Sala de ensayo
El vals criollo peruano: la identidad colectiva en la diáspora peruana

Vals criollo peruano

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El vals es la expresión de la identidad urbana costeña en nuestro país, por lo tanto representa a un gran número de peruanos que sentimos que la costa es nuestro espacio de creación, señala la lingüista Myriam Yataco. El vals, a veces malentendido, es sin duda un importante elemento de identidad cultural para las diásporas peruanas en el exterior. Entonces por qué no presentarlo en su complejidad y exportarlo como símbolo de identidad cultural musical del Perú.

El escritor trilingüe (castellano-quechua-inglés) Fredy Roncalla dijo un claro ejemplo, es Manuel Donayre, el Diamante Negro, quien ha contribuido a la visión moderna de vals criollo, la música andina y la música afroperuana, en ese entronque identitario. La convivencia de ambas músicas le da ese sabor criollo-andino.

Los peruanos pueden decir con orgullo que el huayno representa y significa la música andina, y lo costeño, lo urbano, es la música criolla, y que el folclore nativo, de modo particular de expresión, es el vals peruano, y puede proclamarse que así como la Argentina tiene el tango, que exportó al mundo, y el Brasil exportó la samba, y Colombia exportó la cumbia, y la República Dominicana exportó el merengue, y Cuba su melodioso ritmo en son caribeño, el Perú tiene el vals criollo.

Trascendiendo fronteras trasnacionales, la música criolla ha sido favorecida por el público peruano, independientemente de la raza, etnia, clase social. Representado por géneros tales como el vals peruano y la marinera (limeña y norteña). La música criolla suele invocar sentimientos de seguridad a la audiencia con temas vinculados al pueblo, la tierra, el barrio, los encantos y desencantos de la vida cotidiana. En esta esfera musical evoca un pasado que es cambiantemente real, e imaginado enmarcando con una ansiosa nostalgia, los recuerdos de un lugar histórico que, en toda probabilidad, son transfigurados e idealizados. Géneros tales como el vals, el tonderito y la música afroperuana, invariablemente invitan la participación espontánea de la audiencia a través de palmadas y peticiones de los ejecutantes por las “las palmas”, “las cucharas”. Estos géneros proporcionan un sentido de familiaridad a la diáspora peruana en los Estados Unidos a través de un instante sensorio para configurar la memoria colectiva de los recuerdos que dejaron atrás.

La música criolla peruana es consecuencia de un proceso de influencias sociales, políticas, económicas y geográficas sobre los habitantes de sus tres zonas naturales clásicas: costa, sierra y selva. De entre ellas, costa y sierra recibieron los aportes más significativos de la música y bailes de España a través de los soldados y de las elites dominantes durante la Colonia. En la costa, es la zona donde la riqueza de la música española acentuó su presencia durante los tiempos de la Colonia hasta establecerse definitivamente en los aires musicales populares durante la República, dando lugar al nacimiento de lo que se conoce como música criolla del Perú.

 

El criollismo, una identidad propia

La cultura musical criolla y afroperuana se inicia con la llegada de los españoles y los esclavos africanos que fueron traídos con ellos. La cultura musical criolla en Lima construye de manera constante una identidad propia, transformando los géneros musicales y patrones estéticos importados. Desde la presencia de valses de origen vienés, mazurcas, jotas españolas, continuando con la influencia de la música francesa e italiana, la cultura popular limeña se fue perfilando a través de la transformación y decantación de géneros de tal manera que, aun asumiendo las modas correspondientes a cada época, se gestaron y desarrollaron algunas formas musicales que llegan hasta fines del siglo XX y que se identifican con lo limeño.

El criollismo mantiene su propia identidad, la que se forjó en los barrios populares al son de la guitarra y el cajón; tocando y bailando marineras, festejos, tonderos, polcas y valses. Este criollismo atraviesa fronteras y en el proceso trasmigracional de la diáspora peruana se reproduce constantemente como un sentimiento que evoca recuerdos, que evoca penas y alegrías de un pasado que es constantemente cambiante e imaginado, porque la música criolla es consecuencia de un proceso de influencias sociales vinculadas al barrio, a la vida urbana, a la migración del mundo andino a la ciudad urbana, a la jarana del barrio y los vecinos. Hoy en el contexto de las migraciones transnacionales el criollismo constituye parte de la peruanidad colectiva y símbolo de identidad, independientemente de la raza étnica y clase social.

 

La canción criolla peruana y sus representantes

En la historia de la canción criolla peruana tienen importancia fundamental los intérpretes, cantantes y guitarristas, cuyo trabajo permitió la difusión y la fama de muchas piezas que son parte del patrimonio cultural del Perú. El vals peruano es un género de música popular originario del Perú, también denominado un género de la música criolla y afroperuana.

El canto solista o en dúo, acompañado al inicio por guitarras y luego también por el cajón, las cucharas, era parte fundamental de toda reunión o jarana en casas, solares y callejones, instancias en las que se desarrolló la música criolla. Los valses más antiguos, de fines del siglo XIX y principios del XX, se reconocen como valses de la guardia vieja. Entre los más importantes compositores tenemos a José Sabas Liborio-Ibarra, autor de la mazurca “Flor de pasión”; Julio Flórez y Juan Pena Lobaron, autores de “El guardián”; Oscar Molina, autor de “Idolatría”; Rosa Mercedes Ayarza de Morales, pianista, compositora y recopiladora de diversos géneros como pregones, danza habanera, marineras y tonderos. Entre sus obras están “La picaronera”, “Frutero congo”, “La jarra de oro”, “Congorito”, “Moreno pintan a Cristo”. Entre otros, Alejandro Ayarza, conocido como Karamanduka, autor de “La palizada”, y Pedro Augusto Bocanegra, autor de “Alondra”.

Los representantes históricos del criollismo son Felipe Pinglo Alva “El Bardo” (1899-1936), Jorge Pérez “El Carreta”, Oscar Avilés, Arturo Cavero “El Zambo”, Isabel Granda “Chabuca” (1920-1983), Lucha Reyes, Alicia Maguiña, Eva Ayllon, Lucía de la Cruz, Bartola, Eloísa Angulo, Delia Vallejos, Jesús Vásquez, Teresa Velásquez, Esther Granados, Cecilia Barraza, Luis Abanto Morales, Cecilia Bracamonte, Edith Barr, Rafael Matallana, Pepe Vásquez, Manuel Acosta Ojeda, Lucho Barrios, Roberto Tello, Paco Maceda, Manuel Donayre, Susana Baca.

Así como también dúos y tríos: La Limeñita y Ascoy, Las Criollitas, Las Limeñitas, Los Chamas, Los Romanceros Criollos, Los Embajadores Criollos, Los Trovadores del Perú, Fiesta Criolla, Los Kipus, Los Chamacos, Los Dávalos, Los Morochucos, Los Virreyes de Lima, Irma & Oswaldo, Los Pallas, Perú Negro, Los Caciques, Los Cholos, Los Dos Compadres, Los Trovadores del Norte, Los Ases del Perú, Los Ardiles, Los Bohemios, Los Zañartu, Los Soles del Perú, Cuarteto Perú, Leturia & Velásquez, Alma Criolla, Montes y Manrique, Los Trigos.

La importancia fundamental de los intérpretes, cantantes, dúos, tríos y guitarristas, cuyo trabajo permitió la difusión de muchas piezas que son parte del patrimonio cultural del Perú y la identidad músico-cultural colectiva, en la memoria colectiva de los peruanos que viven en la diáspora se refleja en el espacio ambivalente que ocupan los inmigrantes peruanos como minoría cultural y cuya lealtad nacional hacia la música criolla está dividida entre el Perú y el país de residencia. Esta lealtad nacional a la música se expresa como la nostalgia, el barrio y las jaranas de la Lima de antaño.

 

La identidad colectiva de la diáspora peruana: de El Bardo a Chabuca

Felipe Pinglo Alva, “El Bardo”, es el paradigma del criollismo de todos los tiempos, con sus letras plagadas de crónicas políticas de la crisis de la época. Produjo aproximadamente 300 canciones, muchas de ellas perdidas o conocidas solamente en forma fragmentada. Las difundidas fueron “El plebeyo”, “El huerto de mi amada”, “El espejo de mi vida”, “Mendicidad”, “La oración del labriego”, “Sueños de opio”, “El canillita”, “Pobre obrerita”, “Pasión y odio”, “Rosa Luz”, “Hermelinda”, “El tísico”, “Bouquet”, “Amor traidor”, “Melodías del corazón”, “Celos”, son algunas de sus más famosas composiciones. La música criolla adquiere jerarquía, dándole interpretación al proceso de transculturización.

Con el advenimiento de la radio se populariza la música criolla, las emisoras radiales convocaban con fines de promoción a los más renombrados intérpretes del criollismo para que actúen en vivo. Serafina Quinteras, la primera poetisa de la canción criolla con su “Muñeca rota”, Lorenzo Humberto Sotomayor y su vals “Corazón”, y Cesar Miro con “Todos vuelven”, eran los más sonados del criollismo de la época.

Isabel Granda Larco, “Chabuca”, abre una nueva brecha en la música criolla con sus melodías y mensajes de hondo sentimiento nacional. “La flor de la canela” no era una creación imaginaria, un personaje de su fantasía, un hada misteriosa, zambita ella, un mito de la ciudad. Esta famosa canción fue inspirada en un personaje real, de una joven morena del Abajo del Puente a la que conoció cuando era niña, el nombre de la mujer era Victoria Angulo y había sido, con los suyos, antiguos amigos de los Granda-Larco. La primera etapa de su creación corresponde al canto a Lima, de sus hábitos y costumbres, de su barroca geografía, de sus empolvados balcones y sus patios floridos. Su segunda etapa es el intento de hacer teatro musical, zarzuela, ópera limeña, y la tercera etapa es la de poetisa que se adhiere al canto de un pueblo en proceso de angustia y búsqueda. Culminando con la aproximación al arte negro, creando una nueva manera de decir pregones y cantar landós y zamacuecas. Entre los clásicos de Chabuca están “La flor de la canela”, “José Antonio”, “Cardo y ceniza”, “Fina estampa”, entre otras.

El criollismo mantiene su propia identidad colectiva, la que se forjó en los barrios populares al son de la guitarra y el cajón; tocando y bailando marineras, festejos, tonderos, polcas y vals criollo, Felipe Pinglo Alva y Chabuca Granda son los representantes históricos en la memoria colectiva de los peruanos. Existen 241 organizaciones o enclaves socioculturales en los Estados Unidos y en especial en la ciudad de New York y Florida, estas organizaciones preservan la peruanidad étnica y cultural en sus expresiones artísticas y en especial a música criolla. Estos enclaves socioculturales tienen la función de evocar la identidad colectiva.

La diáspora peruana es una forma de construcción de espacio social trasnacional, que refleja el espacio ambivalente que ocupan los inmigrantes peruanos como minoría cultural y cuyas lealtades nacionales están divididas entre el Perú y el país de residencia. La diáspora peruana surge en un mundo de las migraciones globales, entre otros tiene como principales sujetos a personas que se desplazan por el mundo; y vinculadas con el desarrollo de la música criolla están las expresiones del vals peruano formando una tradición mayormente reconstruida desde Felipe Pinglo Alva a Chabuca Granda, en esta esfera musical evoca un pasado que es imaginado enmarcando con una ansiosa nostalgia. Es a través de las expresiones músico-culturales que se elabora la identidad colectiva, y en este repertorio se enmarcan los géneros que reflejan los valores culturales. La música criolla ha sido favorecida por la inmigración peruana, independientemente de la raza o clase social, así como por otros grupos de inmigrantes.

Así como la Argentina tiene el tango y el Brasil la samba, y Colombia la cumbia, y la República Dominica el merengue, el Perú exporta la música criolla y establece una anclada en la tradición proporcionando opciones musicales conducidas por una mezcla de recuerdos y nostalgia por una patria idealizada. Porque la memoria colectiva está constantemente recreada a través de de la música criolla y afroperuana. La música de estas dos esferas permanece firmemente anclada en la tradición y el sentimiento de peruanidad entre los inmigrantes peruanos al escuchar un vals peruano, una marinera norteña, una polca, un festejo, un tonderito o reconocer un vals de la guardia vieja o una zamacueca de Chabuca Granda, evoca un sentido de familiaridad. Es el producto de una construcción con hondo contenido emocional, y juegan un rol preponderante las determinaciones estructurales, la percepción que se tiene de las mismas, y la atribución de una identidad por parte de los demás.

La música peruana se convierte en el elemento más importante en el proceso de la memoria colectiva e identidad de la diáspora. Entre los factores que facilitan forjar una comunidad musical-cultural está la formación de las instituciones, asociaciones, exponentes de la música criolla y la confraternidad; se afirma la percepción de peruanidad en un contexto social híbrido trascendiendo fronteras: el Perú tiene el vals criollo.

 

Bibliografía