Sala de ensayo
Encuentro entre españoles e indígenas, por De BryLos europeos ante una estética americana en la invasión de América

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La primera impresión americana de los europeos en la invasión de América, a pesar de lo que los cronistas hayan escrito de sí mismos, no fue del todo halagadora. Después de rehacerse de la primera impresión abstracta causada por el rumor y el temor de los seres poderosos que se acercaban, los americanos ansiaban contemplar por primera vez a esos seres misteriosos que se aproximaban a sus dominios y que ya algunos habían visto. ¿Cómo eran? ¿Serían igual que ellos o diferentes? ¿Vivirían entre ellos como algunos de ellos esperaban según sus leyendas? ¿Serían placenteros a la vista? La interrogativa estética americana sobre los invasores tuvo que haber sido amplia y general ante estos seres desconocidos. En vista de que cada civilización o agrupación humana desarrolla una estética definida de sí, conviene considerar lo que opinaban los americanos de aquellas desconcertantes imágenes blancas envueltas en ropaje cabalgando sobre monstruos cabelludos con el poder del trueno entre sus manos.

Poco se ha hecho para contestar estas preguntas en vista de que un desigual énfasis se ha puesto al servicio de los vencedores, y poco interesa la visión de los vencidos. Los últimos cincuenta años, sin embargo, se ha producido una convincente microhistoria determinada a pasar juicio a la historia oficial. A pesar de lo que escribieron Sepúlveda, Oviedo, Benavente y muchos más que denigraron a los americanos, entre las líneas de la historia oficial y los escritos americanos que no quemaron los europeos surge una estética americana que busca su lugar en la historiografía americana contemporánea presentando una visión diferente a la de la historia oficial sobre los primeros europeos en la invasión americana.

Carpenter nota correctamente que a los occidentales “nos halaga pensar que los oriundos dondequiera nos ven con toda la maravilla de ojo abierto de un niño, deslumbrados por nuestra tecnología y asombrados por nuestra inteligencia” porque “nos deleita oír relatos de cómo nuestras máquinas fueron tomadas por animales y los seres tomados por dioses”, pero luego agrega que “la verdad es menos halagadora”.1 En vista de que la historia oficial buscaba asentar sus logros, fue el impacto halagador de los vencedores el que se registró hasta el cansancio. Aunque es verdad que los americanos, en la mayoría de los casos, no podían expresar su visión estética por estar bajo el yugo de los que los destruían, palpita en las crónicas americanas una clara apreciación de los invasores que sistemáticamente los subyugaron y asesinaron. Para el propósito de este ensayo, se buscará la visión americana de lo que ellos aceptaban y rechazaban para formular una visión americana sobre una belleza o fealdad antropológica de los que los destruían. Aunque indudablemente la belleza o fealdad humana se puede categorizar en diferentes estratos, aquí se seguirán tres factores comunes que eventualmente caracterizaron a los invasores en el primer choque de culturas: el color blanco, el cabello y el olor.

 

El color blanco

Probablemente la primera impresión estética americana de los invasores fue la que cada uno de ellos se imaginó al escuchar de la llegada de estos seres extraños que se aproximaban a sus dominios. Al grado que se les fue conociendo se corrió el rumor de que eran “caras pálidas”. El color blanco, de este modo, pasó a ser probablemente el primer barómetro estético en América que iba a diferenciar a los extranjeros de ellos. Si bien es cierto que en el principio el color blanco atrajo la atención de los americanos por la novedad de la presencia apocalíptica de los recién llegados, desde su perspectiva cultural americana el color blanco a primera vista no parece haber favorecido a los extranjeros entre muchos de ellos. Tal como el europeo veía al color oscuro como algo diferente a él, los indoamericanos también iban a ver a los blancos con cierta curiosidad valorativa como los otros, los no similares a ellos. Esta perspectiva en sí ya apuntaba hacia una valoración negativa como una contraposición a lo aceptable que eran ellos.

Sin embargo, antes de que funcionara una apreciación sobre la belleza o fealdad de los invasores, primero se registra el asombro del choque del primer impacto al verlos por primera vez. Al notar tanta diferencia entre ellos y los recién llegados los americanos se asombraron en extremo, ya que no podían acomodarlos dentro de la estética americana en la que ellos estaban. Aterrorizados, por ejemplo, los cakchiqueles entre los mayas en el Memorial de Sololá registran este choque al contemplarlos:

¡Oh hijos míos! En verdad infundían miedo cuando llegaron. Sus caras eran extrañas. Los Señores los tomaron por dioses. Nosotros mismos, vuestro padre, fuimos a verlos cuando entraron a Yximcheé.2

No hay tiempo o razón para una evaluación físico-estética de estos seres extraterrestres porque el temor ha tomado precedencia, y una apreciación estética sólo se puede hacer bajo la tranquilidad que permite el gozo sensorial sin amenazas. Los extraños infundían miedo, no eran como ellos. Se les atribuían por lo tanto todo tipo de males. Notamos este notable choque con los blancos en Nueva Guinea con similar espanto a estos seres raros:

Vino, este hombre, y nosotros lo vimos. Su piel era roja, y sólo vimos su cara y manos; el resto de su cuerpo estaba escondido, todo cubierto con ropas...

Todos lo miraron. No habían visto nada parecido antes. Y un hombre les dijo: “tomen hojas de migufa, frótenlas en su ropa, luego coman las hojas... Pueden morirse al ver cosas nuevas, si no hacen esto”.3

Es esta extraña novedad fuera de su realidad, y el temor a lo desconocido que se presenta en sus tierras lo que de repente asombró a los indoamericanos antes de evaluarlos estéticamente. Sircello indica que “la exótica cara de un extranjero nos ‘brinca’ de entre la multitud al continuar adelante en nuestro camino en nuestro acostumbrado aturdimiento”.4 En el caso de los indoamericanos estas imágenes repentinamente brincaron a sus vidas sin encontrar acomodo inmediato. Eran un tipo de espinas que los sacaban de su rutina cultural incomodándolos al contemplarlos. El asombro en sí tuvo que haber influido en cómo los veían y posteriormente en lo que pensaban de ellos estéticamente al evaluarlos con más detalle.

En el primer choque visual con los aztecas, éstos también se asombraron ante tan singulares seres que: “por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras”. En vista de que los americanos exponían a la vista la mayoría de su cuerpo, probablemente la primera interrogativa sobre los extranjeros fue ¿por qué encubrían sus cuerpos? ¿Qué escondían? Sólo lo vergonzoso se escondía, lo feo, lo no agradable a los ojos. Aparte del rostro raro, su habla extraña, y su color, los raros personajes que se aproximaban se escondían entre sus ropas cubriendo sus cuerpos avergonzados. Notando el color que parecían esconder estas imágenes surrealistas en sus partes descubiertas, notaron que “son blancos, son como si fueran de cal...”.5 La cal era un tipo de “pintura blanca” artificial que ellos procesaban para pintar sus casas y la relación con ésta connotaba una absoluta irrealidad, algo fuera de lo común, de lo aceptable. Aunque la visión no era de inmediato negativa al formular imágenes del rumor informativo de los extranjeros que llegaban, la primera visión se nutrió de misterio con una conglomeración de imágenes que sólo iba sembrando asombro y pánico entre los indoamericanos por no saber con qué tipo de seres se enfrentaban. En realidad ya el rumor en sí comenzaba a distorsionar con la imaginación la visión del europeo entre los americanos antes de verlos.

Una vez que se efectúa el choque de culturas y los ven por primera vez empiezan a evaluarlos físicamente. En Norteamérica generalmente la impresión, después de la curiosidad por mirarlos por primera vez, fue negativa. Black Elk, en el norte, por ejemplo, decía que cuando tenía diez años al ver al primer “Wasichu” (hombre blanco) pensó “que todos se miraban enfermizos”.6 En este caso el color blanco se asoció con lo débil, lo no placentero. Era indeseable ser blanco a primera vista en Norteamérica en general.

En otros lugares también se asoció el color blanco con estos caras pálidas enfermizos como a seres de ultratumba. En las islas Salomón, por ejemplo, cuando los oriundos vieron a los europeos llegar a sus playas “pensaron que tenían que ser espíritus, y corrieron a los arbustos”. Llamaban nguanguao a la embarcación europea “y decían que estaba tripulada por espíritus y llevaba enfermedades”.7 Esta evaluación, naturalmente, se fue desarrollando también en América después del contacto y efecto de las enfermedades que trajeron los europeos a América también. En este caso, los invasores caras pálidas eran los malos espíritus que no sólo proyectaban espanto con su color descolorido, sino que traían sus encantos maléficos para dañarlos. Por lo tanto aun ya después de verlos y el contacto con ellos buscaban evadirlos y “cuando la gente veía que se acercaba una embarcación decían a sus mujeres e hijos que se escondieran, y los hombres oraban a los espíritus, pidiéndoles que alejaran el barco nguanguao” porque era “portador de enfermedades”.8 El color blanco aquí ya se expandía más allá de su apariencia física a las acciones de los blancos.

Probablemente fueron estas mismas acciones de los blancos que llegaron matando, robando y violando mujeres lo que hace que los Shawnees de Ohio y Pensilvania designen a los caras pálidas como a inferiores en su color por designio divino. Según ellos:

El Creador de la vida, quien era a sí mismo un indio, creó a los shawnees antes que ninguna raza humana; brotaron de su cerebro... Después hizo al francés y al inglés de su pecho, al holandés de sus pies... A todas estas razas inferiores de los hombres los hizo blancos, y los puso más allá del Lago Mal Oliente, que ahora se llama el Océano Atlántico”.9

En este caso el color indicaba una inferioridad asignada por dios desde su creación. Esta opinión general, sin embargo, no se limitaba a los Shawnees. Más al norte, dice Jaenen que también allí “los amerindios... consideraban al francés inferior a ellos mismos” y que “se consideraban a sí mismos estéticamente superiores”. Pierre d’Avity escribió que “aunque les faltaba política, poder, letras, acciones, riquezas y otras cosas, menosprecian a otras naciones y se estiman a sí mismos altamente”.10 Es con este sentido de superioridad estética-visual al tiempo del encuentro que los indoamericanos del norte contemplaron a estos caras pálidas que los invadían siendo el color blanco un factor determinante en su apreciación de ellos.

La fama de su crueldad que los precede, probablemente también contribuyó a afearlos antes de verlos. En el área de la Florida, por ejemplo, los Tsalagis ya “habían estado oyendo rumores de ‘blancos feos’ por algún tiempo” antes de apreciarlos físicamente.11 Probablemente ya habían oído de las acciones reprobables de estos seres pálidos. En el Brasil la persecución de los blancos se asociaba con una visión general más allá de la piel por lo que los Tupinambás opinaban que “los portugueses pertenecían a un rango inferior” porque “no conocían la lengua...”, y “necesitaban interpretes que los auxiliaran”, y “era motivo de risa para los nativos”. Para ellos “el blanco era frágil, miedoso, cobarde”.12 Más tarde entre los incas aun después de la invasión llamaban a los blancos “pukakunka, el uso temprano de redneck”.13 En este caso, y después de ver la destrucción de su pueblo y la gran matanza que hicieron los Pizarros, el color blanco los define como ignorantes salvajes que no supieron apreciar la cultura americana. La percepción negativa era aquí, nuevamente, un desplace de lo físico visible de la piel a lo abstracto de sus acciones o proyección general.

Por otro lado, cuando se les asoció con las tradiciones americanas del dios blanco de sus leyendas, se les vio positivamente. En una tribu de Norte América, por ejemplo, “cuando las embarcaciones se acercaron a la playa”, notaron que “desembarcaron hombres con piel clara”. No sólo eso, “la mayoría de ellos tenía cabello en sus caras” y “al acercarse los extranjeros a los indios, éstos pensaron que el líder era un gran manito (espíritu), con sus compañeros”.14 Similarmente entre los aztecas, después de que llegan los espías de ver a los caras pálidas se les purifica ceremonialmente por considerarlos sagrados: “Y allí delante de los mensajeros mataron los captivos y rociaron a los mensajeros con sangre de los captivos”. Dice el Códice Florentino que hicieron “esta ceremonia porque habían visto grandes cosas, y habían visto a los dioses y hablado con ellos”.15 Sin embargo, aunque impresionados ante la primera impresión, este asombro en sí apuntaba hacia una forzada valoración estética posterior diferenciándose con los recién llegados. El desborde de una estética visual se desplaza sobre una estética moral que ahora los evaluaba según sus acciones. De este modo, los americanos agregaron otro nivel de significado negativo al del hombre blanco raro y misterioso que llegaba y se les imponía por la fuerza. Los extranjeros ya no sólo eran visualmente inaceptables por ser diferentes a ellos, sino que también eran malos. El color blanco, de este modo, fue un factor valorativo que después del asombro evaluó al extranjero negativamente en más de un nivel de significado. El color blanco se desbordó negativamente por asociación sobre la moral de los recién llegados por medio de sus acciones proyectándolos negativamente.

 

Estética cabelluda

Después del color blanco, probablemente el cabello fue el próximo factor que determinó la visión estética hacia los raros caras pálidas que los invadían. Los cabellos sobre el color blanco de la piel sólo remarcaban un negativo sobre otro llamando la atención a dos aspectos visuales no aceptados por los americanos. Es ese doble aspecto negativo que los aztecas notaron de inmediato al observarlos por primera vez observando que son “de carnes muy blancas... y tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da...”.16 En otra observación diferente se concluye que eran básicamente iguales a ellos en forma, pero que los europeos “eran diferentes en que tienen un color claro y cabello”.17 Hay que notar, por supuesto, el enfático enfoque de los americanos en lo que para ellos es anormal, las partes cabelludas en las partes inapropiadas del cuerpo: notan que “larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado”.18 La rareza de estas imágenes pálidas de la piel y cabelludas hace que los indoamericanos los vean con curiosidad repulsiva de asombro en todo el continente.19 Estos americanos señalaban a los recién llegados por lo que ellos no eran, lo no aceptable, el color blanco y el cabello.

Una ligera lectura a las diferentes crónicas de América apuntan claramente a una estética de repulsión al cabello en ciertas partes del cuerpo a través del continente americano. La estética americana en contraste con la de los extranjeros apuntaba a la fealdad cabelluda del enemigo. El cabello no era aceptable en la buena presentación visual de una persona. En el Brasil, por ejemplo, Léry notó que tal era la aversión americana al cabello en ciertas partes del cuerpo que “en cuanto les empieza a crecer cabello” “aun barbas o cejas o pestañas” se los sacaban con las uñas.20 Se hacía lo necesario para evitar proyectarse como feos ante la sociedad conscientes siempre de que el cabello no obstruyera sus caras. Mucho más al sur, dice Medina que entre los araucanos de Chile y Perú existía también “la práctica común... de arrancarse los pelos de la cara con unas tenacitas”. Aprovechan sus ratos de ocio “y en buena conversación están arrancando los pelos”. Luego aclara que “esta costumbre de arrancarse los pelos de la cara” estaba fundada en “sus ideas de estética y hasta de decencia, considerando que faltaban a ella los que traían sus cejas muy pobladas”, ya que el “tipo de hermosura araucana es que la ceja aparezca apenas diseñada por una línea”.21 Aquí claramente se delineaba una visión americana sobre una belleza que se contraponía con la de los invasores llenos todos de cabellos. No era asunto visual, sino aun moral el presentarse limpios de la cara a la sociedad. Ya al final del siglo XIX aún se insistía en la continuación de esta estética y hay casos donde aun las mujeres “arrancaban el vello a su cuerpo, que tanto creen llevar las jóvenes araucanas el aseo que siempre apetecen i que merecen con justicia”.22 Sus tradiciones y visiones antiguas continuaban demandando no tener cabello en todas partes de su cuerpo. En otra área entre los Mapuches “también rapan la patilla i el bigote i llevan la cabellera mui corta a fin de que sus enemigos no puedan tirarles por ella”.23 El cabello en la cara era, entonces, no sólo una falta a la ética social y a la decencia pública, sino un factor físico visual que al obstruir la visión facial de una persona proyectaba una clara imagen de repulsión. Es decir, si el cabello en la cara faltaba a la “decencia visual” y en su visión estética aceptada se tomaban el tiempo para quitarse el cabello del rostro, era porque claramente entendían que era una característica de ser “feo”.

En México, donde ocurrió el primer gran choque de culturas, encontramos entre los michoacanos la misma imagen de repulsión ante un ser cabelludo. En el tiempo de Nezahualcóyotl (1470?), entre otros presagios ven a “un monstruo venir”. “Tenía dos manos como persona, y la cara ni más ni menos; era feísimo”. Una de las razones por las que era feo fue que “sus cabellos el cuerpo cubrían...”.24 En esta cultura, una persona hermosa tampoco podía tener cabello en las partes inapropiadas. Aunque asignado este caso a un tiempo anterior a la invasión, más parece ser una leyenda inventada para informar a los invasores que los destruían que eran estéticamente no aceptables.

Haciendo una síntesis general de esta postura, en Norteamérica entre los apaches, Kaywaykla fuertemente enfatiza que “No puedo expresar la repulsión con la que veíamos a personas con cabello en sus caras. Para nosotros era repulsivo, cosa de animales”.25 Sin embargo, lo mismo se puede decir de todo el continente americano en su choque con los invasores. Como notara Pero Vaz de Caminha (1500) con los portugueses en el Brasil, entre los indoamericanos “todos tenían los pelos afeitados hasta las orejas, y también las cejas y las pestañas”26 por lo que aplicadas estas normas estéticas y sociales a los extranjeros cabelludos que llegaban, su opinión sobre los que los destruían no pudo haber sido muy favorable en el principio.

El rechazo a los cabelludos, sin embargo, fue a nivel personal, de persona a persona. En Norteamérica, por ejemplo, notamos este rechazo estético cuando un pequeño Diné vio (1860) “a un hombre que venía con grandes barbas blancas en toda su cara”, y se asustó grandemente por ver escasa piel en su rostro, ya que “la piel que se veía estaba alrededor de sus ojos” solamente. En vista que “nunca había visto a un hombre blanco”, corrió asustado a casa y notificó a los demás que “había visto algo allá afuera caminando hacia los borregos”. Tal era el desconcierto ante este ser pálido cabelludo que no alcanzó a darle nombre y sólo informa que “se miraba como un hombre”. Al indicar que se “miraba como hombre” decía en realidad que no lo era, ya que “tiene lana por toda su cara”. El pequeño Diné justificó su desconcierto al indicar que “pensaba que las barbas eran lana” y por lo tanto “no estaba seguro de que era un hombre...”. La estética del pequeño segregaba al extranjero como algo “no aceptado”, fuera de la norma de su región. Al indicar que “las barbas eran lana” estaba asociando a este europeo con los animales inferiorizando al extranjero. Aun cuando el forastero europeo se presentó ante el grupo de adultos, “las mujeres no querían darle de comer”.27 No era tan sólo asombro y espanto ante algo diferente, era la activación de su estética regional reaccionando específicamente ante lo inaceptable, el cabello en el rostro. En este caso, es mayor el rechazo inmediato por lo inadmisible de esta fea imagen cabelluda, que la curiosidad de mirarlo por la novedad de su rareza.

Sin embargo, no es solamente el rechazo general de los americanos en Norteamérica lo que tildaba a los extranjeros como feos, era esa estrecha relación que veían entre los extranjeros y los animales del bosque por razón de su cabello en todo el cuerpo. Los chinooks, por ejemplo, al ver a un europeo salir de una “cosa extraña” [barco] en lugar de persona ven cómo “un oso salió de la cosa extraña y se paró allí”. Al notar su apariencia humana indicaron que “se parecía como un oso, pero la cara era como la cara de un ser humano”.28 El americano primero vio la imagen de un animal salvaje, después se intentó asociarlo con los humanos por razón de su forma.

En otra ocasión dos mujeres sioux de la “negrura” de la selva “vieron una criatura extraña saliendo”. No es un ser humano como ellos, es “una criatura extraña”, no normal. Todas estas características no eran parte de su estética regional y no podían colocarlo ni dentro de los humanos ni fuera de ellos por la obvia apariencia humana y animal a la vez. Pero era su objeción al cabello lo que las hacía verlo como un algo “feo” al intentar relacionarlo con seres humanos como ellas porque: “Le crecía cabello bajo su nariz cayéndole sobre sus labios; su mentón estaba cubierto de cabello; tenía cabello por todas partes”. Se siente ese alarmante énfasis por señalar esa rechazada diferencia con ellos por razón del cabello del ser extraño, señalando las partes donde tenía cabello y no debería tenerlo, según su apreciación regional. Es decir, para ellas era “feo”. Además, al notar que hablaba lo quisieron aceptar como humano, pero “cuando habló”, y “no pareció como el habla humana insisten con la imagen de un salvaje ya que no era normal como ellas y además “nadie lo podía entender”.29

En otro caso al ver por primera vez a un blanco se ordena que “no lo mate ninguno de ustedes, es un tipo diferente de hombre, analicémoslo por completo”. El blanco era el raro, el fuera de lo normal y por lo tanto debía ser analizado por los “normales”. El hombre “era alto y su cabello le colgaba hasta los hombros”. Además, “con excepción de su frente, ojos, y nariz, su cara estaba cubierta con una barba tupida”. Y “su pecho, sus brazos hasta el fin de sus manos, y sus piernas estaban cubiertas con un crecimiento cabelludo”. Todo el cuerpo estaba cubierto de cabello tal como los animales salvajes que ellos conocían. Asombró además porque “nada parecido se había visto en la tribu”, ya que “sólo los animales eran de esta manera...”. Como un objeto de curiosidad sobresaliente “se lo llevaron con ellos, acamparon inmediatamente, y prepararon algo de comer” para el ser cabelludo. Al darle la comida vieron cómo la “devoró como un animal hambriento”.30 No se trataba tan sólo de un alguien diferente, sino de un ser anormal con características no humanas, ya que no se le “entendía cuando hablaba”, tenía la “apariencia de un oso” y “devoraba la comida como un animal”. El abundante cabello en sus cuerpos animalizaba a los europeos ante los americanos a primera impresión. Ya mucho después cuando los rusos llegan a Alaska (1886) también se les ve como a animales y “nadie va a recibirlos” porque ambos se “tenían miedo”. Pero el asombro era mayor para los americanos y por lo tanto no se atrevieron ni siquiera a verlos directamente, sino por medio de un alga o algún tipo de hoja, que los protegiera de ellos “como un lente de espía” porque “pensaban que los rusos eran nutrias disfrazados de humanos”. Claramente no querían asociarlos con su género humano por no ser placenteros a la vista, pero el relacionarlos con los animales por razón del cabello les era más que natural. Cuando un anciano se atrevió a ir al barco de los rusos y regresó, “lo olían para asegurarse en que no se había convertido en una nutria humana de la tierra, y se rehusaron a comer la comida que trajo” de los hombres raros.31 Era un claro rechazo de los invasores caras pálidas que repentinamente aparecían en sus dominios. Todo esto, a pesar de que los primeros encuentros masivos ya habían ocurrido en otro lugar y tiempo en 1521 con la llegada de Cortés a México. Es decir, a través de los siglos consistentemente de les vio como a animales en Norteamérica, nada atractivos por su cuerpo cabelludo. Y es que, como apunta Axtell, “las barbas de los europeos y pechos cabelludos sostenían una fea fascinación ante los pieles tersas indoamericanos”, que aunque tenían gran curiosidad por contemplarlos por su rareza, no aceptaban su apariencia estética. Por eso es que se corrió el rumor de los blancos que llegaban de que, los Potawatomis y Menominees alrededor de Green Bay creían que los franceses eran de una especie de hombre diferente a los demás, no porque su piel tenía uno o dos tonos más claros, sino porque ‘estaban cubiertos de cabello’ ”.32 La estética general del cabello apuntaba a una fealdad de los extranjeros por estar cubiertos de cabellos.

La barba fue otro problema en la estética facial que afeaba a los extranjeros.33 Un barbudo simplemente era un hombre feo. Dice López de Gómara que los mayas en Yucatán “tanto se maravillaron de las barbas y color de los nuestros, que llegaban a tentarlos”34 para asegurarse de que en realidad veían seres “barbudos”. Notamos el desagrado visual cuando Landa registra que en esa área “los indios se espantaban de ver a los españoles y les tocaban las barbas y personas”.35 No era sólo la rareza de estos seres apocalípticos que se aproximaban lo que los sorprendía, sino la confrontación con una realidad ilógica, imposible para ellos, de tener cabellos en la cara y otras partes inapropiadas del cuerpo, y por lo tanto había que tocarlos para cerciorarse de lo anormal de estos seres raros ante sus ojos.

Más al norte, el padre Sagard decía que los Hurones en el área de Canadá (1623) “tienen tal horror de la barba, que en ocasiones cuando quieren ofendernos nos llaman Sascoinronte, es decir Barbudo. Además, piensan que hace a las personas más feas y debilita su inteligencia”.36 Colin G. Calloway agrega que en Nova Escocia también “hay evidencia para sugerir que muchos indios tradicionalmente ven las barbas y la cabellera como un signo de inteligencia limitada”.37 De este modo, la barba y el cabello los limitaba en inteligencia además de hacerlos feos. Aquí nuevamente tenemos una trascendencia de la estética visual hacia una epistemológica que inferiorizaba al barbudo por asociación de su cabello. Más aun, los Hurones abiertamente se burlaban de la fealdad de los barbudos. Dice el padre Sagard que “ ‘uno de los salvajes más feos del distrito’ se rió de los franceses con barbas y se preguntaba cómo podían ser tan feos y cómo cualquier mujer podía verlos favorablemente”.38 Se entendía que no sólo en la estética masculina, sino también en la femenina, el cabello en el hombre en todas partes determinaba la estética de un ser humano. Y es que después de convivir con los extranjeros por algún tiempo, los Hurones en el Norte, pragmáticamente concluyeron que los franceses eran “físicamente más débiles que ellos mismos, como feos, especialmente por estar excesivamente llenos de cabellos, y por estar sujetos a estar deformes y a enfermedades”.39 La barba era un factor completamente inaceptable entre los americanos.40 La evaluación americana disminuía a los caras pálidas aquí también por la simple razón del cabello y el color.

La visión americana del cabelludo europeo sin mucha inteligencia o belleza humana, hasta cierto punto era natural. Después de todo, los americanos simplemente estaban relacionando a estos seres cabelludos con los animales del bosque que ellos cazaban y conocían bien. Por lo tanto, se “entendía” que su inteligencia fuera limitada como la de un animal salvaje. Además, al notar la facilidad con la que los asesinaban sin ningún motivo, tuvo que causarles terror, ya no sólo la barba sino el barbudo que los destruía inhumanamente sin motivo como lo hacían las fieras. Una fealdad moral derivada del cabello, como se ha notado, parecía acompañar a estos inaceptables seres cabelludos.

 

Estética olfativa

Si bien el cabello y la piel blanca fue lo primero que notaron al contemplarlos de lejos, al acercarse más a ellos descubrieron en los caras pálidas un olor particular que notaron de inmediato. El olor de este modo pasaba a ser el tercer factor que iba a medir estéticamente a los invasores. Los mecanismos de una estética olfativa valorativa pronto empezaron a operar entre las dos culturas obligadas al roce inmediato a principios de la invasión de América. Una vez que se acercaron y los vieron y olieron percibieron ciertos olores desconocidos que sólo amplificaban el misterio de los recién llegados. Al acercarse a los caballos descubrieron que ahora “habían nuevos sonidos en las sombras... los extraños olores de su sudor y su estiércol”.41 Los invasores con sus animales olían diferente. El olfato pasó a ser otro medio de diferenciación en esta estética olfativa que anunciaba a estos recién llegados a sus tierras. En el continuo proceso de una evaluación estética, fue indudablemente el olor corporal de los extranjeros lo que llamó la atención de los indoamericanos al acercarse a ellos después del asombro del primer encuentro físico visual.

Conquista de MéxicoDice Guy Sircello en A New Theory of Beauty que aunque el siglo veinte no acepta del todo la “belleza gustativa, olfativa y táctil... tales variedades de belleza ciertamente existen”.42 Es decir, podemos evaluar estéticamente a alguien por medio del olfato. En el caso de los indoamericanos el olfato cobró valor importante en su evaluación estética ya que tuvieron que tenerlos cerca sin poder ordenarles que se alejaran de ellos por razón de su mal olor, si ese fuere el caso. Al mismo tiempo, este era un choque más entre dos culturas dispares que se contraponían forzadamente.

La evaluación de una estética olfativa para los americanos fue problemática en el mejor de los casos. Después de todo, los americanos tuvieron que soportar en silencio sin quejarse ante los que los destruían. Un buen ejemplo sería un clérigo de la Compañía de Jesús que llegó a México y “no trajo otro vestido de remuda más del que traía vestido y para conservar su pobre sotana, la vistió al revés porque la brea de la nao no estorbase al servicio de ella en México” y “sirvió así más de un año...”.43 El olor de este clérigo, por más santo que fuera, tuvo que haber afectado negativamente a más de un posible creyente, que si bien lo acercaba a Dios metafísicamente con su confuso mensaje, también lo alejaba físicamente del religioso por razón del olor. De este modo, en muchos casos el olor vino a ser un factor de distancia entre las dos culturas en el choque de la invasión. Por otro lado, la belleza olfativa, especialmente de la naturaleza, iban de la mano con la estética de la mayoría de los indoamericanos enfáticamente ilustrado en los poemas incas, aztecas, navajos, etc. unidos eternamente en las flores o naturaleza y su perfume natural.

El americano amaba la naturaleza y el baño diario donde había agua.44 Para el europeo la situación parecía ser un tanto diferente. El baño diario, como parte de la costumbre americana de querer bañarse constantemente en su esfuerzo por oler bien, asombró y molestó a algunos europeos. Los indoamericanos del sur de México, dice Landa, “se bañaban mucho” y “eran amigos de buenos olores y que por eso usaban ramilletes de flores y yerbas olorosas...”.45 Agregó también que:

untaban cierto ladrillo como de jabón que tenían labrado de galanas labores y con aquel se untaban los pechos y brazos y espaldas y quedaban galanas y olorosas según les parecía; durábales mucho tiempo sin quitarse según era bueno el ungento.46

Se deja ver una preocupación americana por oler bien, por ser placenteros al olfato ante los demás al contar con los medios del agua. No eran solamente las mujeres las que se preocupaban por la higiene personal. Landa notó también, asombrado, que los indoamericanos “se lavan las manos y la boca después de comer”.47 Mucho más al sur en Nueva Granada, el área de Colombia, otro cronista también se sorprende grandemente ante “la costumbre tan original, según él, que tenía de ‘limpiarse los dientes después que acababa de comer’ ”.48 El asombro de los extranjeros parece indicar que ellos no acostumbraban a bañarse con frecuencia o a lavarse la boca después de comer.

Sin embargo, no era sólo el baño en sí lo que resaltaba en este caso, sino el buscar oler bien ante los demás con sus perfumes naturales, al mismo tiempo que evitaban el mal olor lavándose la boca después de comer y limpiándose las manos del roce de la comida que tuvieron que tocar al no tener utensilios para comer. Se nota esa concienciación de percibirse aceptables a la vista y el olfato en su roce social con los demás al mismo tiempo que buscaban sentirse limpios. Aunque esta belleza no presenta del todo una estética imagen gráfica, sí presenta una imagen visual que es también placentera al olfato y que indudablemente influían en determinar si alguien era bello o feo, tal como seguramente lo hacemos hoy día al aproximarnos a una persona y evaluarlo olfáticamente. Naturalmente esta costumbre de bañarse continuamente no se restringía a los mayas de Yucatán; Sahagún notó lo mismo entre los mexicanos y los culpa por bañarse demasiado aun cuando estaban enfermos con la viruela europea aumentando su mortandad. Francisco de Gómara también registra, hablando de las mujeres, que “lávanse mucho, y entran en baños fríos en saliendo de baños calientes, que parece dañoso”.49

Los consistentes comentarios sobre la limpieza de los americanos donde había agua da fe a esta estética olfativa en el continente. En el norte, por ejemplo, uno de los hombres de De Soto dijo de los cherokees que “la gente era muy limpia y cortés...”.50 En el Brasil, el otro extremo sur de América, Vaz de Caminha también notó a unas jóvenes “muy hermosas, con cabellos muy negros, caídos por la espalda abajo; sus vergüenzas eran... y tan limpio tenían el pelo que no nos daba vergüenza mirarlas fijamente” y que “esos hombres parecían muy sanos y limpios” y que por ello eran “como las aves y los animales del monte, que tienen mejores plumas y pelos que los animales domésticos”.51 La comparación que hacía era indudablemente una de contraste entre los indoamericanos y los europeos, proyectando a éstos como “los animales domésticos”. Seguramente, la razón de este comentario fue el notar el continuo baño que se daban los americanos cuando disponían de agua. Léry confirmó la misma costumbre del baño en este área en su registro diciendo que:

...lo que más nos maravillaba de estas brasileñas es el hecho que... nunca pudimos conseguir que se vistieran... Aun los hombres, de vez en cuando se vestían pero ellas no querían nada... De hecho, para justificar su desnudez, alegaban que no podían prescindir de los baños y que les resultaba complicado tener que desnudarse tan a menudo, que se metían en el agua en la primera fuente o el primer río que encontraban, se mojaban la cabeza y zambullían el cuerpo como cañas, con frecuencia más de doce veces al día. Sus motivos eran razonables, y cualquiera esfuerzo para convencerlas de lo contrario fue totalmente inútil.52

Léry estaba tan preocupado y “maravillado” porque no toleraban la imposición de la vestimenta europea, que no alcanzó a ver la importancia del baño para los indoamericanos y por lo tanto lamenta condescendientemente que “era tan fuerte su costumbre” de andar desnudos. La marcada observación de estos europeos sobre el baño de los americanos parece indicar un contraste de costumbres. El americano parecía preocuparse más por bañarse y oler bien con más insistencia. En este caso las premisas estéticas parecían contraponerse: para Léry y otros europeos mencionados, la ética europea parecía ser de cubrirse, aunque olieran mal; para los indoamericanos era estar limpios y oler bien aunque desnudos. Aun aperos críticos de los americanos como Vespucio más a sur, resaltaron su desnudez y limpieza diciendo que “no tienen nada defectuoso en sus cuerpos, hermosos y limpios...”.53 Se notó su limpieza como algo diferente a la costumbre de los asombrados caras pálidas que lo registraban.

En Chile Núñez de Pineda registró lo mismo en su Cautiverio feliz. En el caso de Pineda, los indoamericanos lo invitaron al baño diario por la mañana y éste rechazó “la repugnante costumbre americana” al principio. Pineda también indica que ésta no es costumbre europea al registrarla como “repugnante costumbre americana”. Luego Pineda agrega su conversión a esta tradición:

Aunque a los principios llegué a sentir el imitarles en aquella acción y costumbre, después me hice tanto al baño de por la mañana, que era el primero que acudía a él sin repugnancia, porque real y verdaderamente conocí y experimenté ser saludable medicina para la salud.54

Aunque Núñez de Pineda tampoco pareció notar la importancia que el indoamericano daba al baño diario, perdió al menos la “repugnancia” a la costumbre indoamericana de estar limpio adaptándola finalmente. Para los americanos la consistente pulcritud, cuando había agua, parecía ser una norma de vida poco notada entre ellos.

Por otro lado, la versión de los extranjeros sobre la higiene personal era un poco más difícil de defender. No puede ignorarse el hecho de que los extranjeros después de tanto viajar, matar gente, quemar pueblos, etc., no desarrollaron costumbre de estar limpios y bien olorosos como lo hacían los indoamericanos estando en casa, ni de lavarse las manos y la boca. Después de todo la mayoría no venía a impresionar a nadie ni eran cortesanos tampoco, sino gente ordinaria y muchas veces peor aun que buscaban aprovecharse de lo ajeno matando si fuera necesario. El olor no parecía ser un factor importante para los europeos cuando consideramos que en su papel de invasores eran ellos los que imponían las reglas. En términos generales, de este modo, eran los indoamericanos los que parecían preocuparse más por la higiene personal que los civilizados invasores europeos que los destruían.

Comparando costumbres entre las dos culturas, Lippy nota que en el noreste de los Estados Unidos los indoamericanos disfrutaban de una buena salud hasta que llegaron los europeos. Y la razón, según Lippy, era que “el higiene personal de los amerindios era superior a la de los franceses, quienes consideraban el baño como inmodesto y no saludable”.55 De allí que cuando los misioneros sin una higiene personal acudían a los moribundos para bautizarlos antes de morir, “la muerte con frecuencia llegaba y los aterrados habitantes de la población sentían que el rito del bautismo, la visita del sacerdote, o aun la agua bendita o las oraciones en latín eran ritos mágicos que mataban”. Choquette agrega por eso que “las inestables misiones católicas participaron en el genocidio cultural, igual que los mercaderes y exploradores” porque “eran todos portadores de infecciones europeas”.56 El hecho era que los invasores europeos no se bañaban con frecuencia y buscaron implantar esa cultura en América con considerable éxito.

El problema con este cambio cultural era que muchos indoamericanos tuvieron que abandonar el baño diario donde había lagos y ríos “en un intento de mimesis a sus nuevos amos, o por disposición real” de la misma Reina Isabel quien ordenaba que los indoamericanos: “No deberán bañarse con tanta frecuencia como hasta aquí lo han hecho porque, según nuestros informes, les causa mucho daño”.57 Esta declaración real en sí apunta hacia dos tradiciones sobre el baño; los que lo hacían a diario y los que no lo hacían a diario. Claro está que, como agrega Colombres, al obedecer la ley real de no bañarse los indoamericanos “luego eran acusados de sucios”.58 Así las cosas, era el dominado el que percibía las diferencias olfativas y sufría las consecuencias buscando entender a sus invasores para clasificarlos y darles características definitivas. Después de todo, los extranjeros eran la novedad de la tierra y había que entenderlos para poder convivir con ellos, para reaccionar a ellos de cerca a nivel del olfato.

En todo caso, era la interpretación de diferentes aspectos culturales lo que iba definiendo la relación entre ambas culturas en ambos lados y el olor formó parte en este proceso. Probablemente uno de los mejores ejemplos del choque olfativo entre los caras pálidas que invadían y los americanos sea el bien conocido encuentro entre Cortés y Moctezuma. Una vez que se encuentran al inicio de la invasión a los aztecas, dice Bernal Díaz que Cortés “le iba [a] abrazar, y aquellos grandes señores que iban con Moctezuma le tuvieron el brazo a Cortés por que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio”.59 Por supuesto, no sabemos si no dejaron que lo abrazara por la tradición indoamericana, como afirma Bernal, o si fue simplemente por el mal olor que debieron despedir los cuerpos sudados y sucios de Cortés y su gente que ya tenían varios días de caminar por el monte antes de llegar a Tenochtitlan. Por otro lado, cuando los europeos llegaron a esta ciudad notaron de inmediato el contraste entre ellos y la corte de Moctezuma quien pasaba su tiempo en “confort personal y limpieza”.60 Vieron también cómo el emperador según Bernal Díaz “era muy pulido y limpio” y “bañábase cada día”;61 y Cortés mismo después escribió que, “a principio y fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos” vistiéndose “todos los días cuatro maneras de vestiduras”.62 Se siente a un Cortés asombrado ante la limpieza de la corte indoamericana, algo fuera de lo que él parecía tener como costumbre. Sin embargo, Moctezuma simplemente seguía la rutina de lavarse las manos antes y después de comer según su costumbre. Para los invasores éstos pasaron a ser detalles que los diferenciaban dignos de ser narrados según las crónicas de Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Pero era éste un relato que claramente demarcaba las diferencias higiénicas de ambas culturas.

Por otra parte los indoamericanos, con tanto detalle a la limpieza, no iban a permitir que alguien sucio o mal oliente se le acercara al emperador que respetaban tanto y acostumbrado a tanta limpieza. En este primer encuentro ambos partidos perciben el gran contraste entre estos dos líderes y sus culturas. Después de todo, ya Moctezuma estaba informado con todo detalle sobre los extranjeros que se aproximaban por medio de los embajadores y espías, y el olor de los extranjeros no se les pudo haber escapado a los espías que entrevistaron a Cortés y a su gente muy de cerca antes que llegaran a la corte de Moctezuma. Las medidas preventivas buscando perfumarlos serían entonces lógicas. Bernal calla en cuanto a esto, igual que los demás cronistas. Aun los códices indoamericanos no pudieron registrar esta perspectiva abiertamente, puesto que de algún modo todo lo escrito tenía que pasar por los ojos de los sacerdotes u otros europeos que los habían destruido y controlaban la escritura. Si es que se registró algo al respecto, seguramente se quemó en la gran fogata de la destrucción de la biblioteca de Moctezuma ordenada por Cortés y Zumarraga más adelante.63

Sin embargo, otras fuentes indoamericanas parecen iluminar ciertos detalles al respecto. El Códice Florentino en la versión indoamericana, por ejemplo, registra cierta preparación por parte de la comitiva de Moctezuma con el aparente intento de asegurarse de que los extranjeros olieran bien antes de acercarse al monarca americano. Dice que:

Tomaron muchas flores hermosas y olorosas, hechas en sarteles y en guirnaldas y compuestas para las manos, y pusiéronlas en platos muy pintados y muy grandes, hechos de calabazas... Llegando Motecuzuma a los españoles... luego allí mismo Motecuzuma puso un collar de oro y de piedras al capitán don Hernando Cortés, y dio flores y guirnaldas a todos los demás capitanes...”.64

Nótese que se escogieron “flores olorosas” y se colocaron “flores y guirnaldas a todos los demás capitanes” que se iban a acercar a Moctezuma. Cuando pensamos en la corte “limpia” de la que habla Cortés y todos los cuidados para que todo estuviera limpio en su corte, no podemos evitar concluir que buscaban “perfumarlos” para contrarrestar su mal olor en la limpia corte de Moctezuma.

En otra versión más explícita se nota la intensión de perfumar a los forasteros en cuanto se les acercaron y antes de darles los regalos de bienvenida. Dice el texto que: “En grandes bateas han colocado flores de las finas: la flor del escudo, la del corazón; en medio se yergue la flor de buen aroma, y la amarilla fragante la valiosa. Son guirnaldas, con travesaños para el pecho”. Una vez preparado el perfume, el mismo emperador procedió a perfumarlos como seguramente hacían con él sus siervos.

Motecuhzuma... los regala con dones, les pone flores en el cuello, les da collares de flores y sartales de flores para cruzarse el pecho, les pone en la cabeza guirnaldas de flores. Pone en seguida delante los collares de oro, todo género de dones, de obsequios de bienvenida.65

El que el texto indique que se escogió “la flor de buena aroma” y la “amarilla fragante” y que son decorados con éstas “el capitán, al que rige la gente, y a los que vienen a guerrear”, indica una clara intención de “florear olfáticamente” a un grupo determinado de personas con la aparente intención de contrarrestar el mal olor de los “dioses” que llegaban sudados y malolientes y que iban a estar cerca del emperador y su corte amante de la pulcritud. Las flores olorosas parecían ser la loción o perfume indoamericano en este caso. Nótese que antes de proceder a los demás asuntos, incluyendo el de ofrecerles “collares de oro”, primero los perfumaron para evitar el mal olor y poder acercarse a ellos placenteramente.

Además, Landa parece confirmar el uso de flores para perfumar a alguien cuando dice que los mayas “se bañaban mucho” y que “eran amigos de buenos olores y que por eso usaban ramilletes de flores y yerbas olorosas...”.66 El uso de las flores parece ser entonces un intento por perfumar a una persona. Después de todo las mayas, conscientes de su estética olfativa, también se untaban “un poco de itz-tahté” que es “una resina muy olorosa que las hace agradables y atractivas”.67 El buen olor era importante y estos americanos parecían estar preparados para contrarrestar el mal olor del cuerpo; y para ellos era más que natural aplicarlo a quien lo necesitara, especialmente si iba a estar cerca de sus líderes a quien ellos reverenciaban muy solemnemente.

Lo que para los cronistas pareció tradición, bien pudo ser un esfuerzo por “perfumar” al extranjero sin ofenderlo, después de todo aún se creía que eran deidades sobrenaturales y venían acompañados de sus tradicionales enemigos, los tlaxcaltecas. No era el tiempo apropiado para atacarlos verbalmente. Algo más que confirma que los extranjeros olían mal es el hecho de que los mismos extranjeros se extrañaban sobremanera al ver que los indoamericanos se bañan diariamente y eran muy limpios en todo como si esta costumbre indoamericana no fuera parte de ellos, y en forma contraria fuera defecto cultural. Landa llegó al extremo de postular que los indoamericanos eran morenos “por el sol y el continuo bañarse”.68 El baño en sí parecía ser una mala tradición para los recién llegados europeos.

Por otro lado, los Shawnees en el norte después de convivir con los recién llegados, daban ya por hecho el mal olor de los europeos anglosajones y usaban esta característica del mal olor del extranjero para considerarlo inferior aun desde la creación por decisión divina del creador. Hablando de los ingleses, franceses y holandeses, decían que “a todas estas razas inferiores de los hombres los hizo blancos, y los puso más allá del Lago Mal Oliente, que ahora se llama el Océano Atlántico”.69 Como todos los extranjeros europeos que venían de ese rumbo olían mal, suponían que su lugar de origen también olía mal por naturaleza. El cielo, el gran emperador, el gran papa, todos moraban allá, en la tierra de los malolientes. Parece indicar que era natural que olieran mal en vista de que venían “del lago de los mal olientes”. Ya sea que los vieran como a seres superiores, dioses, o simplemente como a invasores, esta caracterización fue un rechazo del europeo que los indoamericanos registraron en su estética olfativa y que ayudó a evaluar negativamente la presencia física de éstos en el principio.

Tal vez el rechazo estético físico del indoamericano, hacia el europeo nada agradable a la vista, se pueda ilustrar gráficamente en el caso de la Coya Inca al ser pedida por Gonzalo Pizarro. Al no quedar otra alternativa el Inca acepta y la da a Pizarro. Ella sale “bien aderezada y tan hermosa” mientras que Pizarro sin percatarse de su apariencia, de ética o tradiciones de la corte “ansí, delante de todos, sin más mirar a cosa, se fué para ella a la besar y abrazar como si fuera su mujer legítima”. Yupanqui dice que de esto “se rió mucho mi padre”, pero para “los demás puso en admiración” este aparente salvajismo que chocaba con la ética real de la corte del Inca. En cuanto a la princesa dice que “la Inguill” quedó “en espanto y pavor” y cuando la abrazó “gente que no conocía” la princesa empezó a dar “gritos como una loca, diciendo que no quería arrostrar a semejante gente, más antes se huía y ni por pensamiento los quería ver”.70 Bien puede ser que el mal olor de Pizarro contribuyera a los gritos de la princesa indoamericana que se encontraba limpia y sin que ningún mal oliente se le acercara en su corte. Tal vez ese gritar de “espanto y pavor” no era por “gente que no conocía” como dice Yupanqui, sino porque al acercársele y abrazarla pudo percibir enfáticamente el mal olor de Pizarro quien no parecía estar acostumbrado a tanta delicadeza higiénica. Es muy posible que, entre otras cosas, estuvo gritando por el mal olor que la ofendía grandemente, pero que al no haber quien tradujera a los españoles lo que decía en su lengua, nunca se registró su razón para no ofender a los invasores como sucedió con Cortés en Tenochtitlan. De este modo, el olor pudo haber sido un aspecto importante entre el choque de las dos culturas que descuidaron los europeos y que afectó su relación con los indoamericanos.

Debe notarse, sin embargo, que aunque en algunos casos la limpieza americana parece ser parte de la nobleza indoamericana, como en el caso de la exagerada limpieza de la corte de Moctezuma, donde como dice Las Casas, “Lavábase al principio y al fin del comer y del cenar el rey, y creo, otros señores en las otras salas, cada uno según sus grado y estado. La tovalla o pañuezuelo que una vez se le daba, nunca más lo había él de ver”;71 así como en el caso en la Española en su primer encuentro donde descubren a una doncella americana que por “su comer, en la honestidad, gravedad y limpieza, mostraba bien ser de linaje”,72 en otros casos de gente más ordinaria como en los que relata Diego de Landa, Gómara, Caminha, Léry, Vespucio, Núñez de Pineda, Sahagún y otros ese no es el caso. De esto, sin embargo, ya estos cronistas, y muchos más, lo han registrado en la historia oficial.

De este modo, aunque los europeos se proyectaron en sus crónicas como bellos, limpios y civilizados al contrastarse con los americanos, la microhistoria parece apuntar a otro lado. La percepción indoamericana, haciendo uso de una estética olfativa valorativa, parece evaluar negativamente a los extraños seres cabelludos que invadían sus territorios diferenciándolos, entre otras cosas, por medio del olfato. Es así que, por lo menos en el primer impacto, los europeos no parecen haber atraído a los indoamericanos por medio de la “belleza olfativa” de la que habla Sircello, y no parecen ser del todo apetecibles a los indoamericanos en este primer choque de culturas a través del olfato. Fue de este modo el olfato un tercer factor que evaluara la estética antropológica de los invasores, además del cabello y el color blanco en el primer impacto, formulando una estética tripartita de rechazo hacia los recién llegados.

Podemos concluir entonces que aunque la cultura dominante se impuso en la escritura determinando su estética general, la microhistoria entre las líneas de la historia oficial parece pintar una visión un tanto negativa de los que los invadían. La evaluación americana que surge a lo largo del continente es una de rechazo al color blanco de la piel de los invasores, al abundante cabello en sus cuerpos, y al olor que despedían los invasores en el choque cultural de aquella época, clasificándolos como feos. Después de todo, como indicara Dykstra y Westerhoff, “el significado de la belleza ciertamente se determinará por la cultura de uno mismo y por diferenciar individuos en una cultura”,73 y sólo se tenían a sí mismos para determinar quién era placentero a la vista y quién no al compararlos con su propia visión estética. De este modo, después del asombro del primer encuentro, los americanos evaluaron a los europeos como a seres estéticamente inaceptables en el primer choque de culturas en la invasión de América.

 

Notas

  1. Edmund Carpenter, “Forward” Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, London, Orbis, 1979, p. 8. Todas las cursivas agregadas para enfatizar un concepto son mías.
  2. Memorial de Sololá: Anales de los Cakchiqueles, ed., Adrián Recinos, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, 126, Nº 148.
  3. Julia Blackburn. The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, London: Orbis, 1979, p. 40.
  4. Guy Sircello, A New Theory of Beauty, Princeton, Princeton UP, 1975, pp. 61 19.
  5. Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 31.
  6. Jack D. Forbes, ed., The Indian in America’s Past, N.J., Prentice-Hall, 1964, p. 65.
  7. Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, p. 46
  8. Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, p. 46.
  9. Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, pp. 99-101.
  10. Cornelius J. Jaenen, Friend and Foe: Aspects of French-Amerindian Cultural Contact in the Sixteenth and Seventeenth Centuries, New York, Columbia UP, 1976, p. 24.
  11. Ronald Wright, Stolen Continents: The Americans through Indian Eyes since 1492, New York, Houghton Mifflin, 1992, p. 88.
  12. Valeria Rodrigues de Costa, “Entre lo diferente y lo semejante: Un viaje antropológico”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, p. 129.
  13. Ronald Wright, 197. No se encontró una palabra adecuada para “redneck” pero es un adjetivo denigrante que significa vulgar, mal educadoo ignorante.
  14. Peter Nabokov, ed., Native American Testimony. An Anthology of Indian and White Relations: first Encounter to Dispossession, New York, Harper and Row, 1978, p. 43.
  15. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Josefina García Quintana y Alfredo López Austin, eds., segunda edición, México, Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Editorial Patria, 1989, p. 825.
  16. Visión de los vencidos: Relaciones indígenas de la Conquista, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 12.
  17. Peter Nabokov, ed., Native American Testimony. An Anthology of Indian and White Relations: first Encounter to Dispossession, New York, Harper and Row, 1978, p. 28.
  18. Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 31.
  19. En Norteamérica, por ejemplo, en el área de los Grandes Lagos los oriundos “devoraban [a los primeros europeos] con sus ojos”, en 1660 in Green Bay los Potawatomis no “se atrevían a mirar [a Nicolar Perrot] en la cara, y las mujeres y los niños lo veían a distancia”; mientras que el Padre Caude Allouez se quejaba de que “con frecuencia nos visitaban estas gentes... que no habían visto a un europeo antes, que nos arrollaban” y después “tropas de niños venían a ver al extranjero”. En el área de Misisipí el padre Marquette se quejaba de que “toda esta gente no cesa de vernos. Se recuestan en el pasto sobre el camino; nos preceden, y luego retractan sus pasos para venir y vernos otra vez”. James Axtell, Natives and Newcomers: The Cultural Origins of North America, New York, Oxford University Press, 2001, pp. 24-25.
  20. Jean de Léry, History of a Voyage to the Land of Brazil, otherwise called America, Berkeley, California UP, 1990, p. 57.
  21. José Toribio de Medina, Los aborígenes de Chile, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1952, p. 173.
  22. José Bengoa, Historia de los antiguos mapuches del sur: desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín, Santiago de Chile, Andros Impresores, 2003 p. 48.
  23. José Bengoa, Historia de los antiguos mapuches del sur: desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín, p. 364.
  24. Ángel María Garibay, ed. Épica náhuatl, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 66.
  25. Eve Ball, In the Days of Victorio: Recollections of a Warm Springs Apache, Arizona, The University of Arizona Press, 1992, p. 43.
  26. Pero Vaz de Caminha, “Los salvajes al natural”, Noticias secretas y públicas de América, ed., Emir Rodríguez Monegal, Barcelona, Tusquets, 1984, p. 47.
  27. Peter Nabokov, ed., Native American Testimony: An Anthology of Indian and White Relations: First Encounter to Dispossession, p. 35.
  28. Richard Erdoes and Alfonso Ortiz, eds. American Indian Myths and Legends, New York, Pantheon, 1984, p. 229. Evento reportado en 1894, aunque seguramente sucedió mucho antes.
  29. Richard Erdoes and Alfonso Ortiz, eds., American Indian Myths and Legends, p. 496.
  30. Peter Nabokov, ed., Native American Testimony: An Anthology of Indian and White Relations: First Encounter to Dispossession, pp. 30-31.
  31. Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, pp. 32-33. Al parecer, este encuentro en realidad fue con los franceses, no con los rusos.
  32. James Axtell, Natives and Newcomers: The Cultural Origins of North America, New York, Oxford University Press, 2001, p. 32.
  33. Para una visión indoamericana más amplia sobre la barba véase a Josué Sánchez, “El cabello como un problema estético en la invasión de América”, Cuadernos del Minotauro, 4, 2006. Véanse pp. 22-27.
  34. Francisco López de Gómara, Historia de la Conquista de México, México, Porrúa, 1988, p. 21.
  35. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, ed., Miguel Rivera, Madrid, Información y Revistas, 1985, p. 44.
  36. Gabriel Sagard, Sagard’s Long Journey to the Country of the Hurons, p. 137.
  37. Colin G. Calloway, ed., Dawnland Encounters, New England, UP New England, 1991, p. 50.
  38. Cornelius J. Jaenen, Friend and Foe: Aspects of French-Amerindian Cultural Contact in the Sixteenth and Seventeenth Centuries, New York, Columbia UP, 1976, p. 24.
  39. Cornelius J. Jaenen, Friend and Foe: Aspects of French-Amerindian Cultural Contact in the Sixteenth and Seventeenth Centuries, p. 24.
  40. Una notable excepción al respecto que debe notarse, es que en el área de la presente Argentina, según sus cronistas, se encontró un grupo de “barbados americanos”. Dice González del Prado que con Mendoza en el área de Tucumán “fuimos a la provincia de los comechingones, que es la gente barbada y muy belicosa” (Raúl Mandrini, Argentina indígena: los aborígenes a la llegada de los españoles, Buenos Aires: Centro Editorial de América Latina, 1983, 58). Cieza de León reporta también que en el mismo área conocieron a un grupo con gente “de poco lustre, barbados” muy prósperos (61). Alonso de Barzana en el área de Tucumán y Paraguay dice que bautizaron a muchos indoamericanos y que “todos estos indios es gente barba[da?], como los españoles” (81) [énfasis agregado]. Sin embargo, este grupo de “barbudos” parece ser la excepción y no la regla, y parece que sólo se encontraron es este lugar.
  41. John Upton Terrell, Apache Chronicle, New York, World, 1972, p. 31.
  42. Guy Sircello, A New Theory of Beauty, p. 61.
  43. Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, p. 100.
  44. En general, los indoamericanos se bañaban donde tenían esa facilidad por medio de los ríos o los lagos. Donde éste no era el caso se reporta lo contrario, como lo indica, por ejemplo, el padre Sagard en su Long Journey to the Country of the Hurons y Miguel del Barco en su Historia natural de Antigua California, Madrid, Hermanos García Neblejas, 1989.
  45. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 74.
  46. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 98.
  47. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 74.
  48. Josefina Oliva de Coll, La resistencia indígena ante la conquista, México, Siglo Veintiuno Editores, 1980, p. 184.
  49. Francisco López de Gómara, Historia de la Conquista de México, p. 307.
  50. Ronald Wright, Stolen Continents: The Americans through Indian Eyes since, p. 87.
  51. Pero Vaz de Caminha, “Los salvajes al natural”, Noticias secretas y públicas de América, pp. 46-47.
  52. Jean de Léry, “Visiones de la Francia Antártica”, Noticias secretas y públicas de América, ed. Emir Rodríguez Monegal, Barcelona, Tusquets, 1984, p. 164.
  53. Amerigo Vespucci “El Nuevo Mundo”, Noticias secretas y públicas de América, ed. Emir Rodríguez Monegal, Barcelona, Tusquets, 1984, p. 54.
  54. Francisco Núñez de Pineda, El cautiverio feliz, ed., Ángel Custodio González, Santiago, Chile, Zig-Zag, 1948, p. 214.
  55. Robert Choquette, “French Catholicism Comes to the Americas” in Christianity Comes to the Americas 1492-1776, New York, Paragon House, 1992, p. 178.
  56. Robert Choquette, “French Catholicism Comes to the Americas”, p.179.
  57. Adolfo Colombres, La colonización cultural de la América indígena, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1987, p. 39.
  58. Adolfo Colombres, La colonización cultural de la América indígena, p. 39.
  59. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, duodécima edición, México, Porrúa, 1980, p. 161.
  60. William H. Prescott, History of the Conquest of Mexico and History of the Conquest of Peru, New York Random, no da fecha, p. 321.
  61. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, p. 166.
  62. Hernán Cortés, Cartas de Relación, México, Porrúa, 1979, p. 68.
  63. Algunos justificadores de la historia oficial han tratado de disminuir esta destrucción, pero otros no: “La pérdida de tantos preciosos monumentos de su antigüedad fue amargamente deplorada por los indios, y aun los mismos autores del incendio se arrepintieron cuando echaron de ver el desacierto que habían cometido; pero procuraron remediar el daño, ora informándose verbalmente de los mismos habitantes, ora buscando las pinturas que se habían escapado de las primeras investigaciones...”. Joaquín Gracía Icazbalceta, Opúsculos varios tomo II, México, Imprenta de Agüeros, 1896, 21. Cita a Clavijero en su Historia antigua de México.
  64. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Josefina García Quintana y Alfredo López Austin, eds., segunda edición, México, Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Editorial Patria, 1989, p. 834.
  65. Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, pp.66-67.
  66. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 74.
  67. Demetrio Sodi M., Los mayas, México, Panorama, 1996, p. 19.
  68. Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 25.
  69. Julia Blackburn, The White Man: The first response of aboriginal people to the White Man, pp. 99-101.
  70. Titu Cusi Yupanqui, Relación de la Conquista del Perú, Lima, Ediciones de la Biblioteca Universitaria, 1973, p. 67.
  71. Bartolomé de las Casas, Los indios de México y Nueva España, México, Porrúa, 1993, p. 126.
  72. Josefina Oliva de Coll, La resistencia indígena ante la conquista, p. 20. Cita a W. Irving en Vida y viajes de Cristóbal Colón.
  73. John Dykstra Eusden y John H. Westerhoff III, Sensing Beauty: Aesthetics, the Human Spirit, and the Church, Cleveland, U Church P, 1998, p. 21.