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José Luis Alonso de SantosBajarse al moro: comedia entre la tradición y la modernidad

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Hace veinticinco años, José Luis Alonso de Santos escribe Bajarse al moro. La obra nos cuenta, en clave de comedia, los avatares de unos jóvenes del Madrid de los 80, centrándose en los preparativos de un viaje a Marruecos para adquirir mariguana con la que luego trapichear. Salvando las distancias temporales y las circunstancias en las que se mueven, entre esos personajes se pueden reconocer los prototipos que la tradición literaria presentaba como portadores del peso de la historia.1

A su vez, fijándonos en el momento histórico en el que se desarrollan los acontecimientos (la Transición española), esos personajes tipo son distorsionados por el autor para, a través de ellos, hacer una descripción de la España de ese momento tan crucial, en el que nuestro país todavía vive agitado por las convulsiones del golpe de estado del 23 de febrero y por el cambio que había supuesto la reciente victoria electoral del PSOE en las elecciones de octubre del 82. Pero no sólo eso. Mirada con la perspectiva del tiempo pasado, la obra nos ofrece, como si de un oráculo se tratase, los primeros atisbos de los seres que van a formar la sociedad democrática española, esa que abandona los estigmas del franquismo y que se lanza a la aventura de recuperar el tiempo perdido con el objetivo de convertirse en una sociedad moderna. Esa conjunción entre tradición literaria y retrato social es la que vamos a plantear en la siguiente reflexión.

 

Jaimito y Alberto, héroe y falso héroe

Ambos se intercambian estos roles a lo largo de la obra. Alberto, al principio, encarna al héroe típico. Es, según Chusa, guapo, el único que tiene un trabajo “respetable” (policía nacional) y además va a “rescatar” a Elena de la virginidad, haciendo, a la vez, un favor a Chusa. El mismo texto lo presenta con los rasgos que todos podemos atribuir a un héroe paradigmático de película:

“(Se abre de pronto la puerta de la calle y entra a todo correr ALBERTO, el otro habitante del piso, vestido de policía nacional. Tiene unos veinticinco años, alto, y buena presencia. ELENA se queda blanca al verle.)” (Acto primero, escena primera).

Incluso, más adelante, se le caracteriza explícitamente como héroe:

“(Está ahora en plan héroe de película. Y le sale el ramalazo conquistador. (...) Se quita la gorra y la tira al aire muy chulo, en brindis torero)” (Acto primero, escena segunda).

O cuando se despide de Elena, al final de la escena tercera, en el mismo acto:

“ALBERTO. Luego seguimos donde lo dejamos anoche, ¿eh? (Le tira un beso.)”.

Por el contrario, Jaimito es presentado como “un muchacho delgaducho de edad indefinida, haciendo sandalias de cuero” (Acto primero, escena primera). Parece cumplir más el rol de bufón que de héroe (así lo denota el diminutivo de su nombre, con claros tintes caricaturescos), más aun si se le compara con Alberto, aspirante a todas luces a acaparar toda heroicidad en la trama. Frente al policía, Jaimito fracasa estrepitosamente en la conquista de Elena, especialmente desde que ésta conoce a Alberto. Un buen ejemplo de lo que es Jaimito lo refleja su historia con una antigua novia a la que diariamente llevaba al cine:

“Cogía yo a la Merche y nos íbamos al cine. Todos los días al cine. Sin faltar uno. Al cine. Estuvimos un año y pico saliendo y nos vimos todos los programas dobles de Madrid. Nos conocían hasta los acomodadores. Luego ya lo dejamos. Bueno, la verdad es que fue ella la que lo dejó. Se largó con un roquero, de los de las discotecas y chaqueta de cuero. Un fantasma de ésos. La vi después, al año o así. Una noche. Iba con el tío ese y unos cuantos más. Me dijo que estaba harta de ir al cine. A gritos, desde la otra acera de la calle: ‘¡Estoy harta de ir al cine!’. Al año y pico, fíjate” (Acto primero, escena tercera).

Sin embargo, a medida que el texto dramático avanza, vemos cómo los protagonistas masculinos intercambian los papeles, sobre todo, después del clímax de la obra, el asalto de Abel y Nancho, los dos jóvenes que buscan algo de droga en casa de nuestros protagonistas. Tras él, los personajes se quitan sus máscaras y aparecen tal como son. De este modo, por una parte, Alberto comienza a poner a Elena por encima de su amistad con Jaimito y Chusa. Por otro, cuando accidentalmente dispara a Jaimito, se destapa el Alberto egoísta y cobarde, que se preocupa más por no ser descubierto como autor del disparo que por la salud de su amigo. Igualmente, al comunicar a Jaimito la detención de Chusa al volver de Marruecos, lo primero que busca es no ser relacionado con ella. La culminación de su cobardía ocurre al evitar decirle directamente a Chusa que va a comenzar una relación con Elena. Lo comprobamos en la escena segunda del segundo acto:

“En escena ALBERTO, solo, recogiendo a toda prisa sus cosas y metiéndolas en maletas y cajas de cartón. Se abre la puerta y aparece JAIMITO.

JAIMITO. ¿Qué pasa? ¿Qué estás haciendo?

ALBERTO. (Muy incómodo de que haya vuelto antes de que le diera tiempo a recoger y marcharse.) Ya lo ves. Recogiendo mis cosas. (...).

JAIMITO. ¿Que te vas? ¿Dónde te vas?

ALBERTO. (Sigue recogiendo.) A casa de mis padres.

JAIMITO. Alberto, no te comprendo, de verdad. Chusa está detenida, ¿no te das cuenta? (...).

ALBERTO. Lo siento.

JAIMITO. (...) Pues no lo sientas tanto y haz algo.

ALBERTO. ¿Qué quieres que haga? No puedo meterme en ese lío, no sé cómo no te das cuenta, y menos después del tiro tuyo ese. (...) Os he dicho un montón de veces que no quería saber nada de vuestros rollos. Conmigo ya no contéis más. Se acabó. Ya está bien. (...) Hay que atenerse a las consecuencias de lo que se hace en la vida, coño, y no andar liando siempre a los demás para que saquen a uno de los jaleos”.

La conversación sube hasta tal punto de tono que ambos personajes acabarán peleando e incluso Alberto levemente herido. El policía abandona el piso, su antiguo hábitat, y también su anterior rol, el de héroe, para enfundarse el traje de falso héroe, de aquel que, como dice Propp, se aprovecha para sacar beneficios.

Si Alberto nos ofrece su verdadera cara, Jaimito no se queda atrás, y tras los acontecimientos que acaban por herirle en el brazo y la detención de Chusa, empezará a asumir el papel que Alberto ha dejado vacante. No va a ser un héroe típico. Ni es guapo, ni puede superar todos los obstáculos que se le ponen por delante. No tiene el empaque de Alberto. Sin embargo, es un héroe real, un héroe que se esfuerza por solucionar los problemas cotidianos, como el encarcelamiento de Chusa, y que ayuda a sus amigos, aunque éstos, luego, le den la espalda (ocurre así cuando encubre a Alberto como autor del disparo).

 

“Bajarse al moro”, de José Luis Alonso de SantosChusa y Elena, las princesas

Como en el caso de Alberto y Jaimito, Chusa y Elena van a sufrir el mismo proceso de transformación. Al principio de la obra, es Elena la que está destinada a ocupar el puesto de princesa de la obra. Sus rasgos físicos y su extracción social así lo indican:

“(Entra, y detrás Elena con una bolsa en la mano, guapa de unos veintiún años, la cabeza a pájaros y buena ropa)” (Acto primero, escena primera).

Es radicalmente distinta a los demás personajes que viven en esa casa, sobre todo, cuando les dice que es virgen, haciéndola parecer una extraterrestre en aquel mundillo al que acaba de llegar. Lo demuestra el comentario que Chusa le hace al enterarse:

“CHUSA. Más vergüenza tenía que darte ser virgen en mil novecientos ochenta y cinco, y tan mayor. Debes quedar tú sola, guapa”.

En especial, es muy diferente a Jaimito y a Chusa, descrita, en la misma escena, de la siguiente manera:

“(Se abre la puerta de la calle, y aparece la cabeza de Chusa, veinticinco años, gordita, con cara de pan y gafas de aro)” (Acto primero, escena primera).

Ese rasgo de cara de pan nos anuncia a un personaje bondadoso, tanto que no duda en acoger a Elena sin conocerla de nada, tras una más de sus fugas de casa e, incluso, ofrecerle al que es su novio para que solucione su problemilla y pueda “bajar al moro” en breve:

“CHUSA. Eso hay que arreglarlo enseguida. Se lo decimos esta noche a Alberto y ya está, no me hace gracia, no creas, pero qué le vamos a hacer” (Acto primero, escena primera).

Sin embargo, al igual que con la pareja de protagonistas masculinos, tras el clímax de la obra, sus papeles se intercambian y ambas muestran su verdadera cara. De la Elena modosa y timorata, lectora de Umberto Eco y que renegaba de su figura materna, pasamos a una Elena enamorada de Alberto y portavoz de los ideales que defiende la generación de su madre o de Doña Antonia, madre de Alberto. Así lo demuestra cuando Chusa regresa de la comisaría y se encuentran en el piso:

“ELENA. ¿Sabes lo que te digo? Que tiene razón mi madre. Así no se puede vivir. Cualquier día vas a acabar en cualquier sitio. Yo te lo digo por tu bien. Una cosa es pasarlo bien, y la libertad y todo eso, y otra cosa es como tú vives. Mi madre me ha dicho...” (Acto tercero, escena tercera).

Su transformación es tal que llega a caer en la hipocresía, haciéndose eco de los deseos de su madre y de Alberto, al pedir a Chusa que le devuelva el dinero que le prestó cuando se conocieron y rogarle, además, que no se enfade porque, al fin y al cabo, son “amigas”. Como en el caso de Alberto y Jaimito, la relación acaba en una fuerte discusión:

“CHUSA. (Haciéndole burla). Que me he escapado de casa porque no aguanto a mi mamaíta...

ELENA. ¡Tú lo que tienes que hacer es devolverme el dinero que me debes!” (Acto tercero, escena tercera).

Frente a Elena, convertida ya en falsa princesa al separar a Chusa de Alberto, Chusa se reafirma como la princesa tradicional, al ocultarle a Alberto su próxima maternidad y dejar que éste inicie su nueva vida con Elena.

De este modo, Jaimito y Chusa, personajes caracterizados de forma más cómica al principio de la obra y destinados a ser meros ayudantes de la pareja Alberto y Elena, se convierten al final en los verdaderos héroe y princesa. En ellos, se encarnan los valores más honestos y son un buen ejemplo de la larga tradición de antihéroes que, desde el Quijote, llenan nuestra literatura.

Por el contrario, el apuesto Alberto y la delicada Elena, resultan ser héroes con pies de barro. En cuanto el viento sopla en contra, no dudan en unirse al lado más conveniente, aunque ello les suponga convertirse en marionetas sin voz propia.

El papel que les espera a los personajes en el futuro, como miembros de la sociedad democrática recién estrenada, también está claro. Alberto, junto a Elena, encarnará al español gris de clase media, que a las primeras de cambio traiciona sus principios y se lanza a una vida cómoda y exenta de riesgos. Jaimito ilustra este hecho muy bien cuando le explica a Chusa lo ocurrido tras su estancia en la cárcel:

“JAIMITO: (Acabando de vestirse): Se han largado, juntos, los dos. Los dos y sus madres. Los cuatro. Bueno, y el padre. Se van a casar. Han cogido un piso en Móstoles”.

El piso, la boda, la unión con los padres, el traslado del centro castizo y decadente de Madrid al moderno y anodino extrarradio de Móstoles, todo nos presenta el perfil del típico español que tiene una vida común a la de otros miles. Los padres, unidos a ellos, serán los que vigilen que ese perfil se mantenga, a pesar de que el padre de Alberto acaba de salir de la cárcel por estafador y se las da de señor honrado y reformado y Doña Antonia es una cleptómana redomada.

En cambio, a Jaimito y a Chusa les queda el papel de soñadores utópicos, que poco a poco desaparecen de las sociedades modernas. Son esas personas que tienen sus principios muy claros y que no los traicionan sin más, por pura conveniencia. Este tipo de personas son las que, con la llegada de la democracia intentaron crear un país nuevo de verdad, pleno de libertad. Si bien una dictadura les había impedido expresarse, la llegada de la sociedad moderna, basada en el consumismo, también es otra forma de dictadura que les anulará y les llevará a la progresiva desaparición.

 

Nota

  • Tomaremos como referencia la clasificación expuesta por V. Propp en Morfología del cuento, Editorial Akal, 1998, y que distingue los siguientes prototipos:
    • EL HÉROE (el protagonista/a).
    • EL REY (el que tiene la autoridad).
    • LA PRINCESA de quien está enamorado el héroe (la recompensa).
    • EL FALSO HÉROE (el que se aprovecha para sacar beneficios).
    • EL AGRESOR, malvado o antagonista (el malo o la mala, así, sin más).
    • EL DONANTE (un amigo o colaborador que ayuda al héroe).
    • EL AUXILIAR MÁGICO (un objeto, consejo o habilidad que tiene el héroe).