Sala de ensayo
Ilustración: Stephanie Dalton CowanLa constitución del sujeto femenino
Diferencias entre la escritura de Mercedes Valdivieso y María Elena Gertner

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“El problema de la mujer siempre ha sido
un problema de hombres”.

Simone de Beauvoir.

Situados en el espacio de la narrativa chilena a finales del siglo XIX y mayormente el XX, específicamente en la escritura de mujeres, sabemos que un factor que repercutió en su desarrollo y conformación ha sido sin duda el contexto histórico que debió enfrentar. Pues la escritora como mujer perteneciente a ese contexto tuvo que lidiar con un sistema político, social y cultural recargado de ideologías conservadoras que limitaron su rol tanto como ciudadana, mujer e intelectual (J. Kirkwood, 1986). No obstante y paralelo a ello, logra desarrollarse un proceso de cuestionamiento y de búsqueda por parte de algunas intelectuales. Toman conciencia de que el hombre ha sido exclusivamente quien manipula el lenguaje, por lo tanto desean ir más allá del conocimiento y de los patrones heredados del sistema falocéntrico, logrando transgredir de cierta forma los límites asignados a su género. Depositarias de esta conciencia como tantas otras se hacen las escritoras Mercedes Valdivieso y María Elena Gertner, y de las cuales precisamente he querido tomar las siguientes novelas para analizar: de Valdivieso, La brecha (1991); de Gertner, La mujer de sal (1964).

A partir de una visión reformista que cada escritora tiene desde la literatura, fundamentalmente la emancipación de la mujer, es de donde me interesa abordar la diferencia de cómo cada una trabaja de diferentes formas en su escritura la constitución de un sujeto femenino, entiéndase éste como aquel que está consciente de su situación de desventaja y opresión y de los elementos que actúan en la construcción de su subjetividad. Brevemente explicaré estas diferencias.

Mercedes Valdivieso, en La brecha, elabora un personaje contestatario que no se configura como sujeto en el acto de escribir o escribir-se, sino que lo hace transgrediendo las normas convencionales de su entorno conservador de una manera concreta. La protagonista sin nombre se separa de su esposo; desprecia la imagen masculina que éste representa, se realiza un aborto, etc., pues la protagonista piensa y ejecuta sus actos dando paso a una liberación. En cambio, en La mujer de sal, M. E. Gertner configura este sujeto en un personaje que sí se escribe, lo hace desde lo íntimo, desde su cuerpo en términos de Hélène Cixous. Se libera de su silencio a través de la escritura pero de una forma abstracta, pues piensa a través de ella pero no ejecuta, sólo queda prendida al recuerdo de un amor no aventurado. Ahora bien, ambas escritoras además de tener en común el querer constituir un sujeto por medio de la escritura, se basan en la filosofía del existencialismo, particularmente las ideas propuestas por el filósofo Jean-Paul Sartre. Sus personajes son afectados por problemáticas conformes a éste. Sin embargo, en este último punto también se aprecia un contraste, puesto que el sentimiento de culpa y la libertad de elegir son vividas y ejecutadas de forma distinta por estas personajes, teniendo como consecuencia de ello cada una, un destino y final totalmente opuestos. Dadas estas breves diferencias, que sólo conforman un conjunto de ideas acerca de la manera en como las autoras constituyen un sujeto femenino a través de estos personajes en un afán por integrar un discurso que desafía a los patrones culturales de dominación a modo de resistencia, es desde donde me he planteado preguntas como: si ambas escritoras trabajan conceptos existencialistas como la culpa, entendida ésta como un carácter inherente del ser humano, ¿cuál es el motivo que influye en que la protagonista de La brecha y la de La mujer de sal, en sus respectivas emancipaciones, lleven a la primera a sentir la culpa como adquirida y por consiguiente no conducente a un castigo, y la segunda en cambio, vea en ella sí el detonante de su castigo y en efecto, de su destino?, si bien en La mujer de sal la constitución de un sujeto femenino a través del personaje Amalia se efectúa a través de la resignificación de su cuerpo por medio del escribir-se, ¿qué elemento es el que hace retrotraer a este tipo de discurso hacia el mismo modelo patriarcal que se critica y en cambio en La brecha no? Señaladas estas preguntas previas, entonces es pertinente afirmar que Mercedes Valdivieso a través de su personaje protagonista sí logra una trasgresión al modelo dominante que critica, debido a que es una escritura que manifiesta una liberación concreta llevada a cabo por la protagonista, pues ésta conoce su condición y por consiguiente, revierte esa situación basándose en los principios del existencialismo y rechazando las normas de un modelo patriarcal que sabe como establecido. Por lo tanto, su efectiva liberación se da a partir del hecho de evitar la culpa, de no depender de nadie, de transgredir pero sin autodestruirse. Por su parte, María Elena Gertner, a través de Amalia, si bien logra que ésta se constituya a través de la escritura y corporalmente en sujeto femenino que transgrede estructuras sociales y culturales dominadas por el hombre, se puede decir que sólo hay en aquella ficción sólo una suerte de abstracción, puesto que es por medio de la emotividad, específicamente en el amor a un hombre, donde se genera ese volver hacia atrás, a esas estructuras de las que se busca escapar. Desde el punto de vista del existencialismo es en ese volver donde se genera ese sentimiento de culpa que para Amalia, en este caso, se vincula al hecho de depender de alguien; la religión católica, desobedecer, teniendo como resultado que esta culpa la lleve a su propia autodestrucción.

La sexualidad de la mujer ha sido un tema ampliamente debatido a través de muchos estudios feministas. En específico, la teoría feminista francesa se ha caracterizado por su enfoque en torno a la escritura, el deseo y el cuerpo de la mujer. En ella se relaciona el cuerpo con el texto, este discurso rebasaría las estructuras masculinas de la cultura y la ideología hegemónicas. Dentro de esta teoría se adscribe Hélène Cixous (1975) para quien ese rebasar la estructura dominante es tomar en cuenta, en primer lugar, que la mujer nunca ha tenido la palabra y que sólo la posibilidad de ese cambio se generaría a través de la escritura, siendo en ésta donde se eleva un pensamiento subversivo que lleva en sí la innovación de la estructura social y cultural imperante. Esa escritura es la que efectúa Amalia, la protagonista de La mujer de sal, pues en ella se refugia producto de la soledad en la que vive, al escribir cuenta lo que no ha contado a su familia ni a nadie, sólo a través de ella rompe con aquel silencio, comienza por escribir sus primeras experiencias en relación a su cuerpo y el placer que le ocasiona el encuentro prohibido con su primo:

“No, no he olvidado al mayor de mis primos. Tengo viva la sensación provocada por sus manos cuando atrapaba las mías bajo el mantel... (...) Percibo aún el aroma de sus camisas, del cuello de almidonada batista que debía herirle la piel morena y tibia; percibo el contacto de sus ropas toscas al apegar mi cuerpo contra el suyo... (...) Y en esas tardes... las manos y boca de Andrés se multiplicaban, asaltándome en los rincones de la casa solitaria... (...). Me atraían sus ojos renegridos y su acelerada respiración... sus gruesos pantalones rasmillando mis piernas desnudas.... (....) Distinguía, además, esa habitada soledad que olía irresistiblemente a pecado”.1

Este primer encuentro se realiza durante la etapa de su infancia, es previo a conocer a quien según Amalia sería el hombre de su vida. Su primo le ha llevado a probar el sabor de lo prohibido, él ha sido quien la ha incitado por vez primera a causar placer en un hombre y descubrirse en su propio placer. Después de este encuentro, conoce al hombre de quien se enamora y con el cual vive una relación poco afortunada, la cual deja en ella sólo un recuerdo vivido de aquel intenso amor y pasión. No logra desprenderse a pesar de las numerosas relaciones posteriores que ha tenido. Uno de los muchos encuentros íntimos con aquel personaje que ama y que no tiene nombre, se sintetiza así cuando escribe en su diario:

“Te desvistes en mi habitación, y te contemplo tal cual te veré tantas veces. Mis manos comienzan ahora en el nacimiento de tus dedos, mis huesos son ramas de tus huesos, mi sangre es un chorro de tu sangre. Necesito pasear mi lengua por tu cuerpo, beberte, tragarte, regresar a una forma primaria, ser tú mismo, partícula tuya enquistada aún a tu costado; y luego surco abierto a tu deseo, y el hallazgo de mi propio placer en aquel estremecimiento hondo, íntimo, terrible, que me arrastra fuera de los límites de la conciencia. Nos miramos de nuevo, y palpo en mí el milagro, la metamorfosis: de aquí y hasta el fin soy y seré nosotros. Y existiré sin piel, desollada, marcada por ti en la carne viva”.2

El relato que hace Amalia de este encuentro, sin duda, deja entrever la actitud de una mujer que, desgarrada por la ausencia de este hombre, deja fluir de sus más recónditos anhelos y sentimientos, sus pulsiones y deseos, logrando revivir con ello lo que ha perdido. En relación a esta manera de expresar aquellos deseos, Cixous señala en relación a la mujer que:

“Lo que es nuestro se desprende de nosotras sin que temamos debilitarnos: nuestras miradas se van, nuestras sonrisas vuelan, las risas de todas nuestras bocas, nuestras sangres fluyen y nos derramamos sin agotarnos, nuestros pensamientos, nuestros signos, nuestros escritos, no los retenemos y no tememos que nos falte”.3

Amalia no retiene ese sentir prolongado, materializa éste a través de su cuerpo, vuelve a sentir nuevamente que no está sola, su cuerpo es el que habla, éste es su voz, o como Cixous entiende: “Su obra escrita no es más que una extensión del acto de hablar, reflejo de su propia identidad”.4 Identidad que se entiende ha estado marcada por la limitación que la mujer ha tenido a la hora de expresarse, pero esta limitación no sólo se hace consciente en la elaboración que representa el discurso de Amalia, sino que ésta misma asume, cuando escribe, aquella condición en la que la mujer le ha correspondido estar desde siempre ligada al hombre desde los inicios de la humanidad, tal como lo indica el mito de Adán y Eva, ella dice Necesito... ser partícula tuya enquistada aún a tu costado. Esta desventaja de la mujer respecto al hombre, es la que en definitiva Amalia entiende al escribir, como aquello que en palabras de Cixous sería que “En la mujer coinciden la historia de todas las mujeres, su historia personal, la historia nacional e internacional”.5

Ahora bien, esta manera de crear una escritura paralela a la del hombre a partir de las ideas expuestas por Cixous, dije que anteriormente sí constituye una característica en la configuración de un sujeto femenino abordada por Gertner, pero que, sin embargo, retrocede a la vez al espacio patriarcal, en la medida en que Amalia junto a su ferviente deseo de pasión manifiesta a partir del amor su dependencia al hombre que ama:

“¡No te rías! Sólo camino si voy aferrada a ti. Soy un volantín que vuela por encima de las techumbres y del humo de las chimeneas. Que te ame tu mujer y te amen tus niños, que te ame tu madre, y tus hermanos, y tus amigos, que te den sombra los muros de tu casa; no me importa, pues nadie te amará como yo y nada te pertenecerá tan ilimitadamente”.6

Este llegar a olvidarse de sí misma por el otro, el querer pertenecer y ser parte de él, es una razón que le concede a Amalia un sentido a su existencia, puesto que no concibe la vida sin él, en definitiva se somete a la imagen que resguarda el dominio masculino de una mujer pasiva, que comúnmente se idealiza en los mitos en torno al amor, donde en la mayoría de las veces éste es visto como soporte fundamental en instituciones sociales regidas bajo el orden patriarcal. Según Simone de Beauvoir esta pasividad (2007) sería el esperar siempre más del amor, adquirir la gratitud del hombre, ser elogiada por él y esperar finalmente de él su razón de existir, su valor y su ser mismo. Otro ejemplo de aquel sometimiento de entrega se expresa cuando este hombre, ya aburrido de los descontroles de Amalia en torno a lo que él sólo le puede entregar como amante, comienza a afectar en el equilibrio de esta mujer, pues Amalia comienza a ver la vida desde una manera pesimista: “Estás harto de escenas desagradables, te repugna y aflige el caos en el que habito, pero te falta valor para reconocer que mis obsesiones provienen de la inseguridad, y que solamente tú eres el llamado a ordenar mi existencia o a acabar con ella”.7

La protagonista se sabe en un estado de descontrol, de a poco va perdiendo eso que comúnmente se llama “tenerse amor propio”, es un sujeto que si bien deja escuchar su grito de desgarro a través de la escritura, constituyéndose en un yo para instalarse en un espacio público, solo lo hace a través de la escritura, no logra emanciparse concretamente. El amor en definitiva es quien la lleva a estar sometida bajo la violencia simbólica, concepto empleado por Bourdieu (2005) quien señala que es la adhesión de un dominado a un dominador por la falta de una forma de percibir la realidad que sea desigual a la del dominador, lo que provoca que esta relación de dominación parezca como algo natural.

Caso distinto es la manera en como Mercedes Valdivieso construye un sujeto femenino en La brecha. Aquí el personaje no escribe o mejor dicho no se escribe, sino que se libera al pensar-se y luego actuar. Aquí la construcción de subjetividad en el personaje se inicia cuando logra darse cuenta de que ya no ama a su esposo Gastón. Desde aquí escucha sus propios sentimientos cuando se da cuenta de que su esposo le aburre, cuando le fastidia su embarazo que limita su libertad y cuando anhela su propia realización como mujer. Se hace consciente de su falta de libertad y de dependencia cuando sabe que está embarazada: “No podía resignarme... (...) Todo estaba oscuro dentro de mí... adivinaba la risa de Gastón... (Una forma de asegurarme mi dependencia. ¿Cómo no lo pensé antes?”.8 Esta experiencia de la maternidad le provoca angustia y un fuerte resentimiento hacia su marido, no obstante esta relación con la maternidad logra cambiar después que su hijo nace, éste pasa a constituir un apoyo para ella. Escuchar sus impulsos interiores y actuar de acuerdo con ellos es el primer paso a su autorrealización. Su interacción con otros personajes le ayuda a crecer interiormente. Para poder anular su matrimonio en el Chile de los 60, donde el divorcio es ilegal, la protagonista tiene que luchar con su entorno familiar. Gastón y su madre temen el escándalo y defienden violentamente el honor de la familia. A pesar de la censura, la protagonista se atiene a su decisión y encuentra un apoyo en la solidaridad de sus amigos, Nicolás y Marta, los cuales por cierto no son en nada convencionales. Cuando ella se separa y se traslada a su propio departamento, frente a esta situación Nicolás le dice: “¡Ay del que retrocede! Te arrancarán los ojos y te pondrán la rueda del molino. Cuesta sangre romper, levantar la cabeza; la compensación comienza con la soledad, pero ya se ha abierto una brecha”.9

Lograda ya su independencia de este modelo patriarcal, la protagonista tiene que buscar medios para sustentarse ella y su hijo. Su poca educación sólo le permite desempeñarse en oficios comunes y vivir modestamente a diferencia de la estabilidad económica que poseía antes. En definitiva, es una protagonista que ha resistido la restricción del matrimonio y de la sociedad, pagando incluso por ello el renunciar al mundo burgués y su comodidad. Por lo tanto, esta mujer, al desafiar las jerarquías dominantes, se convierte en un sujeto femenino que piensa, habla y actúa como individuo. Gracias a su experiencia se ha aprendido un nuevo lenguaje y se ha convertido a la vez en causante de su nuevo nacimiento como mujer. La novela tiene un final abierto donde la protagonista que se sentía como un “recluso que hizo saltar la cerradura de su calabozo”10 sale llena de vitalidad en busca de su verdad y libertad. Finalmente, estos dos últimos elementos son los que nos conducen a otro que se planteó en las preguntas y en la hipótesis al comienzo, y que es la culpa, básicamente la manera de cómo es llevada a cabo por cada protagonista. Sin embargo, antes de adentrarnos en ese tema, es necesario conocer algunos postulados que se sostienen acerca de esta doctrina filosófica. Para ello hacemos referencia a las ideas que expone el filósofo francés Jean-Paul Sartre en su ensayo El existencialismo es un humanismo (1984).

Sartre plantea que esta doctrina concibe de manera atea que Dios no existe. Por lo tanto, hay un ser en que la existencia precede a la esencia, es decir un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, este ser en consecuencia es el hombre. Primero existe, surge en el mundo y luego se define, él no es otra cosa que lo que él elige ser, esto se llama subjetividad. Al tener esta responsabilidad de elegirse es responsable de sí y de todos los demás, puesto que cuando lo hace, elige a la vez por todos los hombres. Este hecho lleva a declarar que el hombre es angustia, puesto que se sabe no como único responsable de su elección, sino de toda la humanidad. Unos de los principios fundamentales es que si Dios no existiera todo estaría permitido, en consecuencia el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse, no se refugia detrás de sus excusas o pasiones, tampoco de determinismos, puesto que si lo hace actúa de mala fe. Ahora bien, tanto en Valdivieso como en Gertner dijimos anteriormente que la culpa, concepto fundamental del existencialismo, es llevada a cabo por estos dos personajes de una manera distinta, y que esto se debía principalmente a un factor que influye a que esto sea así. En el caso de La brecha, Valdivieso organiza un personaje que está más arraigado a los principios de cómo tiene que actuar fundamentalmente un ser humano, según la filosofía existencialista. Pues el punto de partida que asume el sujeto de esta novela se vincula al ateísmo, esta es una razón que articula su manera de actuar y de concretar lo que piensa o en este caso elige. Para la protagonista, en efecto, todo le está permitido, no existe algo exterior en lo que se aferre, ella sabe que está sola y que es la única responsable de cómo querer llevar su vida: “Luces aparecían en trechos, entre los árboles. Pensaba: Y estoy sola, absolutamente sola. Nadie se salva sublimándose en algo exterior, por muy amado que sea, sin haber abierto su propia verdad”.11 En definitiva, ser consciente de su propia verdad es lo que la lleva a determinar la decisión de querer salir del espacio matrimonial para armarse su propio destino. Ella sabe que no depende de Dios ni de nadie más el camino que debe llevar su vida, pues ella es la única responsable, elige ser libre. Esta toma de decisiones no le trae a ella remordimientos, debido a que se libera de toda culpa, que por cierto entiende que es impuesta por algo exterior, en este caso la religión. Cuando Gastón le atribuye que el fracaso del matrimonio de ambos se debe a la culpa de ella: “—¿No te das cuenta de que si nuestro matrimonio anda mal es por tu culpa? —La culpa la podríamos remontar hacia mil años —añadí para mí— pero siempre seguiría siendo culpa”.12 Se libera de culpas y de temor, no se deja destruir por comentarios y lo que dicen a su alrededor, supera el miedo al pecado original de su sexualidad, pues ésta la comienza a vivir libremente con su amante:

“Días felices no sentía remordimientos; a veces cierto temor de que Gastón me descubriese... (...). Aquel departamento de dos piezas era mi hogar, si hogar significa alegría, descanso, paz. No tuve con él reservas. Me parecía que a su lado comenzaba a estirar músculos adormecidos. Olvidaba que la otra vida corría paralela a ésta”.13

En el caso de Amalia de La mujer de sal, ella sí se hace cargo de una culpa, pero el sentir de esta culpa sólo se debe a la razón de creer en Dios, desde ahí parte todo, puesto que el hecho de vivir aferrada al recuerdo del hombre que ella siente que es el único que ha amado, es el hecho que desencadena su final. Sabemos que en la religión católica siempre la culpa está asociada al pecado y todo pecado en efecto, es castigado. La falta que Amalia comete es desobedecer, puesto que ella vive obstinada en no querer olvidar a este hombre. Ella asimila su desobediencia, de mirar hacia atrás, de quedar prendida a un recuerdo, a la historia que ocurrió con la mujer de Lot, quien por desobedecer y volver a mirar hacia atrás, quedó convertida en estatua de sal, según lo que relata el pasaje del Génesis en la Biblia, y que Amalia por cierto siempre relee. Dice: “Pero yo, igual que Sara, no puedo dejar de mirar hacia atrás. Soy incapaz de echar llave a las puertas del pasado. Vivo desobedeciendo”.14 Amalia es consciente de esta desobediencia, sin embargo, continúa elegir mirando hacia atrás: “No, no estaba dispuesta a olvidar, combatiría hasta el fin por no hacerlo, a pesar de que no columbraba aún a qué distancia exacta del fin me encontraba”.15

A diferencia de la protagonista de Mercedes Valdivieso, ésta opta por no elegir, lo que, en efecto, también implica una decisión de la cual tiene que hacerse responsable, pero ella actúa de manera cobarde según la perspectiva del existencialismo. La cobardía implica el acto de ceder o renunciar, y en este caso, Amalia elige no liberarse, de caminar y seguir adelante con algún proyecto de vida. Siempre se justifica en el amor hacia ese hombre, no se hace cargo de sus decisiones, su elegir se fundamenta sólo en esa razón, que en términos del existencialismo sería actuar de mala fe, no reconocer que si se está mal es porque así uno lo quiere. Este querer estar así es lo que lleva a Amalia a construir un destino solitario y lleno de interrogaciones en donde comúnmente cae en estados de vacío:

“Quiero permanecer sin voz, sin reflexiones, ausente de la angustia que crece en los atardeceres, con mi vaso bien apretado, contemplando el derrumbe del jardín maltratado por el sol, desintegrándome en el calor achicharrante del verano que ya vuelve”.16

Amalia, refugiada en el alcohol de manera pasiva, ve venir su final, y si cada ser humano es responsable de elegir sobre sí y sobre todos los demás, en este caso ella elige no un buen destino para las mujeres. Pues la opción de no querer hablar más y esperar lo que se venga no da salida a una auténtica liberación de la mujer, independientemente de que se constituya como sujeto femenino en el hecho de escribir-se, en términos de Cixous. En cambio, la protagonista de La brecha al elegir la independencia de su vida, elige bien a la vez para las demás mujeres, el acto de pensar y actuar, concretamente, lleva a que esta novela se convierta en auténtica liberación tanto de la forma en como se constituye este sujeto en el texto como el contenido que expresa. Si bien estas dos autoras en sus respectivos discursos construyen un sujeto femenino con distintas estrategias discursivas, comparten en común el cuestionamiento del significado que tiene el sistema patriarcal con sus instituciones y mitos. Siendo el lenguaje una herramienta que les permite articular la voz individual y un vehículo de autodefinición que genera una subjetividad en la formación de este sujeto femenino, que se presenta a través de actos de resistencia; trasgresión en La brecha, infracción en el actuar y trasgresión en el acto intelectual de escribir-se en La mujer de sal.

 

Notas

  1. Gertner, María Elena. La mujer de sal. Editorial Zig-Zag. Santiago de Chile, 1964. pp. 18-19.
  2. Ibíd. p. 187.
  3. Cixous, Hélène. La risa de la medusa. Editorial del Hombre. Barcelona, 1975.
  4. Ibíd. 22.
  5. Ibíd. 29.
  6. Ibíd. p. 246.
  7. Ibíd. p. 272.
  8. Valdivieso, Mercedes. La brecha. Editorial Planeta. Chile, 1991. pág. 23.
  9. Ibíd. p. 76.
  10. Ibíd. p. 142.
  11. Ibíd. p. 54.
  12. Ibíd. p. 53.
  13. Ibíd. p. 48.
  14. Ibíd. p. 15.
  15. Ibíd. p. 289.
  16. Ibíd. p. 262.

 

Bibliografía

  • Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. Editorial Anagrama. Barcelona, 2005.
  • Cixous, Hélène. La risa de la medusa. Editorial Del Hombre. Barcelona, 1975.
  • De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Editorial De bolsillo. Buenos Aires, 2007.
  • Kirkwood, Julieta. Ser política en Chile: Las feministas y los partidos. Flacso. Santiago de Chile, 1986.
  • Sartre, Jean-Paul. El existencialismo es un humanismo. Editorial Sur. Buenos Aires, 1957.