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Yolanda PantinYolanda Pantin
Transfiguraciones de la imagen

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Dentro del conjunto de poetas que dejaron escuchar sus voces a partir de los años ochenta del siglo pasado, la obra de Yolanda Pantin destaca por afianzarse en una búsqueda permanente, y en algunos casos contradictoria, de la imagen poética como lugar de revelación.

Su primer libro, Casa o lobo (Monte Ávila, 1981), es una indagación por los terrenos brumosos de la infancia, por el espacio perdido de la memoria. La casa aparece aquí como un elemento catalizador del discurso tal como lo plantea Bachelard: “Gracias a la casa, un gran número de nuestros recuerdos tienen albergue, y si esa casa se complica un poco, si tiene un sótano y buhardilla, nuestros recuerdos hallan refugios más caracterizados”. Se trata, en el caso de estos poemas, de un lugar que cobija en su interior temores no dilucidados propios de la primera edad:

En esta casa se amontonan los fantasmas. Uno les cuenta los cabellos y les adivina, sin cristales, los pasos de tanto fantasma que hay por la casa.

Como podemos apreciar, este libro no canta la infancia como celebración del paraíso perdido, sino como una especie de viaje expiatorio a una zona que aún permanece en penumbras.

La casa también tiene una presencia importante en su siguiente libro: Correo del corazón (Fundarte, 1985); pero ya no se trata de la casa del recuerdo sino del espacio presente, el que habita la mujer en la sociedad actual y que se expresa en un lenguaje definido apartado totalmente de magicismos. Entra en juego un discurso decididamente feminista: la mujer expone su soledad, sus anhelos, su malestar sin metáforas ni ocultamientos, dice simplemente soy, existo, necesito, aunque sabe de antemano que sus requerimientos jamás serán complacidos: esto genera el imaginario poético de estos textos. Previniendo que se vive en una situación que no tiene solución de continuidad, la hablante manifiesta su incomodidad por vivir en una sociedad que no se da cuenta de su existencia, una sociedad donde ella siente que sólo es parte del paisaje urbano. En este sentido el epígrafe de Virginia Woolf es revelador: “¡Dios mío!, he escrito tantas veces la palabra mujer, que estoy harta”.

Otra búsqueda plantean los libros posteriores: La canción fría (Angria, 1989), Poemas del escritor (Fundarte, 1989), y El cielo de París (Pequeña Venecia, 1989). Si en Casa o lobo la mirada del poeta se concentraba en el pasado, en el exorcismo por vía de la memoria de los temores infantiles, y si en Correo del corazón se ocupaba del entorno presente, de sus miserias y sus soledades, a partir de La canción fría la búsqueda de la imagen poética se vuelve más intelectual, los referentes literarios se hacen más explícitos, creando una relación intertextual que se abre de cara al lector. Por ejemplo, es inevitable pensar en el relato de Peter Handke, La tarde del escritor, cuando leemos los Poemas del escritor que hasta en el ritornelo del título evoca su antecedente. En ambos el autor se desdobla para mirarse escribir, para reflexionar sobre el acto de la escritura y sus consecuencias; en ambos el escritor es un personaje con problemas del habla, lo cual implica problemas de expresión: en el relato de Handke el escritor pierde el habla por un suceso que lo impresiona, en los poemas de la Pantin:

El escritor habla
Y las palabras salen de su boca con cierta dificultad
—fue un niño tartamudo—

Lo que realmente interesa destacar de esta producción es cómo la mirada del poeta se abre al mundo, ya sea éste vivido o imaginado, y en el cuerpo del texto aparecen referencias a autores, libros, ciudades, etc., dando una sensación de cosmopolitismo intelectual que se mantendrá en el resto de su producción.

En este sentido Los bajos sentimientos (Monte Ávila, 1993) y La quietud (Pequeña Venecia, 1998) participan de este modelo de discurso aunque, claro está, la búsqueda de la imagen poética se desarrolla de otra forma, haciendo que cada libro sea distinto entre sí y distintos ambos a la producción anterior.

Los bajos sentimientos crea su propio mito: el de la nocturnidad, y como emblema de ese discurso mítico aparece el vampiro. Es imposible desarrollar aquí las implicaciones míticas que sugiere la figura del vampiro como tema literario; baste decir que el vampiro produce, al unísono, fascinación y repulsión. Su presencia acapara el tema del discurso para convertirse en el discurso mismo a partir del cual se genera la imagen poética: es la otredad, nuestra visión nocturna, el miedo a la enfermedad y a la muerte; pero también la soledad del amor, el vacío de una existencia de la que no podemos escapar. Al invocar la presencia vampírica dentro de su poética, Yolanda Pantin realiza un viaje hacia las fuentes de cierta literatura gótica donde la noche tiende su velo por encima de las palabras:

Aquella noche, al encontrarme con la mujer cuyos ojos no veía en la oscuridad, escuché las alas batir sobre nosotros.

En su siguiente poemario encontramos este texto:

Esta escritura te resulta extraña
No así el poema que una vez leíste
Y que visiblemente te conmovió
El amigo de tu hermano va a morir pronto
Pero anoche recordaste estos versos de Ritsos
—Si la poesía no es consuelo entonces
No esperes misericordia en ninguna parte.

La imposibilidad de la escritura, el sentir que lo que está escrito no es lo que se hubiera querido decir; y sin embargo, en la lectura encontramos esa imagen que nos falta, ésa que no pudimos recrear. Tengo para mí que La quietud de alguna manera resume la búsqueda de esa imagen poética sugerente y reveladora a la vez que la Pantin iniciara desde su primer libro.

Aquí volvemos al tema de la memoria, pero desde otro punto de vista: ya no se trata de recuperar la infancia o exorcizar sus fantasmas, sino más bien de hacer el balance que llegados a la madurez realizamos de nuestra vida. Un balance no sólo de experiencias sino también de escritura, de allí la importancia de los versos citados. En la obra de Yolanda Pantin vida y escritura se conjugan con un mismo verbo, sus poemas están llenos de claves secretas y otras bien explícitas acerca de sus vivencias, sus lecturas, sus viajes; en ese sentido su escritura podría emparentarla con la de Alejandro Oliveros quien ha hecho de su poesía un Life studies, para tomar como consigna un título de Robert Lowell.

Desde el poema breve a la reflexión de largo aliento, del texto homenaje al déjà vu de la paráfrasis inserta en el texto, de la recuperación de la memoria a la crónica del presente, la poesía de Yolanda Pantin se ha destacado por su búsqueda permanente de una imagen depurada, que se transfigura en cada registro indagándose a sí misma a partir de sus referentes reales o imaginados. Cada libro, todos distintos entre sí, representa el testimonio de esta exploración, aún incesante, siempre abierta...