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CanonDesmitificar el canon de la literatura latinoamericana

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Especular sobre el canon de la literatura latinoamericana supone hacer un análisis del contexto histórico y teórico en el que se ha concebido y examinar las relaciones interliterarias mediante las cuales se han constituido.

Las pautas que durante mucho tiempo predominaron en la literatura hispanoamericana fueron las europeas, especialmente las españolas. Así como se ha modificado el contenido de la novela en general, también se ha revalorado la manera de hacer crítica literaria, de acuerdo con nuestras necesidades, con nuestras realidades y puntos de vista.

La obra literaria se ha convertido en el polisémico concepto de texto, que abarca una multiplicidad de discursos no siempre correspondientes entre sí. El efecto ha sido irreversible: el canon literario latinoamericano se tiene que redefinir, convertirse en un valor cultural privilegiado del dinamismo y carácter cambiante del sistema literario.

El concepto de canon, propuesto por intelectuales como Bajtín, Jauss y Lotman, no ha sido contemplado más que como una posibilidad, ya que es evidente la ausencia de reflexiones sistemáticas en torno a la noción de canon, desde la controversial propuesta originada por Harold Bloom en 1994 con El canon occidental, ya que el libro de Bloom se concreta a un intento de reconstruir un canon tradicional y riguroso.

El objetivo principal de este trabajo es la desmitificación y el cuestionamiento del canon “clásico” como un sistema exclusivo de obras y de autores que han sido considerados por la crítica literaria como los mejores exponentes de la literatura hispanoamericana convirtiéndolos en modelos de lectura y estudio.

Los discursos nacionales, populares y marginales, la afluencia de textos heterogéneos combinados e indefinidos, la “antropología literaria”, el “nuevo periodismo”, los géneros mixtos interdisciplinarios e interculturales, la política de identidad y la cultura de masas han puesto en crisis la estabilidad del canon hispanoamericano que actualmente se caracteriza por dos rasgos fundamentales: la innovación interdisciplinaria y el hibridismo cultural. A pesar de la incorporación de esta diversidad de productos culturales como textos favorecidos dentro del entorno literario, todavía existen prácticas escriturales marginadas, como afirma Víctor Torres Rivas (1992: 145):

...la literatura fantástica o de ciencia ficción, que cuentan con destacados cultivadores en Argentina, Brasil y México, la literatura policial o detectivesca que ha proliferado en Cuba a partir de los años 60, la literatura rosa o sentimental, y la eternamente olvidada literatura para niños.

En la actualidad se han efectuado varias propuestas para incluir ejemplos de paraliteratura en el canon literario universitario. Pero no sólo se debe abordar la inclusión o exclusión de obras y autores dentro del canon sino que deben construirse nuevos presupuestos de lectura.

Hoy por hoy el canon no debe considerarse como una unidad o estructura inalterable, sino histórica, plural y social que se conforma de elementos particulares, culturales, políticos o ideológicos.

Enric Sulla (1998) define al canon como una lista de obras consideradas valiosas, por lo tanto dignas de ser estudiadas y comentadas.

Walter Mignolo señala que el canon hispanoamericano se construyó sobre la base de un lenguaje “estándar” y de un conjunto de criterios estéticos sobrentendidos en los conceptos de “poesía” y “literatura” del conquistador. Por lo tanto propone que se haga una reflexión sobre quién o quiénes son los que realizan la valoración de esas obras y bajo qué perspectiva se valoran. Asimismo plantea que:

En Latinoamérica (...), la formación oficial del canon se basó en la lengua y en los valores de las culturas colonizadoras más importantes (española y portuguesa) y ocupó el lugar del canon silenciado (pero no suprimido) de las culturas amerindias. El relato testimonial de Rigoberta Menchú y el Popol Vuh maya-quiché atestiguan la formación del canon en las comunidades amerindias, ejemplifican la formación de un canon más allá de las fronteras y revelan la gran lejanía entre culturas “centrales”, que han desarrollado un discurso académico sobre el canon, y culturas “periféricas”, para las que el canon es un elemento de cohesión y no de debate académico (1998:241).

El canon “clásico” es el elegido por la institucionalidad literaria, es decir los académicos y los críticos literarios. La universidad se ha convertido en un nuevo espacio para la discusión ya que sistemáticamente el currículo ha sido confundido con el canon. Esto ha limitado la comprensión de su proceso de formación y su crítica, ya que no se han tomado en cuenta factores esenciales como el mercado editorial y el proceso político de identidad.

Las obras canónicas se han llegado a relacionar con los grupos sociales dominantes ya que, de alguna forma, representan los valores y la ideología de la hegemonía, y el resto de las obras, las “no canónicas” se identifican con las minorías y los marginados.

Víctor Barrera afirma:

La industria cultural, elucubrada bajo la hegemonía del neoliberalismo o capitalismo tardío, se ha desarrollado de una manera insólita y muchas veces contradictoria, creando nuevas relaciones al interior del sistema literario. Y por sistema literario entiendo la dinámica establecida entre autor, objeto literario, y la difusión y recepción de éste. Pues, si bien el objeto literario (o texto literario) ha conseguido en los últimos tiempos cierta autonomía (ha pasado de ser objeto sagrado en la premodernidad, a juego y ornato en el desarrollo occidental moderno), ahora corre el riesgo de transformarse en producto de mercado (Barrera Enderle, 2005).

Es importante tener en cuenta que el canon de la literatura hispanoamericana se ha regido, desde sus orígenes, por el canon europeo, siguiendo sus criterios de homogeneidad, singularidad, ficcionalidad y mímesis.

A partir de las guerras de independencia el canon hispanoamericano se transforma y empieza a interesarse en temas con contenidos americanos.

Los estudios más recientes sobre la evolución del canon de la literatura hispanoamericana se han realizado principalmente en relación al discurso narrativo, ya que a mediados de los 60 se inicia una nueva forma de realismo dejando atrás algunos de los postulados del “boom” latinoamericano.

Donald Shaw afirma:

El boom empezó a agotarse hacia mediados de los años 60 y que desde entonces se advierte un cambio incluso en la narrativa de autores como García Márquez, Donoso y Vargas Llosa (1999:259).

Saúl Sosnowski (1996) en el prólogo a los cuatro volúmenes de Lectura crítica de la literatura americana, señala que se puede establecer la década de los sesenta, con la politización provocada en el campo de la crítica por la Revolución cubana, como punto de partida que lleva a una revisión del canon.

Del mismo modo, hay que tener en cuenta la importancia de la producción de la literatura testimonial, ya que su recepción crítica ha llevado a otro tipo de posturas más radicales. En 1978, en El cambio en la noción de literatura, Carlos Rincón afirma una serie de planteamientos expuestos por Fernández Retamar en Para una teoría de la literatura hispanoamericana de 1972. Rincón señala el papel transgresor del género testimonial y su importancia como espacio textual que incita al replanteamiento de la tradición latinoamericana y a la necesidad de un cambio de paradigma en los análisis literarios incorporando el estudio de los procesos sociales y culturales como parte del ejercicio crítico.

La crítica todavía no ha llegado a un acuerdo sobre la clasificación de la literatura hispanoamericana de las últimas décadas. A finales de los sesenta, en Corriente alterna, Octavio Paz (1990) destacaba un punto clave: la situación del pensamiento crítico en Hispanoamérica. Si bien reconocía la existencia de algunos críticos literarios, indicaba la falta de doctrinas o un “cuerpo de doctrina” que ensanchara el “espacio intelectual” del intercambio de ideas.

Lo mismo ocurrió durante los años de la Colonia y de la Independencia. Incluso, puede afirmarse que se trata de un cuadro general del continente. Hispanoamérica ha tenido años de silencio ante la posibilidad de pronunciarse críticamente.

La capacidad de autoanalizarnos ha estado prácticamente ausente de nuestra literatura, limitando el espacio de reflexión. Paz (1990:39) asevera lo siguiente: “Ese espacio es el lugar de encuentro con las otras obras, la posibilidad del diálogo entre ellas”. Posteriormente indica: “En este sentido, la crítica tiene una función creadora: inventa una literatura (una perspectiva, un orden) a partir de las obras” (1990:40). Y concluye: “Esto es lo que no ha hecho nuestra crítica. Por tal razón no hay una literatura hispanoamericana aunque exista ya un conjunto de obras importantes” (1990:41).

Ezequiel Martínez Estrada advierte la falta de claridad de la lectura a la realidad americana, es decir, la mala lectura. Obstáculo que atribuye, entre diversos factores, al catolicismo.

Es una modalidad del catolicismo, insisto: leer y no pensar en lo que se lee, tener delante el mundo y la vida y sacar por conclusión que no se ajustan a la moral del párroco (...). Los países católicos no han sabido leer la historia ni la literatura y se han conformado con versiones de segunda categoría. Todavía muchos leen Facundo y Martín Fierro sin miedo como cuentos divertidos y pintorescos (1964:130 y 131).

Las propuestas de Paz y de Martínez Estrada nos llevan a realizar una profunda revisión sobre la manera de leer como hispanoamericanos y de la forma de construir el canon.

Como se mencionó anteriormente, cuando en 1994 Harold Bloom publica El canon occidental, el tratado tuvo una entusiasta acogida y con él ganó, más allá de la academia, su popularidad como crítico. El principal objetivo del libro fue reivindicar el valor estético de la literatura, que para el autor debía predominar sobre los aspectos políticos, ideológicos, económicos o sociales.

Sin embargo esta lectura estética tuvo poca repercusión en el contexto académico en Hispanoamérica y España, y como señaló Pozuelo Yvancos (2000), no hizo más que complicar el problema de cómo canalizar el canon desde el punto de vista de la tradición literaria, la integración de ideología y estética y el qué enseñar.

Pozuelo Yvancos (2000) ha insistido en la importancia de la canonicidad que tienen las antologías y las historias literarias ya que coinciden en un hecho de selección y clasificación que intenta fijarlo; normatizándolo, reduciéndolo y proyectándolo en la historia.

Tomando esto en cuenta se puede afirmar que la forma antológica ha pretendido establecerse como paradigma frente a otros modelos ya existentes. Es indudable que hay una estrecha correlación entre la antología y el canon, ya que ambos son el resultado de un proceso de elección cuyos principios selectivos vienen motivados primordialmente, para afirmar o negar aquellos modelos que son regidos por las instituciones literarias.

Por lo tanto Pozuelo Yvancos afirma que, si toda antología es un acto fallido o no, de canonización, es porque los conceptos de antología, historia y canon guardan una interdependencia considerable con otro elemento: la instrucción, la paideia (2000:126).

En los últimos años se ha convertido en lugar común clasificar tanto a las sociedades como a las manifestaciones artísticas con la etiqueta de posmodernidad, concepto paradójico y complejo que tiene diversas interpretaciones.

En 1990 Álvaro Pineda-Botero destacó la posmodernidad como una característica de la novela colombiana de finales de los ochenta, declarando que ve a esos autores “inmersos en el cosmopolitismo, tanto en sus vidas como en su ideología, y al recibir el influjo de las nuevas corrientes, son los que más alejados están de lo tradicional y lo regional, del mito y la oralidad” (Kohut 1996,11).

Sin embargo no es necesariamente un concepto cronológico, ya que los textos posmodernos coexisten con obras modernas, “la no simultaneidad de lo simultáneo” que propone Jauss (1993) y retoma Carlos Rincón (1995) para describir la posmodernidad, la globalización y la cultura en América Latina.

Maarten Steenmeijer define la posmodernidad como concepto histórico-literario: “La nueva narrativa hispanoamericana es una de las vertientes más prominentes del posmodernismo, según nos sugieren los estudios comparatistas” (Kohut 1995: 11).

Karl Kohut (1996) plantea que tal vez tengamos que aceptar la posmodernidad como término histórico que define una cierta época histórica y como término ahistórico que define una postura literaria.

Todos los días surgen textos nuevos que intentan desarrollar, alterar o contravenir los modelos de construcción verosímil de la literatura, poniendo en duda si aspiran transformarla en sociología, historia, periodismo, autobiografía, psicología, o fundirse con estas disciplinas para crear nuevos géneros discursivos, como plantea Lisa Block:

El estudioso se sitúa entre disciplinas diversas, entre lenguas diferentes, entre tendencias contradictorias, logrando una apropiación de culturas que resuelve por estrategias comparadas tanto de adopción como adecuación. La crítica transita entre textos heterogéneos entreviendo las aperturas de una situación moderna que se radica en ese espacio intervalar reservado, en las circunstancias actuales, a todos por todos los medios (1990:11).

Consecuentemente, esta evolución en los textos ha alterado asimismo el modo de leerlos, es decir, las teorías y metodologías de la interpretación. El texto literario no puede considerarse aislado de los demás hechos textuales y no textuales, sino en interrelación con ellos. Este fenómeno no es exclusivo de la literatura contemporánea, pero tal parece que actualmente en Hispanoamérica se ha vuelto más complejo y pluridisciplinario quizá por los antecedentes de la escritura colonial. Es decir, por la necesidad de adoptar modelos hispanos y europeos que se transformaron en contacto con elementos indígenas convirtiéndose en textos heterogéneos, híbridos e interculturales.

Esto nos lleva a reflexionar sobre los postulados de la nueva crítica que buscan la reformulación de la identidad latinoamericana desde nuevos parámetros que insisten en cuestionar el papel demasiado relevante que se le asignó a la literatura en tal proceso. El problema es que continuamos considerando a la literatura como si fuera el discurso efectivamente formador de la identidad y posibilidad latinoamericanas.

García Márquez, en el discurso de aceptación del Premio Nobel en 1982, afirmó:

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Asimismo sorprende ver cómo en el ámbito de la literatura hispanoamericana del presente fluyen paralelamente una literatura que busca terminantemente desarticular el discurso identitario de las décadas pasadas y una crítica que se aferra a esa búsqueda desde nuevas perspectivas.

Eduardo Subirats, en su ensayo Memoria y exilio (2004) pone en duda el concepto abarcador, el de lo hispanoamericano. Él habla de un término literariamente más sugestivo: de un no lugar, y asevera que el desplazamiento perpetuo y las continuas fisuras de la conciencia intelectual lusohispánica identifican a estas culturas como una negación de sí mismas y un “continente vacío”. Y plantea una idea inquietante: que el mundo latino de los Estados Unidos está llamado a convertirse en un eje espiritual contemporáneo de América Latina.

Nueva York es actualmente la más latinoamericana de todas las ciudades de las Américas. En cualquiera de nuestros países, América Latina es una abstracción; allí es una realidad evidente y sobre todo, palpable. Muñoz Molina apunta en su artículo publicado para el Congreso de Cartagena, que en Nueva York se escuchan todos los tonos, todas las variedades del español; inmersa en la corriente viva del idioma, la tradición literaria adquiere un sentido nuevo. Esta expansión de la potencia creativa del lenguaje está estimulada además por el bilingüismo y la extensa literatura escrita en inglés por hispanos, ventana a través de la cual accedemos a un ángulo a veces perturbador pero ineludible de la creciente complejidad de la identidad hispanoamericana.

Los profesores y los ideólogos, ha denunciado hace poco Milan Kundera, se obstinan en confinar la creación literaria en la camisa de fuerza de las tradiciones nacionales. Nosotros tenemos la buena fortuna, el valioso antídoto, de un idioma que atraviesa intacto las fronteras más lejanas, y que es a la vez profundamente unitario e inagotable en sus variedades. Por supuesto que ni siquiera ese territorio tan amplio es el único en el que nos movemos: cualquier patrioterismo es  dañino, lo mismo el de una aldea que el de un continente, y del mismo modo que Rubén y Borges trajeron al español las prosodias de otros idiomas el impacto de la gran literatura de América Latina ha ido mucho más allá de los lectores y los escritores hispanohablantes. Kafka y William Faulkner están presentes en Gabriel García Márquez en la misma medida en que él influye en Salman Rushdie o Borges en Paul Auster o en Don de Lillo, o Whitman en Lorca, a través de Rubén y de las traducciones de León Felipe (Muñoz Molina, 2007).

Concluyendo, en relación entre textos canónicos y no canónicos se trata menos del problema de leer “clásicos” o “textos consagrados”, sino más bien de una actitud literaria, de una forma de concebir la literatura y la cultura.

En el mismo sistema del corpus hispanoamericano han surgido diversos textos y manifestaciones textuales que exceden, superan, transgreden o se apartan del canon; en otras palabras, que pretenden desmitificarlo y abrirlo para permitir la incorporación de otras formas textuales. Esta inclusión crea un espacio de inestabilidad, de crisis y de cambio que requiere de nuevas condiciones de lectura.

Desde esta perspectiva, el canon hispanoamericano actual se conecta con sus orígenes, cuando se incorporaron textos de carácter referencial: crónicas, cartas de relación, testimonios, memorias, diarios, contrastantes y paradójicamente integrados con los textos de ficción, de filosofía, de retórica y estética propios de los géneros literarios convencionales de la tradición europea.

La necesidad de retornar a las literaturas para encontrar allí las formas de leerlas, no es más que el proceso necesario para constituir una identidad y una tradición.

Lograr un lugar dentro del canon literario hispanoamericano no solamente tiene que ver con el anhelo de quienes registran las producciones literarias en su dinámica, sino que a la vez forma parte de un definir y fijar la tradición hispanoamericana.

La literatura no debe limitarse a la clasificación de literatura nacional o literatura canónica, no deben existir ni cánones mayores ni menores, regidos por un criterio arbitrario de un gusto particular, que no toma en cuenta su justificación estética sino los intereses hegemónicos.

El canon debe ser un canon del deseo, como propone Borges, donde el proceso de canonización para un lector curioso, nunca debe terminar y debe rehacerse mil veces. Debe ser un canon como lo plantea Adriana López “del goce” y no “del poder”, jerárquico, autoritario, nacional, rígido y excluyente.

Debemos desmitificar el canon, hacerlo transparente y abierto y por lo tanto relativo y mutable. Al respecto, López (2005) sostiene:

El mito se da siempre bajo una falsa naturaleza de “virginidad”, confundiendo la utilidad con la naturaleza. El discurso del canon, como el mito, tiende al proverbio, a la universalidad, a la negación de la explicación, a una jerarquía inalterable del mundo. El principio del mito es transformar la historia, lograr que la historia no sea leída como móvil, sino como razón.

El sistema jerárquico de una lectura tradicional, lineal como herencia de “padres a hijos” no funciona, la lectura tiene que abrirse a una infinidad de posibilidades de selección, de asociación, de incorporación y de resolución.

Concluyo este trabajo con una frase de Borges:

“La gloria de un poeta depende, en suma, de la excitación o de la apatía de las generaciones de hombres anónimos que la ponen a prueba, en la soledad de sus bibliotecas” (Borges, 1989:1.773).

 

Bibliografía

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