Artículos y reportajes
Héctor Torres: El amor en tres platos

Comparte este contenido con tus amigos

Los primeros libros de relatos de Héctor Torres, Trazos de asombro y olvido (Senderos Literarios, 1996), Episodios suprimidos del manuscrito G (Baile del Sol, 1999) y Del espejo ciego (Blacamán Editores, 2000), ya anunciaban una capacidad imaginativa cuyos frutos aún en proceso de maduración prometían futuros fulgores.

Durante un silencio prolongado Héctor se dio a la tarea de revisar críticamente su trabajo y de crear nuevos argumentos conformes a ese búsqueda incesante de fundar sólidos espacios imaginativos. Producto de esa tarea es su libro de relatos El amor en tres platos (Equinoccio, 2007) ajuste de cuentas y replanteamiento de su universo cuentístico, y la novela La huella del bisonte (Norma, 2008), donde realiza otra vuelta de tuerca sobre el tema de Lolita escrita con un lenguaje preciso e iluminada de un erotismo elegante atento a ese requerimiento que Álvaro Mutis propone para este tipo de narrativa: “No es llamando las cosas por su nombre y describiendo minuciosamente los diversos aspectos y posibilidades del acto sexual como se logra la mejor dosis de erotismo en literatura”.

Secreto lector de clásicos olvidados, Héctor se ha propuesto una narrativa que estimule al lector desde zonas aparentemente conocidas, pero que logran sorprendernos por su capacidad de revelar allí, donde todo estaba escrito, nuevas alternativas. Como las jugadas del ajedrez, como los rostros de Dios, las versiones de la literatura son infinitas, aunque los temas sean los mismos. Consciente de ello, este narrador nos convoca a compartir sus aventuras con la palabra, se divierte sometiéndonos a intrigas que logran sorprendernos por la honestidad de su planteamiento.

Me es imposible, por cuestiones de espacio, comentar cada uno de los catorce textos que componen El amor en tres platos, además temo develar algún misterio que es necesario mantener oculto para mayor goce de sus eventuales lectores.

Sin embargo, quisiera detenerme en el noveno relato, “Servicio suspendido”, porque creo descubrir allí una de las claves esenciales de la narrativa de Héctor Torres. La historia es narrada por un personaje que nos confía sus angustias al pasar varios días sin soñar. Para este personaje el sueño es vital porque es la materia prima de su trabajo: la escritura. “Siempre consideré a los sueños la herramienta más mágica, poética y creativa de la cual se vale la mente para reflexionar; por esto, la angustia de verme desprovisto de ellos me estaba enloqueciendo”, confiesa el personaje. Y he aquí la clave: los relatos de Héctor se mantienen en la línea difusa que separa la vigilia del sueño. En “Pabellón B”, Mauricio muere sin saber concretamente (y sin que lo sepamos los lectores) si su muerte sucede de forma violenta en un centro penitenciario o de un infarto mientras duerme y tiene una pesadilla.

Georges Perec declara lo siguiente en una entrevista: “Yo creía anotar los sueños que tenía, pero muy pronto me di cuenta de que ya no soñaba sino para poder escribir los sueños”. Así sucede en los relatos de Héctor Torres: lo real y lo onírico se complementan en el espacio de la página escrita: “Tanto había domesticado mi universo onírico, que podía saber cuándo un sueño me iba a proporcionar algún elemento aprovechable en literatura”, nos dice el personaje de “Servicio suspendido”.

Cierta reminiscencia borgiana se cuela en “Las leyes del sueño”: el narrador sueña con una figura ejecutando una especie de suicidio. Quien cae desde lo alto de un edificio le dice al narrador “unas palabras extrañas y maravillosas” que éste anota en el friso de una pared porque sabe que al despertar no las recordará; efectivamente una vez despierto olvida lo escuchado, sin embargo llega hasta el edificio que sirvió de escenario para el sueño y efectivamente “leí los garabatos escritos con prisa en la pared, sólo que no pude repetirlos hasta esa noche que me soñé en la misma escena”. De esta manera el relato se convierte en un círculo vicioso, donde se accede al sueño para vivir una y otra vez la misma escena, como bien lo manifiesta Ricardo Piglia: “No creía que el ensueño fuera una interrupción de lo real sino más bien una entrada. El vivir es una trenza que trenza un sueño con otro”.

En otro texto, “Y tampoco escogería mayo para comenzar”, la dualidad del discurso se hace patente en un juego metaficcional: de pronto, a mitad del relato, uno de los personajes, un supuesto asesino a sueldo, increpa al narrador de la trama poniendo en duda su capacidad para contar el argumento que se viene desarrollando: “¿Dónde creerá él que conducirá esta historia? Los narradores, ¡ah, los narradores! Detesto las historias contadas por narradores en tercera persona. Tómate un descanso, omnisciente narrador. Yo nunca he creído en todopoderosos que pretendan saber qué siente cada personaje de la historia. No creo en tu ubicuidad, ni tu omnisciencia. Deja que contemos esta historia los involucrados, que en todo prefiero la honesta complicidad del lector”.

El relato se cuestiona a sí mismo, el oficio de narrador es puesto en duda y como los personajes de Pirandello, los personajes de Héctor piden ser liberados para llevar adelante, por sí mismos, su vida imaginaria. Esta revelación que la ficción otorga se convierte en rebelión de la escritura y la imaginación.

Finalmente quisiera agregar que si Héctor Torres ha logrado superar el reto de reinventarse e inventarse una serie de relatos que conforman un libro coherente y de alta factura se debe, creo yo, a su sincera honestidad a la hora de asumir una actividad tan exigente como la literatura, ha logrado entender aquello de que hay que escribir borrando para lograr algún entendimiento con el lector.

Roberto Bolaño expresaba: “Muchas pueden ser las patrias, pero sólo uno el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues maravillosamente bien también lo hace cualquiera. Entonces, ¿qué es una escritura de calidad? Pues, lo que siempre ha sido: meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber básicamente que la literatura es un oficio peligroso”.

Estoy seguro de que Héctor Torres está consciente de ello.