rodrigo Díaz de Vivar entró triunfal en Valencia en junio de 1094, tras 19 meses de asedio. “Yo creo que en ese momento llegaron a un acuerdo y el poeta se ofreció para ayudarle a gobernar y crearle una corte literaria”, asegura Dolores Oliver, que ha reabierto el debate filológico entre medievalistas y arabistas.

La doctora guipuzcoana asegura que en la Corte del Cid “no había una religión oficial pero sí un respeto al culto islámico”, frente al tópico de matamoros que pesa sobre el Cid. Esta imagen, basada en las teorías del filólogo Ramón Menéndez Pidal que el franquismo difundió entre el ejército y la sociedad en su cruzada nacional-simbólica, choca con la tesis de Dolores Oliver.

Según explica la filóloga, “el Cid admiraba a los héroes islámicos y, de hecho, muchos de sus rasgos en las batallas se parecen a los de los beduinos. El Cid fue un demócrata porque trataba a todos por igual”. Y añade: “No es cierto que cambiara las mezquitas por iglesias”.

No es la primera vez que surge una disputa de este estilo entre arabistas y medievalistas, que apoyan la teoría de que el autor de El Cantar del Mío Cid fue un castellano con influencias claras de la literatura épica francés y germánica. En esta ocasión, vuelven a aflorar las diferencias en el círculo académico.

Otros estudiosos consideran “insostenible” la teoría defendida por Dolores Oliver, entre otras cosas porque en el Cantar no hay muestras que permitan suponer una traducción del árabe al castellano.

El poema épico que se convertiría con el paso de los años en un icono fundamental de la derecha española —reforzado en el caso de Valencia— fue descubierto en el siglo XVIII en un monasterio de Vivar, en Burgos. Vio la luz por primera vez en una publicación del año 1779 a cargo de Tomás Antonio Sánchez.

El poco interés inicial que despertó el texto entre los especialistas en filología no impidió que, a partir del siglo XIX, aumentara exponencialmente el interés por la épica del Mío Cid debido a intereses políticos y religiosos.

“Fue jueves, 15 de junio, cuando el Cid tomó posesión de Valencia, después de un cerco de diecinueve meses y medio”. Así lo indica El Cantar de Mío Cid, narración épica con abundantes referencias al territorio valenciano. Según la historia, aquel 15 de junio de 1094, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, conquistaba Valencia a los almorávides poniendo fin al proceso iniciado trece años antes en Burgos con su destierro decretado por el monarca.

Durante cinco años, hasta su muerte en 1099, el Cid gobernó Valencia, “Valencia la clara”, cantada por poetas y descrita por geógrafos árabes. Según las fuentes históricas, su dominio se extendió por ciudades como Sagunt, Almenara, Cullera, Xàtiva y Gandia.

Para la leyenda, aventada por sectores conservadores, quedó que el gobierno del Cid, señor de Valencia, reportó a la ciudad un estatuto de justicia sin parangón, la restauración del cristianismo como religión dominante, acuñó moneda y se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos.

Fuente: El Mercantil Valenciano