Esa doña me quiere consigo
El grito estanca las agujas próximas a mi garganta.
El sacrificio viene a polemizar
con el desgranado motor cerebral.
Estoy resuelto a pactar con el sótano de Dios,
la alabanza medida a trigales,
la espartana secuencia de hilos perforando mi dermis.
Las escaleras se desdoblan,
el piano aletarga su teclado,
la araña gira en reversa,
cíclicamente.
Es notorio.
Esa doña me quiere consigo,
para amenizar con los gusanos.
Púas a la tempestad
Busco respuestas.
El zapping empuja al olvido transitorio.
Cuelo distractores
y ahí estás desollando mis días.
Solicito la amnesia
y las imágenes se adhieren como calcomanía a mis espejos.
Necesito levantar esa alambrada,
incrustarle púas a la tempestad
La playa
Las gaviotas se quejan en el vuelo.
El aire salado se vuelve agrio a mi boca,
y con cada rompimiento de ola
el escalofrío se deshace en la añoranza.
Se despiertan los lacrimales,
mi lengua se atrofia en la mudez.
Llevo el alma acalambrada,
cargando tus huellas
que no surcan la playa.
La madeja que enredó tu adiós
Gota a gota,
los dactilares perpetúan tu sudor
sobre mi alma acalambrada.
Soy un punto derritiéndose
en la intersección donde se atasca la remembranza.
Promedio las horas caídas en tu nombre
y absuelvo a mis lacrimales de toda culpa.
La vida: desproporcionada.
El tiempo, una masa obstruyendo mis pies.
Y ahora,
¿cómo ovillo la madeja que enredó tu adiós?