Entrevistas
Edilio PeñaEdilio Peña, autor de dos novelas envueltas en un torbellino: La cruz más lejana del puerto y El acecho de Dios:
“La patria sigue extraviada”

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La pobreza es el capital político que usan los mesías de nuestro territorio material y espiritual.

El teatro nacional está en estado crítico, como el país. Un país que prefiere excluir a sus artistas, hoy presentes en los escenarios fuera de Venezuela, “donde son apreciados”.

Los últimos años de la vida de Edilio Peña han estado concentrados en múltiples actividades, pero la que más lo ha sacudido en su interior es la novela La cruz más lejana del puerto, publicada con el sello de Monte Ávila Editores. El mismo título fue entregado al público a través de la editorial Alfa, en 2008.

—Pero también tengo en imprenta una pieza teatral tituladaLa noche de la bestia, trabajo inédito que está en manos de Juan Martins y que me ha dicho saldrá publicada en México por la editorial Presagios.

—¿Qué está pasando con Edilio Peña, dónde se le localiza?

—Estoy refugiado en Mérida, construyendo mi obra. Allá escribo cómodo, allá estoy aposentado. Mérida es una ciudad cálida, humana, por eso vivo en su paisaje. Y así como te dije de la novela y de la pieza teatral, también vivo entre viajes, porque mi obra es más trabajada fuera del país que en él. La noche de la bestia fue estrenada en Miami. Miguel Ferro y la actriz María Fernanda Ferro fueron los responsables de la puesta. Y así mismo, tengo un libro de ensayos dramatúrgicos, La sombra del personaje.

—¿Y esos viajes están relacionados sólo con el teatro, con funciones?

—Sí. Se trata de varios montajes fuera del país. En Málaga, España; Argentina, República Dominicana, Nueva York.

—El desarrollo teatral está estrechamente relacionado con lo que le acontece a un país. En estos momentos tan críticos, ¿cómo siente Edilio Peña el teatro venezolano?

—Crítico. Crítico por la imposibilidad de producción. La producción está ocurriendo, porque los dramaturgos siguen escribiendo, pero... He leído trabajos notables, pero no hay manera de montarlos, ni siquiera a través de la gestión privada. Existen varias conjugantes políticas que escapan a la propia dirección del autor frente a la realidad. Por ejemplo, Néstor Caballero y yo somos montados fuera de Venezuela. Otros compañeros se preocupan por esta situación terrible del país, quienes no tienen la fortuna de contar con espacios fuera de nuestro mapa. Es realmente desolador.

—¿Y el Estado no lo ha convocado..?

—Hace años el Estado venezolano no me llama. Pero fíjate, sí me llama la Alcaldía de Nueva York. Me llaman de Argentina, de otros países. Es realmente desolador. No existe una concepción entre el gobierno y la cultura. No me refiero a mi caso en particular porque tengo resonancia en otra parte. Pero la gente que se está iniciando padece los espectros de ese desierto. Pareciera ser una constante de nuestra cultura política, que no comienza ni termina en este gobierno. Padecemos de una falta de cultura política. El político no termina de entender la cultura como cultura política, sino como expresión contingente inmediata. El político, una vez que se convierte en estadista, tiene que entender que el discurso político del artista tiene permanencia. Lo que sucede es que esto no se tiene claro por analfabetismo político. Esas son taras de la historia política venezolana.

—Sabemos que el cine también vive estos mismos problemas, ¿cómo lo encara la gente que labora en ese sector?

—En el cine la situación es más delicada. En mi caso, tengo tres trabajos terminados. Dos ya filmados y otro en proceso. Se trata de Florentino y el Diablo y Los pájaros se van con la muerte, que ya están listos, y Los amantes de Sara, aún en proceso. No ha habido manera de que el Estado venezolano nos llame para que estas películas sean proyectadas en escuelas, universidades, salas de cine. Nada. Cada película tiene un costo de un millón de dólares, aproximadamente.

—Venezuela, a decir del Conac, vive un proceso de cambio. ¿Cómo ve ese proceso Edilio Peña desde su perspectiva de cineasta, de hombre de cine?

—Cuando se quiere realmente cambiar un país en todos los órdenes debes apoyarte en la potenciación de la cultura. Por ejemplo, en la fase feliz de la revolución cubana eso se hizo. No quiero hablar de la otra fase, de la infeliz. Hicieron buen cine para darle un rostro distinto a Cuba. Todo eso se perdió. Todos queremos un cambio, sobre todo en el mundo cultural, pero hay que invertir en cultura. Aquí la gente está escribiendo, pintando, dibujando, danzando, haciendo cine, teatro, pero al parecer la intención del gobierno no va más allá de hablar. El Ministerio de Cultura no ha convocado a nadie para desarrollar un trabajo que implique un verdadero cambio en el sector cultura. Existe una pobreza crítica en cultura, un rancho cultural. Por supuesto, cuando hablo lo hago desde la sugerencia y la crítica saludable, sin el ánimo de inmiscuirme en el mundo de la política militante.

—¿Qué propuestas asomaría para que el teatro venezolano confirme su vigencia?

—A través de la Ruta Nacional de la Dramaturgia. La formación de nuevos talentos mediante talleres, clínicas, foros, conferencias. Mira, Nueva York invita a Edilio Peña porque Venezuela no me utiliza para formar gente. Así como yo, todos los dramaturgos del país. De La Sorbona me llaman, ¿por qué no lo hacen de San Fernando de Apure? Yo no me niego, no se pasean por considerar como ente protagónico para los cambios a la cultura. Desestiman el discurso sustancial de la cultura, porque nuestros dirigentes son analfabetas. El problema está, entonces, en la sustancialidad política de un país, en su cultura.

—¿Cómo definiría el país?

—Un país no sólo es discurso contingente. Un país también es un discurso espiritual, en todos los órdenes. Un país debe ser una expresión holística, así comprendo yo el concepto de patria. En ese sentido, fraguar la educación sentimental.

—¿Y por dónde va la patria?

—Aparece y sigue extraviada. Patria es pluralidad de visiones, de perspectivas, de opciones. Nosotros hemos vivido con la pluralidad, ahora nos toca aprender de nuevo a hacerlo. Volver a la patria, porque —en mi caso— no estoy ganado para el odio ni el resentimiento.

—¿A qué apuesta?

—Apuesto al hombre, esa es mi patria. La expresión emblemática concentrada en esa figura de la naturaleza que es el hombre. No puedo estrechar mi concepto de patria.

—Al parecer la patria se ha convertido en una consigna.

—Bueno, sí. La exclusión es un crimen, nos aleja del concepto de patria. Hay que explicarse por qué se ha generado el odio. Eso tiene motivaciones profundas. Eso es viejo, ha venido creciendo. Es como una relación de pareja. Ambos se culpan. No se trata de buscar culpas o culpables. Hay que buscar las motivaciones para democráticamente solucionar lo humano. Somos un país que no tiene traumas en el orden colectivo. No somos guerreros.

—¿Somos una obra de teatro?

—Sí, pero no estamos cerca de la tragedia. Estamos cerca del drama. En la tragedia está la fatalidad. En los dramas son los propios hombres los que determinan esas causas. No hemos llegado a la tragedia. Estamos en un drama en el que paradójicamente tenemos los elementos para solucionarlo. Contamos con recursos económicos, y en nuestra naturaleza, el humano. Nos falta la riqueza educativa: la humanística, la holística que entiende que ser ciudadano de una nación es ser la expresión múltiple de una singularidad, con la que vivir acordando. No podemos movernos en la diatriba de la exclusión.

—¿No nos repetimos en el tiempo, no somos parte de un ciclo?

—Estamos repitiendo leitmotivs que conducen a la inamovilidad. La tolerancia no anula la crítica, fortalece la enseñanza. Los paradigmas que le dieron cuerpo a la modernidad siguen vigentes, lo que nos obliga a cambiarlos. En ciencia, cultura, historia, política. Cabe la pregunta, ¿es el político o el paradigma político moderno el que está en crisis? Mira, la ciencia nos garantizó la certidumbre y lo cientifizó todo: las letras, la historia, pero los hallazgos de la física cuántica han puesto al desnudo la soberbia del cientificismo. La línea de continuidad. El tiempo no es continuo, ni el espacio. Eso, por supuesto, tiene un reflejo en todas las artes y en la misma ciencia, en los procesos sociales.

—Pero seguimos viendo el mundo a través de los reflejos del pasado. ¿Estamos en el siglo XIX?

—No podemos seguir anclados en el siglo XIX. Ese hombre está agotado. Eso exige crear nuevas estructuras. Es decir, todos los gobiernos llegan sin guión. Él prefigura lo que será la película, el gobierno. Apostamos como lactantes políticos a la insurrección y no al ejercicio del guión para el ejercicio del poder. Padecemos de un error cognitivo. Es decir, en la relación que debe existir entre el afuera y el adentro. Una especie de disfunción.

—Pero siempre hemos sido así, alocados, tropicales, desordenados.

—Somos gente de arrebatos. Compulsivos. Allí está el germen de nuestra muy mala educación sentimental. Gandhi decía: “Que tus palabras se conviertan en imágenes, para que tus hechos, si son buenos, se conviertan en hábitos”. Por eso, con la mirada en lo dicho anteriormente sobre la ciencia, fue un horror darle carácter científico a la historia. Marx y Lenin fueron culpables de esto. Se trató de una perversión que hoy aún sufrimos.

—¿Cuál es el reto actual de los artistas?

—Ser desafiados siempre por la creación para la comprensión de nuevas exigencias de la cultura.

—¿Y del venezolano en la actual coyuntura?

—Salir de la ofuscación de los dos lados, pero primero debemos tener en mente que el capital político de los mesías es la pobreza. Por eso debemos fundar una democracia, no de élites, sino donde prevalezca la justicia social y oportunidades para todos, donde la ley y la cultura satisfagan el cuerpo y eleven el espíritu.