Artículos y reportajes
¿Cómo se emancipa un artista?

Comparte este contenido con tus amigos

La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de
su inteligencia [la propia] sin la guía de otro... su causa
no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor
para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro.

Immanuel Kant.1

Al leer los manifiestos creacionistas del poeta chileno Vicente Huidobro (Chile, 1893), los principios estéticos que propone me parecieron una utopía pura (sin ningún sentido peyorativo), puesto que en ellos percibí implícito un ideal o, con más exactitud, la certeza de que el hombre, dentro de sus limitaciones como individuo, es capaz de valerse por sí mismo y de que es su deber, por formar parte del único sector de los seres vivos capaz de razonar con plena conciencia y de actuar si así lo quiere a priori, erigirse como ser y no como objeto. Esto es, debe asumirse y comportarse como ente creador y no como receptor o imitador de esquemas y figuras preexistentes.

En el ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784), del filósofo Immanuel Kant (Königsberg, 1724), encontré, creo yo, completamente desarrollada una idea paralela a la tesis principal que sostiene al Creacionismo como escuela estética: la emancipación del poeta y del artista de la influencia de la naturaleza y del afán por imitar sus procesos y sus creaciones. Y es que Kant exhorta a sus contemporáneos a zafarse del yugo del tutelaje ejercido por otros sujetos que se han erigido (o los erigieron) como conciencias superiores capaces de instruir al resto, incluyendo a aquellos que representan a alguna religión, pues emanciparse de la idea de que un ente divino domina las conciencias del Hombre es también parte de la Ilustración que promueve Kant.

Huidobro y Kant, cada uno desde su trinchera y desde su esfera temporal, lanzan una crítica a la profunda dependencia intelectual en la que el hombre vive sometido. Más de un siglo los separa, y sin embargo ambos pudieron percibir la necesidad de tomar el riesgo de pensar por sí mismos y aceptaron la responsabilidad que la lucidez trae consigo, de difundir entre los hombres contemporáneos aquello que por siglos se les ha negado: su propia capacidad y libertad.

Kant, como filósofo, disemina su pensamiento a través de propuestas filosóficas con una orientación social, política tal vez, humana siempre. Por su lado, el poeta-dios ha encadenado la idea de independencia y libertad intelectual a una sensibilidad casi clarividente. Y entre la conciencia de una cosa y otra, Huidobro descubrió en sí, y en el resto de los hombres como una consecuencia fractal de sí mismo, que no sólo era capaz de pensar por él, sino que esa condición en la que la razón es la atmósfera, lo dotaba de la facultad de crear a partir de él, y sólo de él.

A Huidobro puede acusársele de ególatra, de pretencioso, hasta de hereje por querer usurpar el lugar de Dios, y realmente en ese campo yo no estoy dispuesta a discutir pues muy probablemente lo haya sido; sin embargo, considero que eso es lo que menos debe importar, porque tal vez gracias a esa personalidad tan arrogante y carente de humildad, Huidobro pudo ir más allá de los límites de la “decencia”, de lo correcto, pudo salvar el obstáculo paralizante de asumirse como único responsable de sus actos y se atrevió a gritarlo para que todo aquel que tuviera el mismo arrojo, lo escuchase.

Las consideraciones poéticas y estéticas que hace el autor de Altazor en sus manifiestos, me parecen una consecuencia lógica de la evolución que se había estado gestando por décadas en el consciente colectivo de la comunidad iberoamericana. Con cada vanguardia literaria y artística que surgía, con cada movimiento por mínimo que fuera, los artistas e intelectuales de esta fracción terrestre empujaban cada vez más lejos de sí el yugo que los mantenía agazapados, condenados a una cíclica reproducción de modelos ajenos, extranjeros, traidores. El Creacionismo como corriente artística y literaria es, por tanto, la concentración de los ases luminosos dispersos, que fueron todas las vanguardias iberoamericanas.

No quiero arriesgarme a dar una opinión que parezca totalizadora, en el sentido de que concibo al Creacionismo como la amalgama de otras escuelas y propuestas poéticas y artísticas, porque no es así. Lo que intento explicar es que considero que al proclamar al artista como un ente capaz (y obligado por esa capacidad) de romper con dependencias absurdas entre agentes externos a él, como la naturaleza, Dios, la inspiración y las musas y la concepción clásica de la imaginación, Huidobro dio un paso lógico dentro de la escala del pensamiento evolutivo que ya se estaba gestando en América desde años atrás.

Una a una, las vanguardias fueron rompiendo estigmas y paradigmas estéticos y de pensamiento, unas con gran fortuna y otras más con tanta violencia que fueron juzgadas banales (que no vanas), sin que esto les restara valor. Emanciparse de la naturaleza, emanciparse del control divino era un paso que debía efectuarse. No obstante, imagino que debió de ser mucho más doloroso para el consciente colectivo romper con la relación maternal que mantenían con la Naturaleza, y aun con Dios —pues seguían (y temo que eso no ha cambiado aún en esta época) supeditando sus actos a su voluntad—, que romper con el tutelaje intelectual y formativo que mantenían con Europa, por ejemplo.

Y en este sentido, Huidobro define muy bien el papel que la razón (producto de una conciencia libre, claro) debe jugar dentro del acto creador, y éste es el de la fuente y la matriz de la generación artística. El poeta creará, sí, pero lo hará de forma volitiva, consciente, razonada. Y he aquí los polos del Creacionismo en total contacto: por un lado, se propone la creación mágica, sublime, un nuevo Génesis cada vez que el artista actúe; y por el otro, el uso de la razón, que finalmente será el puente que conecte la esfera de lo sublime con la de lo posible. Un espiral perfecto, creo yo, utópico por lo elevado de su intención, pero planteado con tal certeza que parece ser realizable en su totalidad.

El Creacionismo no niega el poder de la Naturaleza y cuando se aborda la imagen y el papel divinos se mantiene bastante elocuente, por el contrario propone que el hombre puede crear de la misma manera en que crean Dios y la naturaleza, es decir generando desde el interior mundos y criaturas que se rigen a partir de reglas muy particulares, y aun inherentemente asume al hombre incapaz de competir con éstos, pero no porque lo considere inferior (y esta es una interpretación muy particular) sino porque asume que éste ha adquirido la conciencia de su propia particularidad: el Hombre no es dios, el Poeta no es dios, pero puede hacer lo que él hace partiendo siempre de él mismo. Parece que ese es el motor de la escuela huidobriana.

Finalmente el Creacionismo, tanto como las teorías kantianas otorgan al hombre la libertad de actuar, pero al mismo tiempo lo facultan como único responsable del uso de su poder creador, de su conciencia despierta e infinita.

 


  1. Kant, Emmanuel, Filosofía de la historia. “¿Qué es la Ilustración?”. FCE, Colección Popular. México, 1978.