Artículos y reportajes
Literatura y artiguismo

José Gervasio Artigas

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Se puede decir que hay dos o tres versiones del artiguismo, pero sólo una forma de ser artiguista. Como sucede con José Martí, Martín Luther King, y con todo aquel cuya imagen sea —para la derecha— imposible o muy difícil de destruir, Artigas es colocado por sus enemigos más allá del bien y del mal. La ideología emergente del sistema de producción capitalista (un conjunto de ideas, valores y creencias que intenta impedir que los hombres perciban la explotación económica de la cual son víctimas) fagocita todo lo que resulte contrario a su reproducción, ya sea demonizándolo, ignorándolo u ocultándolo, o —como en este caso— adulterándolo. La imagen del héroe, imposible de denostar por su fuerte arraigo en la conciencia colectiva de los pueblos, es despojada de todo contenido y desvinculada de cualquier lucha o reivindicación actual o pasada. Se presenta una imagen de bronce, sin ninguna característica humana (nada se sabe de su vida personal, por ejemplo), y absolutamente desprovista de nexo con la posibilidad de cualquier cambio económico, político, social o cultural; es decir, de cualquier cambio histórico. La figura a neutralizar se exhibe como la de un Robin Hood derrotado, del que se desconoce todo proyecto político y al cual se debe reverenciar independientemente de sus ideas y a pesar de ellas.

El ideario artiguista, si bien fue elaborado contra un sistema de producción entre feudal y esclavista, era tan avanzado para su época que aún en nuestros días sigue siendo un proyecto revolucionario. El carácter libertario y rebelde allí expuesto es absolutamente incompatible con un modelo de sociedad de clases como en la que vivimos. Aplicar hoy su reglamento de tierras —el cual no fue sólo una linda idea, como pretenden desinformarnos, sino un reparto bien concreto, con títulos de propiedad incluidos— constituiría una verdadera reforma agraria en el Uruguay. Se puede afirmar —a riesgo de escandalizar a más de un “patriota”— que Artigas era un marxista que nunca leyó a Marx. No por casualidad sus cartas —verdadero pensamiento vivo— permanecen totalmente alejadas de los programas educativos y medios de comunicación. Más allá de algunas frases sueltas y descontextualizadas, hay una clara censura contra el contenido social y político de su pensamiento, lo cual no es nuevo, sino que viene de quienes combatieron a Artigas en vida de éste, no ya simplemente apelando al silencio sino con una permanente campaña de difamación y agravios. De hecho, no son casualidad los ochenta años de leyenda negra que pesaron sobre Artigas. Nombres de mucho peso como los de Pueyrredón, Cavia, Mitre, Sarmiento, y Melián Lafinur, entre otros, se dedicaron a escribir diatribas de todo tono y calibre contra el Protector de los Pueblos Libres, lo cual se extendió a los primeros años de vida independiente del Uruguay. Sólo por poner un ejemplo de las atroces mentiras con que pretendía deshonrarse la imagen del Prócer, basta citar a Cavia, quien fuera uno de sus más acérrimos enemigos. Refiriéndose a Artigas, decía Cavia: “En su juventud fue un facineroso; cuando entró al servicio de los españoles y de acuerdo con éstos ‘degollaba o fusilaba hombres en la campaña sin proceso ni formalidad alguna, con sólo la calidad que a él le constase que eran criminales... En los primeros meses de la gloriosa Revolución de América, fue indolente hacia su felicidad o, más propiamente hablando, enemigo implacable de ella’... Después fue ‘un patriota intruso, accidental y por motivos innobles’; inobediente, rebelde, traidor, desertor, turbulento, seductor de los pueblos, anarquista, apóstol de la mentira, impostor, hipócrita, propagandista de máximas erróneas, de teorías falsas, de principios antisociales, destructor de los pueblos, en vez de protector de ellos; (...) principio, medio y fin de la maldad; inmoral, corrompido, libertino, promotor de la guerra civil, renovador y continuador de ella; terrorista furioso; hombre despechado; autor de una nueva política de ignorancia, de prostitución, de trastorno universal; ambicioso sin talento ni virtudes, sin ninguna de esas prendas de espíritu de que jamás carecen los pretendientes grandes; causa de las lágrimas, consternación y miseria de tantas viudas tristes y huérfanos inocentes, que piden al cielo venganza contra el malvado; implacable en sus enconos, inexorable en los accesos de su furor, insensible al grito insinuante de la humanidad afligida; nuevo Atila de las comarcas desgraciadas que ha protegido; lobo devorador y sangriento bajo la piel de cordero; origen de todos los desastres del país; azote de su patria; oprobio del siglo XIX, afrenta del género humano; deshonor de la América; y para decirlo de una vez hablando en otro lenguaje, plaga terrible de aquellas que envía Dios a las naciones cuando quiere visitarlas en su furor” (Eduardo Acevedo. José Artigas, Alegato histórico, Tomo I. Edición oficial, Montevideo, 1950). Si tenemos en cuenta que entre quienes sostenían estas acusaciones se encontraba Mitre, poseedor de un archivo con más de doce mil documentos que probaban exactamente lo contrario de lo que él afirmaba sobre Artigas (los cuales fueron hechos públicos a su muerte), la catadura moral de estos “acusadores” queda más que clara. Como se verá, se trata de la misma táctica desinformadora y difamatoria que hoy se emplea contra todo aquel que se ponga del lado de los pueblos, llámese Fidel Castro o Hugo Chávez, con la palabra terrorista —actualmente tan de moda— cosida en el orillo.

Si bien hubo, en ese período infame, voces que se levantaron para defender la verdad, presentando una imagen de Artigas ajustada a los acontecimientos históricos —como fue el caso de Alejandro Dumas, en su libro Montevideo o una nueva Troya—, recién es con la aparición del Alegato histórico de Eduardo Acevedo, cuando la imagen de José Artigas comienza a sacudirse tantas mentiras oficializadas. Por desgracia esa obra, absolutamente esclarecedora del papel histórico de Artigas y del artiguismo, ha corrido la misma suerte de olvido que todo lo que pueda permitir la cabal comprensión de este fenómeno histórico. Contrariamente a lo que podía esperarse, el fin de la leyenda negra derivó, no en la difusión de la verdad, sino en el ocultamiento sistemático y creciente de ésta, deslizando una versión edulcorada y vacía de contenido, útil —exclusivamente— a esos “malos europeos y peores americanos” que aún siguen desangrando el continente.